Día de descanso.
Nos levantamos para medio llegar al desayuno (todos menos Joaquín). Tenía el estómago algo raro de algo que tomé el día anterior, por los nervios o yo que sé; el caso es que no tenía hambre y veía una tontería bajar a ver como desayunaban los demás. Elena nos acompaña a una oficina de Terskol donde se pueden cambiar los billetes por 120 rublos por cabeza. Tras esperar mucho y sorprendentemente después de las pegas nos han decidido ayudar. Al final Helen ha decidido ayudarnos e increíblemente las pegas e imposibilidades para cambiar el billete de avión y buscar hotel en Moscú han desaparecido de repente y todo resulta ser mucho más fácil de lo que parecía, sin ni si quiera ir al aeropuerto, desde el mismo Terskol se puede gestionar todo. Una pareja rusa que también está con Helen les está gestionando el cambio de billetes como a nosotros.
Luego desde el hotel gestionamos el transporte y el hotel de Moscú, luego vamos caminando al mercado del teleférico y allí comemos en una terraza “monty” y creppes con salsa. Comemos con una pareja de rusos (el es un faba y ella una zorrita cachonda que va insinuándose todo el rato). Que es la misma pareja que cambiaba el billete de avión con nosotros.
La marcha la hacemos desde Terskol a la Estación de Azau desde donde se cogían los teleféricos para subir a Barrels. Vamos por el fondo del valle junto al Río Baksan y por una senda bien marcada que se introduce en bosques de pinos, muy bonito. Me recordaba a lugares del Pirineo. A nuestra izquierda quedaba el río y las faldas del CHeget Peak y Donguzorum Pequeño con unos largos neveros que llegaban casi hasta el mismo fondo del valle. A la derecha la carretera y faldas del enorme macizo del Elbrus.
Cruzamos una amplia zona arrasada; no por que fuera un prado o hayan talado los árboles, no, sencillamente arrasada: árboles secos, caídos, quebrados o arrancados de cuajo, ramas grandes y pequeñas por todas partes y pocos grandes troncos secos en pie sin ramas ni hojas… El año pasado un gigantesco alud cayó de las vertientes del Donguzorum Pequeño arrasando y sepultando una superficie de unos quinientos metros cuadrados, algo gigantesco, y supongo que la altura de la acumulación de la nieve debió de ser enorme. Los alicantinos del G.A.M., Juan, nos dijeron que el año anterior, cuando pasaron ellos por allí, la nieve llegaba a la altura de la carretera de Terskol a la estación del teleférico. No puedo imaginarme una cantidad tal de nieve, fuerza y destrucción para producir el resultado devastador que estábamos contemplando. La naturaleza puede ser implacable y demoledora en proporciones casi apocalípticas y te das cuenta de lo frágil y vulnerable que realmente eres aquí en la montaña ante las dimensiones de tales fuerzas. Llegas a pensar que eres un sobreviviente, un héroe, en un mundo inhabitable, peligroso e inhóspito, y te das cuenta que la vida allá abajo es lo fácil y cotidiano… Descubres que la filosofía de vida de un montañero va más allá, traspasa las fronteras de lo terrenal y superficial, y te sientes orgulloso de ser quien eres y lo que eres.
Bromeamos a la vuelta con Oleg sobre la rusa (georgiana en realidad) y guarrerías. De nuevo la comida caucásica buenísima y en un lugar muy agradable en la terraza de un bar-restaurante de la estación de Azau. Creo que me gustaban todas las comidas rusas, caucásicas menos la mayoría de las cenas en el Hotel Wolfram que eran muy parecidas y repetitivas.
A la vuelta nos fotografiamos en los cañones para derribar los aludes, y compramos vodka que empezamos a beber antes de la cena. La botella cae (por supuesto). Creíamos en un principio que esos cañones estaban para defender las cercanas fronteras con Georgia en la pasada guerra con éste país y que los dejaron allí abandonados por culpa de la crisis de la desaparecida Unión Soviética.
Realmente las infraestructuras que pudimos ver en el Caucaso estaban defectuosas, abandonadas y anticuadas, como los muchos hoteles que habían escondidos entre el bosque en el fondo del valle, a medio construir y abandonados. Así como camiones del ejército vendidos a particulares que ahora servían para transportar ganado, materiales o gente, y que los aparcaban en las calles de Terskol como un utilitario cualquiera.
A cenar chispaos. Risas en la cena. Compramos fotos al fotógrafo profesional que nos hizo el seguimiento en el Elbrus. Joaquín compra un paquete por 15 $ (450 Rb.) y Quique y yo compramos uno a medias para repartirlas. Están bastante bien y nos ilusionan.
Ahora comprendía por que nos hacía fotos aquel montañero con su cámara, para luego vendérnoslas. Parecía ser amigo de Oleg y no estábamos obligados a comprarlas pero como apenas hice fotos en la última subida y no estaban mal, decidí comprar las cinco fotos (algo caras).
Seguimos con el vodka, Oleg primero y luego los catalanes están en nuestra improvisada fiesta en la habitación. Hasta las 12 que nos acostamos caen otra botella y ¾ de otra de vodka y charlamos amistosamente mientras oímos música. Luego nos hacemos la mochila y la maleta para mañana.
El vodka de allí era muy fuerte y apenas se mezcló con el refresco con lo que se me subió algo a la cabeza. Llegamos a reunirnos un buen número de gente allí: nosotros cuatro, los dos catalanes, Oleg, Helen (un rato) y el guía de los catalanes del que no recuerdo su nombre. Una anécdota curiosa era lo que el guía de los catalanes les llegó a decir: “Todo el que viene lo pasa bien y les gusta pero ninguno vuelve”. En eso creo que tenía razón.
Bueno, estábamos celebrando el éxito de la expedición, el éxito de haber conseguido la cumbre más alta de Europa y hasta ahora la montaña más alta, lejana y exótica que nunca habíamos hecho, el Elbrus. Como con el Mont Blanc, no llegaba a creérmelo, a asimilarlo… pero era así, habíamos hecho una de las siete cumbres del mundo. Habíamos firmado, pisado en el mayor altar del Caucaso al dios del Universo, al Espíritu de la libertad, la bravura, el valor y la fuerza. Habíamos, sin saberlo, atado un lazo entre la madre tierra y nosotros, como en tantas otras montañas y lugares en los que la naturaleza nos sorprende y asombra con su magia y su belleza.