El Mont Blanc. El mítico e imperioso Mont Blanc. Hace tiempo fue la montaña de las montañas y hoy en día sigue siendo objetivo de aquellos alpinistas y montañeros que se definen como tal. Digamos que para un alpinista no haber subido el Mont Blanc es como para un corredor no haber participado en la Maratón de Nueva York, es como para un futbolista no haber jugado en un Camp Nou, Santiago Bernabeu o Maracaná… No es que, si no se sube, no se es alpinista o montañero, no es esencial ni indispensable. Pero es como volver a la historia, a la tierra de los primeros alpinistas y montañeros, los Alpes; a la cuna del alpinismo. A las sensaciones de nuestros antecesores montañeros que recorrieron la tierra buscando y subiendo montañas. Más que una subida por gusto, por que te guste la montaña, es una subida emocional, es coronar los sueños de un pobre montañero que nació a nivel del mar y que en un principio le parecía tan lejano y difícil como a un atleta participar en unas olimpiadas.
En un lugar de ensueño para cualquier montañero como son los Alpes, y en un macizo como el del Mont Blanc tan espectacular y emocionante. Fue un viaje que me gustó, disfruté y que volvería a repetir (quizás no volvería a subir otra vez el Mont Blanc pero si volvería con los mismos compañeros a la misma cordillera en las mismas condiciones y circunstancias). Es una montaña que siempre quedará en mi recuerdo y un viaje como pocos que he tenido y seguramente tendré a la montaña; y que con persistencia, paciencia, entrenamiento, tranquilidad, “buen rollo” y ganas de llegar a tu meta se puede conseguir lo que se quiere.
Yo ya conocía de hace tiempo las andanzas de los montañeros de aquí por aquella gran cordillera. A principios de los noventa los montañeros del Grupo de Montaña Formentera del Segura visitan e intentan sus grandes montañas. Entre ellos Ballester “pochas”, César, Miguel Ángel… y algunos del recientemente creado Centro Excursionista Almoradí como Pepe Díaz, Manolet a mediados de la misma década, “chapi” de Montesinos… Ya habían rondado los macizos del Mont Blanc y del Monte Rosa-Cervino. Algunos de ellos pudieron subir el Mont Blanc e incluso el Monte Rosa y, medio año después de subir yo el Mont Blanc, me enteré que César había llegado a subir el Cervino. Pero muchos de ellos no pudieron subir o les costó muchos intentos hasta poder conseguir la cumbre de la mítica montaña Mont Blanc.
A mediados y finales de los noventa se siguen los viajes a esta cordillera y a este irresistible pico. En el verano del noventa y siete llagan a su cumbre Mariano Díaz (hermano de Pepe Díaz) y Esteban Parres “marqués”, en un viaje en los que estaban Jesús Andujar, Manolo Hurtado, Gonzalo… entre otros. Fue algo más o menos sonado, ya que hicieron camisetas para el viaje, pidieron algo de material al Centro Excursionista Almoradí (algún cordino o cuerda creo recordar ya que en aquel tiempo era Presidente del Centro… ) y aquel verano fue trágico para los alpinistas españoles, ya que murieron en una cordada algunos en una vía italiana; además les hicieron un reportaje en el periódico La Verdad hablando del Centro, de sus subidas al Mont Blanc, actividades y viajes de otros compañeros (como el trekking por el Glaciar del Baltoro que Manolet y José Manuel “Henry” realizaban en el Karakorum, al noroeste del Himalaya en Pakistán) y de dichos accidentes. No es una montaña fácil gracias a su meteorología y con muy pocas dificultades técnicas por las vías normales. Quizás lo que es más difícil de superar es el frecuente mal de altura que suele dar en general (pero no a todo el mundo, ni siempre al mismo), o sea, no tiene nada que ver con subir al Aneto o al Vignemale.
Por aquellos entonces yo la veía como algo imposible a mis posibilidades, a mis fuerzas, energías, ni si quiera lo tenía como objetivo en un futuro. Sin ir más lejos Jesús Andujar en el año dos mil me invitó a un viaje en verano a los Alpes a subir el Mont Blanc y sin pensarlo le dije que no. Fue por aquellos entonces cuando, al final o a mediados del dos mil, reinicio mi “carrera alpinística” después de un tiempo parado (con algunos intermedios en ese parón). Ese año Jesús Andujar, Paco Martínez “kulata” entre otros consiguen hacer cumbre en el Mont Blanc (no era la primera vez que iban a esta montaña).
Pero de pronto todo cambió como si despertara de un sueño al año siguiente. En el dos mil uno Miguel Ángel Sala y Tomás Martínez consiguen también la cumbre del Mont Blanc, y como si de un resorte se tratara yo me digo a mi mismo: “debo conseguir la cumbre del Mont Blanc también, voy retrasado con respecto a mis compañeros, muchos de ellos ya lo han subido y yo no voy a ser menos…”. Por entonces mi “carrera alpinística” estaba en auge con muchas ganas y fuerzas de hacer algo nuevo. Se me abría un nuevo mundo lleno de posibilidades, viajes, montañas… se me abría el mundo entero y solo yo tenía la opción de “tenerlo a mis pies”.
