…Seis años más tarde volví a La Renclusa. Esta vez mis nuevos compañeros de montaña fueron Jesús Santana, Enrique Segura y Antonio Santana. Hacía poco que querían iniciarse en la alta montaña y hacía medio año que había conocido a Antonio por el trabajo. Se enteró de mi afición y pasión que también él compartía y enseguida congeniamos.
Recuerdo perfectamente el momento cuando le dije que después de tantos años subiendo montañas por Alicante aún no había subido Sierra Aitana, La Serrella ni Bernia. Montañas tan emblemáticas en nuestra provincia como Sierra Espuña o Revolcadores en Murcia o Sierra Nevada o La Sagra en Granada. Recuerdo su cara de sorpresa.
En el verano del año dos mil nos reunimos en su casa de Alicante junto con su hermano Jesús y su amigo Enrique, “Quique”, que me los presentó y conocí en esa reunión. Desde entonces con Jesús y Quique tuve una afinidad y complicidad muy fuerte y reciproca entre nosotros, más intensa que la que podía tener con cualquier compañero de montañas, que ya de por sí era buena y grande gracias a la “magia” de la montaña. Esta complicidad y afinidad se hizo latente en los siguientes viajes, por otra parte necesaria y aliviadora. El viaje al Mont Blanc o al Elbrus hubiera sido diferente si no lo hubiera compartido con ellos.
Vimos mapas, planeamos horarios, rutas, material a llevar, comida… y hablamos de viajes, montañas y experiencias. Descubrí que ellos aprenderían algunas cosas de mí, pero yo también aprendería de ellos.
Iríamos en el puente de la Pilarica (octubre) de ese año, y acercándose la fecha yo veía el parte meteorológico todos los días y deduje que nos haría mal tiempo para subir un tres mil y que bajarían las temperaturas. Entonces hable con mis compañeros haciéndoles saber que haría mal tiempo y que las posibilidades de subir al Aneto serían muy pocas; pero ellos tenían una gran ilusión por ir y subir el pico más alto de los Pirineos. Ya habían hecho algo aquel verano Quique y Jesús, el Monte Perdido y el Vignemale, y creo que algún otro verano también anduvieron por el Pirineo. Pero no íbamos en verano, e íbamos a subir el Aneto, el más alto de los tresmiles de los Pirineos, y las condiciones cambian, no eran las mismas. Yo les sugerí que si querían hacer algún tresmil de acercarnos a Sierra Nevada que haría buen tiempo. Pero obstinados en ir a Pirineos y con la ilusión y ganas de hacer al Aneto pensaban que tendríamos éxito; pero para subir una montaña hace falta algo más que ganas e ilusión. Así pues partimos de Almoradí y Alicante en dirección al Valle de Benasque, a los Pirineos.
Antes de llegar a Benasque debíamos cruzar el Congosto del Ventamillo. Un cañón surcado y erosionado por el Río Esera que bajaba del Valle de Benasque. La carretera excavada en la cortada pendiente; paredes a ambos lados de un río de aguas bravas y turbulentas; asomándonos a precipicios con vertiginoso desafío. Y en una de sus muchas, estrechas y cerradas curvas nos vimos empotrados entre un autobús que bajaba y los cortantes resaltes de piedras y rocas de la mal excavada pared del congosto; a pocos centímetros de dicha pared y del autobús. A paso lento pero seguro nuestro intrépido y diestro conductor, Quique, salía airoso del apuro que casi nos deja señalados en la historia del lugar… ¡¡¡Uff!!! Desde entonces en cualquier situación parecida nos acordamos y nombramos el famoso Congosto del Ventamillo.
Dejamos el coche en Plan d’Están (como siempre) y subimos la media hora (ahora sin equivocarnos) que separa La Renclusa del coche por un fácil y señalado sendero. Las nubes y el mal tiempo se ceñían a la atmósfera del alto Valle de Benasque, desde las cercanías de Benasque y hacía el sur, valle abajo, el sol y alguna nubecilla predominaba.
