Lunes. Ascensión al Elbrus.
El día empieza a la 1 h. con el ritual de vestirse de montañero. Botas de plástico, polainas, mayas, pantalón técnico. Hoy somos nosotros los que hacemos ruido pero no demasiado. Desayunamos dulces, té caliente, tostadas. Hay que coger fuerzas. Nos ponemos los crampones y salimos a las 2h. Nadia, con su habitual sonrisa y simpatía nos desea buena suerte (en ruso) y nos da una pequeña bolsa con alimentos energéticos para el camino, que yo creo que no llegué a probar en toda la mañana. Si no fuera por la alegría y grandísima simpatía de Nadia, la estancia en el Caucaso hubiera sido diferente… tanto es así que, de broma, queríamos traérnosla a España con nosotros.
Serán 8 horas de subida y 3’30 de bajada agotadora bajo el sol y con buenas rachas de viento en algunos sitios como el collado. Hay luna llena por eso casi todos los frontales van apagados.
Nos hacemos las fotos de salida y empezamos a subir como hace dos días hacia las Pastukhov Rocks. Con nosotros también viene Ola, la amiga de nuestro guía Oleg. Hemos llenado antes de salir nuestras cantimploras y les hemos echado Isostar para darnos energía. Para obtener el agua, Nadia derrite nieve en una olla y en una tetera. Yo nunca había comido tanto en un viaje como este, pero el desgaste que llevábamos era para alimentarnos muy bien todos los días.
Subiendo hacía las Pastukhov Rocks es noche cerrada pero hay una luna llena inmensa que nos ilumina el camino y todo el Elbrus con su fantasmagórica y pálida luz. Vemos muchos grupos de montañeros que, como nosotros, van en fila india en silencio con un paso no rápido pero tampoco lento y constante. De repente un sonido lejano como de un motor de explosión se empieza a oír detrás nuestro. Es uno de esos tractores-orugas que sube de Dizel Hut (o Barrels, quien sabe) con gente para acercarles lo máximo posible a Pastukhov Rocks y acortarles el camino de subida. Por lo general, aquellos que utilizan este medio son turistas o “domingueros” que juegan a ser montañeros, y al poco tiempo de empezar a andar se dan la vuelta. Los ojos luminosos de este aparato de locomoción se clavan en la suave y a veces empinada pendiente del glaciar, y su ruido y olor a humo de coche perturban el silencio y la concentración de la magnífica subida que llevábamos de momento. Es incluso indignante el que los rusos dejen que estos aparatos suban a tan alta altura contratados por gente para su recreo violando así el equilibrio y respeto que debemos tenerle a la montaña. Pero a partir de cierta altura solo quedan los auténticos montañeros, los que de verdad se merecen la cumbre del Elbrus. La montaña hará una selección y solo los más preparados y concienciados llegaran a pisar la culminación del Elbrus, a cinco mil seiscientos cuarenta y dos metros (o y siete, según los mapas).
Aunque como ya he dicho no tiene la subida al Elbrus ninguna dificultad técnica ni difícil ni peligrosa; si tiene un fuerte desnivel de unos mil quinientos metros desde Dizel Hut hasta la cumbre que lo convierten en una larga marcha en la que la resistencia, persistencia y paciencia son unos factores predominantes para culminar con éxito la subida. Conozco pocas o ninguna alta montaña de más de cuatro mil metros que se ataque con un desnivel semejante y a más de cinco mil metros. Por lo tanto las dificultades del Elbrus son otras que no dejan de ser grandes obstáculos como las que tiene cualquier gran montaña. El increíble frío, fuerte viento y empinadas rampas de hielo vivo también influyen en esas dificultades naturales de esta alta montaña.
El tiempo es bueno como indican las nubes bajas en los valles. El primer descanso llega en las Pastukhov Rocks, hasta ahora bien pero entre ellas y los 5.000 empiezo a notar la altitud y es preciso ir más despacio al ritmo que marca Vlad (el otro guía) slowly, slowly… pero también se entusiasma y me cuesta seguirle camino del collado. Amanece.
