Aunque mi primer contacto con los Pirineos fue en un viaje de fin de curso de octavo, nada montañero, con destino Espot y su estación de esquí Súper Spot en las fronteras con el Parque Nacional de Aigüestortes y Lago San Mauricio en el Pallars leridano del pirineo catalán. Una excursión fue subir al Lago San Mauricio, que aún helado la mayor parte, nevado, con mal tiempo y con muy poca visibilidad ya me pareció la frontera límite, un mundo tan bello como inexpugnable, a pesar de lo poco que divisé.
Más adelante y después de reunir algo de experiencia montañera en distintas montañas altas como Sierra Nevada o La Sagra, y bajas como las de Alicante, decidí que ya era hora de hacer algo más duro, espectacular y diferente; con nuevos montañero y aventureros algunos de ellos conocidos en el ámbito de la montaña pocos años atrás. Así pues decidí organizar mi primera “pequeña expedición”, con Manolo Cano, Jesús Andujar, Paco Sánchez y un medio agregado José Manuel Fernández “Henry”. Iríamos a Pirineos pero ¡¿a donde?! Pues que mejor pico para subir y bautizarme como pirineista que su máxima altura: el Aneto de tres mil cuatrocientos cuatro metros, el “Monarca del Pirineo” como también lo han llamado.
La fecha escogida fue mediados de septiembre. No demasiado buena por que nos perdíamos la bonanza del verano y nos podía sorprender ya alguna nevada en altura y unas temperaturas más bajas, pero no tendríamos las aglomeraciones de montañeros como en julio o agosto.
Para recoger dinero para el viaje y ya que el Centro Excursionista estaba en horas bajas decidí hacer unos carteles informativos con publicidad recogida de firmas colaboradoras; gracias a la colaboración del Ayuntamiento que pagaba los carteles, el beneficio era limpio para nosotros. A cambio a estas firmas colaboradoras les repartíamos algunos de estos carteles y un informe del proyecto a realizar, explicando las características y subida al Aneto, cumbre más alta del Pirineo. Aquí fue cuando me di cuenta que a la gente, empresas, tiendas… de Almoradí que no entendían la pasión por la montaña, les importaba “dos pimientos” lo que nosotros queríamos lograr o conseguir con nuestra empresa y a veces colaboraban sin saber realmente el reto que significaba para nosotros, montañeros de media montaña, el subir con éxito dicho pico.
El mecánico del grupo, Paco Sánchez, se encargó de alquilar una furgoneta para el viaje. Una vieja volkswagen Carabella fue la elegida para él, añadiendo que era de las más duras y buenas furgonetas que se habían fabricado, y realmente no nos decepcionó.
El viaje se retrasó; debíamos salir viernes tarde-noche o sábado y se dejó la partida para el domingo once de septiembre de mil novecientos noventa y cuatro. La causa del retraso fue que José Manuel “Henry” tenía unos compromisos inesperados que debía cumplir y no sabía cuando realmente podía partir con nosotros. Arto de esperarle ya demasiado tiempo, perdiendo tiempo y dinero ya que la furgoneta la teníamos desde el viernes por la tarde y por unanimidad (aunque no estuvo bien, no teníamos por que estar parados sin salir si “Henry” ya sabia desde hace mucho tiempo el día de la salida. No teníamos culpa que a última hora él se hubiera comprometido en otras cosas en esos días) decidimos salir hacia el Pirineo sin José Manuel.
El viaje, que a mi me pareció algo largo (no había hecho hasta ahora un viaje tan largo en coche) se hizo sin problemas y después de atravesar el Congosto del Ventamillo (una larga garganta en la que la estrecha carretera excavada en la roca franquea los precipicios con curvas cerradas sin visibilidad) llegamos al esperado Valle de Benasque. Aunque el viaje lo hicimos de noche, no veíamos nada, superamos Benasque y paramos en el Plan de Senarte, una zona de acampada y esparcimiento, ya de madrugada. Intentamos dormir algo los cuatro dentro de la furgoneta y a mí me tocó en el suelo bajo el asiento de atrás, donde se ponen los pies. Fue una de las noches más incomodas y malas que he pasado en un viaje. No le recomiendo a nadie que duerma de la manera y en el sitio que yo dormí.