Al llegar al refugio vi que lo habían modificado, arreglado, ampliado (o al menos estaban en ello). Se ve que sus alrededor de ciento veinte plazas se habían quedado pequeñas después de tantos años y por el crecimiento de la afición a la montaña. Ahora tenía un aspecto más acogedor y cómodo, y no de fábricas de armas de las guerras carlistas. Pero aún no estaba terminado, así que nos metieron a todos a un pequeño cuarto que no cabía ni un alfiler, ¡pero ni uno!; agobiante y asfixiante apenas se podía dormir cómodo allí; e incluso claustrofóbico si te tocaba en la cama de arriba de una litera, en la que te topabas con el techo de la habitación al mínimo movimiento de levantarte. Aunque inteligentemente construido el refugio, o más bien la parte ampliada, según las mismas directrices de arquitectura del edificio antiguo y principal, al menos en lo que se refiere a los muros exteriores, ventanas y tejados.
El cazo. Íbamos a cenar en el renovado comedor del refugio (que distaba mucho del anterior) y nos íbamos a preparar unas sopas o puré de patatas. Ya habíamos quedado en que yo me llevaría un cazo para cocinar y así lo hice. Pero ellos no sabían el tamaño de mi cazo ni yo se lo dije. Era unipersonal, pequeño, pequeñito. Cuando Quique me dijo saca tu cazo y yo se lo doy para que cocine… “¡¿Pero esto es un cazo?! ¡Si aquí no cabe nada! ¡Tendremos que llenarlo por lo menos tres veces para hacer sopa para todos! ¡Vaya mierda…!… etc., etc. Yo la verdad es que no me lo tomé a mal. Era lo que había y así se lo hice entender. Realmente el cachondeo y las risas de la anécdota siguieron después. Antonio y Jesús ya conocían los “venazos” de las minis furias de Quique y yo las empecé a descubrir en ese momento. Era su personalidad y desde luego he conocido algunas así en la montaña, cosa que no me pilló de sorpresa.
La noche fue fatal. Subido en lo alto de la litera con un calor agobiante por el desprendido y respirado de toda la numerosa gente que nos encontrábamos casi amontonados en este dormitorio, a pesar de que fuera podría rondar los cero grados centígrados o acercarse perfectamente.
Al día siguiente emprendimos la subida hacia el Portillón Inferior con otros numerosos montañeros que ya se habían adelantado hacia tiempo o salían con nosotros. El tiempo no era bueno, estaba peor que ayer; hacía más frío y no parecía que fuera a mejorar, todo lo contrarío, daba la impresión que estaba encapotándose cada vez más. Una ligera nevada había caído ya, pero en ese instante no nevaba aunque la fría temperatura sí lo permitía.
Justo al llegar a las proximidades del Portillón Inferior, donde encontramos un par de tiendas iglús de algunos aventureros (pensábamos entonces, distinto a como lo pensamos ahora); el tiempo se encrudecía; las nieblas y las nubes nos envolvían frías y reducían considerablemente nuestra visibilidad. Empezaba a nevar. La sensación de frío era mayor que al comenzar la subida. Sí, estábamos más altos pero también habíamos hecho suficiente ejercicio para quemar energías y generar calor en la subida. La gente se paraba. No sabían hacía donde debían ir. No veían las señales, el camino, la ruta a seguir. El tiempo empeoraba y poco a poco todos o la inmensa mayoría de todos los montañeros que subían desde el refugio empezaron a descender.
La temperatura era realmente baja. Quique repetía sin parar que estaríamos a bastantes grados bajo cero. La nieve caía algo más copiosa y fría. Un montañero catalán miró su termómetro y le comentó a Quique apaciblemente que señalaba dieciséis grados bajo cero. Nosotros nos sorprendimos y no nos lo creíamos, era realmente una temperatura demasiado baja para el frío que sentíamos. Pero el catalán indignado nos repetía que era lo que marcaba su termómetro y no lo volvió a repetir. Supongo que sería verdad pero aún así nos pareció imposible, no por que no se pudiera llegar a tal temperatura si no por que no sentíamos el frío tan intenso de dieciséis grados bajo cero. Creo que ese termómetro andaba mal… no sé, nunca lo descubrimos.
Llegamos al refugio. Hablando con otro montañero catalán descubrimos que la mayoría o todos los que este puente se encontraban en el refugio, no habían hecho el Aneto (salvo yo, claro), y pensé que aquellos montañeros que conocían la montaña y el tiempo que iba a hacer, ni se hubieran molestado en acercarse a Benasque (que fue la sugerencia que les hice a mis nuevos compañeros de montaña).
La nieve seguía cayendo al igual que la temperatura en las puertas de La Renclusa. Algunas fotos del refugio, los alrededores y la nieve. Al cabo de un tiempo Quique recordó que no tenía cadenas en el coche para las ruedas y se emparanoyó en bajar rápidamente antes de que la nieve no dejara salir al coche de Plan d’Están. Yo intentaba calmarle y bajarle los nervios para quedarnos esa noche en el refugio y disfrutar auque sea del lugar, pero al final Quique tuvo razón y nos preparamos para bajar del refugio al coche y a Benasque.
