Que locura les lleva a la gente a realizar proezas increíbles, imposibles o, sencillamente, impresionantes… las ganas de vivir y sentirse vivo. Se acercaba el Puente de La Pilarica, que conjuntamente con la festividad del 9 de octubre en la Comunidad Valenciana se nos ofrecía la posibilidad de realizar una actividad de 4 días. Manuel García, en septiembre, propone realizar una travesía por todos los tresmiles de Sierra Nevada, desde el Refugio Postero Alto hasta la localidad de Nigüelas, en esos cuatro días nos recorreríamos todos los rincones y picos más relevantes de la bella Sierra Nevada. Es la “integral de integrales”, como mi buen amigo Jesús Santana me comentaba. Es uno de los mayores retos esforzados, duros e impresionantes que se pueden hacer en la península ibérica. Es una aventura irrepetible.
Los días anteriores a la partida de la actividad, Manuel García propone organizarnos en parejas, por el tema de la comida, juegos de cocina y hornillos: Adrián “Bily” y Manuel García, Mario y Miguel Ángel Sala, y Tomás Martínez y yo; éramos los 6 aventureros dispuestos a culminar con éxito dicha actividad. Casi con obsesivo pero eficiente orden, nos reunimos varias veces para deliberar y ultimar las premisas del viaje. Al final decidimos dejar los coches en Jerez de Marquesado y en el Refugio Postero Alto (llevaremos 2 coches) y alquilar un taxi para que nos recoja en Nigüelas y nos lleve al mismo Jerez. Todo meticulosamente planeado y sincronizado.
“¿Pero donde vais? ¿Estáis locos?” nos dice la gente a la que Tomás conoce, cuando les contamos lo que vamos a realizar, en el supermercado mientras compramos nuestra comida para los 4 días. Nos sentimos audaces y orgullosos de lo que hacemos. Cuando más locos nos dicen que estamos, más contento estoy de ser lo que soy.
1º Día: Refugio Postero Alto-Las Calderetas.
De nuevo en el Refugio Postero Alto. No hay casi nadie. Solamente un grupo de madrileños que pretenden hacer la integral como nosotros, pero éstos sin grandes cargas y con sus campamentos ya preparados encargados a la empresa contratada “nevadensis”. Lo han mejorado. Han puesto calefacción con radiadores, tienen muy limpios los aseos y un ordenador en el mostrador nos dice que Pedro está modernizando el refugio.
Hemos dejado un coche frente al hotel de Jerez del Marquesado y el otro en el parking del refugio. Nos levantamos temprano. Hemos dormido bien y emprendemos, después de desayunar en el comedor del refugio, el comienzo de una gran actividad. Un viaje soberbio difícilmente de olvidar y de superar en estas latitudes… la Integral de Sierra Nevada. Pisamos terreno muy conocido: Circo del Alhorí, Picón de Jerez, Piedra de Los Ladrones… con lo que el comienzo, a pesar de esos 15, 17 e incluso 20 kilos de peso de mochila que llevamos, parece ser una subida más de tantas. Nuestro primer objetivo es subir por la Loma de Enmedio desde el Refugio Postero Alto (1.880 metros) hasta la Piedra de Los Ladrones (2.944 metros). En seguida los más fuertes y destacados del grupo, Miguel Ángel y Tomás, se adelantan dejando una gran distancia entre el resto. No hay descanso apenas hasta la misma Piedra de Los Ladrones. Un trago de agua, un huesito y para arriba. Detrás nuestro, el grupo de la empresa, los madrileños, nos siguen a una distancia prudente y a un ritmo normal.
Ya en la Piedra de Los Ladrones alcanzamos a nuestras máquinas de subir montañas, se han unido, o mejor dicho, han alcanzado a otro grupo de 3 montañeros que quieren subir a los tres miles más cercanos al Postero Alto. ¿Eran de Almería, de Granada…? ya no recuerdo de donde eran éstos después de toparnos con tanta gente en esta gran travesía. Juntos subimos hacia la cota de los tres mil metros, al collado entre el Puntal de Juntillas y Cerro Pelao (3.097 metros). Una vez aquí dejamos las mochilas para subir sin peso al primer de los 16 tres miles que íbamos a subir en tres días, el Cerro Pelao (3.182 metros). Desde aquí vemos los siguientes y siguientes… y siguientes objetivos… uufff ¡Están muy lejos! sin querer pensarlo deduzco que va a ser una actividad dura… bastante dura. Del Cerro Pelao volvemos al collado a por las mochilas y ya puestas subimos el cercano y casi inapreciable Puntal de Juntillas (3.140 metros). Éste pico hace una cruz entre las lomas que vienen del Picón de Jerez, del Cerro Pelao y del seguimiento de la sierra hacía los Cervatillos. Nos despedimos de los tres nuevos amigos, les aconsejamos por donde ir, hacía que montaña dirigirse ahora y por donde bajar. El grupo de madrileños nos pisa los talones. Ahora ya cumbreando nos dirigimos a Los Cervatillos; a partir de aquí ya será terreno nuevo para mí y me dirijo entusiasmado hacia la aventura de lo desconocido.
