Cerca de la hermosa torre campanario de la iglesia de Santa Eulalia en Erill la Vall, magnífico y singular monumento al románico pirenaico, teníamos nuestro albergue. Fue el primer viaje (con autobús, de Semana Santa) que hice con el Centro Excursionista Almoradí después de una pausa de actividades montañeras; en la Semana Santa del dos mil uno. Al otro lado del nombrado Valle de Boí (Vall de Boí, conocido por su conocido y bien conservado románico) estaba San Clemente de Taül (Sant Climent de Taül), la joya del románico pirenaico.
Desde un principio la idea era acercarnos a una parte de los Pirineos desconocida para muchos de nosotros y a la vez famosa y nombrada en muchos ámbitos. Como siempre, nuestra meta montañera era subir los picos más altos del lugar, en este caso los Besiberris.
Después de pasar el cruce hacía Aigües Tortes, el bellísimo y desconocido, para gente del sur, Parque Nacional, el autobús nos dejó antes de la subida a la presa del Embalse de Cavallers, así pues fuimos andando hasta él. El día estaba nublado (“que raro”) y las más altas cimas aparecían invisibles bajo las penumbras de las nieblas y cúmulos. Íbamos un numeroso grupo de personas con la intención de hacer un campamento intermedio y después intentar subir algún Besiberri o al Comaloformo, pero el fuerte desnivel existente entre el embalse y las cimas en muy poca distancia, hacía que las pendientes se acentuaran en demasía para ir cargados como íbamos, y aparte la abundante y blanda nieve haría de dicha subida o aproximación una dura prueba. Es por ellos que decidimos tomar como base el Refugio Ventosa y Calvell. Un pequeño refugio, dentro de los guardados, a mitad de camino entre los Besiberris y el Punta Alta, pero de acceso más fácil y suave. Situado al noroeste del Parque Nacional de Aigües Tortes y Lago San Mauricio, es una encrucijada entre los numerosos lagos e ibones que lo rodean, sobre todo en su sureste y norte, ya en los términos del Valle de Arán (Val d’Aràn).
Subiendo a éste y acercándonos aparecieron unas agujas y crestas altivas, escarpadas y llamativas como cuchillo de cocina: son las Agujas de Travessani; formidable escuela alpina de escalada. Ya en el refugio, el guarda nos dice que está completamente lleno, por suerte y como siempre (y siempre debe de ser así) llevamos nuestras tiendas iglús de alta montaña. El guarda no nos dice que acampemos, ya que dentro del Parque Nacional está prohibida la acampada libre, pero sobre la nieve no le hacemos daño a nada. Nos aconseja ir cerca del refugio en el sitio más llano donde dice aterriza el helicóptero que les suministra la guarnición; alrededor de a unos cuarenta metros del mismo refugio.
El guarda del refugio es un tipo calvo y fornido que, junto con su pareja, de muy buen ver, y alguien más lo llevan como pueden. El trato por parte de él no es especialmente bueno pero se puede entender por el trabajo acumulado que lleva en estos días de fiesta por la masificación de montañeros en el mismo. Javier Berenguer dedujo, de broma, ¡claro está! que el nombre del refugio era ese por la calva del guarda y por el viento que soplaba por aquellas inmediaciones… creo que no les cayó muy en gracia.
Conociendo las predicciones meteorológicas y si no se equivocaban, los siguientes días iban a ser muy, muy buenos, magníficos; y así fue. La noche ya mostraba algunas estrellas del cielo despejado de nubes y al otro día, cuando al campamento aún no le daba el sol y se despertaba en las sombras, el macizo de los Besiberris nos ofrecía todo su esplendor, blancura y espectacularidad como una enorme muralla franqueada en sus extremos por dos puntiagudas formas: gigantescos triángulos rodeados de paredes y negras rocas verticales que contrastaban con la suavidad, ondulación y blancura de las pendientes y accesos a ellos. Al norte el Besiberri Norte de tres mil catorce metros era una gigantesca, puntiaguda y encrespada pirámide, al que también llaman el Cervino de los Pirineos, sobre todo si se mira desde su formidable y vertical cara norte (que desde allí no se veía); sin quitarle protagonismo al Balaïtous en Huesca, también llamado en ocasiones así. En el centro sur: el Comaloformo, punto culminante del macizo con más de tres mil treinta metros, no es tan inaccesible y espectacular como el Besiberri Norte pero también representa un hito altivo y llamativo, sobre todo por la oscura y sombreada pared noreste que casi se perfilaba desde el refugio.
Creo que ese verano anterior el “Rojo” y Víctor Berná subieron el Besiberri Norte por su vía fácil, de grado III, encordados. Por ello quizás el hecho de ir a aquella zona era para admirar en invierno lo que nuestros compañeros disfrutaron en verano.
