Empieza a amanecer y ninguno nos levantamos de nuestros calentitos sacos. Empiezan a oírse las voces de Miguel Ángel y Tomás pero ninguno nos atrevemos a abrir los ojos o hacer un movimiento a pesar de estar ya despiertos.
Al cabo de poco tiempo salimos de los sacos, ordenamos las mochilas y desayunamos. No tengo ni café ni azúcar, así que Manuel me ha preparado un café con leche condensada muy sabroso. Al cabo del tiempo decidimos salir de allí, de las Lagunas de Las Calderetas en busca de otro magnífico día de dura marcha, buen tiempo y experiencias excepcionales. Cometamos las peripecias del zorro aquella noche… yo pienso que la tomó con mi mochila y ni comida.
Partimos valle abajo hacía el sur-sureste bajando altura en busca del inicio de la Loma del Alcazaba. No se puede ir directamente al Alcazaba desde donde estábamos ya que nos topábamos con las paredes de Los Tajos del Goterón, a menos que quisiéramos cruzarlo por el “gran basar”… una especie de faja vertiginosa por la que discurren temerarios senderos en busca del Puntal de Las 7 Lagunas o de la Laguna de La Mosca por su cara norte. Ese día el “gran basar” del Alcazaba sería el punto de conversación y curiosidad en las primeras horas de la marcha. Para subir la Loma del Alcazaba había que dirigirse hacia la parte menos empinada y razonablemente factible de dicha loma, o sea, que no haya que cruzar ni escalar las paredes este del Alcazaba. Un tenue sendero nos hace llegar al cauce del Barranco del Goterón, un arroyo de aguas muy cristalinas y ricas. Una vez cruzado el arroyo nos topamos con una senda que casi lo sigue paralelo; pero al poco tiempo dejamos el cauce del arroyo para subir por la parte más perceptible de las laderas a la derecha hacia los lomos de la Loma del Alcazaba. Otro sendero desgastado de tierra nos sube a dicha loma. Nosotros, como aventureros a veces incautos que somos, nos desviamos antes de dicha senda y optamos por subir por pendientes más inclinadas de desgajadas y sueltas rocas y piedras ¡Hay que darle emoción! pero al final nos enfilamos hacía la parte más alta de la Loma del Alcazaba.
Una vez arriba, la loma no tiene perdida. Unos hitos en la parte más alta de dicha loma te indican por donde seguir, y enfrente de tus ojos el Peñón del Globo y el Alcazaba te dicen que vas por muy buen camino. Otro magnífico día se nos avecina en esta segunda jornada. Todo un privilegio en una travesía como ésta. Antes de llegar al conjunto de las moles del Alcazaba, Peñón del Globo y Puntal de La Cornisa que forman como un pequeño circo deformado por la erosión y las piedras sueltas, rodeamos otro peñote o un conjunto de piedras por la derecha, y una vez superado se gira hacía el punto más alto del pequeño vallecillo por el que vamos, dándonos la sensación de rodear la mole del Peñón del Globo de su este a su noreste, norte parando a su noroeste. Tomás se ha adelantando, va el primero, y para en una enorme piedra en medio de una especie de planicie cercana al Puntal de La Cornisa y a la subida al Alcazaba, muy fácilmente alcanzable desde aquí. Yo le sigo en la distancia, y detrás de mí sigue el resto del grupo. Miguel Ángel sigue dando el toque de buen ánimo casi rozando lo cansino con sus alabanzas al día que hace, al ánimo y magnífico estado de forma que tiene. A pesar de ser un recorrido largo no se nos ha hecho muy pesada la Loma del Alcazaba por la suavidad de la misma, muy contrariamente a lo que ocurriría con la del Mulhacén.
Una vez reunidos todos decidimos dejar las mochilas y subir la suave pendiente que quedaba hasta los 3.364 metros del Alcazaba. Desde su cumbre descubrimos poderoso y magnífico la cara norte sombreada del Mulhacén, bajo de éste la Laguna de La Mosca y más allá todo el cordal de tres miles que nos quedan por subir y recorrer de Sierra Nevada. Por fin se vé el último en lo más al fondo, el Caballo.
Bajando al mismo punto para recuperar las mochilas nos topamos con unos montañeros de Cocentaina. Sierra Nevada está plagada de montañeros y muchos de ellos son alicantinos.
