¿Volcanes en Cataluña?… la primera vez que oí que en Cataluña, muy cerca o prácticamente en el Prepirineo de Girona habían volcanes, me quedé impresionado. Quizás por que pensaba que la erupción de volcanes se daba en lugares y condiciones específicas y de grandioso volumen, como en Las Canarias, Sicilia, Islandia… Después descubrí en muchas otras partes de la península tenían una geogénesis volcánica o de origen ígneo, como los otros volcanes de Ciudad Real, las montañas de Cabo de Gata en Almería, o incluso en pequeñas proporciones como algunas partes de la misma Isla Tabarca en Alicante. O sea, que a final no era tan raro encontrar este tipo de fenómenos geológicos, y que hay más de lo que pensamos a lo largo y ancho de la tierra.
Por ello desde hace tiempo tenía el ansía de descubrir esa rica zona de la comarca de La Garrotxa, de subir a sus volcanes y de recorrerme sus impresionantes hayedos y bosques de castaños que, la rica y fértil tierra y cenizas volcánicas, ha permitido crecer aquí; convirtiéndose en el hayedo a más baja altura de Cataluña. De una belleza, conservación y salud inmejorables y encomiables. Hermoso.
Así pues el pasado 5 de noviembre organicé una excursión por esta bella zona volcánica de La Garrotxa con los amigos de Cúspidis. Un total de 11 personas disfrutamos de la actividad. A pesar de que estábamos en el ojo de una borrasca que ya había dejado importantes aguaceros en Cataluña, decidimos arriesgarnos, preparados con la ropa de lluvia y agua, y aprovechar las pocas horas que una ventana de buen tiempo nos ofrecía a principio de la mañana.
Poco después de las 10 de la mañana salimos de la oficina de información del Parque Natural de la Zona Volcánica de La Garrotxa en Can Serra (a pocos kilómetros de Olot) cruzando la carretera por un pequeño túnel en busca de La Fageda d’en Jordà. Un impresionante bosque de altas, muy sanas y bellas hayas. Descubro que desde el punto de información salen unos carruajes tirados por caballos que te llevan a dar un paseo por el hayedo del parque. Un colegio de niños se ha montado, junto con padres y profesores, y han comenzado a dar esa vuelta con algunos carros de caballos. Curioso. También hay carteles de rutas marcadas, señalizadas y recomendadas. Una de ellas es la que quería realizar: pasar por la Fageda d’en Jordà, por el Volcán de Santa Margarida y por el Volcán El Croscat y volver aquí en un circuito circular, el itinerario 1 del parque. La diferencia o lo nuevo sería que, dentro de ese itinerario, subiríamos a la cima del Volcán El Croscat. Con lo cual, no había perdida alguna, todo el camino a seguir está súper señalizado. Pero por si acaso yo había sacado un mapa de la zona de la biblioteca y había fotografiado los mapas de Alpina y del ICC en lugares concretos donde había más facilidad de equivocarnos de camino… aunque la verdad era imposible perderse.
Enseguida que nos internamos en el fabuloso hayedo, comprendo que es un lugar impresionante, y me abduce e hipnotiza convirtiéndome en un reportero de su belleza, en un Paparazzi de su hermosura. Y corriendo de aquí para allá intento catar su extraordinaria armonía, esplendor, encanto con mi sencilla cámara de fotos. El grupo sigue su ritmo, sus animadas charlas, mientras yo les sigo, persigo, adelanto para capturar momentos, instantes de viva luz compaginados con la frondosidad y energía del hayedo. Seguimos las marcas, cartelitos si pérdida alguna por el Sender Joan Maragall hacía Sant Miquel de Sacot y el Volcán de Santa Margarida. La verdad es que disfruto y me abstraigo en tan fascinante lugar: hayas de troncos finos de una altura considerable (otros más gruesos), en un terreno oscuro, negro y fértil volcánico, lleno de piedras y rocas cubiertas de verde musgo que contrasta con los diferentes colores marrones, naranjas y amarillos de las secas hojas que caen o ya han caído al suelo, y con las aún muy numerosas, hojas verdes con diferentes tonalidades, y contrastadas con el nublado, gris y casi invisible cielo de este día… ¡¡Increíble!! Quizás podría seguir adorando y piropeando a este hayedo, esta Fageda d’en Jordá, pero es mejor que os internéis en él y lo sintáis vosotros mismos: la experiencia será inolvidable.
