Sábado. Dizel Hut.
Un desayuno moderado, una aspirina, una buena cagada y 1 h. 30 minutos de siesta me reponen y hasta tengo hambre. Dejamos pasar el tiempo hasta las 13 hrs. sentados en la mesa tomando el solecito; mientras se meten inquietantes nubes por el valle.
Hoy iba a ser un día casi de descanso; digo casi por que en la madrugada de día siguiente intentaríamos la subida al Elbrus. Es día de esparcimiento, reposo y descanso. Merodeamos los alrededores del refugio. Entablamos (o lo intentamos) conversaciones con unos checos, polacos, suecos… Hay de todas las nacionalidades. El Elbrus es una montaña muy visitada internacionalmente por ser una de las “siete cumbres”, las más altas de cada continente. Es como el Mont Blanc en los Alpes, el Everest en el Himalaya, el Kilimanjaro en África o el Aconcagua en los Andes.
A las 13 h. comida, vino, ensalada de pasta, ensaladilla, carne, té y galletas, y la sonrisa de Nadia nuestra cocinera. Amable conversación con dos montañeros catalanes sobre las agencias que hemos contratado y subimos a descansar a la habitación. A las 16 h. bajamos a comer y luego otra vez a dormir hasta las 2 h. para intentar subir, pero a eso de las 20:30 hrs. comienza a llover y a nevar, haciendo viento fuerte. Como no se puede salir por el mal tiempo nos levantamos a las 8 de la mañana.
El mal tiempo empieza a hacer acto de presencia. No puedo dormir, el fuerte viento da la impresión de volar el tejado de aluminio de Dizel Hut; la lluvia, el granizo golpean con fuerza y con exagerado estruendo al metálico tejado. Me levanto, quiero salir fuera a observar la tormenta. No es muy tarde por que nos hemos acostado pronto. Salgo al porche y empiezo a disfrutar del espectáculo de una de las fuerzas de la naturaleza: estar inmerso en una tormenta. Es grandioso. No se puede explicar: los rayos, relámpagos y electricidad recorren las nubes cargadas de energía ante tus ojos, incluso sientes algo de electricidad recorriendo tu cuerpo. El cielo nublado e invisible en la noche se ilumina como un gigantesco flash que deslumbra todo el refugio ¡Es algo impresionante! Sientes que formas parte de la enorme energía descargada en la tormenta. La nieve, el granizo caen con fuerza y con rachas de viento en diversas direcciones ¡Es soberbio! Te sientes parte del mundo, de la naturaleza y te das cuenta que formas parte de un Universo grandioso.
Llamo a Jesús Andújar y a Quique que bajan para compartir conmigo la furia y la energía de la tormenta. Hace frío. Nieva. Estamos poco tiempo y volvemos a nuestros sacos para intentar dormir.
La noche anterior llamé a Maite desde mi móvil. Estuvimos alrededor de quince minutos discutiendo, peleándonos, gritando (todos en el refugio se dieron cuenta a pesar de que estaba solo en la puerta). Lo pasas mal cuando la persona a la que quieres no entiende lo que haces, lo que eres… intentas compartir esos increíbles momentos en aquellos lejanos, inhóspitos y grandiosos lugares. Te acuerdas de tu amor y desearías estar con ella también pero en vez de ánimos, esperanzas y mimos que es lo que más necesitas cuando estas tan lejos de tu casa, en un lugar desconocido, con gente desconocida, a punto de realizar una de las mayores proezas que has hecho hasta ahora en tu vida y que no sabes si serás capaz de llevarla a cabo… recibes quejas, reproches, malas palabras que te hieren y pueden llegar a peligrar tu estado emocional y anímico, y por tanto el éxito de tu viaje, de tu empresa, de tu objetivo… llegar a la cumbre del Elbrus… Las personas que no saben apreciar estos momentos, que no los entienden o respetan, no merecen tener el privilegio de estar en armonía con la naturaleza, con la tierra, con el universo y sentir la mayor paz, felicidad y sosiego que jamás nada material o superficial te puede dar… En los altares a los espíritus del Universo, en la apacible, grandiosa y privilegiada morada de los dioses… No hay nada más grandioso y honorable en el mundo que ser el invitado, el huésped (por unos fugaces momentos) de dios.