Más cerca del refugio una serie de tres cumbres también sobresalían esplendorosas y elegantes de la orografía pirenaica: eran la Punta Harlé, Pa de Sucre (seguramente le pusieron este nombre por la semejanza con el que hay en Río de Janeiro) y Tumeneia dentro del macizo de la Sierra de Tumeneia. No por que no sobrepasaran los tres mil metros no dejaban de tener un encanto, personalidad y belleza propia. Abajo de nosotros una gran extensión de nieve sobre hielo, plana, se alargaba enorme como el gran lago que era: El Estany Negre yacía plácido, blanco y encajonado como un seiscientos en medio de un atasco rodeado de camiones frigoríficos de Transmanolet. Ni una nube, un día espléndido y un paisaje bellísimo y encantador como la mayoría en los Pirineos. Un día ideal para realizar una gran ascensión y sentir la cercanía del sol y del frío a la vez en tu cara.
Creo que somos lo únicos montañeros que no madrugamos, ya que salimos alrededor de las once de la mañana. Los Besiberris quedan lejos y aparte la abundante nieve, como ya habíamos visto en las fuertes y largas pendientes, nos sobre esforzaría y peligraría el éxito de la subida; ya que por otro lado, no tenemos raquetas. Con lo que emprenderíamos la subida al tres mil más solitario del Parque Nacional de Aigües Tortes y Lago San Mauricio, el Punta Alta, de unos tres mil catorce metros de altitud.
Somos un grupo numeroso, de los que solo algo más de la mitad subiríamos al pico: Esteban Parres, Pepe Díaz, Fernando Rovira, Fran de Albatera, Gonzalo, Paco “el seco”, Javi, Zaida, David, Sara, Miguel Ángel, Tomás… y algunos más. Para subir al Punta Alta debíamos seguir el pequeño valle en el que nos encontrábamos, saltando de lago en ibón como el estanque de La Bassa, hacía arriba. El día es muy, muy bueno, no aparecería ni una nube en ese día ni en el siguiente.
En dirección al Collado de Contraix y antes de llegar a él, debemos desviarnos entre abundante nieve, hoyas que escondían laguitos y paredes quebradizas, a la derecha, buscando las pendientes finales hacía el Punta Alta. Ya en las palas finales, el frío y el viento se acentuaban. A medida que subíamos el paisaje se agrandaba y al fondo, detrás nuestro, ya veíamos el que parecía la Pica d’Estats, la montaña más alta del Pirineo catalán. El grupo se ha dividido, los más fuertes van primero y los más flojos detrás; yo voy de los primeros de atrás.
Una empinada pala final de nieve muy blanda en ocasiones y dura, helada en otras, nos lleva a la pequeña, redondeada y suave cima de Punta Alta. Pepe Díaz, al ir de los primeros, cortó unos escalones en la dura nieve para facilitar el acceso al pico.
Ya en la cumbre las vistas son impresionantes, acompañadas con el buen día que hace, luminoso y de magnífica visibilidad. Increíble. A un lado los altos valles y respingonas montañas del Parque Nacional de Aigües Tortes y Lago San Mauricio con el Pic de Peguera y su esbelta figura como punto de referencia; y Els Encantats lejanos pero inconfundibles y formidables. Al otro lado las montañas nevadas entre el Valle de Arán y Andorra, con la Pica d’Estats y su corona de tres miles alrededor, en medio de todos. Y mirando hacía el oeste y confundidos, los macizos de los Besiberris y Maladeta en línea. Los perfiles del Comaloformo y Besiberri Sur se mezclaban con las paredes, barrancos, nieves y puntas del Aneto, Pico Maldito y Maladeta. Maravilloso. Creo que nunca había visto los Pirineos como los estaba viendo ahora.
El frío y fuerte viento hicieron que Gonzalo, Gabi López y yo nos hiciéramos las fotos de cumbre rápido y nos bajáramos lo antes posible.
El camino de vuelta, ahora más tranquilo, se hacía por el mismo sitio. Ahora teníamos en frente, según seguíamos valle abajo, toda la bonita y espectacular Sierra de Tumeneia. El valle cerrado muy nevado se abría en una amplia artesa en forma de U, con los lagos y charcas congelados sobre la nieve blanca. Más abajo ya se veía el bonito y puntiagudo Besiberri Norte con su espectacular cresta sur. Por la tarde las montañas iban cogiendo un color y una imagen increíble, hipnótica y helada. La Punta Harlé y el Pá de Sucre aparecían en medio del paisaje al que me dirigía como dos altos e independientes palos mayores de un gran galeón. La nevada y puntiaguda Punta Harlé y el escarpado y rocoso Pá de Sucre parecían dos gigantes que guardaban el bello y singular Valle de Boí, que era el valle en el que terminaba el que ahora mismo estaba recorriendo y caminando.
Terminando en el amplio y encajado Estany Negre este valle, nosotros no llegábamos a sus orillas para subir por la derecha y llegar al Refugio Ventosa y Calvell. Ya en nuestras tiendas, en nuestro particular “campo base”, el resto del día lo pasábamos tomando el sol en este espectacular día y preparándonos para pasar otra noche.
Javi, Zaida, David y Sara deciden desmontar sus tiendas y bajar o acampar más abajo, ya que han pasado frío la noche anterior. Éstos eran gente nueva, montañeros nuevos para mí en el grupo. Ellos ya habían salido a la montaña, Javi incluso conmigo y mi primo Miguel Ángel hace algunos años. Era gente nueva y sana, y serían el preludio de un gran cambio para el Centro… me daba buenas vibraciones.