Hay más visitantes. El camino es muy fácil. Hay fotógrafos apostados, silenciosos, con sus trípodes y súper cámaras, al lado del camino, esperando ese mágico instante de luz, color y belleza en el bosque. El otoño ha llegado algo tarde este año y el frío no es intenso, con lo cual, el estado del bosque es como si fuera de finales de septiembre o principios de octubre.
Salimos del impresionante bosque a un camino asfaltado más libre de vegetación; seguido de otro con los lados del mismo cubierto de un espeso seto de vegetación que te impide ver más allá del mismo camino. Siempre seguimos las señales y marcas de los carteles. Pasamos junto a la Cooperativa La Fageda, en el mapa del ICC se indica como Els Casals, y David me cuenta que es una fábrica de yogures en las que trabaja gente discapacitada de Olot y alrededores. Interesante. Doblando por un camino casi en frente de la entrada y muro de la cooperativa, encontramos un camino, siempre señalizado, que nos llevará hasta una vieja masía con unos arcos en su fachada, El Prat de La Plaça. El paisaje se abre bajo los oscuros y espesos nubarrones; enfrente montañas plagadas de diferentes colores de sus espléndidos bosques sobre campos increíblemente verdes y fértiles. Estamos en el Plá dels Casals. No me preocupo en saber por donde vamos: los carteles están muy bien puestos en cada cruce, y además tanto David como los demás amigos de Cúspidis ya han hecho este recorrido y se lo conocen bien. Con lo que en lugar de ser el guía-organizador, me convierto en uno más del grupo; disfrutando así, más del camino, recorrido y belleza del lugar.
Pasamos a la izquierda de esta casa por un camino que luego se internará por un sendero empinado y desgastado por el pisar de la gente y la erosión del agua, en un pequeño bosquecillo en busca de un colladito con la vista de Sant Miquel de Sacot. Paramos en este colladito al salir del bosquecillo, en una pista asfaltada, junto al invisible Cal Grill. Charlas, fotos… Vemos la torre campanario y el edificio de la iglesia de Sant Miquel de Sacot algo más abajo y en dirección oeste. A nuestro frente los verdísimos prados con algo de ganado bovino cercados por los electrocutados alambres (en lugar de vallas) de la masía Finestres. Justo detrás de la iglesia de Sant Miquel de Sacot surge el inconfundible perfil de una montaña volcánica, con su cono volcánico, cortado en el cráter, como un volcán auténtico: es el Volcán de Santa Margarida. Verde, boscoso, bello… me impacta ver tan de cerca un volcán, aunque sea de baja altitud y pequeño, pero siempre impresiona. Supongo que será por la experiencia vivida en Ecuador con el Cotopaxi y el Tungurahua, gigantescos volcanes activos. A la derecha y abajo de Sant Miquel de Sacot hay una senda, a la derecha del camino, que casi no se ve o se distingue y es la que hay que seguir de camino, ahora, hacía el Volcán de Santa Margarida.
Hace tiempo, si os fijáis en los carteles indicadores, que seguimos el G.R.-2 en dirección a dicho volcán. El paisaje por aquí es bellísimo, montañas boscosas y llenas de colores otoñales, prados verdísimos y masías, casas antiguas, de negruzcas paredes y rojos sucios tejados… encantador. Frente a un campo cultivado y bajando al valle, vemos a nuestra izquierda una boscosa montaña puntiaguda, con un perfil perfecto, cónico y elegante, atractivo. Me dicen que es el Volcán El Croscat; nuestro siguiente objetivo. Hermoso.