Justo en la puerta y a punto de bajarnos, alguien que sube se queda mirándome y me dice: “Yo te conozco a ti”. Era Cruz Lorenzo de Algorfa que venía acompañado de Gabriel López, Raúl y otra gente. ¡Que casualidad!, nosotros nos bajábamos y ellos se quedaban allí con el Aneto como objetivo. Es muy agradable encontrarse gente, montañeros conocidos en montañas y lugares remotos; te da mucha alegría y sorpresa.
Ya en Plan d’Estan la nieve sigue cayendo. Todo se blanquea y purifica al llenarse de nieve. Antes de que la nieve bloquee la carretera a los coches que no llevan cadenas, salimos en dirección a Benasque; no sin parar para hacer las típicas fotos de paisaje nevado. Más abajo en Plan de Senarte ya no nieva, ni llueve y el tiempo mejora. El temporal solo está en las laderas norte del macizo.
Como no podíamos hacer un recorrido de alta montaña decidimos ir al Valle de Vallibierna del que me hablaron muy bien de su belleza, rincones, montañas y vegetación. Este valle se encuentra justo al sur de todas las altas cumbres desde el Monte Maldito hasta el Margalida o hasta el Pico Russel, con orientación este-oeste y cerrándolo en su cabecera el Pico de Vallibierna y la Tuca de Las Culebras al sureste. Desde Plan de Senarte se coge una senda algo empinada que evita las curvas y zig zags de la pista forestal que la recorre.
Nos adentramos en Vallibierna con una algo exuberante y bien cuidada vegetación, y ya la pista que seguimos ahora se allana sin empinarse como al principio. A nuestra derecha hay un enorme precipicio o cañón surcado por el río de Vallibierna. Más adelante el valle cambia su forma en V fluvial a U glaciar y sus laderas se suavizan dándole un aspecto más acogedor aún plagado de bosques sobre todo en su ladera sur del valle que es la de umbría. Al fondo, por fin, vemos una montaña alta y nevada que le da un toque alpino al valle, es el Pico de Vallibierna junto con su hermano pequeño la Tuca de Las Culebras separados por una cresta que llaman Paso de Caballo, nombre característico y común a la forma habitual de como se cruza esta cresta. Las nubes y el mal tiempo siguen cubriendo los picos al norte y más altos de los Montes Malditos o Maladeta las pocas veces que las laderas del valle nos dejan observar. Realmente el valle no nos defrauda, es bonito, boscoso y tiene rincones que bien merecen ser recorridos bajo la sombra del “Monarca del Pirineo”.
En el centro del valle nos encontramos con una pequeña y algo sucia cabaña: el Refugio de Coronas. Más arriba la vegetación arbórea va desapareciendo. Cruzamos pequeñas lagunas que miran hacia la nublada cara sur del Aneto y Tempestades. Las vistas son amplias y grandiosas, sobre todo si miramos valle abajo, todo el recorrido hecho pincelado por las primeras nieves del otoño. Al fondo el macizo del Posets coronado por una amplia nube que cubre sus más altas cimas y le da un toque encantador como grandioso a la vista. Seguimos, y más arriba llegamos al primero y encajados lagos de Vallibierna: profundo y amplio, algo alargado se nos muestra como un gran espejo que refleja el cielo gris, la montaña blanca de nieve y las rocas graníticas de un marrón grisáceo. Ya no hay vegetación y la nieve es más abundante, al igual que el frío es más intenso. A pesar de que no hemos podido hacer ningún pico estos recorridos por valles y lugares de los bajos y medios Pirineos también son gratificantes y hermosos. No deberíamos de descartarlos a pesar del mal tiempo ya que así también disfrutamos de todos los niveles y escondites del Pirineo.
Volvemos por el mismo camino desandándolo hasta donde lo habíamos empezado dejando atrás lo más alto de Vallibierna con sus picos y las laderas sur de los Montes Malditos. Realmente no hemos podido apreciar la alta montaña pirenaica esta vez, pero el recorrido por Vallibierna nos ha llenado y descubierto otra parte de los Pirineos desconocida hasta entonces para nosotros. Vale la pena adentrarse en estos lugares bellos y recónditos de estos entrañables Pirineos.