Después de un tiempo mirando y remirando el mapa de la comarca del Baix LLobregat en las cercanías de la Estación de tren de Castelldefels, en las horas libres de mi “estupendo trabajo”; decidí que la primera montaña a visitar en Cataluña iba a ser el macizo de El Garraf.
El Garraf es un macizo famoso por estar colgado sobre el mar, sobre su rocosa y abrupta costa entre Sitges y Castelldefels. Está protegido como Parque Natural por la Generalitat Catalana, y también era famoso por ese famoso Rallye del Garraf que se realizaba en su sinuosa y trepidante carretera que lleva su nombre, casi excavada en al roca sobre el mar. Paisajes hermosos sobre su abrupta costa y perfiles, empañada por canteras y cementeras que abordan la costa con un puerto artificial que rompe la armonía entre la montaña y el mar.
Entendí que la forma más rápida de llegar a La Morella (pico más alto del macizo) por un recorrido bonito y a la vez con un comienzo lo más próximo a Barcelona; era saliendo de Bruguers. Como en casi todas las montañas catalanas hay muchas sendas y señalizaciones para recorrérselas, y más si son parques naturales. En esta ocasión adiviné que el G.R.-92 iba a ser mi guía y señal para realizar este lindo recorrido.
El recorrido ideado iba a comenzar y terminar (siendo una ruta lineal) en Bruguers (carretera Gavà-Begues), más concretamente en la Ermita de la Mare de Deu de Bruguers; iba a pasar por el Castillo d’Eramprunyà, subir al Puig de Les Agulles y a La Morella.
Así pues el domingo 19 de diciembre del 2.010 me decido a acercarme a este singular macizo para realizar el recorrido planeado. Las calles y rondas de Barcelona están vacías los domingos por la mañana temprano, es un lujo que no ocurre todos los días. Llego a Bruguers y dejo el coche justo debajo de la Ermita de la Mare de Deu de Bruguers pegado a la carretera; pero se puede entrar, a la izquierda de la carretera, y dejar el coche por una ligera rampa de tierra, en una especie de parking justo en la misma puerta de la ermita.
Comienzo la subida por una simpática senda muy bien marcada hacia el extremo opuesto de la mole que corona el Castillo d’Eramprunyà. Un bonito arco de roca erosionado y una formidable vegetación adherida a las pendientes forman el magnífico paisaje de esta parte de la montaña. Pequeños azulejos con notas musicales nos dan a conocer los Goigs a la Mare de Deu de Bruguers. De momento no me encuentro con nadie en la montaña, y es raro por que la ruta es fácil y entretenida.
Al poco tiempo y en una especie de planicie, un cartel señalizador me dice que puedo acercarme al Castillo d’Eramprunyà o bien seguir las líneas del G.R. hacía mi destino. Como soy un inquieto “adorador de piedras” me intereso por conocer las formas y construcciones de este castillo. La senda sube algo más y, paralela a una valla, termina en una ancha pista de acceso al castillo. Otra valla metálica con una gran puerta cerrada impide que los curiosos sin permiso entren a ver las ruinas. Pero… ¡No viene nadie!… y de un salto entro en el recinto entre los matorrales y espesura de sus árboles. Me doy una vuelta por sus ruinas y precipicios, y visito la Esglèsia de Sant Miquel. Abajo veo mi coche y Bruguers.
Decido seguir ya que he perdido algo de tiempo recordando andanzas medievales, y sigo por la pista siguiendo la dirección del G.R. hacía La Morella. Sobre mí tengo una loma con una torre de vigilancia de incendios, yo la paso por la izquierda. Al poco rato y sospechando que la pista empezaba a bajar demasiado, el G.R. deja la pista y en forma de senda se interna en la estupenda vegetación a la derecha de la ladera sur de dicha loma, en busca del Puig de Les Agulles. Me topo con un par de cazadores que empuñan su arma como “falsos guardianes” de la montaña. Al cabo de otro tiempo la senda deriva en otro cruce con otra pista, y cruce de pistas. El G.R. se divide, puedo ir al Puig de La Mola/ Santa Susana o al Puig de Les Agulles/La Morella; éste último será la dirección que cojo. Personas paseando, cazadores descansando, ya empieza a haber más vida humana por estos lares. Sigo otra pista que me lleva, esta vez por su cara norte, hacia la cumbre del macizo, hacia el Puig de Les Agulles. Para evitar los zigzags de la misma, el G.R. entra y sale de la pista atravesando y acortando camino, hay que seguir las formidables señalizaciones del G.R. La vegetación es boscosa y bien cuidada, abundante y envolvente, me encanta. La vista ya comienza a ofrecerme paisajes magníficos de las poblaciones, montañas y lugares cercanos; pero será en la misma cumbre del Puig de Les Agulles donde apreciaré mejor los horizontes. Después de unas subidas, la senda llega a una especie de explanada cimera. Otro cruce me dice que a la izquierda puedo llegar a la cumbre del Puig de Les Agulles, y si sigo recto me lleva a La Morella. Me acerco al Puig de Les Agulles y después volveré para ir a La Morella, punto más alto del macizo.