Enseguida cogemos las laderas del Volcán de Santa Margarida, después de pasar por una especie de monumento al “peregrino” incrustado a una negra roca volcánica, una bomba volcánica, como si estuviera en un pedestal. De nuevo charlas y risas junto a los carteles indicadores que nos suben, por un sendero, hacía el cráter del volcán. Increíblemente boscoso pero con predominancia de los Quercus (encinas, alcornoques…) y sin la falta de las caducifolias del lugar. Pasamos de las sendas a un camino que subirá en zigzag hasta lo más alto del volcán. Siempre siguiendo los carteles indicadores, no me canso de repetirlo. Pero me percepciono que a los lados y costados del camino hay bombas, piedras y cenizas volcánicas entre los cortes y capas del camino y la espesura del bosque adyacente. Entre charlas animadas y el caminar incesante por el camino levemente inclinado, llegamos a la parte más alta del volcán. Desde los troncos de los árboles, vemos el perfecto cráter, verde, boscoso, y en el centro y fondo de su planicie, la curiosa iglesia de Santa Margarida.
Auque no subimos a la parte más alta del volcán, que queda justo en el lado contrario del cráter en la parte desde la cual bajamos al fondo y junto a una especie de casa albergue. A la derecha del camino, quedamos frente a su puerta, y a la derecha de la misma, hacia abajo junto a su muro, cogemos el camino que os lleva al fondo del volcán. En la bajada hacía el cráter, a la planicie sobre la que se alza la ermita, me doy cuenta de que la tierra es mucho más negra, son puras cenizas volcánicas que se agrupan en capas en los cortes del camino. Increíble.
Comienzan a caer las primeras gotas, a llover. Paramos delante de la iglesia de Santa Margarida a comer, descansar, charlar, reírnos y ponernos los chubasqueros, chaquetas y capelinas. Nos hacemos las fotos de grupo de rigor… pero falta Joan. Se adelanta el mal tiempo y se cierra la ventana sin lluvia. Hay muchos visitantes, turistas, senderistas, a pesar del día y… menos mal, ya que la cantidad normal de visitantes es muy superior… el lugar es encantador.
Salimos por el lado contrario y detrás de la iglesia de Santa Margarida; un edificio muy sencillo, austero y pequeño, con su puerta cerrada y muy pocas ventanitas. Subiendo de nuevo al “filo” de cráter nos encontramos a Joan bajo la espesura del bosque y resguardado de la lluvia. El camino está muy marcado con vallas y escalones de madera, muy hecho para los visitantes. Arriba del cráter cogemos un camino al otro lado, a nuestra derecha, haciendo un giro de 270º por este nuevo camino ancho hacía abajo.
Habíamos subido por la parte sur, sureste del volcán y ahora bajábamos por su lado norte hacía Can Caselles. Esta parte me vuelve a impresionar y a impactar dejándome boquiabierto: altísimas hayas muy servales, con sus hojas caídas marrones y las que faltan por caer amarillas, naranjas y verdes aún, como las de la Fageda d’en Jordà pero esta vez en la inclinada y suave ladera norte del Volcán de Santa Margarida; mezcladas entre una niebla, unas nubes espesas, blancas que daban un aspecto y una imagen encantadora, fantasmagórica, bucólica, espectral… increíble y muy hermosa. Hay más fotógrafos, más gente que bajan enfundados en sus capelinas para la suave lluvia. Hago fotos (no las suficientes para lo que el paisaje se merece) y disfruto de una selva amazónica, como la vista en el Sangay de Ecuador, enigmática y bella… me está encantando la actividad y aún queda otro volcán, El Croscat.
Abajo del estupendo y ancho camino, la niebla se queda arriba y mis compañeros han parado junto al tronco de un enorme castaño. Lo abrazan y se hacen fotos con tan grandioso individuo. Patricia me dice de hacerme algunas fotos junto a él, y mi perfil se inmortaliza con las siluetas de sus hojas, tronco y el muro que lo guarda. Justo junto al castaño doblamos hacía la izquierda saliendo de esta estupenda “selva”, hayedo, para bajar a la masía de Can Caselles. Más abajo llegamos, de nuevo, a la carretera que va de Olot a Santa Pau. Aquí hay otro punto de información. Seguimos un corto trozo de carretera hacía la izquierda y enseguida los letreros de Masnou y Santa Margarida en amarillo preceden a los carteles señalizadores del parque y rutas que te llevan al Volcán El Croscat y a Can Passavent.