Por fin ya se hizo de día. La luz exterior intentaba despertar nuestros sentidos y cuando salimos descubrí un paisaje encantador: el Valle de Benasque, con sus laderas de bosques de pino silvestre, sus altas y desconocidas montañas, sus verdes praderíos y sus excavados caminos en algunas vertientes. Estaba en Los Pirineos y me parecieron maravillosos y encantadores. Estaba realmente maravillado con tanto verdor, tanta montaña y tan grandes.
Decidimos dirigirnos valle arriba hacia el Plan d’Estan donde dejaríamos la furgoneta y subiríamos en una corta marcha al Refugio de La Renclusa. El lugar era precioso, salpicado de bosques de pino silvestre altos y grandes, en las laderas norte del Macizo de los Montes Malditos o de La Maladeta. Hacía el oeste se veían algunos picos puntiagudos, agrestes, imponentes y bellos: el Pico de Estós y las nevadas cimas del macizo del Perdiguero magníficas y lejanas. Hacia el sur y sobre nosotros estaba La Maladeta con sus otros picos hermanos entre los cuales se encontraban La Maladeta Oriental, Central y Occidental. Ésta, La Maladeta, se veía puntiaguda y solemne a la izquierda de sus hermanos sobre parte de la inmensa ladera blanca, distinguiendo que era el Glaciar de La Maladeta. Se veían muy altos, lejanos y largos para recorrer pero realmente estaban más cercanos que cualquier otra montaña desde el Plan d’Estan.
Para subir al Aneto había que cruzar el Glaciar del Aneto, el glaciar más extenso de todos los Pirineos, aunque Paco Sánchez pensaba que sería como cruzar un nevero yo sabía que tendríamos que utilizar los crampones y el piolet como apoyo. Hoy lunes solo subiríamos a La Renclusa por un fácil sendero. El tiempo está algo revuelto, las nubecillas de tormenta nos granizan, nos llueven, se despejan, aparece el sol, desaparece… clima de alta montaña, me sorprende y maravilla como toda esta grandiosidad.
Nos equivocamos, perdemos inexplicablemente la senda que está realmente muy bien marcada y salimos algo más arriba del refugio y a su derecha, apareciendo en la alto de una loma; una marcha de media hora se convirtió en algo más de una hora.
Llegamos a La Renclusa. Me pareció una casa grande, amplia, antigua, algo sombría, de arquitectura simple de recios muros como los de una fábrica del siglo XIX. Bajo el pico homónimo que se veía detrás alto, puntiagudo y escarpado como la mayoría de picos graníticos de este macizo, rodeado por laderas de roca desnuda antiguo lecho del Glaciar de La Maladeta cuando hace muchos años bajaba hasta pocos metros del lugar donde se encuentra el refugio. Al otro lado del alto Valle de Benasque el Pico de Salvaguardia vigila con sus formas redondeadas la frontera con el país vecino y la subida a La Renclusa.
El refugio bastante amplio y grande estaba casi vacío para lo grande que era; solo extranjeros, hombres y mujeres que iban de turismo montañero o a subir alguna montaña. Creo que nosotros y los guardas éramos los únicos españoles. Era curioso, en el comedor, como un hombre mayor y una chica joven de países y lenguas diferentes se comunicaba y se entendían hablando en español. Nuestra habitación era realmente pequeña si la comparamos con las habitaciones habituales de un refugio de montaña, ya que tenía su antigüedad era pionero en refugios españoles de alta montaña; en nuestra habitación cabían ocho personas en cuatro literas.
