Otra de las montañas más representativas y visitadas del centro de la provincia de Barcelona, es el Montcau. Dentro del P. N. de Sant Llorenç del Munt i l’Obac, el Montcau es la cumbre más alta hacía el norte del tremendo macizo que lo compone. Fácilmente se puede llegar de La Mola al Montcau recorriendo toda la senda y camino que los unen por la cima del macizo montañoso… sería mi siguiente objetivo.
Por ello, con mis amigos de Cúspidis, organicé una salida a esta montaña. La cuestión era cómo abordarla: me dí cuenta que el lugar más cercano para dejar los coches estaba muy cerca de la misma y a mucha altura (Coll d’Estenalles). Sería ideal para un paseo pero no para una mañana de montañismo. Entonces me disponía a ver otro punto más bajo de la carretera antes de dicho collado. Y consultándolo con mi amigo Paco de Terrassa, éste me decía que para muchos coches es el mejor lugar, y que si quería hacer el recorrido que había planeado (ya había marcado en un mapa la ruta a seguir) lo podía hacer de manera contraría a lo “esperado y normal”. La circular ideada hacía que, a pesar de estar tan cerca de la montaña en el Coll d’Estenalles, comenzáramos bajando (en lugar de subir) y alejándonos (en lugar de acercarnos)… y surgió la siguiente interesante y fascinante actividad.
El pasado sábado 4 de febrero estábamos apuntados unos 30 participantes en Cúspidis, de los cuales unos 20 salimos para realizar la actividad. Fue el día, según fuentes informativas, que más frío haría en la anunciada ola de frío siberiano, y ciertamente el termómetro no subiría de los 0º en todo el día. Motivo por el cual se borraron algunos participantes. A la vez había caído nieve hacía 2 días y el paisaje que nos podíamos encontrar iba a ser muy gélido, con un viento de tramontana insistente y molesto. El material de abrigo requerido tenía que ser el mismo que para la alta montaña.
Por fin pasadas las 09:20 de la mañana, nos reuníamos en el aparcamiento del Coll d’Estenalles para emprender la marcha de la fantástica ruta ideada hacía el edificio de La Mata, siguiendo el G.R.-5. La nieve lo cubría todo y el frío era intenso, pero el paisaje era hermoso con la blancura impregnada en cada rincón del bosque, del camino, de la montaña, y la sensación de pureza de salubridad que da ese frío molesto pero necesario. La actividad prometía. Curiosamente los aparcamientos estaban muy completos, a pesar del frío, mucha gente visita estos lugares atraídos por la singularidad del Montcau. En un día normal es una montaña casi tan visitada como La Mola o Montserrat.
Paco nos lleva por un atajo para llegar a la pista, desde el aparcamiento, que nos lleva a La Mata. El camino es fácil de seguir. Ya en La Mata, las fuentes y estanques helados son la curiosidad del lugar. Observamos que toda la montaña está nevada; y donde menos nieve hay es por culpa del viento de tramontana que sopla a rachas fuertes. Hermoso. En La Mata ya cogemos un camino que deja los edificios a la derecha y baja en busca de la carretera. La misma carretera por la que hemos subido al Coll d’Estenalles y que venía de Matadepera, de Terrassa. La nieve con la arboleda y matorrales crea una fría e inhabitual imagen de belleza y pureza. Es como el punto de vida que hace falta para llegar a la perfección de la belleza, en estos bosques, en estas montañas… es un día para hacer ciento y una fotos ¡¡¡O más!!!