En las Pastukhov Rocks descansamos algo y nos abrigamos más; estamos a más altura (cerca de los cuatro mil setecientos metros) hace más frío, mucho más frío y se nota. Yo ya estoy listo y espero a los demás. Mientras estoy parado siento que me hielo de frío y le pido a Jesús Andújar que se dé prisa ya que está tardando en prepararse y yo me estaba congelando por momentos. Al ponerme los guantes de Gore-tex encima de los Grifone me equivoco y saco el guante de la mano izquierda para ponérmelo en la mano derecha. Me lo pongo en la mano izquierda y mientras, se me va helando la mano derecha. Por fin me pongo el guante derecho pero la mano ya está muy fría y el dolor que me ocasiona el frío no se me quitará hasta unas horas más tarde, a pesar del sol y el buen tiempo.
Salimos ya por fin de las Pastukhov Rocks hacía arriba. Dentro de poco estaremos a una altura que hasta ahora nunca habíamos estado. Oleg, el guía, va delante mía con paso lento pero incansable, con pasos cortos y en zigzag. La marcha parece lenta pero al cabo de un rato me doy cuanta que es la idónea para subir sin malgastar energías.
El terreno se va empinando bastante más. Ahora estamos pisando hielo sin nieve. El fuerte e incesante viento derrite la nieve en esta parte de la ladera del Elbrus, y nuestros crampones se clavan con facilidad, por suerte, a pesar del hielo vivo y la pendiente empinada.
Al poco rato de marcha después de abandonar las Pastukhov Rocks empieza a aclararse la noche. Una claridad empieza a asomarse por el este. Está amaneciendo. Poco a poco la luz lo llena todo, aún no sale el sol pero las sombras y la oscuridad en el Caucaso dejan paso a la luz, a los colores, al nacimiento de un nuevo y espléndido día, y el paisaje, la cordillera aparece ante nosotros majestuosa, infinita en el horizonte, enorme y grandiosa, y bella, muy bella. Detrás mío veo todo lo que hemos dejado atrás: Pastukhov Rocks, Dizel Hut e incluso Barrels al final de la helada, amplia y enorme ladera sur del Elbrus. También una fila numerosa de montañeros van detrás mía, al igual que delante. Es una auténtica romería montañera, me recordó al Mont Blanc: muchos montañeros de muy diferentes nacionalidades (aunque en Alpes habían muchos más españoles).
Conforme aumenta la claridad el paisaje se volvía grandioso: ahora el Donguzorum y Los Ushbá se veían bajo nosotros y no enfrente. La amplitud de la vista era increíble, se nota que el Elbrus es la montaña más alta de toda la cordillera y de todo lo que la vista alcanzaba.
Estamos bajo la cima este y ahora debemos girar hacía el oeste buscando el colado entre las dos cimas. El sol empieza a pintar con sus primeros rayos las cumbres de Los Ushbá y el Donguzorum de un rojizo brillante. El paisaje es impresionante. No puedo imaginarme algo más bello que lo que estoy viendo en estos momentos. Hago fotos. Las nubes se han ido de los valles y solo una neblina lejana en el horizonte del amanecer aparece como una cortina dorada. Maravilloso. Quiero aprovechar y recrearme la vista ahora por que esto no lo volveré a ver más. Estamos tan altos que creo ver el fondo del Valle de Baksan. Es un paisaje impresionante y encantador; el día es magnífico. Pero no puedo pararme mucho tiempo.