El paisaje en estos lugares es original: es como si del llano, del terreno plano que hay entre los volcanes, lomas y montes, hubieran nacido, crecido montañas (volcanes) de suaves y muy boscosas laderas, cada una en un lado de la planicie, como en un laberinto de conos y semiconos… curioso; eso si, el verde y la frondosidad, fertilidad del lugar es la nota predominante en campos, prados, montañas… las cenizas y la situación climatológica lo han convertido en un verdadero lugar selvático. Pasado el restaurante de Santa Margarida, hemos doblado en dirección norte, otro grupo de casas a la derecha del camino, muy cerca de éstas últimas, tienen el nombre de Masnou. Desde aquí, frente a sus portones y fachada sale un camino a la izquierda de la pista que recorremos, el cual, nos damos cuenta se adentra en las laderas y bosques de otra montaña volcánica, de otra suave loma cónica… a nuestra izquierda siguiendo estas indicaciones, queda el próximo objetivo: el Volcán El Croscat. Que siempre lo hemos visto a la izquierda y noroeste desde que bajamos del Volcán de Santa Margarida.
El “otro David”, el de Barcelona, nos contaba los 2 tipos de zonas volcánicas o de orígenes volcánicos que hay (mejor dicho, en lugar de decir tipos de volcanes): aquellos que en un mismo terreno hay un único y enorme cono volcánico, con un único canal de salida del magma, como por ejemplo el Teide; y otros terrenos que, por su dureza o características, salen varios, múltiples y pequeños (en comparación) conos volcánicos, mini volcanes, y que cada uno, cada “volcanito”, tiene su pequeño canal de salida de magma, como Timanfaya o esta Zona Volcánica de La Garrotxa, donde una cuarentena de volcanes inundan este espacio.
De nuevo el bosque inunda las laderas de El Croscat. La lluvia sigue en su intento de mojarnos con su casi chirimiri y junto al camino, de la madera podrida, han salido cientos de setas venenosas de un mismo tipo, del grupo de las Amanitas. Decidimos subir a lo más alto del volcán, y un camino pisado a la izquierda, antes de un sencillo badén del camino principal, nos sube en zigzag hasta que se acaba en los precipicios de las paredes de la antigua cantera que abrió y destripó este volcán como si de un gorrino se tratara. Sorprendente. Desde aquí, una senda vertiginosa pero no demasiada larga, nos lleva hasta la cumbre del Volcán El Croscat a 787 mts. entre encinas y algún que otro castaño. Nos reunimos en su cumbre; antes hemos admirando la vista del nublado paisaje desde el improvisado mirador a la cortada cantera, inutilizada e hiriente, hacía el Pla de Maçandell y otras boscosas laderas suaves y cónicas que son parte del conjunto de estas decenas de volcanes.
Estamos unos minutos más en la cima de El Croscat. Hay unas ruinas de una construcción junta y casi pegada, al abismo de la cantera. Dicho corte llega hasta la misma cima y una valla de madera impide que te precipites barranco abajo. De repente, la cumbre que permanencia medio nublada y cubierta por estas nubes de mal tiempo, se despeja, admirando bajo nosotros, la real envergadura de tal destrozo, y enfrente el paisaje verde y gris del hermoso lugar.
Después de las fotos y risas, bajo la suave lluvia incesante decidimos bajar por donde subimos y dirigirnos a Can Passavent, otra oficina de turismo al pié de la imponente cantera de El Croscat. Joan y yo bajamos los primeros por la fácil y rápida bajada… ¡La mejor bajada de una montaña, es por un volcán! la arenilla de la ceniza del volcán hace que bajes corriendo sin resbalarte, rápido, con pisadas acolchadas y muy cómodo. Al volver al mirador del camino sobre un lado de la cantera, descubrimos que se ha despejado de nubes y vemos en todo su esplendor las gradas y formas del impresionante tajo de la cantera. Desandamos el camino zigzagueante ahora de bajada y desembocamos en el principal que salía de enfrente de Masnou. Lo seguimos hacía la izquierda y norte, por la parte baja de la ladera oeste, noroeste del volcán, hasta llegar a Can Passavent.
