Peñagolosa es la montaña más alta de Castellón, y hasta no hace mucho se creía la más alta de Valencia. Como se puede pensar en su curioso topónimo, no tiene nada que ver con ser golosa, tampoco con colosal ni con golas (cuevas), palabras que han propuesto Cavanilles y otros geógrafos históricos. El verdadero origen viene de una palabra latina, la cual no recuerdo ahora, que la designa como la montaña del bosque sagrado.
En las cercanías, el muy venerado, visitado y “lugar sagrado” Sant Joan del Penyagolosa, puede atestiguar con su ancestral existencia (supongo que desde antes del Cristianismo) del misticismo y lugar de culto que son las cercanías, bosques y escarpes del Peñagolosa.
Reencuentro de viejos amigos, montañeros y compañeros de aventuras y grandes montañas; miembros del Centro Excursionista Almoradí. Con la excusa de una celebración que pocas o ningunas veces se repite a lo largo de nuestra vida, quedamos el pasado fin de semana del 28 al 30 de octubre en la hospedería de Sant Joan de Penyagolosa. Sinceramente me sorprendió el lugar, lleno de un misticismo y grandiosidad con sus construcciones de origen medieval, reformadas y ampliadas a lo largo de los años, que la convierten en un fabuloso punto de encuentro de curiosos, fervientes penitentes, romeros, montañeros, beatos, turistas, bohemios, místicos… Una prueba de su fama de lugar “de poder” y veneración es la pequeña salita que contiene la iglesia, que por cierto de una admirable y sorprendente construcción y decoración interior difícil de imaginar en un lugar tan apartado; en la que cuelgan cientos de objetos desde fotos hasta partes de muñecos, símbolos de agradecimientos, peticiones, ruegos, rezos… ¡Sobrecogedor!
La actividad a realizar es, como no, subir al emblemático Peñagolosa desde el mismo eremitorio, hospedería de Sant Joan del Penyagolosa; y una vez en su cumbre pensar en seguir el recorrido planeado por Quique y Pablo por los bosques y faldas del mismo, si la probable lluvia y mal tiempo nos deja. Salimos de Sant Joan del Penyagolosa cogiendo el P.R.-79 que desde este lugar se dirige a una población más al sur y abajo del Peñagolosa. Y saliendo desde la parte más alta, en medio de los hermosos bosques, de los edificios y a la derecha de la vetusta cruz de piedra, cogemos hacía el sur y de momento en llano, el camino hacía el Collado de El Corralito, bajo la ladera norte del Peñagolosa, por la Lloma del Conill y parte del verde Barranc del Forn. Todo el recorrido por camino o senda está muy bien marcado, entre las piedras, pinos y vegetación, de esas marcas blancas y amarillas del P.R.; además, de vez en cuando nos salen al encuentro algunos cartelitos con indicaciones de lugares y direcciones. Ninguna pérdida.
El recorrido ahora es entretenido gracias a la vegetación mediterránea de montaña, con esas pinadas de árboles sanos y altivos, ese terreno verde y herbal, y, de vez en cuando, curiosidades vegetales, hermosos Quercus que cambian sus hojas de color con el otoño que nuestro amigo y anfitrión de la celebración, Jesús Santana, nos explica animado. El tiempo por el momento nos está respetando, pero cruzamos el terreno en medio de una, cada vez más espesa niebla, nubes que cubren este místico paisaje otoñal, húmedo y melancólico, bucólico y a la vez misterioso y estremecedor.
Después de cruzar por el fondo del simpático Barranc del Forn, llegamos a una explanada que cruza una pista. Es el Collado de El Corralito. Casi en frente, una inequívoca señal de subida y camino hacía la cumbre del Peñagolosa. Nos hacemos fotos, reímos y comentamos que el Sr. Maldonado se ha equivocado con las predicciones… todavía no llueve a pesar de lo oscuro y nublado, con niebla alrededor nuestro, que hay. El camino es casi directo. Ahora se salva mucho más desnivel. Jesús y yo nos ponemos en cabeza de la comitiva como queriendo rememorar aquellos tiempos en que nos recorríamos grandes, medianas, todas las montañas, pero a la vez dejamos que nos embriague la energía y la intimidad que percibimos al subir una montaña. Pasamos junto a una especie de refugio-vivaque en la que otros visitantes han parado antes del ataque final a la cumbre; nosotros pasamos de largo sin parar.