Cuando giramos a la izquierda descubro algo extraño que no consigo saber que es. Al poco tiempo lo descubro y me impresiono: es la sombra del Elbrus, enorme, magnífica y majestuosa con su típica forma cónica de volcán, piramidal, que cae sobre el Caucaso y parte del horizonte como una alfombra gigantesca colgada desde un punto del cielo. ¡Nunca había visto algo así! No me lo creía. Aunque no era una visión tan bella como el amanecer en el Baksan y Donguzorum, era soberbio e imponente y te dabas cuenta de las dimensiones del pico al que íbamos a subir. Junto a la cumbre, en la sombra del Elbrus plasmada en el horizonte, en el infinito, la luna, esta vez rojiza aparece a menos altura que dicha sombra, dándole un aspecto a la visión increíble. Daba la impresión que hasta la luna estaba “bajo el dominio del Señor del Elbrus”. Una visión que no se ve ni en los documentales. Increíble, espectacular…
Ha salido ya el sol, y detrás de Los Ushbá y más a la izquierda (sureste) descubro unas montañas enormes y vertiginosas, bellísimas y lejanas. No consigo descubrir el nombre de éstas pero miden de cinco mil a cinco mil cien metros… ¡El Caucaso es bellísimo y espectacular! Las nieves blancas y perpetuas y así como los glaciares a los que alimentan abundan por toda la cordillera, mires donde mires… Perdido entre tanta grandeza y casi invisible, el Glaciar de Koguters bajo los hermanos Koguters, parece desde aquí una pequeña lengua helada insignificante ante tanta grandiosidad a su alrededor.
Debemos seguir caminando, no podemos parar, el tiempo apremia y estamos limitados por un horario ya establecido. Establecido por Elena, claro. Vamos siguiendo unas cañas clavadas en el hielo que nos sirven de guía para no salirnos del camino ya que en el hielo vivo no hay huellas ni rastro de que haya pasado nadie; salvo, y si te fijas bien, por los minúsculos agujeritos que se forman al clavar parte de los crampones.
La gente sigue subiendo tras mía y sobre todo delante mía. Por un momento aparto la vista del suelo helado y al alzar la cabeza para ver lo que queda de camino, me da un mareo que me hace volver la vista al suelo concentrándome en la subida. Son los efectos de la altura. Nunca había experimentado estos síntomas por la altura. Me asusto un poco. Pienso que el mareo es tan fuerte que puedo llegar a desmayarme, pero sigo adelante como “un tío macho” (pero evitando levantar la cabeza) y de aquí al collado no me llega a pasar nada.
Al llegar a la base de la cima este la bordeamos con menos pendiente pero larguito. Doy caza a mi grupo y paramos en el collado a descansar al sol, pero es tan desagradable el viento que tirito y me pongo el forro bajo la chaqueta sin que se me quite la sensación de frío.
Dándole la vuelta a la base de la cima este y metiéndonos entre las dos cimas, abrigados por las dos laderas de las dos cimas, llegamos al collado. El collado se encuentra a unos cinco mil trescientos setenta metros aproximadamente. El sol está bien alto ya, y el viento sopla con mucha fuerza y el frío es muy intenso. Los catalanes (que subían el mismo día) nos dijeron después que la temperatura amaneciendo y a unos cinco mil metros era de quince grados bajo cero a ras del suelo.
Estamos cansados, realmente muy cansados, al menos yo. Solo tengo fuerzas para hacer una foto y a partir de ahora mi cansancio sería tal que no tendría ganas de hacer ni una foto más. Ni si quiera en la cumbre.
