Despertamos. Es domingo y salimos de la tienda. El cielo está enteramente encapotado, muy negro y tapado. Al cabo de un tiempo empieza a chispear y luego a llover. Las predicciones tenían razón. Hoy nada más levantarnos el mal tiempo inunda todo el macizo y el valle. Estamos dentro de la tienda y no para de llover; es más, cada vez cae con más fuerza y empieza a tronar. No mejorará el tiempo en toda la mañana.
¿Qué hacer? Según el plan establecido ayer, deberíamos desmontar el campamento y dirigirnos al Refugio Tête-Rousse. Pero ¡¿Lloviendo con todo el equipo?! Nos mojaríamos enteros, mojaríamos las tiendas y todo el equipo a pesar de los cubre-mochilas. Además no sabemos el camino, no lo hemos hecho nunca y con mal tiempo podríamos perdernos… No sé. Quique, Jesús y Fernando quieren seguir con el plan y subir a la montaña. Yo no estoy seguro. Hablamos del tema, no llegamos discutir pero hay que tomar una decisión. Según lo que yo pensaba, que se lo hice saber, para mi era más importante no arriesgarse y tomar todas las precauciones para poder subir y llegar en buen estado, no solo físico, sino anímico. si no podíamos subir hoy y subíamos mañana, y luego subíamos el Mont Blanc el miércoles en vez de el martes; no pasará nada, tenemos semana y media para intentarlo, y si luego no podemos bajar de la Aiguille du Goûter por que de nuevo hace mal tiempo, nos quedaremos y esperaremos a que haga bueno para bajar. Estamos preparados y llevamos material y comida suficiente para pasar unos días arriba de la aguja.
Poco a poco los convenzo y durante la mañana no saldremos hacía la montaña. En vez de eso decidimos recorrernos el valle, visitar lugares de CHamonix. Antes que nada decidimos acercarnos a Les Houches para confirmar el lugar donde se encuentra el teleférico que nos subiría a Bellevue para coger el tren cremallera hacía Nid d’Aigle. Lo encontramos, ya sabemos donde dejar la furgoneta y desde donde subir. Volvemos a CHamonix. Antes encontramos un supermercado que Tomás y Miguel Ángel ya nos habían indicado para comprar, ya que era de precios relativamente bajos como los de España. Pero nosotros nos abastecemos en una pequeña tienda que hay junto a una gasolinera en las afueras de CHamonix, donde también echamos gasoil a la furgoneta. Los precios son algo más caros que en España, pero no demasiados. Hay frutas, hortalizas, conservas, vino… y cerveza del Mont Blanc. Nos sorprendemos. Según la etiqueta pone que se hace con las aguas que caen de los glaciares del Mont Blanc. Así pues, ante la curiosidad, decidimos comprar un pack para probarla y llevarnos a España. Yo aún conservo la botellita de cerveza. Como siempre el portavoz ante la cajera y en la gasolinera, era yo. Desde luego cualquiera de los tres podría hacer lo mismo. No era tan difícil. Tan solo echarle algo más de cara y saber algo de francés e inglés. De todas formas me halaga y enorgullece que mis compañeros confíen en mí a la hora de hablar con los franceses o suizos, y llevar a cabo nuestros planes satisfactoriamente.
En CHamonix, y viendo que no íbamos a empezar la subida, decidimos aprovechar el día visitando lugares y el pueblo. Vemos como sube y baja el telecabina que sube a la Aiguille du Midi; pero el tiempo arriba es malo, el teleférico se pierde entre las nubes. ¿Para qué subir?, si no vamos a ver nada. Así pues decidimos ir a la estación del tren cremallera que se dirige a Montenvers para ver la Mer de Glace, el glaciar más grande de todo el macizo y uno de los más grandes de los Alpes. Nunca he subido a un tren cremallera. Verdaderamente se llama cremallera por que en medio de las vías hay una especie de “cremallera” que hace que se desplace el tren, como si fueran piñones de una bicicleta y unos “platos” en la locomotora se encajan en estos piñones para poder desplazar el tren al moverse. Con sus dientes encajados son como dos piezas que al moverse una, mueve a la otra… o algo así. Esto le hace subir empinadas pendientes que de otra forma no podría subir.