Cargados de mochilas nos dirigimos al Peñón del Globo. Pensándolo bien se podía haber subido también el Puntal de La Cornisa que casi pillaba de paso… bueno, nadie dijo nada y nadie lo advirtió entonces… para la próxima vez. Una subida casi inapreciable y llegamos al Peñón del Globo (3.288 metros). Al otro lado, al sur, por la que bajaríamos a la Loma de Culo de Perro, subían un grupo de Pedreguer equivocados pensando que éste era el Alcazaba. “Ya que estáis aquí, subirlo” le decíamos a la chica que iba la primera y más cercana de su grupo. Adrián va tocado de la rodilla, y le cuesta caminar por aquellos pedregosas y molestas pendientes llenas de piedras sueltas y lajas de un color gris, marrón brillante. “Pizarras metamórficas, diferentes a las pizarras del Pirineo, de diferente formación…” le digo al sorprendido Miguel Ángel. De aquí ya toca bajar a un lugar conocido por mi, ¡ya era hora!; a 7 Lagunas, más concretamente a la más grande y baja de las siete, la Laguna Hondera a casi 2.900 metros de altitud. La visión de 7 Lagunas me es familiar y me pellizcan los recuerdos de anteriores viajes.
Fácilmente llegamos a la Laguna Hondera donde descansaremos un poco, comeremos, cogeremos agua de las cascadas de Las Chorreras Negras, y nos prepararemos para el mayor esfuerzo del día: subir al Mulhacén por toda la Loma del Mulhacén, con casi 600 metros de desnivel. Hay abundante gente montañera en 7 Lagunas; tanta, que han perdido la costumbre de saludarse como amigables y buenos montañeros educados. Un montañero de pelo largo se nos acerca “¿por donde se sube al Mulhacén?”. Este puente ha sido escogido por muchos montañeros novatos y nóveles para recorrer los rincones de esta bella sierra.
Ya hemos comido y casi descansado, nunca es suficiente, y emprendemos la fuerte primera subida a la Loma del Mulhacén que debíamos hacer pacientemente. Al otro lado de la Laguna Hondera según vienes del Peñón del Globo, en su sur, empieza un zigzagueante sendero escavado en un terreno casi vertical. La siguiente pala no era tan empinada pero más larga, y poco a poco vamos cambiando de dirección de oeste a noroeste en busca del hito más alto de Sierra Nevada. Miguel Ángel está muy fuerte y quiere subirlo sin ninguna parada, y lo hace. Tomás le sigue a pocos minutos por detrás. El resto del grupo llevamos un paso normal, parando para beber agua en el medio día de la sierra y de la jornada y para ver lo recorrido y lo que falta por recorrer. Al tiempo vemos como se queda el Mulhacén II de 3.362 metros. “No sabia que había un Mulhacén II”, decía Manuel. Se quedaba a nuestra izquierda apartado del sendero de subida al Mulhacén que seguía pegado a las verticales vertientes al este. Abajo a nuestra derecha podíamos ver todo el valle de 7 Lagunas, cada vez más hondo a medida que ascendíamos. Dos parejas de Alcoy y un padre con su hijo bajaban por el sendero, no cruzamos palabras con ellos, ya se encargó Miguel Ángel de interrogarles. La loma se hacía cada vez menos vertical a medida que te acercabas a la cumbre, y allá al fondo un conjunto de rocas que sobresalían nos decían hasta donde debíamos llegar. Al rato pasamos por el cruce de sendas que baja a La Caldera, ya estábamos arriba. Las tres vertientes del Mulhacén: oeste, este y norte se abrían ante nuestros ojos en su cúspide. “Llevo ya 45 minutos esperándoos”, decía Miguel Ángel con una simpática arrogancia. Yo pensando, me decido a decirle, una frase que resumiría la trayectoria de la integral: “el caso no es que nosotros vayamos despacio, es que tú vas muy deprisa, demasiado deprisa”. Pero ya estamos en la cumbre del pico más alto de Sierra Nevada, de nuestra actividad, un punto importante en esta integral: el Mulhacén (3.479 metros). Nos hacemos fotos (en todas las cumbres nos hemos hecho fotos, aunque en ésta con más euforia). Más gente abordaba la cumbre; unos chavales, jóvenes a mis ojos, sin dejar de serlo yo, habían subido desde la Laguna de La Mosca. Les hago una foto con su móvil y a cambio me dan un sorbo de una lata de cerveza que llevaban; aunque caliente, no desprecio su invitación a probar aquel rubio líquido.