Ahora solo nos quedan unos trescientos metros de desnivel pero en una muy empinada y a veces helada pala hacía la cima oeste. No noto la altura ahora pero estoy realmente muy, muy cansado. Me hace pensar el si merece la pena sufrir tanto y pasarlo tan mal en ese momento para subir una gran montaña. No sé… Aunque ahora casi no me acuerdo de aquel sufrimiento, y sí del hecho de haber subido la montaña más alta de Europa, del Caucaso, al Elbrus y haber estado a más de cinco mil seiscientos metros. Creo que no me arrepiento… No, decididamente no me arrepiento lo más mínimo de haber subido al Elbrus y de ir al Caucaso y a Rusia. ¡Eso sí!, creo que no volvería a Rusia… al menos de momento…
Ha sido duro llegar aquí y nos ponemos otra vez en marcha. Subimos despacio y con bastante sufrimiento la pala de la cima oeste. Resulta penoso avanzar a esta altura por los llanos y cuestas que llegan a la cima que ya se vislumbra con su kalasmikhov metálico indicando la cumbre. Doy ocho pasos y paro con la boca abierta como un pez fuera del agua.
La subida de la última pala es realmente penosa. Me paro muy a menudo, respiro muy rápido y muy profundamente… da la impresión de que en vez de a cinco mil quinientos metros, esté a ocho mil. Jesús Santana va más detrás de nosotros, en la mayor parte de la subida ha ido retrasado, parece que le cuesta más que a nosotros. Por ello, Oleg, nuestro guía, decidió esperarle para que fuera él el primero en llegar a la cima. Antes de llegar a la planicie de la cumbre oeste observo a un montañero algo adelantado que lleva una buena cámara de fotos y no para de apuntarnos a nosotros y, presumiblemente, de hacernos fotos… Aunque no puedo pensar si quiera por el terrible esfuerzo y cansancio que llevo encima, me pregunto quien es ese tipo que parece que nos hace fotos al grupo y a cada uno de nosotros ¿Un Paparazzi? Unos días más tarde, en Terskol, obtendría la respuesta.
Por fin llegamos a lo que parece el final de la empinada pala. El cansancio es tremendo, extremo, tengo mucha sed. Miro hacía la derecha, hacía el norte y descubro un paisaje llano, muy poco montañoso, o nada montañoso. Es el final del Caucaso y el empezar de la extensa Estepa Rusa.
La cima hace una especie de semicirco amplio (como medio cráter de volcán, que es lo que era). Y en uno de los extremos de dicho semicirco una punta algo más alta que el resto de las demás lomas y culminaciones. Un pilón y un Kalasmikhov hecho de chapa metálica nos indican la terminación de la mayor altitud del Caucaso y de Europa. La parte más alta del Elbrus. Llaneamos por onduladas lomas sencillas y suaves que llegan a hacerse infranqueables y dificultosas por el terrible cansancio que llevo encima. Paro muy a menudo a pesar de estar llaneando pero la visión de la cima me da ánimos para seguir (pero no me quita el fuerte cansancio). Me da la impresión de que cada vez está más lejos en vez de acercarme a ella. Es indescriptible el cansancio y sufrimiento que estoy padeciendo en estos últimos momentos, metros, centímetros… antes de llegar al dichoso y absurdo kalasmikhov.
Por fin llegamos a la cúspide del Elbrus. Hace un viento y un frío de “la leche”. Intento recrearme, disfrutar del increíble momento, admirar el paisaje… pero el terrible cansancio impide el que pueda disfrutar y alegrarme del momento. Es penoso y terriblemente indiferente el momento para mí por las condiciones en las que me encontraba, pero intentaba asimilarlo y entenderlo, y disfrutar como siempre he disfrutado y sentido aquellas emociones tan fuertes y tan especiales cada vez que llegaba a la cumbre después de un gran esfuerzo. Aunque, eso sí, ninguna montaña me había costado tanto como ésta en este día. Al fin y al cabo estoy orgulloso del éxito conseguido, de la proeza realizada… estoy contento conmigo mismo y eso es lo que realmente importa.