Ahora el viento se acentúa al coger altitud, al igual que el frío y los espacios abiertos limitados por la espesa niebla, nubes que atrapan y secuestran la montaña. El zigzag de la senda y la rocosa loma desprovista de vegetación, nos indica que estamos muy cerca de la cumbre. Así pues, al poco tiempo vemos una antena, un pilón y un refugio que se descubren entre las fuertes ráfagas de viento de levante que traen y se llevan esas húmedas y opacas nubes. Hemos llegado a la cumbre del Peñagolosa, ha 1.814 mts. de altitud. Jesús y yo subimos al pilón para tocar el eje geodésico que indica le punto más alto, y el cielo cubierto se abre mostrándonos un fugaz mar de nubes, un paisaje colosal o casi sagrado, como la misma montaña. Poco a poco van llegando los demás. Y después los otros visitantes con los que nos cruzamos. Almorzamos, nos hacemos fotos, nos abrigamos y al rato decidimos bajar por el mismo, y parece que único, camino que hay.
En poco tiempo llegamos a El Corralito de nuevo, y desde aquí los organizadores, que han estudiado la ruta en un ejemplar de Grandes Espacios, deciden coger otra senda marcada a la derecha de la pista, según bajas a ella, y más cercana o en frente de aquella que nos trajo de Sant Joan del Penyagolosa. Son las marcas blancas y amarillas del P.R.-79 que de nuevo seguimos. Como el tiempo no empeora, pero tampoco mejora, los chicos han decidido seguir con el recorrido establecido, dar toda la vuelta al macizo del Peñagolosa por su sur y bajo sus paredes. De nuevo nos internamos en el hermoso y tupido bosque en dirección a la Font Trobada, y más allá hacía el Mas de Llach o de Los Collados. Las nubes ahora se queda mas arriba, ya que comenzamos a bajar altura por la ladera este del Peñagolosa, y cubren el bosque por arriba dejando el paisaje por debajo libre de ellas, espléndido, majestuoso, da un aspecto bello, casi alpino, solitario, extenso, gris y oscuro.
Parece que Maldonado va acertando y comienzan a caer las primeras gotitas de lluvia fina pero persistente. Pasamos junto a la Font Trobada donde unos renacuajos nos llaman la atención en las limpias aguas de su abrevadero. Seguimos la senda y bajando hasta casi llegar a la pista que, en un principio va paralela a ella por arriba, pero que al final desemboca en ella. El P.R. sigue la pista y la ataja en algunas de sus curvas; hasta que llega a la Costera del Baró donde parece nos alejamos del Peñagolosa y sus bosques y nos acercamos a una masía y planicies, tierras de labranza, más abajo. Antes, la pista hace un zigzag tremendo con numerosas curvas en esta bajada tan tremenda, pero la senda sigue un pasillo rocoso y directo evitando la mareante pista. Da la impresión de que nos estamos alejando mucho de la montaña, pero hay que bajar a los collados y planicies de abajo. A la izquierda de la pista y sobre un montículo siguen las marcas del P.R. que bajan a dicho lugar. Ahora comienza a caer un fuerte aguacero. Me calo hasta los huesos en las piernas. Mi chaqueta North Face evita que el resto del cuerpo se moje; y por suerte el tejido de “cordura” de mi Trango seca enseguida si para de llover, gracias al único calor proporcionado por mi cuerpo.
Llegamos a dichas planicies, donde sigue la pista a la izquierda, y el P.R.-78 sigue alejándose más del Peñagolosa. Dudamos. Al final comprendemos que el camino o senda a seguir pasa por una senda, casi escondida, antes de llegar a la pista que baja al Mas de Llach, y justo mirando a la estaca metálica de información del Parque Natural del Peñagolosa que pasaba junto al P.R.-78. Debemos ir en dirección a la Cueva del Sastre y al Cantal de Miquelet. Cambiamos totalmente de dirección: de sur, sureste que llevábamos a oeste, casi suroeste.
La senda está bien marcada y señalizada, ahora vamos viendo las marcas blancas y amarillas que no vimos en su comienzo. Atrás y algo más bajo dejamos las construcciones del Mas de LLach sin llegar a pasar junto a ellas; y en seguida pasamos junto a unas paredes de roca, bajo las cuales se aprecian unos muretes de piedra suelta, es la Cueva del Sastre. El tiempo vuelve a respetarnos. Sigue muy cubierto y con las nubes más arriba pero ya no llueve como en la bajada anterior, ahora es un chirimiri de vez en cuando, de todas formas ninguno nos quitamos las chaquetas ni los cubre mochilas.