Como veis, comenzamos la actividad bajando en lugar de subir, y a la vez alejándonos del Montcau. Llegamos a la carretera y en seguida cogemos otro camino a la izquierda y en frente que, medio escondido por la nieve y medio señalado por una cadena que cierra el paso a algunos vehículos, nos interna en el frío y blanco vallecillo del fondo de la Riera de Les Arenes. Llevo el mapa fotografiado en la cámara de fotos, y lo repaso de vez en cuando en su pantalla. Unos amigos nuevos de Terrassa han traído otro mapa por si acaso; pero en una parada y charla sobre mapas les explico que no en todos los mapas sale lo mismo. Y efectivamente en su mapa no salía el camino que hemos cogido para bajar de La Mata a la carretera… conocimiento adquirido en mis andanzas por los Alrededores de Arbúcies. El lugar aquí es increíble: el camino medio cerrado por la nieve a penas te deja adivinar las indicaciones correctas del mismo, pero es encantador y hermoso. Al tiempo llegamos a un cruce. Seguimos la rivera derecha de la riera, barranco arriba, y debemos seguir acercarnos al lecho de la misma riera para cruzarla y abordar la ladera contraria. ¿Puede ser el camino de la derecha que baja y se acerca a dicho lecho? ¿Seguro que es un camino?… dudas entre la abundante nieve. Pero todo se clarifica cuando descubrimos una serie de huellas que se internan por dicho ramal. Por suerte y casi inexplicablemente, encontrábamos dichas huellas en todo el suelo de nieve del recorrido: por senderos, caminos, laderas… indicándonos que por allí había una ruta a seguir… es como si alguien adrede, hubiera hecho nuestra ruta antes que nosotros y nos hubiera marcado el camino. Y menos mal, por que en ocasiones no llegaría a verse la senda en medio del bosque, al estar el suelo muy homogéneo a causa del manto nival… ¡¡Gracias montañero desconocido!!
Llegamos enseguida a un claro en el mismo fondo de la riera. Estamos en el punto más bajo de la excursión. Debemos subir por la ladera de enfrente hacía el Coll Prunera, y en lugar de seguir barranco arriba como hasta ahora, seguimos hacía la derecha internándonos en otro vallecillo. Ahora seguimos por la selva petrificada por la nieve del interior del Sot de La Bòta. Cambiamos de dirección siguiendo por el fondo del mismo. El lugar aquí está casi sacado de un cuento de Dickens: espesa vegetación de árboles frondosos con todo, ramas, hojas, tronco, cubiertos de pegajosa y blanca nieve virgen; con abundancia de ella en las sombrías laderas del Sot que le dan una imagen casi gótica y romántica a la vez. Hermoso e impresionante. Kike va delante y, abriéndonos camino entre esa vegetación que ha invadido el camino, la senda, llegamos a un recodo del fondo del Sot. Kike ve a la derecha una señal, un hito casi invisible en medio de la nieve, y las huellas salvadoras que lo siguen. Decidimos seguir por dicha senda nevada, que sube, como esperamos por la ladera de la montaña en busca de Coll Prunera y la Carena Dels Ginebres… ¿Cómo sabíamos que las huellas harían el mismo recorrido que lo que queríamos hacer nosotros? ya que podríamos haber seguido la senda que sigue por el interior del Sot de La Bòta… “No lo sabíamos”, pero intuía que seguía, según la orientación y fisonomía de la montaña y lugar, hacía los lugares indicados y esperados.
Dejamos las espesas frondas nevadas del fondo del Sot de La Bòta para comenzar a subir por la ladera de la montaña en busca del Coll Prunera. Aquí la subida y desnivel ya son apreciables, y aunque sigamos a ciegas dichas huellas y las pocas señales visuales de la senda, en poco tiempo llegamos al nombrado Coll Prunera; también después de hacer las paradas de rigor de reagrupamiento. Antes hemos zigzagueado un poco y la senda ha dado un giro (casi como de bajada) hacía la derecha y medio llaneando. Metidos en medio del espeso bosquecillo de quercus se hace difícil saber si la orientación y dirección es buena en esta parte del recorrido… pero casualmente “lo hemos clavado”. Desde Coll Prunera todo parecería más fácil, ya que solo habría que seguir la loma cimera de la Carena Dels Ginebres en dirección este hasta el mismo cruce con el camino La Mola-Montcau muy bien señalizado. La gente preguntaba cuando pararíamos a almorzar, y ya que estábamos “a salvo” en Coll Prunera, lo idóneo sería acercarnos al Turó de Coll Prunera, con unas vistas increíbles, para hacer dicha parada para el almuerzo. Con lo cual, y sin pérdida ya que el sendero está mucho más marcado y las huellas más visibles, seguimos hacía la derecha y oeste hasta la cima del Turó de Coll Prunera (888 mts.). Rodeando el turó y en un claro mirando hacía el sur, nos sentamos a descansar, almorzar y disfrutar del frío pero hermoso día de invierno. El viento arreciaba en según que lado de la montaña, y buscar refugio ante él se hacía imprescindible, ya que nos azotaba con fuertes y frías ráfagas de tramontana.