Nos hacemos fotos en la cumbre con Ola y con Oleg creyendo que era con nuestras cámaras. No tengo fuerzas ni ganas ni ánimos para sacar mi cámara para hacer fotos. Quique me pide que le ayude para sacar el carrete de diapos e insertar otro nuevo, y bajamos un poco en la cuesta cimera y nos sentamos para que no nos dé el fortísimo viento. Pero yo no puedo ayudarle; estoy demasiado cansado para pensar o reaccionar. Quique se enfada conmigo y cambia el carrete él solo. Sube al pilón y yo me quedo en el mismo lugar sin moverme, sin mostrar ningún tipo de emoción, estoy como perplejo y muy, muy cansado. Por ello no salgo en las diapos de la cumbre, auque solo estoy a diez metros de ellos. No puedo ni quiero levantarme, solo descansar y descansar, aunque, contrariamente al Mont Blanc, no tengo sueño, solo quiero recuperar el aliento.
Al poco tiempo Oleg nos dice que debemos bajarnos ya, a las dos del mediodía debemos estar en Dizel Hut. Quique se me acerca ya que yo no me he movido de mi frío asiento. Me dice si me he enfadado, ya mas calmado, pero no estoy enfadado solo cansado, muy cansado. El agua de la cantimplora está congelada desde casi la salida de las Pastukhov Rocks, creo yo. Pero, totalmente congelada. Cometí el imperdonable error de dejar la cantimplora, como de costumbre, cogida en un lateral en el exterior de la mochila.
No me ha dado tiempo a descansar ni a disfrutar de la cumbre pero me levanto y desandamos el camino hacía la terrible pala de la ladera del Elbrus oeste, hacia el collado entre las dos cimas. No me gusta ir obligado bajo un horario sin haber disfrutado y realizado cómoda y libremente lo que habíamos venido a hacer, el objetivo de todo este viaje y expedición. Me dio la impresión de no haberle dado la importancia que requería y el disfrute y regocijo que se merecía. No estaba nada contento con esta forma de hacer montaña, ni lo estoy, ni lo estaré. Una de las cosas esenciales en la montaña es la libertad. Si vamos bajo presión, restricciones, prisas, obligaciones o tensiones con respecto al propio ejercicio de la práctica en sí (subida, cumbre y bajada) perdemos parte o se incompleta el verdadero espíritu de la montaña y del montañero.
Nos dejamos caer exhaustos en la nieve después de 8 horas de ascensión y a 5.642 m. en el punto más alto de Europa.
Hacemos fotos con celeridad y en malas condiciones por el fuerte viento. El precipicio se desploma en la cara Norte y se vislumbra la desértica estepa rusa hacía el norte. Enfrente está la pedregosa cima este. Busco una piedra de recuerdo y comenzamos la bajada al collado por una ladera helada expuesta al viento del que hay que protegerse para que no impacten los granos de nieve en la cara.
Antes de coger dicha pala hasta el collado paramos y nos tumbamos en la, ahora, blanda nieve con la visión justo enfrente de la cónica y perfecta forma de volcán de la cima este, de solo cuatro metros más baja que la oeste. Recuerdo que Juan del G.A.M. la subió también una vez bajada la cima oeste, pero para nosotros será imposible. Tendremos que conformarnos con “tocarle un pecho a la Señora Elbrus”. El viento, el frío y las levantadas de nieve del suelo como ventisca, siguen azotando esta bajada.
Con cuidado salvamos este descenso y no estamos demasiado tiempo en el collado ya que hace viento. Vlad nos insta a bajar rápido y Oleg nos explica que a las 14 h. debemos cargar el “snow cabe”; conseguimos que se cargue a las 15 h. para poder comer tranquilos.
