Despertamos en La Jonquera con la cámara de video de Fernando en la cara. Nos está filmando mientras despertamos. Desde luego la visión tiene que ser espantosa. Hemos pasado calor esta noche, al menos yo, y no he dormido muy bien.
Desayunamos en una especie de restaurante en un primer piso con una terraza desde la que se ve el impresionante aparcamiento de los camiones. Al poco rato montamos en la furgoneta para partir enseguida. Esta vez conducirá Fernando, que a veces conduce como si llevara la pala excavadora y hace unos virajes bruscos de los que todos nos damos cuenta. Supongo que cada uno de nosotros tiene su forma de conducir y en un viaje tan largo todos nos damos cuenta de las maneras de cada uno. Seguimos por las amplias autopistas francesas parando pocas veces para no perder mucho tiempo. A Fernando le da por filmar a las cajeras de los peajes. La verdad es que en la película sale muy gracioso. Hasta ahora no había estado en Francia, salvo cuando recorrimos el Vallée d’Ossou para llegar al Vignemale en los Pirineos, y esa parte del macizo. Compramos un mapa de carreteras que custodié yo para que nos guíe en el camino hacía CHamonix. Tomás y Miguel Ángel me hicieron un mapa de los pueblos y ciudades por los que teníamos que pasar: Perpiñán, Narbone, Nimes, Orange, Valence, Grenoble, Annecy y CHamonix. A pesar de lo bien indicado, en las proximidades de Grenoble (antes de llegar) cogemos un camino equivocado (he de reconocer que fue por mi culpa). Esta equivocación nos costaría media hora de retraso sobre el horario previsto.
Acercándonos a Annecy la cordillera alpina empieza a elevarse cada vez más con paredes, bosques en sus laderas y montañas relativamente medias en su altura. Pero al acercarnos a nuestro destino descubrimos con asombro frente a nosotros el espectacular macizo del Mont Blanc, con sus nieves perpetuas, sus grandes glaciares (hasta ahora los únicos glaciares que había visto eran los pirenaicos que no tienen nada que ver con los alpinos) y el muy alto cono de nieve cubierto en su cima. El día es magnífico, no hay ni una nube, solamente la cima e inmediaciones de la cumbre del Mont Blanc están cubiertos por una única nube. Nos quedamos con la boca abierta, la excitación se impone en todos nosotros. En el c.d. del coche ponemos la marcha de las Valkirias de Wagner que engrandece aún más el momento. En mi vida había visto una montaña tan grande, alta y espectacular con mis propios ojos. El momento es sublime, una alegría, regocijo y placer mezclados recorren nuestras venas. Observamos sus crestas y aristas de nieve, la Aiguille du Goûter, la Aiguille de Bionnassay y nos sobrecogemos, incluso hasta me asusto. Nunca había hecho una ascensión por lugares y parajes como esos. El asombro es generalizado. Fernando coge su videocámara y filma el encuentro por primera vez con el Mont Blanc desde la autopista en la furgoneta. Es emocionante y entusiasta. Vemos la montaña en la realidad y pienso “¿podremos llegar a su cumbre?” Sé perfectamente que no puedo dudar de mí ni de nosotros hasta que no estemos metidos de lleno. Las esperanzas de éxito se empequeñecen ante la magnitud de lo que estamos viendo, pero nunca diremos que no a nada antes de intentarlo. La experiencia me dice que la tranquilidad, el sosiego y la “cabeza” serán clave para el éxito en esta gran montaña.
Cruzamos Les Houches ya en el Valle de CHamonix y nos acordamos que es el pueblo desde el que empezaríamos la subida hacía la Aiguille du Goûter, y sobre ella la famosa Aiguille du Goûter (no muy bonita desde aquí, más bien fea, pensaba yo) y su vertiginosa subida. Alrededor algo que nunca habíamos visto y que nos sorprendió enormemente, los glaciares de Taconnaz y de Bossons bajaban del macizo casi hasta el mismo valle; estaban “al alcance de la mano” casi. Nos pareció estar en otro mundo, en otra latitud, en montañas en las que nunca habíamos estado o visto, por que de verlo en fotos o televisión a verlo en la realidad hay un gran salto, una gran diferencia. Seguíamos asombrados, no podíamos compararlo con Pirineos, no nos creíamos lo que veíamos a pesar de estar advertidos por lo que nos había contado Tomás. Era un paisaje espectacular.
Llegamos a CHamonix. Percibimos que es un pueblo muy turístico sin salir de la furgoneta. Llegamos al camping que está situado en el lugar exacto en el que nos dijo Tomás; no había pérdida. Llegamos sobre las dos y media del mediodía; yo calculé sobre las dos, pero llevábamos media hora de retraso por la equivocación en la autopista, o sea, que mi horario fue infalible, contando el tiempo que me dijeron nuestros antecesores que se tardaba.
El valle es hermoso y ancho, con aspecto de valle glaciar; aunque percibimos que está demasiado humanizado: teleféricos, caminos por todas partes, trenes cremallera, chalets y casas ocupan todo el fondo del valle y algunas de sus laderas… pero aún así es bello y está cuidado. Los bosques de abetos abundan y son bonitos. Nunca había visto bosques de estos árboles tan grandes y esbeltos. Hasta Quique se quedó asombrado y le hizo algunas fotos a las formas de los abetos; el resultado de las fotos no era muy coherente.