Ocurría que para albergar a las ochenta o cien plazas no tenía tres o cuatro habitaciones como en un refugio normal, si no el doble o el triple con alguna más grande.
La noche muy bien, diferente, muy diferente a la anterior solamente salpicada por el, no hablar, sino gritar e insultar en sueños de Jesús Andujar que a más de uno nos despertó y comentamos a la mañana siguiente preguntándole: “¿A quien le decías hijo de puta y cabrón?”,”¡¿yoo?!”.
Era martes por la mañana. El tiempo no era bueno pero tampoco excesivamente malo; las nubes bajas y medias abordaban los alrededores del macizo y del valle. Debíamos emprender la subida esta misma mañana o intentarla, esperando a que el tiempo mejorase a medida que ascendiéramos. Después de desayunar y ya preparados salimos a la puerta del refugio y cual fue nuestra sorpresa que en esos momentos llegaba “Henry” allí mismo, con un cabreo tremendo me insultaba y se encaraba con Paco Sánchez por haberle dejado tirado en Almoradí. Yo no digo nada y me callo pero Paco Sánchez le responde y casi empiezan una trifulca. Paco Martínez “Kulata” había comentado algo con Paco Sánchez sobre “Henry” y no le había dado buena fama en el sentido de compañerismo en la montaña y otras cuestiones, y éste ya se había hecho una idea de cómo era “Henry” antes de conocerlo y hablar con él. Algo que influyó bastante en la decisión de irnos sin él cansados de esperarle y de aplazar continuamente el viaje por él.
Al final después de algunas malas palabras logramos contener a Paco Sánchez y apaciguar a “Henry”. Éste había venido solo con su coche desde Almoradí.
¡Bueno! Al final decidimos esperar un poco más a “Henry” para que se preparara para la subida y subir juntos al pico. Y empezamos la larga marcha de unas siete horas de subida al Aneto, metiéndonos en un laberinto caótico de rocas y laderas desnudas justo detrás algo a la izquierda del refugio y bajo el Pico de La Renclusa buscando el Portillón Inferior.
La subida ahora es empinada y caótica buscando un buen camino entre las enormes rocas de granito que de forma desemparejada, desordenada y extensa llena la empinada ladera de roca desnuda sin un sendero establecido o perdido entre tal desconcierto. Poco a poco el pináculo del encrespado Pico de La Renclusa queda a nuestra izquierda y casi a nuestra altura. Al otro lado del valle el Pico de La Mina y el Pico de Salvaguardia se van despejando poco a poco, señal de que el tiempo está mejorando; buena señal.
Al tiempo llegamos al Portillón Inferior a algo más de dos mil seiscientos metros de altura, sobre unos quinientos metros más que La Renclusa. De aquí, y según las guía normales, debíamos seguir por la parte derecha de la cresta y barrera rocosa que baja del mismo Maladeta y la une con el Pico de La Renclusa, hacía el Portillón Superior, a unos cien metros más alto que el Inferior. Pero no, dejamos todas las guías (que solo yo me había leído y empapado) y seguimos nuestro “instinto montañero” cruzando dicha barrera por el Portillón Inferior. Un descanso. Cruzamos al otro lado y por fin admiramos el resto (mejor dicho, otra parte) del Macizo de Los Montes Malditos o Maladeta. Esta vez una gran nube cubre toda la parte más alta a partir de dos mil ochocientos-novecientos metros. Solo conseguimos ver las terminaciones del gran Glaciar del Aneto, unas laderas desnudas de roca viva llena de surcos, grietas y “arañazos” bajo este y unas distinguidas morrenas de guijarros, piedras y rocas que separan las laderas desnudas de roca viva con las que tienen otro color menos grisáceo y más verdoso, más abajo, con más vida. Está claro que la roca más grisácea y desnuda estaba cubierta por el glaciar hace algunos cientos de años, hasta las morrenas, en la que llamaron Pequeña Edad del Hielo entre los siglos XVII, XVIII y casi el XIX, y ahora se encuentra en un fuerte retroceso, cada vez más avanzado. Al otro lado del Valle de Barrancs que es donde va a parar toda esta vertiente del macizo y cerrándola por el este se encuentra la famosa, larga y vertiginosa Cresta de Salenques, que ésta sí se encontraba despejada, al menos en el pico homónimo y en el collado homónimo.
