Después de la mala noche anterior nuestro cuerpo se desahoga y descansa tanto que no oímos el despertador. A las 8:13 Joaquín toca en nuestra puerta y nos avisa que el desayuno está servido. Bajamos a desayunar con Oleg. Té, una papilla dulce y un revuelto con huevo y verduras. Extraños productos de la tierra con extrañas apariencias. Toda la noche ha estado lloviendo y aún sigue por lo que cambiaremos de planes, haremos un pequeño trekking por el valle para movilizar los músculos y dejaremos el pico que pensábamos hacer hoy para aclimatarnos otro día (o eso creíamos). Según nuestro guía Oleg, la montaña que íbamos a subir tenía algo de trepada en roca, y si ésta estaba mojada por la lluvia, se haría peligroso e imposible subirlo.
Yo me alegraba de que ahora hiciera mal tiempo para que así, a la hora de acercarnos al Elbrus, viniera el buen tiempo.
Sigue lloviendo con insistencia y martillea en el edificio y en sus partes metálicas amplificando el sonido. A las 9:30 hemos quedado con el guía (Oleg). En el pasillo del hotel lleno de trastos, muebles, colchones abandonados y sábanas viejas extendidas sobre la alfombra para absorber el agua de las goteras.
Este edificio está bastante hecho polvo pero tiene mucho encanto. Verdaderamente las habitaciones eran muy acogedoras con sus alfombras y paredes con chapa de aglomerado, y el suelo con una especie de parqué de madera. Aunque las duchas y las camas eran algo incómodas y anticuadas. Y sigue lloviendo. Empezamos este viaje como el de Alpes del año pasado. Viendo caer el agua sobre los abetos y haciendo algo por aquí para entretenernos.
Comenzamos nuestra excursión siguiendo el río Baksan por un frondoso bosque de pinos, pasamos por un viejo edificio que es un bloque con muchos pisos y Oleg para un momento (vive aquí). Seguimos junto a la carretera y un tubo levantado que transporta gas, cruzamos el Baksan por un puente y llegamos a un pequeño grupo de casas, tiendas y bares junto a un telesilla que en invierno sube a los esquiadores: CHeget. Aquí comienza realmente la excursión. Está nublado pero ahora no llueve y ascendemos por el cortafuegos, pista de esquí, vía de servicio del telesilla. La pendiente es muy grande y no solo al principio. Dejamos atrás el bosque y cruzamos unos prados alpinos llenos de flores (semejantes al Pirineo). En más o menos 1 h. 30’ alcanzamos un “restaurante” y el final de un remonte del telesilla, aunque sale otro hacía arriba. Siempre a nuestra izquierda hemos tenido a aquella montaña con sus glaciares en equis. Una magnífica, cercana y bella visión del Donguzorum por su cara norte y con sus perfiles y escarpes vertiginosos y abruptos. Una montaña soberbia y cautivadora.
Descansamos algo, menos de 30’ y seguimos subiendo empinadas cuestas. A ambos lados del camino aparecen rododendros de flores amarillas y Oleg nos cuenta que si se hace una infusión de esta planta mejora la potencia sexual. Bromeamos. Alcanzamos el final del telesilla en un collado de unos más o menos 2.500 mts. (Realmente estaba a unos tres mil ciento veinte metros) y descansamos otro poco subidos a unas grandes rocas. Se divisa un pico impresionante pero el que vamos a subir nosotros no se ve, y es más alto. Rodeamos éste por su izquierda dejando detrás una casa abandonada, seguramente un antiguo puesto militar ya que tiene una pequeña trinchera-búnker de piedras y una trampa de un hilo con botes por arriba para que si pasa alguien haga ruido. No en vano enfrente tenemos el imponente y nevado Donguzorum con el paso del mismo nombre que da a la frontera de Georgia cuyas nieves iluminadas por el sol divisamos perfectamente. Comienza a llover con fuerza y luego a nevar débilmente y hace un poco de viento. Hace frío. Lo noto en mis dedos mojados.