Sentados en una calva de nieve y vegetación, veíamos, en este día tan claro, más allá de Collserola, sus antenas, el mar; a nuestra derecha y oeste el magnífico peñasco de Castellsapera y al fondo la inconfundible Montserrat, y el seguimiento del macizo montañoso hasta La Mola cubierto por sombras y nieve en sus diferenciados escalones. Hermoso. Proseguimos la marcha en busca de nuevo del Coll Prunera. Una vez en él, seguimos cumbreando y subiendo hacía las más altas laderas y escarpes del lugar: la Carena Dels Ginebres. Un morrón alto y escarpado nos cierra el paso, y después de subir al Morral d’En Bes, un peñasco en medio de la loma cimera, bordeamos, acercándonos a sus paredes, dicho morrón sin nombre.
El bosque se espesa aquí, bordeando este roquedal altivo por la izquierda, y la senda se pierde desdibujada entre los árboles y bajo la homogénea nieve. Por suerte, y como ya he dicho anteriormente, las huellas salvadoras nos llevan por en medio de lo desconocido hasta “la salvación”. Entre la intuición, poca orientación y las huellas subimos y llegamos al Coll Dels Ginebres, y una vez aquí arriba la senda se ensancha perfilando sus lindes entre la floresta y vegetación a pesar de la nieve. Otra calva de vegetación en el camino y la elevación de la loma nos hace disfrutar de la hermosa imagen de La Mola hacía la derecha y sur, y Montserrat, más visible, atrás hacía el oeste. Hace un magnífico frío día. Unas vistas y claridad inmejorables. A pesar del frío y de algunas rachas de viento, disfrutamos como enanos.
Desde que salimos del Coll d’Estenalles no habíamos visto a nadie en todo el recorrido… solo las, casi enigmáticas, huellas. Pero al llegar a las cercanías de un inconfundible cruce, nos topamos con un montañero solitario que nos pide orientación: “¿por aquí se va a La Barata?” (Recuerdo la última excursión por esta sierra); y señalando una apreciable y nevosa senda que baja a la derecha y sur, le confirmo que sí. En el mismo lugar, el cruce con un camino de herradura que coge el frondoso borde de la loma hacía el norte, sin subir altura, lo reconozco sabiendo que no es por él por el que debemos seguir. Entre la maleza y al borde del camino en la parte más alta del mismo (mismo lugar al que llegamos y nos topamos con él) una senda hacía el oeste y cogiendo altura por la cima de la loma, de la Carena, es la dirección y ruta correcta.
Y sin parar de subir altura, siguiendo la bien marcada senda (siguen las huellas) pasamos por el Pla dels Ginebrons, donde de las ramas de sus árboles cuelgan unos perfectos y sorprendentes carámbanos de hielo. Nos quedamos observándolos y haciéndoles fotos un momento, como si se tratase de algo extraordinario que no todos los días se ve. Y cierto era. Un poco más al oeste y sin darnos cuenta la Carena Dels Ginebres desemboca en la Carena del Pagès. Columna vertebral y unión entre La Mola y el Montcau. Sin darnos cuenta ya estamos a más de mil metros en Les Pinasses. En el centro, verde, boscosa y bella “autovía” que unen ambos pináculos referencia de Sant Llorenç del Munt: La Mola y el Montcau.
Desde aquí todo es más fácil: seguimos el camino hacía el norte por la loma cimera de la Carena del Pagès, sin pérdida, entre el estupendo bosque y vegetación, fría, nevada, que le da un aspecto hermoso y nada común o habitual en estas montañas. Encantador. Por aquí ya encontramos a gente: turistas, domingueros, excursionistas… que se embelesan con el frío aliento del bosque. Pronto, entre charlas y vistas directas a la original pirámide del Montcau, que ahora queda enfrente y a la que nos dirigimos directamente, llegamos al Coll d’Eres, no sin antes haber pasado por la sombra del Roure del Palau: enorme árbol de ramas fuertes y gruesas que no pasa inadvertido entre la vegetación, pero del que pocos se preocupan en conocer.