A pesar de la poca visibilidad y viendo que el tiempo iba mejorando decidimos seguir adelante en dirección este hacía el lugar donde creíamos se encontraría el Aneto. Justo por algo mas abajo del glaciar y de nuevo bordeando grandes bloques graníticos sin seguir una senda establecida, más bien, por lo que llamamos “monte a través”, sorteando pequeñitas lagunas formadas por el glaciar antiguamente, rodeadas de roca escalonada, lisa y desnuda con bloques y rocas todo de granito. El macizo entero de La Maladeta o Montes Malditos es de granito perteneciendo al Pirineo axial.
A más altura había caído nieve fresca y en lagunas pendientes se había formado hielo en la roca lo que propinó algún resbalón que yo atajé a Jesús Andujar. De momento nos veíamos los cinco solos en toda la montaña y a medida que subíamos el paisaje se ampliaba bajo nuestra mirada, enfrente el Pirineo francés. Queríamos evitar en lo posible el glaciar, cosa imposible por que para subir al Aneto había que cruzarlo necesariamente, pero debíamos cruzarlo en el recorrido más corto posible. Poco a poco las laderas del Aneto se van despejando y se nos insinúan sus perfiles intuyendo su forma, pero la gran parte del mismo, sobre todo la cumbre, siguen cubiertos.
Al final llegamos a la parte más alta de barra rocosa ya rodeada por el glaciar. Ahora debíamos pasar por el glaciar hacía el Aneto enfrente. Es una pena, las nubes y el mal tiempo no nos dejan ver las coronas de las cimas de más de tres mil metros del macizo pero a pesar de todo le confiere un aspecto sombrío, enigmático, casi aterrador y esa incertidumbre, esa duda de no saber a donde vamos, lo que nos vamos a encontrar o si podremos subir, lo hacen más apasionante y emocionante al cabo. Al fondo, mirando a las fronteras con el Valle de Arán y el Pirineo catalán las enormes nubes de tormenta, blancas y a veces oscurecidas, aparecen al otro lado de las Forcanadas, tres espléndidas agujas rodeadas de precipicios y abismos de aspecto alpino que es la terminación norte de la cresta del Tuc de Mulleres y Cap de Toro (nombres catalanes ya que, a pesar de estar dentro del mismo macizo, es la parte más al este del mismo y dentro del Pirineo Catalán). La atmósfera por aquella parte parecía amenazadora pero no nos caía ni una gota y la nube de las cumbres más altas se iba levantando, así que seguimos adelante. Después de descansar y prepararnos debíamos pisar y cruzar ya el magnífico glaciar. Teníamos que ajustarnos los crampones, de los cuales tuvimos que alquilarle dos pares para Jesús y Paco ya que ellos no tenían. José Manuel no alquiló ninguno, con su llegada frenética y violenta se nos olvidó que éste alquilara un par para cruzar el glaciar. Era imposible cruzarlo sin crampones y muy peligroso. Es un glaciar, es hielo puro solamente con una fina capa de nieve recién caída encima. Por ello al final José Manuel “Henry” no siguió con nosotros después de hablarlo y pensarlo, y se quedó mirando como seguíamos por encima del enorme Glaciar del Aneto. Nunca había estado en un glaciar, era algo interesante, increíble y emocionante.