Vlad es otro guía agregado para la ascensión el cual ni nos lo han presentado (al menos a mí) ni tengo contacto con él. Solo que después del collado, bajando y antes de darle la vuelta a la base de la cima este para enfilar la bajada recta hasta las Pastukhov Rocks, paro para intentar “saborear algo de hielo de mi cantimplora” (que seguía teniendo agua “hipercongelada”); aprovechando, paramos para descansar y quitarnos las mochilas. Vlad insiste en seguir hacía abajo y a nosotros ya nos estaba “cargando” el pesado del tipo éste. En un descuido mi cantimplora cae y se desliza glaciar abajo como en un tobogán gigante (ya que a penas hay nieve superficial, todo es hielo vivo). Creía que se metería en alguna “grietecilla” oculta, pero no, al cabo de unos cuantos metros se para justo en el centro de la cuenca que baja del collado. Yo no iba a bajar a recuperarla, es más, sin poder beber agua me importaba “un comino” la cantimplora ahora, así que la dejé allí. Pero Vlad que estaba junto a nosotros se decide ir a buscarla sin que nadie se lo pidiera. Nos sorprendemos algo; yo le hubiera dicho que no fuera, pero los rusos son unas “cabezas cuadradas”. Para mi, pensaba cruelmente: “a ver si tenemos suerte y se cuela en una grieta el pesado éste”. Pero al cabo de un tiempo vuelve con mi cantimplora en la mano. “Spasiva”. Le digo a Vlad y seguimos nuestro camino desandando lo subido. El día es extraordinario. No aparece ni una sola nube y el sol nos quema la poca piel que llevamos sin tapar (mi nariz, por ejemplo). Pero parece que no caliente, que solo sea una esfera luminosa y de adorno. Realmente estoy muy contento del día, no podíamos haber escogido un día tan bueno, con luna llena por la noche, ni una sola nube, ni mala visibilidad. Al fin y al cabo hemos tenido mucha suerte. Es increíble, asombroso y espléndido. Al fondo me parece ver atado a los dos cuernos de Los Ushbá a Prometeo, como dice la mitología griega, fue condenado en el Caucaso a que un ave gigantesca (presumiblemente un buitre) le comiera el hígado todos los días y que todas las noches le volviera a crecer, así hasta el fin de los días. Estamos inmersos en la historia, en la mitología, en la belleza; somos parte de un mundo que ronda la frontera de lo real y lo mitológico, de lo posible y lo imposible, del sufrimiento y el placer… Es algo increíble e indescriptible poder participar de estos sentimientos y emociones. Muy pocas cosas en el mundo te pueden hacer sentir así. Tan vivo, tan fuerte (a pesar de la debilidad y lo frágil que eres en el lugar) y tan enormemente lleno de todo. Tu espíritu se confunde y se hermana con el espíritu del Elbrus, con el Caucaso, con la belleza y lo grandioso.
El descenso es rápido y estresante, y en 3 h. y 30 min. descendemos 8 horas de ascensión tonel castigo que supone para las rodillas, los dedos de los pies, la hidratación, etc…
Como unos zombis y casi cada uno por su lado llegamos a las Pastukhov Rocks. A partir de aquí empieza a notarse la subida de la temperatura, la pérdida de la fuerza del viento. Algunos se tiran al suelo helado de culo y se deslizan como en el citado tobogán gigante. A partir de aquí hay menos inclinación y peligro, y con paso lento, torpe y aburrido llegamos a Dizel Hut; yo soy el último en llegar, como siempre.
Nadia, con su simpatía y alegría (a veces fuera de lo normal y tan contagiosa), nos da un abrazo y nos da la enhorabuena y felicita por haber conseguido llegar a la cumbre del Elbrus. Mi cansancio y aborrecimiento después de tantas horas andando, impiden que se muestre en mí ni una pizca de alegría, pero Nadia hace brotar una leve sonrisa en mi rostro ¡Es auténtica!
Al llegar comemos y ¡Sorpresa! nuestras cosas están arrinconadas y nuestras camas ocupadas por más guiris. Recogemos como podemos sin ni si quiera poder tumbarnos un rato a descansar ni quitarnos las botas de plástico. Casi increíblemente no habíamos perdido nada a pesar del lío montado en las camas. Yo espero descansando en la puerta de Dizel Hut viendo el trasiego de la gente y montañeros que se mueven de aquí a allá. Sigo intentando descansar aunque ya estoy mejor, he podido tomar algún líquido y comer algo. Espero a que mis compañeros bajen las cosas (sobre todo Jesús Andújar) y montarlas en la oruga, “snow cabe”. Pero nosotros bajaremos “a pata” hasta Barrels.