Ahora estamos pasando justamente por la parte más al sur del Peñagolosa. Deberíamos estar viendo sus impresionantes paredes sur mientras nos acercamos al collado del Cantal del Miquelet. Pero a partir de cierta altura todos son nubes grises y espesas. Al frente otra picuda montaña nos sorprende, ya que las nubes nos la dejan entrever observándole sus perfiles agrestes y atractivos: Es La Golosilla y seguido la Moleta de La Clocha; seguimiento hacía el sur del Peñagolosa.
Pasado el Cantal del Miquelet decidimos parar a beber agua, y de nuevo nos vamos internando en las nubes, en la espesa niebla, ya que volvemos a coger altura. La dirección cambia a norte, noroeste. Esta niebla me da escalofríos por que me recuerda a la peli “La niebla” de Stephen King que causó en mí una impresión. Casi hasta el pavor de las escenas que se reproducen en mi mente cuando atravieso esta densa niebla. Al poco tiempo llegamos a un cruce con un camino, y seguido la seca Fuente del Paso. Pasos más adelante paramos para ver que deciden los guías-organizadores, y deciden seguir por un escondido sendero que sale, señalado por un hito, a la derecha de una cerrada curva del camino, para así evitar curvas y un largo trayecto del camino que debemos seguir para llegar a La Cambreta. Esta senda se vuelve a internar en una hermosa pinada y se empina haciendo estragos en las fuerzas de algunos compañeros no muy acostumbrados a estos esfuerzos. Ahora vamos en dirección norte, noreste.
Volvemos a salir al camino que ahora ya se parece, y es, la pista que pasa por El Corralito. Hemos acortado camino. A la derecha, casi inapreciable sale una senda que nos lleva a un nevero, pozo de nieve, quedando a pocos metros. Jesús dice de ir a verlo; pero como no queda de camino en el recorrido ninguno se anima a acompañarlo y desiste en su aventura. La realidad es que la idea era llegar a la masía de La Cambreta y bajar de allí, pasando por la Font de La Cambreta, directamente a Sant Joan de Penyagolosa. Le habíamos dado toda la vuelta al pico: ahora estábamos en su norte, noroeste. Pero la insuficiente y con pocas indicaciones fotocopia de un mapa con el recorrido, y mi mala y borrosa fotografía del mapa colgado en el restaurante del Eremitorio, junto con unos ladridos provenientes de la niebla y que venían de dicha masía, hicieron que desistiéramos en buscar y bajar por dicho lugar, y lo que hicimos es seguir la pista hasta llegar de nuevo a El Corralito.
El paisaje se vuelve oscuro, como antes, por la densa niebla, por esas nubes que, al coger de nuevo altura, inundan los árboles, prados, bosques, nos dejan caer de vez en cuando un chirimiri inapreciable unas veces y molesto otras. Jesús me dice que aquello le recuerda la ascensión que hicimos al Cerro de Los Parados en l’Aixortà en mayo del 2.004… ¡Hay, mis montañas alicantinas! Antes de llegar a El Corralito y pasado la figura, entre la gris y pavorosa niebla, de las construcciones de La Cambreta, paramos a comer a la orilla de la pista bajo los recios pinos del Peñagolosa.
Enseguida llegamos a El Corralito; esta vez desde el suroeste. Volvemos al cruce, a la subida al Peñagolosa y al recorrido del P.R.-79. Ahora desandaremos lo recorrido siguiendo dicho P.R. hacía Sant Joan del Penyagolosa, a la izquierda de la pista. De nuevo por el Barranc del Forn y la Lloma del Conill, bajo el chirimiri de las lluvias de otoño y las grises nubes que lo cubren todo, llegamos a la hospedería y eremitorio de Sant Joan de Penyagolosa después de unas 7 horas de actividad.
Me ha sorprendido mucho el lugar. Aunque no pudimos apreciar realmente las dimensiones, paisajes y relieves de la montaña por culpa del mal tiempo, la aventura de caminar y recorrer estos lugares hermosos, sagrados me ha sobrecogido y entusiasmado. Es una montaña y lugar dignos de visitar y admirar.