Mientras nos ajustábamos, probábamos y ayudábamos a Jesús Andújar a ponerse los rudimentarios y anticuados crampones alquilados, un montañero asiático nos sorprendió pidiendo paso; marchaba en solitario con una indumentaria de un color amarillo llamativo. Así pues emprendimos la marcha glaciar siguiendo los pasos de este aventurero asiático que, al poco tiempo ya había desaparecido de nuestra vista en la inmensidad blanca del ondulante glaciar. Al fondo, las nubes dejaban ver algo más: la pared que miraba al Collado Coronas de la Punta Oliveras-Arenas, antecima del Aneto, se descubre insinuándose algo más la forma de nuestro objetivo.
Cruzamos el glaciar cómodamente como si nuestras pisadas se amoldaran perfectamente a la pendiente del glaciar gracias a nuestros crampones que clavaban sus puntas sin dificultad. El Collado Coronas queda a nuestra derecha. Saltamos algunas pequeñas grietas transversales de profundidad inmedible que nos recuerda que seguimos por encima de un glaciar, por una masa viviente de hielo. Por fin llegamos a la base de nuestro pico, el Aneto, y la pendiente se agudiza bastante sin dejar las laderas heladas y empinadas del glaciar. Llegando a la Punta Oliveras-Arenas nos sumergimos en la nube que todavía cubre el Aneto y la mayoría de los grandes picos del macizo. El paisaje desaparece bajo la espesa niebla, aunque nos deja ver el corto camino que nos queda hasta la cúspide del Aneto y su temible Paso o Puente de Mahoma. El frío no es intenso pero se agudiza también.
Seguimos subiendo como cresteando por bloques medianos de rocas graníticas hasta que todas las vertientes terminan en un solo paso, en un solo punto, en una sola cresta: el Paso de Mahoma. Voy el primero o de los primeros y junto con Cano dejo los crampones al pié del comienzo de la corta cresta; Jesús y Paco llegan con dubitativas expresiones en sus rostros, paramos unos minutos. Yo alzo la vista y al otro lado de la cresta veo al montañero asiático que la ha cruzado y disfruta de la cumbre, y me he decidido sin pensarlo, sin ver como está la misma, solo una frase se impone en mi cabeza: “si el chino la ha pasado, yo también puedo”. Realmente algo irracional visto ahora pero si te parabas a pensártelo no llegabas a cruzarla. Al ver que yo enfilaba la cresta, mis compañeros me siguieron.
Solo eran unos quince metros o veinte de largo pero estrechos, de paredes vertiginosas que ese día y gracias a la niebla, no veías, cosa que ayudó a seguir ya que no veíamos el fondo de ambos precipicios que eran engullidos por la niebla. Desde luego el Paso estaba medio helado: no le había dado el sol, eran mediados de septiembre en el Pirineo y estábamos a tres mil cuatrocientos metros; pero se cruzó la cresta sin ninguna dificultad, con paso seguro, sin miedo y sin pausas histéricas que te sumergían en el pánico de estar en una situación o lugar algo peligroso. A Jesús Andujar le costó algo más; lo pasó mal con miedo y paso lento y a veces inseguro, pero ayudado por los inestimables ánimos y consejos de Manolo Cano pudo cruzar la temible cresta.
Otros veinte metros aproximadamente separaban la salida de la cresta a la cruz que marca el punto culminante del Aneto. Tres mil cuatrocientos cuatro metros. Estábamos en el “techo de los Pirineos”, en el trono del “Monarca de los Pirineos”, lo habíamos conseguido. La alegría y el regocijo eran inmensos pero la enorme y gris nube no se levantaría para que pudiéramos disfrutar aún mas de nuestro éxito admirando el resto de valles, montañas y mundo bajo nuestros pies. Hasta el Mulhacén al sur en Sierra Nevada o los Alpes al norte, no había otra montaña más alta que esta en muchos kilómetros a la redonda. Tenía dieciocho años y era un martes y trece. Saludamos a nuestro amigo asiático que nos hizo una foto en la cumbre del Aneto para la posteridad.