Dice Manuel que el Cervatillos no se sube, si no que se bordea, y aunque no es una cumbre muy apreciable, tenemos que darle una oportunidad de renombre a estas rocas, por la que la subimos e inmortalizamos con una foto (3.113 metros). El objetivo de este día es dormir en las Lagunas de Las Calderetas, después de bajar el Puntal de Vacares. Por una especie de efecto visual parecen cercanas las montañas, pero es un efecto óptico erróneo, como un espejismo, que solo la alta montaña sabe distorsionar. El cansancio no era grande, pero para ser el primer día entendimos lo que son las horas entre tres mil y tres mil en Sierra Nevada. Como íbamos a estar casi todo el tiempo por las cumbres de la sierra había que llevarse abundante agua, y gracias a los inmejorables días que tuvimos el sol nos hizo recordar lo importante que es hidratarse en estos sobreesfuerzos; por ello mis compañeros llevaban a mano varios litros de agua, yo llevaba 3 litros y alguno que otro hasta 4’5 litros.
Muy cercano y casi inhiesto a Los Cervatillos estaba el Puntal de Los Cuartos (3.152 metros) una bonita cumbre rocosa fácil de alcanzar desde Los Cervatillos. Hacía el norte una abundante bandada de buitres sobrevolaban Piedra Partida y una nueva ruta entre lomas y refugios se dibujaban en nuestras cabezas. Para llegar a lo que no en todos los mapas llaman La Atalaya hay que cruzar el Collado de Los Escarpes: un cresterío desgastado que hace desgastar tu cansado cuerpo y aumentar el peso de la mochila al esquivar, saltar o bordear las rocas escarpadas y mal puestas en la desgajada montaña. Siempre Miguel Ángel y Tomás a la cabeza, y el “binomio” del Aconcagua atrás, Mario y yo nos turnamos… una veces delante y otras detrás. Nos reunimos todos por fin en la cumbre de La Atalaya (3.139 metros) donde el hambre nos hizo parar a descansar y a llenar la panza de nueva energía: sándwich de jamón y queso, algún que otro huesito, frutos secos, huevos de codorniz cocidos por Tomás… todo un manjar a tres mil metros. Aunque antes una inyección de azúcar en vena: gominolas, azúcar pura y artificial que te reparan y endulzan la sangre casi peligrosamente. Rojas, verdes y amarillas… no… no son pastillas. Terminando de comer llegaba el grupo de los madrileños, de los que, con bastante ojo, le pedí a una linda y bella muchacha nos hiciera la foto de cumbre. La sonrisa inundaba los rostros de mis compañeros, no sé si por el entusiasmo de la actividad en sí o por la figura de la persona que les pedía que sonrieran ante la cámara.
Enfrente nuestro estaba el Pico del Cuervo. Había que bajar hasta el Collado de las Buitreras y subir por una empinada ladera al principio que se suavizaba hasta llegar a un enorme hito de cientos de piedras que indica la cumbre de dicho pico. No es una subida especialmente dificultosa pero, ya llevábamos mucho recorrido y mucho peso a la espalada, con lo que se quedó en una esforzada subida. Debíamos tomarnos las marchas con calma o el sobreesfuerzo nos destrozaría. Ya en su cumbre descansaban otros dos almerienses que estaban haciendo otra travesía por la sierra: desde Piedra Partida hasta Trevélez pasando por el Puntal de Vacares y 7 Lagunas; ellos fueron los que nos hicieron las fotos en dicha cumbre (3.145 metros.). Este pico tenía las mejores vistas de las caras norte de los picos principales que íbamos a subir: Alcazaba, Mulhacén, Veleta… era una imagen espectacular y soberbia. Profundos precipicios empezaban desde sus mismas cumbres y terminaban en las profundidades de los barrancos. Hermoso. Cerca del Pico del cuervo estaba el Mojón Alto, pero al final no nos acercamos a él, no le dimos la importancia que se merecía para culminarlo en nuestra travesía. El siguiente pico era el Puntal de Vacares y había que bajar una larga pendiente, escabrosa y desgajada en rocas escarpadas en ocasiones, hasta la Cuneta de Vacares, donde empezaba la entretenida subida a este inconfundible pico.