Bajamos a Barrels en 30 minutos. Llegamos a las 15:30, ponemos a secar las cosas. Cagamos. Echamos la siesta en el barril nº 4. Luego tomamos el sol en el patio de hormigón en las esterillas. Hay 11 curiosos barriles que dan nombre a este refugio situado a 3.800 m. al final del telesilla. Además hay 3 o 4 barracones, comedor… los barriles tienen 5 camas, luz eléctrica, una mesa, un armario etc… estarían bastante bien si no fueran tan viejos y los colchones tan duros. La cena es a las 20 h. y el tiempo transcurre lentamente.
El cuerpo está cansado y se nota el esfuerzo que hemos hecho. La conclusión es que hay que aclimatarse mejor en la montaña que vas a hacer y no en el valle que no tiene la altitud. Durante el año hay que entrenar bastante más. ¿Compensa pasarlo tan mal?, ¿Aunque la cima conquistada sea imponente? Un síntoma de cómo habíamos llegado es que no había ganas ni de sacar fotos o de contemplar la panorámica, aunque ya la habíamos visto desde Dizel Hut.
“Reconocemos nuestro nuevo campamento”. En un extremo hay un mirador excepcional sobre el Valle de Azau, Baksan, que al atardecer nos ofrece una espléndida vista con el Donguzorum a la derecha y los formidables Ushbá a la izquierda, y de nuevo un perfecto “mar de nubes” se ha formado en el valle, algo más bajo de la altura de Terskol Peak del que se vislumbra perfectamente su observatorio, ya que el “hongo” de la cúpula del mismo refleja aún la luz del sol. Me parece estar más cerca de estas espléndidas y bellas montañas que aparecen ahora ante nosotros como hermanos de una misma madre, el Caucaso. Con sus formidables formas, perfiles que desafían la gravedad, la horizontabilidad e incluso al mismo cielo arañándolo con sus puntiagudos picos, agujas y crestas. Es un momento solemne y bello que se extinguirá en ese día al igual que el sol se iba escondiendo por el oeste. Me quedaba poco tiempo para estar en altura y quería aprovechar cada instante y cada pequeña cosa… ¿Cuándo volveré a estar en una montaña como ésta?, ¿A cuatro mil metros?… No lo sé. La incertidumbre que tenía entonces era enfermiza y desesperante… No eran buenas sensaciones y no se las recomiendo a nadie.
Hablamos con Toni y Pau que también han bajado hasta Barrels y se quedaron esta noche con su guía en uno de los “barriles” como nosotros. Entablamos conversación y amistad con ellos, y nos intercambiamos direcciones.
Nuestro “barril” parece un mercado: ropa tendida y esparcida por todas partes para poder deshacer las mochilas y poder ordenarlas bien. Pero al final el orden está establecido dentro del caos que aparenta nuestro “barril”.
La cena es a las 20:30 en el barracón comedor con los guías, la cocinera, el “snow board” y otros personajes de Barrels.
Tras el atardecer y la amable charla, al barril Nº 4 (casa prefabricada en forma de cilindro) a dormir.
Desde luego, una de las cosas que echaré en falta cuando baje a Terskol serán los buenísimos y abundantes desayunos, comidas y cenas que nos preparaba Nadia, con toda su simpatía y amabilidad. No me canso de repetir lo simpática, amable y risueña que era nuestra magnífica cocinera. Con más mérito aún por que no tenía los medios ni condimentos para hacer grandes comidas, pero con lo poco (y abundante) y sencillo que tenía, lo que cocinaba y preparaba era todo un lujo y un manjar allá arriba.