Estuvimos un tiempo en la cima a ver si se despejaba pero no daba síntomas de despejar, y ya se nos hacía tarde de manera que decidimos bajar y desandar el camino recorrido. Lo primero el Paso de Mahoma que yo me esperé a cruzar el último y que nuestro amigo asiático nos acompañó con su paciencia y entereza. Esta vez se me atragantó un poco a mí en una laja abombada rodeada de abismos, pero salí airoso.
Algo más abajo, en el collado con la Punta Oliveras-Arenas, nos cruzamos con montañeros austriacos que se habían equivocado subiendo por el Glaciar de La Maladeta en vez de dirigirse directamente hacía el del Aneto. Pero no se atrevieron a cruzar el Paso de Mahoma. Con ellos celebramos el éxito de la cumbre: nosotros teníamos un pequeñita botellita de whiskey para meternos un lingotazo, pero los austriacos sacaron una Ballantines de setenta centilitros con la que la emprendemos a taponazos… ¡Haaa…! ¡Como calienta las venas, la garganta y el estómago! Sentó bien uno o dos taponazos, mas podrían ser excesivos, pero emprendimos la bajada alegres y calentitos.
Bajando un poco y antes de llegar al Collado Coronas, salíamos de la nube y la visibilidad se ampliaba hacía el resto del macizo. Pude contemplar la grandiosidad del Glaciar del Aneto en toda su amplitud y en los alrededores de las paredes del Pico Coronas espolvoreadas de blanco por la nieve caída ayer. Grietas, rimayas y todo el conjunto glaciológico de formas y aspectos se abrían ante mi; era como descubrir otro mundo, otra naturaleza, otro paraíso… me fascinó y quedé impresionado por estar recorriendo un lugar helado y tan diferente a lo acostumbrado en las montañas del sur de la península. Fue como reencontrarme con la naturaleza salvaje, inhóspita y apasionante de la alta montaña que en otros lugares no había experimentado, ya que era la primera vez que andaba por un glaciar, y pensé que era una persona privilegiada, andando sobre un ser primigenio, cuaternario que se encuentra en peligro de extinción y desaparece y retrocede por momentos.
Al otro lado del glaciar la enorme mole del Maladeta con sus crestas, paredes de roca granítica recortadas como si un niño hubiera cogido unas tijeras y hubiera hecho jirones cientos de hojas; y arriba del todo una pequeña puntita nos marca la cúspide del famoso Maladeta. Las nubes la habían dejado por fin y se veía libre y despejada como un reprimido que se libera y recupera su libertad, luce una luminosidad resplandeciente que en pocas veces se tiene ocasión de contemplar; algo increíble y maravilloso. Es la alta montaña pirenaica.
Aunque parezca evidente, Maladeta no quiere decir o no significa “maldita” sino, “la más alta”. De hecho cerca de este pico está el Pico Maldito, un escarpado y puntiagudo pico y cresta compartida con la Punta d’Astorg y Pico del Medio, entre el Pico Coronas y La Maladeta. La llamaron así, “la más alta” por que desde un principio y visto desde el fondo del alto Valle de Benasque veían a La Maladeta como el pico más alto del macizo y de la cordillera, con su porte alpino de cima puntiaguda y culminante en unas crestas de las cuales ésta es la más alta. Más adelante, con mediciones más exactas, descubrieron que realmente el más alto era y es el Aneto, y que incluso en el mismo macizo y en la propia cordillera habían otros picos y culminaciones de mayor altitud que La Maladeta.