Nosotros seguimos secando nuestras sudadas ropas y mojados pies bajo el sol de primavera bajo las encrespadas Agujas de Travessani. Atrás queda el valle del Barranc de Cohieto que nos hemos recorrido para subir al Punta Alta.
El atardecer me sorprende con sus tonos de colores. Es enternecedor y melancólico, como casi todos los atardeceres en alta montaña. Me quedo catatónico, ensimismado en un paisaje ahora más bello que nunca, que cambiaba, según la intensidad de la luz, a cada minuto. El sol se ponía detrás del Besiberri Norte y éste desaparecía por momentos al darle de lleno la gran luminosidad de sus últimos rayos.
La Sierra de Tumeneia parecía ahora que se dormía al ir desapareciendo poco a poco de mi vista. Al oscurecerse la Punta Harlé y el Pá de Sucre dejaban de intimidar con su grandeza y proporciones para convertirse en bellas Señoras que nos arropan y nos adormecen con sus canciones secretas de cuna olvidadas y perdidas en el viento. Este paisaje convertía al más torpe escritor en el poeta más perfecto y emocional. No hay palabras, solo silencio, frío y aquella casita bajo el Tumeneia, el Refugio Ventosa y Calvell. Fernando Rovira se da cuenta de mi embobamiento y de mi cara risueña mirando hacía la hermosa puesta de sol, y me dice que me hace una foto para inmortalizar aquel momento, aquel paisaje, aquella mágica experiencia.
Antes de irme a dormir y en las puertas del refugio me encuentro con un montañero que no para de mirarme. Al principio no me doy cuenta pero la insistencia visual me llama la atención hasta el punto de comerme la cabeza pensando el por qué de su continua observación. Antes de dirigirme a la tienda me percato que esta persona lleva la misma chaqueta Columbia Titanium negra y gris que yo. Fue la única persona que vi con mi mismo modelo, marca y color de chaqueta, y hasta la fecha no he visto ninguna igual. Ahora entiendo la desafiante vigilancia de este compañero desconocido.
Hablando de compañeros. Tengo un compañero de tienda un “poco loco”. Fran de Albatera que nos lleva locos, con el mejor sentido de la palabra, a todos. Se ha empeñado en dormir en el refugio y en hacerse amigo de la guarda del refugio y no parará hasta conseguirlo; por ello duermo yo solo en la amplia Altus Makalu, pero no me importa por que estoy súper ancho. Las idas y venidas de Fran me hace pensar que su plan le ha salido mal y termina durmiendo conmigo. Las sustancias psicotrópicas y píldoras clandestinas acaban con las pocas y alegres neuronas de mi amigo. Lo vi por primera vez en Urbión en el noventa y dos, y nueve años mas tarde lo vuelvo a ver en Boí; aunque lo recuerdo del viaje a Ordesa en otoño del noventa y seis. Pero no serían las únicas veces que lo vería por las montañas a Fran de Albatera.
La mañana del día siguiente es, si cabe, más radiante que la anterior; igual de buena y soleada. Hasta que el sol no calienta las tiendas no nos levantamos, y poco a poco y sin prisa vamos desmontando el campamento bajo la atenta mirada de los picos de Tumeneia.
Cogemos el mismo camino de vuelta despidiéndonos del Refugio Ventosa y Calvell, y andando en dirección al macizo de los Besiberris. Bajo éste, está la cercanía del Embalse de Cavallers. Atrás dejamos también las sombreadas y cortantes Agujas de Travessani, con sus elegantes figuras como torres puntiagudas que esconden una fabulosa fortaleza. Cerca del Embalse de Cavallers y directamente bajo el Comaloformo, con su puntiaguda cima, la nieve va desapareciendo y derritiéndose por el intenso sol en este soleado y caluroso día de alta montaña. Andamos por puentecillos que cruzan el río que baja del Estany Negre y del valle de Colieto, llamado Riuet del Negre. Ya desde la presa del embalse se nos abre el Valle de Boí con su perfil en U, suave, boscoso y plácido a la vez.
Dejamos atrás el alto valle de Boí, la magnífica cima del Punta Alta, sus valles, lagos y laguillos. La bella y no muy conocida Sierra de Tumeneia me sorprendió con sus diferentes y encrespados picos. La Punta Harlé, Pá de Sucre y el Tumeneia mismo se merecen más de una bonita foto y más de una sentada o parada por echarles un vistazo, o quedarse toda la tarde en su regazo recreándose con sus nanas al atardecer… Pero sobre todo los inalcanzables y respetuosos Besiberris, se quedaban allí como riéndose, aunque no burlonamente, ya que saben que volveríamos para conquistarlos algún día. Como una hermosa señora se mofa de su belleza ante sus feos y pobres pretendientes. Aunque no la pudiéramos alcanzar, seguía siendo bella, altiva y atractiva… “Hasta la vista Señora”.