Es por ello que durante el otoño del dos mil uno y principios del dos mil dos decidí plantear a mis “nuevos compañeros de montañas” Quique Segura y Jesús Santana (e incluso Antonio Santana si no hubiera estado convaleciente de aquel accidente de tráfico que tubo en invierno del dos mil dos), el subir el Mont Blanc ese verano. A ellos en un principio les pareció una locura, me parece. “Como aquel dice” llevaban poco tiempo en la alta montaña, a temperaturas extremas, utilizando materiales y herramientas de alta montaña. Supongo que el salto les debió parecer bastante grande; aunque ellos ya habían estado y hecho cumbres (Vignemale, Monte Perdido…) en verano. Pero incluso para mí y para cualquiera es grande el salto de subir picos en Pirineos a subir el Mont Blanc. Como habíamos hecho varios viajes a Sierra Nevada y Pirineos juntos (contando solo los invernales de alta montaña) y nos conocíamos y compenetrábamos, se puede decir que ellos confiaban en mi y pensaban que si yo creía que ese verano podíamos subir el Mont Blanc, pues que lo subiríamos.
Mucha gente sube el Mont Blanc o el Aneto solamente por subir aquella montaña mítica, por decir “yo he estado/subido el Mont Blanc/Aneto” con todo el orgullo y pedantería del mundo. Después de que le costara “dios y ayuda”, que sufriera más que en toda su vida, que maldijera a la montaña más de mil veces… y después nunca más vuelvan a subir una montaña. Sin tener amor por la montaña, sin espíritu montañero… nosotros no subimos el Mont Blanc solamente por subir la montaña más alta de los Alpes o por la misticidad que la envuelve, es algo más para nosotros, es la montaña entre las montañas, por encima de todas las demás; por que no es la más bonita en Alpes (creo yo), ni de las más encantadoras… [Posiblemente e inconscientemente tengo una obsesión por subir las montañas más altas (al menos antes de subir el Elbrus y con idea de subirlo), igual que la mayoría de los montañeros] pero es un bonito reto y una puerta a otras montañas más altas, bonitas y espectaculares, y un paso a otra dimensión en el montañismo. Todo eso y más es el Mont Blanc.
A partir del dos mil dos empecé a recopilar datos sobre el viaje para preparar la “expedición al Mont Blanc”, entrevistarme con Pepe Díaz y otros; sobre todo con Tomás Martínez y Miguel Ángel Sala que fueron los últimos que lo subieron. Me enseñaron panfletos, folletos y trípticos de allí: el camping de CHamonix, CHamonix, Les Houches, las telecabinas, teleféricos, trenes cremallera… y de la “terrible” subida al Mont Blanc por la “cresta de Goûter”, Le Nid d’Aigle, el Refugio de la Aiguille du Goûter, Refugio Tête Rousse, Refugio Vallot, Aiguille du Midi, la Mer de Glace… A mediados de primavera a los tres “expedicionarios” se le une una cuarta persona: Fernando Pérez “Bolaga” de Algorfa. Famoso escalador de Algorfa y conocido amigo mío desde hace más de diez años.
Así pues, después de los preparativos, alquilar un monovolumen-furgoneta, comprar la comida, recoger material y decidir los días a los que íbamos a destinar dicho viaje, el viernes diecinueve de julio salimos de Alicante Fernando Pérez, Enrique Segura, Jesús Santana y yo con el Mont Blanc como destino.
En un principio mi pedantería (y bien creída) fortaleza me habían hecho decidir hacer la “ruta de los cuatro miles”: subir Goûter y bajar a Aiguille du Midi después de subir la Dôme du Goûter. Mont Blanc, Mont Maudit y Mont Blanc du Tacul en uno o dos días. ¡Nada más lejos de la realidad!
La preparación que llevaríamos a cabo con el entrenamiento nos lo tomábamos muy en serio. No me gustaba pensar el regresar a España sin la cumbre del Mont Blanc, aunque cabía la posibilidad, pero no por que no estuviéramos físicamente preparados: salidas a Pirineos, a Sierra Nevada, marchas montañeras por la provincia, correr todas las semanas… No sé si Fernando se preparó, creo que no, de todas formas no le hacía falta ya que él tiene la tremenda suerte de poseer una condición física ideal para hacer cualquier tipo de ejercicio y esfuerzo, como los hermanos Díaz, Esteban Parres o “monín” entre otros. Eso no quiere decir que al menos algo de preparación debía de tener. El que Fernando se anexionara a nuestro viaje se puede entender de la siguiente manera, ya que algunos compañeros suyos tenían intención de ir ese año: sencillamente dudaba de la efectividad, del éxito de sus otros compañeros (no quiere decir que ellos no fueran a intentarlo o subir, incluso); él sabía que nosotros nos lo tomábamos en serio y no íbamos a ir a pasearnos; que pondríamos todos (sobre todo los mío) nuestros conocimientos, experiencias y ganas para que si teníamos la más mínima oportunidad, la aprovecharíamos y por nada la dejaríamos escapar. Aunque a veces las oportunidades nos las dan, pero no estamos preparados para aprovecharlas… Recuerdo que Tomás, en una salida a Sierra Nevada para subir al Elorrieta, cuando llegamos a este punto yo seguí para subir el Cartujo y volver al (cerca) observatorio astronómico [no es que fuera una proeza, pero con abundante nieve y frío no es lo mismo que en verano, y ellos se bajaron del Elorrieta (Tomás Martínez e Isa)], éste me dijo “que yo estaba fuerte para subir dos o tres Mont Blancs”. Una exageración, por que sabemos que la montaña no necesariamente elige al más fuerte, pero nunca a los débiles.