El camping está en un lugar ideal, en medio del bosque de abetos en las faldas del macizo. Montamos las dos tiendas y bajamos y ordenamos la carga. Bajamos una nevera donde habíamos puesto una sabrosa carne, pero no le pusimos hielo y huele muy mal, a la vez tiene un color verdoso-amarillento. Con pena y resignación tenemos que tirar la carne. Pienso que es el primer fallo y espero que sea el último en el viaje.
Después de instalados y montado el “campamento base”, decidimos ir a CHamonix que queda muy cerca (ya que estamos a las afueras, al otro lado de la carretera de entrada a CHamonix). Vemos el gran teleférico que sube a la Aiguille du Midi y nos parece un artilugio vertiginoso. Visitamos el pueblo. Debemos alquilar un casco para Fernando ya que hemos traído tres (dos del Centro y otro que trae Quique de otra asociación). A partir de entonces (aunque no en esta ocasión) el portavoz del grupo para entendernos con los franceses sería yo. Aunque hago una mezcla de francés e inglés, ya que “chapurreo” algo de inglés y solo me sé varias palabras en francés que aprendí en un viaje a Bélgica. A pesar de que Quique en su trabajo debe hablar en inglés y entenderse con extranjeros, en este viaje interviene muy pocas veces o ninguna. Digamos que mis compañeros me ven como el “jefe de la expedición” y responsable de contactos, formalidades y protocolos. Aunque las decisiones sean democráticas entre los cuatro, la mía se tomará más en cuenta (tampoco quiere decir que se vaya a hacer lo que yo diga). El pueblecito está lleno de turistas, cientos de tiendas que venden cosas relacionadas con el Mont Blanc, los Alpes y quienes los habitan. Recorremos plazas, tiendas, calles, supermercados… El tiempo es bueno, con algunas nubes; las Agujas de CHamonix se abren impresionantes sobre el valle y sus pueblos. Son torreones de cientos de metros que cortan el cielo con sus puntiagudos picos jalonados de aristas, crestas, espolones aéreos y vertiginosos. Es un espectáculo para un montañero, impresionante. Estamos en la cuna del alpinismo. El macizo del Mont Blanc.
Entramos en la Casa de la Montaña. Queremos informarnos del tiempo que va a hacer estos días. Recoger más información de por donde debemos subir, que teleférico, que tren cremallera, que senda debemos tomar, desde que pueblo… Aunque todo eso ya lo sabíamos y teníamos una idea, queríamos cerciorarnos. Nos decían que las predicciones meteorológicas eran muy exactas, y es así, sobre todo para dos-tres días vista. En la Casa de la Montaña había información de todo tipo, aparte de la meteorológica, estado de la nieve, que hacer en caso de emergencia, temperaturas a todas las alturas… muy completo. Había una pequeña maqueta-croquis del macizo del Mont Blanc con los teleféricos que lo rodeaban y todo muy bien detallado, refugios, sendas, glaciares, neveros… Fernando filmó parte de esta maqueta por la zona en la que íbamos a subir. Entonces ya teníamos claro (creo que antes de salir de Alicante) que la subida la haríamos por la Aiguille du Goûter.
Ya de vuelta en el camping, nuestro “campamento base” hablamos de cómo íbamos a hacer las etapas y cuando. Hoy era sábado y hacía relativo buen tiempo. Mañana domingo empeoraría, llovería, haría mal tiempo. El lunes empezaría a mejorar pero no del todo, aunque no iba a llover, sí habría nubes. El martes haría un tiempo soleado, muy bueno, sin una nube, sería el idóneo para hacer cumbre. El miércoles empezaría a empeorar otra vez sobre todo por la tarde, pero sin lluvia. Esto era lo que teníamos para los primeros días de esta semana. Una vez que sabíamos esto decidimos lo siguiente: Entendiendo que el día ideal para hacer cumbre era el martes y queríamos repartir la subida en tres etapas para subir poco a poco y poder aclimatarnos a la altura, además de que iremos cargados como burros con las tiendas, material, comida… para no cansarnos demasiado en el ataque final. El domingo, aún con mal tiempo cogeremos el teleférico de Les Houches, el tren cremallera a Le Nid d’Aigle y empezaríamos a andar hasta el Refugio Tête-Rousse donde haremos noche. La segunda etapa sería el lunes con mejor tiempo para coger la cresta de la Aiguille du Goûter hasta su cima y su refugio, haríamos noche en la plataforma de arriba del mismo. Al día siguiente, martes, intentona al Mont Blanc desde la Aiguille du Goûter, con buen tiempo y fuerzas. Todo parecía estar planeado y preparado a la perfección, pero la realidad y la montaña nos hará ver que la vida es un conjunto de planes, unos detrás de otros, que no llegan a salir como se esperaba en un principio.
Cenamos en nuestros cómodos asientos y en la mesa junto a las tiendas. Charlamos, jugamos al dominó (que acertadamente se ha traído Fernando) y nos filmamos relajados y alegres. Parece que la suerte está de nuestra parte y no tardaremos ni media semana de estancia en subir el alto Mont Blanc. Junto a nuestras tiendas hay otra tienda de una parejita francesa que no paran de reírse cuando entran los dos en la tienda. ¡Haá…! ¡Que bonita es la naturaleza y poder gozar de ella…! Descubro horrorizado y sorprendido que el gel que llevaba para ducharme y lavarme se ha desparramado por mi pequeña mochila de ataque y ha empapado la toallita que traía; los tengo que dejar al sol para que se sequen con agradable perfume a limpio. Espero que mañana tengamos suerte y podamos hacer lo que preveemos sin que nada se desparrame.