Los madrileños junto con la empresa han optado por no subir al Pico del Cuervo, y han cogido una senda que lo bordea por su sur después de haber llegado al terroso y ventoso Collado de Las Buitreras. Pero si querían llegar a las Lagunas de Las Calderetas debían subir el Puntal de Vacares, era la opción más fácil para bajar a su campamento instalado en una de las lagunas. Los alcanzamos en la Cuneta del Vacares, el collado por el que se puede bajar a la redondeada Laguna de Vacares que quedaba allá bajo. Todos emprendimos la subida del Puntal de Vacares, primero por su lado sur bordeando unos escarpes al principio, después pasando al lado norte rodeando un peñote casi como antecumbre del mismo, para subir al colladito entre este peñote y la misma cima, volcar al lado este sobre la Laguna de Vacares hasta otro rocoso collado, y desde aquí girar en dirección norte y hacía arriba hasta la misma rocosa cumbre. Por suerte casi todo está señalizado con sendas e hitos, menos la parte en la que hay que rodear el peñote y subir al colladito anteriormente indicado; aquí Mario, pensando que la gente seguía por la ladera norte en dirección al Puntal de Las Calderetas sin pasar a la ladera este, siguió sin subir al colladito. Por suerte me dí cuenta a tiempo y junto con Manuel y Adrián le avisamos y recogimos para subir por la ruta habitual descrita. A Adrián le iba doliendo una de sus rodillas y la subida la iba haciendo algo más lenta, pero siempre Manuel, “su binomio”, le acompañaba. Por suerte era el último pico del día, el séptimo.
Llegamos a la cumbre del famoso Puntal de Vacares (3.143 metros), un nuevo pico para mi. Arriba nos reunimos con los madrileños y el guía de la empresa que ya pensaban en bajar y recogerse en el campamento montado en la laguna más alta de Las Calderetas. Más de uno pensó en acompañar en la noche a los madrileños, no por dormir bajo techado de lona, si no por compartir la noche con las féminas que marchaban. La bajada se hizo muy despacio acompañando a Adrián en el tumulto de rocas desordenadas, peligrosas y desmesuradas en la pendiente suroeste del Puntal de Vacares. El dolor en su rodilla le hacia llevar mucha precaución a la hora de poner el pie de una forma u otra en aquel laberinto de piedras.
Sobre las 19’30 llegamos a las orillas de una de las Lagunas de Las Calderetas, de donde recogeríamos el agua y pasaríamos la noche. Había sido 11 horas de marcha y 7 picos de más de tres mil metros. Como si tuviera un “jet lag” me quedo aturdido sin saber que hacer al darme el bajón de la terminación de la actividad del día, y en un descuido un zorro descarado y muy avispado me roba una bolsa de comida que había sacado de la mochila mientras me lavaba, secaba, cambiaba de ropa y preparaba la cena. “Mira, un zorro” observa Mario, y en un momento muerde la bolsa de mi comida e intenta llevársela a donde no podamos pillarle. Por suerte Tomás y yo reaccionamos a tiempo y el zorro soltó la bolsa esparciendo parte de la comida y solo llevándose otra bolsita en la que tenía los cafés en polvo y el azúcar para los desayunos. Manuel cogió un tirachinas de plástico que tenía preparado para yo que sé y empezó a apuntar a los focos de luz que alumbrábamos en las laderas cercanas en busca de esos ojos brillantes del zorro. Desde entonces ya no apartaría la vista ni mi presencia de mi mochila. La noche cayó enseguida. Después de cenar una estupenda pasta preparada por mi “binomio” Tomás, el cual se indignó por mi torpeza de dejar la comida fuera de la mochila y ser robada por el zorro, ya que la comida era para los dos, se preparó un té para amenizar el ambiente y relajarnos después del esfuerzo realizado.
Ya acostados al raso bajo ese manto de millones de estrellas en una noche clara, bella y espectacular, el zorro hizo acto de presencia en varias ocasiones. Tuvimos que ideárnosla atando las mochilas unas con otras, poniéndoles la funda de la mochila, metiendo las botas dentro de las mismas en el lugar del saco, poniéndole o rodeándolas con pesadas piedras… todo esto para que el zorro no se llevará ni destrozara nada nuestro. Aún así fui despertado en medio de esos sueños dulces y placenteros por el ruido del arrastrón de mi mochila que se la llevaba el zorro en 3 ocasiones, a pesar de tener la mochila pegada a mi y de haberla atado a mi improvisada almohada con la funda del saco y el plumas. Tanto a mí como a mis compañeros el zorro intentó llevarse su botín sin conseguirlo. Arriba, en la laguna más alta, el guía de los madrileños lanzaba petardos asustadizos al zorro como si se tratase de la “nit del albá” en Elche. Estruendosos estallidos que resonaban por las paredes del Alcazaba y sus Tajos del Goterón.
Al final, durmiendo por partes bajo una luna menguante muy brillante y trasnochadora en un cielo plagado de estrellas infinitas y hermosas, y con la visión de alguna fugaz perdida en la oscuridad del Universo… llegó un nuevo día ganándole ésta batalla al zorro astuto.