Creo que de todos los vagones, éramos nosotros cuatro lo únicos que lo ocupábamos (bien diferente a la bajada) ya que era tarde y era el último o penúltimo viaje de subida que hacía. El tren supera un desnivel de unos novecientos metros de CHamonix a Montenvers, cruzando túneles, cruzando bosques y poco a poco internándonos en un estrecho valle al noreste de CHamonix. Poco a poco se asoman unas agujas y picos tremendamente puntiagudos, esbeltos, de paredes vertiginosas y enormes. Son los Drus. Son dos agujas altas de vertientes a cual más difícil y escabrosa. Son dos increíbles torreones que vigilan y observan desde su altura la entrada a este estrecho valle. Sigue haciendo mal tiempo y las nubes rodean pero no tapan a estos dos gigantes de los Alpes. Ya en Montenvers hace tiempo que ha dejado de llover y el tiempo parece que poco a poco va aclarándose, incluso algunos rayos de sol aparecen por la montaña como espectros de un gran haz de luz.
Desde el mirador de Montenvers los Drus aparecen en uno; solamente tenemos enfrente nuestro un Dru y el otro queda detrás de éste. Es impresionante. No nos cansamos de verlo y observarlo. Es una montaña de leyenda y la vemos infranqueable e inescalable, pero nos alucina sus perfiles, crestas y agujas. Bajo un cielo oscuro y amenazador, los Drus se muestran magníficos y omnipotentes. Es impresionante.
Abajo, en el fondo del valle, nos sorprendemos por la imagen que tenemos ante nuestros ojos: es la Mer de Glace. Un gigantesco río serpenteante de hielo que recorre el fondo del valle y que se abre entre crestones y altas montañas. El glaciar parece que hace como olas por las arrugas que se forman por el movimiento del mismo glaciar. Grandes y pequeñas ondulaciones recorren el glaciar a lo ancho. El hielo de color blanco azulado se cubre en algunos sitios con tierra y piedras que lo embrutecen sobre todo en sus bordes junto a las rimayas. De vez en cuando alguna grieta aparece en el glaciar. Una de ellas la han aprovechado como cueva para introducir al turismo en ella y la vean desde dentro, sus formas y aspectos. ¡No me gustaría saber como es una grieta por dentro mientras camino por un glaciar! Un pequeño telecabina baja desde la estación y hotel de Montenvers a la cueva de hielo.
Sobre el glaciar y circundándolo agujas, crestas y valles se abren en al macizo del Mont Blanc. Al fondo, una nube va descubriendo poco a poco los Grandes Jorasses junto al Mont Mallet y la cresta y Dôme du Rochefort. Por primera vez vemos a los míticos Grandes Jorasses por su Espolón Walter, tapado en parte por la Aiguille du Tacul. A la derecha casi tapada e invisible, parte del Dent du Géant. De repente el sol ilumina toda esta parte del macizo como si un foco proyectara su luz al actor principal en un teatro. Son montañas espectaculares y un paisaje encantador y bello. Las montañas intentan darnos su mejor perfil entre el mal tiempo, y nosotros nos sentimos halagados y complacidos. Es un paisaje maravilloso. Aprovechamos estos rayos de sol para hacer fotos como locos ya que pensamos que la escena desaparecerá como ese actor que se retira en su último acto y ya no tendremos la oportunidad para admirar aquellas extraordinarias montañas. Un espectáculo soberbio sobre un gigantesco río de hielo. La Mer de Glace.
Junto a los miradores y en el camino hay algunas cuevas excavadas en la roca que hacen de museos geológicos y geomorfológicos de rocas y minerales que inundan el granítico macizo del Mont Blanc.
Es tarde; sale el último tren cremallera a CHamonix. Dejamos Montenvers y la Mer de Glace impresionados a pesar de esta fugaz visita. A pesar del mal tiempo la visita ha valido la pena ya que las nubes se han abierto frente a nuestros ojos para admirar las maravillas de la tierra. Estamos contentos y alegres. En la cola del lleno vagón bajamos viendo como mejora el tiempo. Mañana hará bueno para subir a la montaña. Nos alegramos confiados en que mañana podremos desmontar el campamento para trasladarlo a las faldas del Mont Blanc.
Ya en el camping queremos cenar y prepararnos las mochilas, yéndonos a dormir rápido para mañana levantarnos temprano y descansados para la primera etapa. Estamos contentos y alegres. Al atardecer y desde el camping aparece despejada y enrojecida por el color del ocaso la Aiguille du Goûter, y algo cubierta la Dôme du Goûter. Desde aquí no me parece tan fea, tiene un aspecto altivo y elegante. ¡Pronto estaremos allá arriba! Nada más pensarlo se me encoge el corazón. Es hora de dormir. Hasta mañana Mont Blanc.