Ya estoy en el Puig de Les Agulles (552 mts.). Su nombre se debe a las agujas y rocas verticales que se escarpan por la ladera sur de esta montaña, visibles desde la senda que había cogido desde el castillo; y con la vista en dirección a La Morella desde la cumbre. La vista es magnífica: Barcelona, Montjuïc, Gavá, la costa, el delta del LLobregat… el enorme macizo del Montseny al norte y la espectacular Serra de Montserrat, recortada a tijera, al oeste… ¡Precioso! A pesar del tiempo nublado las vistas son apreciables y casi nítidas. Fotos de rigor. Estoy solo, así que tengo que poner el modo automático y apoyar la cámara en el vértice geodésico que nos dice el punto más alto. Pero debo de seguir el camino… al fondo puedo comprobar unas antenas y radares meteorológico (grandes bolas blancas) que me dicen que es la cumbre de La Morella. Espero que los catalanes no sean como los murcianos que se empeñan en instalar y destrozar las montañas con radares y antenas justo en la parte más alta de cada una. Parece que esté lejos, pero nada de eso. Me acerco al anteriormente nombrado cruce y ya con la señalización de “La Morella” me dirijo por el G.R.-92 hacia el punto más alto de El Garraf. Más animación en la montaña: mountain bikes, senderistas paseando con su perro… la senda sigue una vieja pista y después se interna en un paisaje de matorral abundante, siempre en dirección a “las bolas”, por la cima de la sierra y sin bajar altura. En menos tiempo de lo creído llego a la cumbre de La Morella (596 mts.). Hay un gran vértice geodésico, una cruz cogida por gruesos alambres de hierro, y mas gente: un grupo que ha subido desde Castelldefels y que va repartiendo “Ferrero Rocher” entre aquellos que compartimos la cima, anunciando la Navidad que se aproxima. En Alicante a esta salida la hubiera titulado: “Salida de Navidad”; nos hubiéramos llevado sidra, dulces de navidad y turrón… como solíamos hacer por estas fechas. Las vistas no son tan impresionantes, pero ha salido el sol y descubro los perfiles de la sierra, del macizo hacia el oeste. Desolados por antiguos incendios que han destruido y anegado la masa boscosa anteriormente existente. Me recuerda algo a algún paisaje de las montañas de Alicante. Hacia el este y casi bajo la misma cumbre un “abocador d’escombreries” afea el paisaje. Sin embargo, hacia el norte una gran y maravillosa masa boscosa aparece en las ladras redondeadas del macizo. Por suerte han respetado la cumbre: “las bolas” y las entenas están alejadas del espacio privado de la cumbre de La Morella… eso me gusta.
Se hace tarde. Almuerzo. Me como el Ferrero Rocher; y decido bajarme a paso ligero ya que no quiero llegar tarde para comer en casa con Anna. Desando todo el recorrido pero sin detenerme como en la subida en “inspeccionar paisajes y lugares” y pronto llego al cruce para subir al Castillo d’Eramprunyà. Aquí oigo pasos rápidos y un corredor de montañas intenta adelantarme, entonces me adelanta y decido seguirlo a su ritmo para despertar el adormilamiento de mis inactivos músculos de las piernas. Me viene bien correr hacia abajo esquivando obstáculos y moviéndome como una cabra en el monte. Es más tarde y los “domingueros” salen de sus “guaridas” para abordar las sendas y pistas con sus lentos y torpes pasos, y sus ropas desacertadas para la ocasión.
Llego al coche y estiro algo los músculos. Desde que vivía en Almoradí que no me había movido por una montaña… ¡Me encanta la sensación salvaje y de libertad al aire libre! Me ha encantado el recorrido y prometo volver para completarlo con otro más circular.