Paramos en el Coll d’Eres, el otro famoso puerto cercano al Montcau, durante unos minutos para reagruparnos, ir al baño y leer la inscripción “Terrassa a Joan Maragall”, el famoso poeta catalán que paseaba por las inmediaciones el siglo pasado. Desde aquí la subida se perfila sin pérdida y con indicadores: es coger todo el espolón de conglomerado, como si fuera una de las aristas de la pirámide, y en poco tiempo estamos arriba. El tramo final es entretenido; la pendiente se agudiza en la roca viva conglomerada y algunas de las compañeras casi se ponen a cuatro patas tanto para subir como para bajar… pero no hay dificultad alguna para el acostumbrado montañero.
Ya por fin en la cima del Montcau (1.056 mts.). Las vistas son generosas: las nieves del Montseny y del Pirineo es lo que más nos llama la atención. Perfectamente diferenciados, el Matagalls y Les Agudes-Turó de l’Home nos maravillan con su suave manto blanco. Kike intentaba captar los escarpes y belleza de Les Agudes con el zoom de su cámara. Precioso. Delante el Serrat de Les Pedres nos muestra un paisaje casi sin arboleda, salvo en sus cimas, y nuevas miras de exploraciones futuras. También miramos hacía el sur, hacía La Mola, el otro vértice de la montaña, entre el frondoso, sombrío y oscurecido bosque, por la contraluz del sol, y esas manchas frías, blancas de la simpática nieve, que le dan ese toque como de película “Doctor Zhivago”. Pero la espectacular imagen de Montserrat nos emboba con sus escarpados roquedos, adornados por esa inmaculada nieve. El frío viento de tramontana sigue soplando y abrigarse lo máximo posible se convierte en un ejercicio repetitivo en esta ruta. Foto de grupo, fotos a las vistas y fotos recordatorias de esta fría pero bella aventura.
Ahora solo queda bajar de nuevo a los coches, y lo haremos por otro camino hacía el suroeste que hace un ángulo de 90º sobre el que hemos subido… pero el destrepe rocoso no nos lo quita nadie. Ya en la base del pequeño resalte rocoso, seguimos hacía la derecha, suroeste, como si nos dirigiéramos a Montserrat que queda justo enfrente ahora. Detrás va quedando el Montcau y su original y hermosa forma: como si fuera un gigantesco sombrero en pagoda, una redondeada pirámide o un suave trozo de Montserrat por la formación de sus rocas, conglomerados, que le dan esa forma escarpada y a la vez fácil de acceder por sus miles de cantos rodados adheridos a una roca, un cemento, que en otros tiempos fue arenilla, grava… De nuevo los carámbanos de hielo cuelgan de algunos de sus recodos, de sus nichos, y los abismos y verticalidades van apareciendo, se van acentuando hacía la parte norte, mirando a Mura; dejando redondeados torreones, paredes granuladas y crestas angulosas, como si fuera, repito, un trocito de Montserrat.
Últimas fotos al Montcau en el camino a la pista que nos lleva del Coll d’Eres al Coll d’Estenalles, muy cerca de éste último y de los coches aparcados. El viento arrecia en este ventisquero, y Paco, abrigado hasta las cejas, simula una ventisca con la espectacular imagen del Montcau y sus manchas de blanca nieve de fondo, para mi cámara. Llegados a Coll d’Estenalles, decidimos ponernos al sol en una pared del edificio para comer ya que era mediodía. No ha prosperado el bajar al bar del próximo pueblo (eso lo dejaremos para los cafés), y tampoco estaba contratada la “Calçotada” como hubiera deseado y repetía Piki ¡je, je, je!
Sin más terminamos una bonita y fácil aventura, donde la suerte de las huellas, las condiciones de frío y nieve, y lo hermoso y excepcional del día, ha hecho que se convirtiera en auténtica e irrepetible. También con la mejor gente y compañeros de Cúspidis que acompañaron con sus risas, simpatía y amistad… ¡Por fin conozco a Isabel! Bellos lugares y emblemática montaña; no dejad de visitarla, recorrerla, cuidarla…