Paco Sánchez, en algún momento al cruzar el glaciar, opinaba obstinado que debajo nuestro no había una gran masa de hielo que se movía a paso lento y se llamaba glaciar. Yo intenté demostrarle que si, y me lancé glaciar abajo y boca abajo como en un tobogán para que comprobara que podía deslizarme sin apenas rozamiento gracias a la superficie helada del mismo glaciar, de la misma masa de hielo. Me sorprendí a mi mismo al ver que cogía velocidad en poco tiempo e instintivamente clavé el piolet a puñetazos hasta que al presionar con éste en la superficie del glaciar, como en la técnica de la autodetención, con su punta, fui parando hasta parar definitivamente unos metros más abajo. Me asusté algo; era algo que nunca había hecho y pensé en un momento que no me iba a parar tan fácilmente, pero de una forma o de otra aprendí a no tener miedo en estas situaciones y a saber pararme con el piolet. Así le demostré a Paco, mientras subía clavando mis crampones en la superficie helada del glaciar, que realmente estábamos encima de un glaciar pirenaico: “¡lo ves!”. Paco no respondió y seguimos la marcha.
Después de bajar del glaciar y acercándonos al Portillón Inferior por el mismo camino que habíamos cogido de subida, miramos hacía atrás y vemos que la nube que cubría las grandes cumbres del macizo, entre ellas la del Aneto, se ha levantado y se estaba disipando dejando perfectamente a la vista todos los picos, crestas y agujas. Ahora veíamos por primera vez el Aneto totalmente despejado, con forma de pirámide casi perfecta de punta redondeada y con una aguja notablemente sobresaliente a su derecha, que es la Punta Oliveras-Arenas; y bajando desde la base de su cumbre, el glaciar homónimo que se extiende también por las caras y laderas norte del Pico Coronas (también perfectamente visible) y de la cresta escarpada y larga del Pico Maldito. A medida que nos alejábamos y mirábamos hacía atrás veíamos al Aneto con una figura más alta cada vez y sobresaliente con respecto a sus hermanos del macizo. Había muy poca nieve; el calor del verano había fundido casi todos los neveros y se observaba casi enteramente las dimensiones del gran Glaciar del Aneto.
Me daba rabia. Parece como si el Aneto hubiera esperado a que bajáramos para despejarse y no poder disfrutar por unos momentos de la vista desde su cumbre. O como si nos dijera: “contemplar la magnificencia y grandiosidad del lugar al que habéis subido y recorrido”. Seríamos como “seres privilegiados” que hubiéramos tenido el honor de contemplar al final, al “Monarca del Pirineo”, la cúspide más alta de los Pirineos, uno de los grandes pilares de España. Volveríamos a nuestra tierra con la única imagen de este “Señor” rodeado por su manto blanco y sus menos despreciables hermanos pequeños. Sobre todo me llamaría la atención el Pico Maldito y La Maladeta con sus puntiagudas formas, crestas y escarpadas vertientes; vertiginosas paredes que hacia el sur y suroeste bajan hasta el formidable Lago de Cregüeña con unos desniveles cercanos a los quinientos metros en esta vertiente. Aunque en este viaje no descubrí esa vertiente y no lo hice hasta que subí el Perdiguero ocho años más tarde, y los observé desde allí. Aunque lejanas sus vertientes eran formidables.
Después del Portillón Inferior bajamos ya hacía La Renclusa y al fondo admirábamos el relativamente cercano macizo del Perdiguero, rodeado de picos puntiagudos salteados de neveros y diferentes unos de otros en formas y altitudes. Mis ojos se fijaron en ellos como un objetivo lejano pero apetecible y atrayente. Aunque la mayoría son picos franceses y otra parte está en la frontera franco española, son los Pirineos, al fin y al cabo; y las únicas fronteras que tienen las cordilleras son los llanos, mesetas y depresiones.
Por fin llegamos a La Renclusa, después de todo el día en la montaña. Descansamos y decidimos que al día siguiente iríamos a otro lugar de los Pirineos; al Valle de Ordesa y Monte Perdido. “Henry” decidió quedarse en La Renclusa para mañana intentar subir La Maladeta. Habíamos hecho el Aneto, mi primer y más alto pico de los Pirineos y a partir de entonces se abriría para mi un mundo nuevo, experiencias nuevas y grandes y nuevas montañas. Me encantaron los Pirineos y no dejaría de visitarlos y recorrerlos.