La lluvia sigue incesante, más fuerte, más flojilla, pero no molesta. En Can Passavent decidimos parar a comer resguardados en una especie de porche junto a la solitaria oficina del parque. Bajo este porche vemos imágenes y explicaciones del parque, de los volcanes, de su historia… Interesante. Risas, charlas y lo que nos queda por comer que no comimos en la puerta de la iglesia de Santa Margarida en el fondo del cráter del volcán del mismo nombre.
Decidimos visitar la base de la cantera del Volcán El Croscat; lo que llaman las Gradas del Croscat. El camino que sale de Can Passavent, entre las edificaciones y hacía el oeste, es la que nos lleva a dichas gradas. La tierra se vuelve rojiza, oscura, negra, y enseguida llegamos a los caminos y gradas de la cantera. La verdad es que impresiona: han convertido la cerrada e inutilizada cantera en una especie de parque temático, en un lugar de visita; no sé si con la intención de que admiremos el trabajo excavador y macabro de la propia cantera, de como sería el interior volcánico de la montaña con su curiosa tierra, arenilla rojiza-negra, o de cómo se intenta rehabilitar una zona degrada, destruida por una cantera en el parque. Da la impresión de que un gigante con una gigantesca hacha haya hecho, con una fuerza tremenda, un tajo inmenso en la montaña, y haya quedado clavada la gigantesca hacha invisible, con su filo, en el corazón del volcán. Es una visión casi espeluznante, casi faraónica e interesante desde el punto de vista humano y científico, pero macabro y dantesco desde el punto de vista ecológico, sensible.
Seguimos el camino que da una vuelta y parece que quiere volver, un poco más abajo, a Can Passavent. Pero en dicha curva y viendo que retrocederíamos terreno, decidimos salirnos del mismo y, monte a través, enlazarlo con el que se dirige a La Pomereda, hacía la izquierda y oeste. Ahora, casi detrás nuestro y a la izquierda, queda el Volcán El Croscat y su tremenda herida, su tremendo tajo, que le da un aspecto extraño, doliente, y a la vez impactante, sorprendente, como si formara parte de la naturaleza y formación del propio volcán y siempre hubiera estado ahí… ¡Que cosas!
En La Pomereda; una masía con portón moderno y opaco y una tapia que evita la curiosidad del visitante, dejamos de ir hacía el oeste y doblamos a la izquierda hacía el sur, justo frente a la entrada del privado lugar. No es de extrañar; ya que el 99% del parque natural está sobre terreno privado. A la vez vamos rodeando El Croscat ahora por su oeste, pero no lo llegamos a ver a causa de la espesa y alta vegetación y arboleda que rodea al camino.
El camino algo ancho y solitario evita las aglomeraciones encontradas en el Volcán Margarida y en la Fageda d’en Jordà. Pronto, mientras buscaba el inexistente lugar para hacerle una buena foto al cráter abierto de El Croscat desde su lado oeste, un cartel indicador nos hace girar hacía la derecha e internarnos en otro bello bosque en dirección a Can Serra, lugar donde iniciamos la marcha.
De nuevo mi emoción y sorpresa: estamos atravesando un hayedo compartido con un numeroso castañar. Nunca había pasado por un espeso bosque de castaños, o mejor dicho, ni si quiera había visto 5 castaños juntos en un bosque. Me encantan sus hojas anchas y amarillas y el suelo lleno de esas cápsulas como erizos de mar que guardan su fruto, la castaña. Alucino con el castañar mientras comenzamos a oír ruidos de coches al pasar; la carretera Olot-Santa Pau está cerca, por lo tanto nos acercamos ya al parking y oficina del parque de Can Serra.
Terminamos la increíble, emocionante, hermosa y excitante marcha por, algunos pocos, de los Volcanes de La Garrotxa. Quizás penséis que me he excedido con las calificaciones y elogios que le he dado a la actividad, pero por otro lado creo que me he quedado corto. Los lugares y rincones así lo merecen. Un refrigerio, café o cerveza en el bar más cercano con todos los del grupo; casi todos nuevos amigos de Cúspidis, y casi todos de la provincia de Girona. Repetiremos en otra buena actividad.
Si tenéis ocasión de pasar por el Prepirineo de Girona, no dejéis de pasearos y visitar los hayedos y “negros” caminos de los Volcanes de La Garrotxa; un lugar y experiencia irrepetible… casi mágica.