Según Oleg sin un permiso especial no se puede sobrepasar el puesto militar, está prohibido (aunque es una tontería ya que la frontera está al otro lado del valle).
Cruzamos unos neveros y unas cornisas anchas de caóticos bloques de granito que la nieve va escarchando. Llegamos a la cima después de dejar atrás un nivómetro y con la severa recomendación de no acercarnos demasiado al lado derecho de la arista por su gran desnivel. Couple Cheget Peak 3.461 mts. En la cima ya no nieva pero hace frío así que no estamos demasiado rato aunque si el suficiente para hacernos fotos y felicitarnos. Se ve el Elbrus. En la cima, no demasiado escarpada, está totalmente cubierto alrededor. Si seguimos la creta, más escarpada, nos topamos con unas agujas y el puntiagudo Donguzorum Pequeño de unos tres mil setecientos metros. De repente al fondo, entre las numerosas, blancas y grises nubes aparecen las dos cumbres del Elbrus durante unos minutos suspendidas como por arte de magia en este cielo nublado. Es como si el espíritu del Elbrus nos diera la oportunidad de maravillarnos por unos instantes ante la grandeza de esta montaña, y nosotros la aprovechamos al máximo. Las nubes lo vuelven a tapar y ya no lo veríamos hasta pasado mañana. El Donguzorum Pequeño aparecía y desaparecía como un sueño, como un fantasma de piedra entre las abundantes nubes.
Para aligerar la bajada tomamos un pedregal con mucha pendiente y piedra fina por que el que se baja muy bien. Cruzamos algún nevero y volvemos a la pista del telesilla para deshacer el camino y llegar al grupo de casa de CHeget. Enfrente nuestro se abría todo el Valle de Baksan, mientras bajábamos, y ahora a nuestra derecha y algo más despejado el Donguzorum y el final de su glaciar más abajo, sin darnos cuenta de su presencia casi bajo nuestros pies, ya que estaba cubierto por rocas, piedras y tierra que hacían invisible su hielo y casi sus formas. Pero lo delataba alguna grieta, lo chorros de agua que salían de su interior y esta terminación clásica de u glaciar en una morrena, pequeña morrena.
Sobre las 16 h. comimos allí mismo, en el grupo de casa de CHeget, platos típicos caucasianos y una cerveza de 0’5 l. baltika en la terraza de un bar de unos amigos de Oleg. La comida está incluida pero las cervezas no. Oleg se pide vino caliente con azúcar y limón, y mientras, soleamos las ropas húmedas. Desde luego que las comidas de aquel bar o restaurante eran buenísimas. Fueron los mejores platos que probé en Rusia, y el lugar no estaba nada mal.
Tras una breve sobremesa regresamos al hotel para ducharnos, cenar a las 19 hrs. aunque no tengamos hambre. Antes damos una vuelta por “el pueblo” de Terskol y vamos a la cúpula pub a tomar el sol y a ver el pico desde el pueblo (Tepcko/-\). La cena repite el menú de ayer, excepto las berenjenas. Reposamos y charlamos en la habitación de Joaquín y Jesús A., y bromeamos por el balcón con tres chavalitas rusas cachondas que tiran una chancla para bajar a por ella. Jesús A. les tira un condón y ellas tiran una botella de plástico y se mostraran en adelante ofendidas. Tras esta lamentable escalada de violencia. Creo que si no hubiera sido por la gilipollez de tirar el condón a su balcón puede que hubiéramos hecho alguna amistad. Pero el sonido de un bofetón, de un gran bofetón, de una de ellas a otra y un extraño silencio finalizó los juegos de “intercambiarnos objetos personales”. La verdad es que nosotros íbamos “de coña” pero, a pesar de todo, hay que intentar ser un poco cortés con unas señoritas desconocidas y en un país extranjero y desconocido.