Bajamos ahora hacía La Caldera, mirando al Veleta, hacía el oeste justo, hacía la otra vertiente del Mulhacén de la que venimos. Un reconocido, perfecto y muy marcado sendero nos baja hasta la Laguna de La Caldera, hasta la pista que baja a Capileira o hasta el Collado del Ciervo entre el Mulhacén y el Puntal de La Caldera. Nuestro siguiente y último pico del día será el Puntal de La Caldera. Un bonito peñasco sobre la laguna del mismo nombre, encrespado y altivo con unas vertientes norte cortadas y profundas, verticales e infranqueables y también un pico que no había escalado todavía.
Miguel Ángel y Tomás van muy adelantados, me cuesta seguirles. En una bifurcación del sendero seguimos hacia la derecha, hacía el Collado del Ciervo y me esperan ahí. De nuevo los tres juntos reanudamos la marcha y de nuevo se me adelantan ¡No hay manera de seguirles el paso! pero yo ya soy mayorcito y sé como moverme por una montaña desconocida. Dejamos las mochilas a media ladera y nos encaramamos a la cresta rocosa que sube al puntiagudo pico. Detrás aparece Manuel casi corriendo y echando la hiel. Ha dejado a Adrián y a Mario que sigan hasta la Laguna de La Caldera y los encontraremos cuando bajemos del Puntal de La Caldera. Es una cumbre muy puntiaguda y escarpada, la de este pico (3.219 metros). La verdadera cumbre está enclavada casi en el vacío; Tomás a pasado a ella y Miguel Ángel ha dicho de no cruzar. Desde entonces Tomás ironizará con que no he subido verdaderamente la cumbre del Puntal de La Caldera. Detrás unas magníficas e imponentes vistas de las caras norte, tan cercanas, de los escarpados Mulhacén y Alcazaba. Nunca las había visto desde aquí ¡Bellísimas! No hemos bajado al pico Juego de Bolos subido en otras integrales, pensando que en las otras integrales la noche se hacía allí mismo, en el Refugio de La Caldera, y daba tiempo; y que a la vez se terminaban en Pradollano, en la Hoya de La Mora (más cercano que Nigüelas)… nos pareció alejado de la ruta a seguir en la diferenciada columna vertebral de Sierra Nevada.
Bajamos con el sol de media tarde a donde nos habíamos dejado las mochilas. Seguimos las piedras desordenadas sin un sendero definido justo por detrás del Refugio de La Caldera, a la derecha quedaba la cubeta de la Laguna de La Caldera. Pasando junto al Refugio de La Caldera vimos que estaba lleno, hasta los topes y, aunque en un principio no era el lugar donde queríamos pasar la noche ya que queríamos adelantar camino, en otras travesías integrales hechas por Manuel, éste era el sitio donde pasaban la segunda noche. Nosotros decidimos, por consejo de Tomás, el pasar la noche en el pequeño Refugio de Villa Vientos, pegado a la pista principal y en la misma curva de ésta en Loma Pelada que separa las vertientes del río Mulhacén (que baja de La Caldera) y de Río Seco (que baja de las lagunas homónimas), que más abajo se juntan en el valle del Poqueira. Mario y Adrián nos esperaron al principio de pisar la pista cerca del Refugio de La Caldera. Habían cogido agua de la Laguna de La Caldera la cual tenía unos bichos rojos abundantes como pequeños crustáceos parecidos a diminutas gambitas. Habíamos cogido agua de otras lagunas como las de Las Calderetas y tenían estos pequeñitos bichitos, pero no tan grandes como los de la Laguna de La Caldera… daba un poco de asco el beber esa agua. Gracias a las pastillas potabilizadoras que llevaba, toda agua que recogíamos era tratada, y veíamos como, al rato, dejaban de nadar y se quedaban inertes, muertos esos bichitos en nuestras botellas. En la Laguna del Caballo alguien nos dijo que esos bichitos eran buenos, que eran proteínas que se podía beber esa agua sin problema. Por si acaso nosotros le seguíamos echando las pastillitas.
Yo sugería dormir junto a una fuente, laguna o emanación de agua, para así asegurar el abastecimiento para lo que quedaba de día, para cocinar, para la noche y para el principio incluso mitad del día siguiente. El lugar con esas condiciones más cercano sin tener que bajar demasiado altura, era la Laguna de Río Seco, donde se ubicaba el legendario, mítico y ya desaparecido Refugio Félix Méndez o de Río Seco. Villa Vientos no tenía agua lo suficientemente cerca. Pero aún había que caminar algo más.
Cogimos la pista alejándonos de La Caldera y del Mulhacén en dirección sur-suroeste en busca de Loma Pelada y como si fuéramos en dirección a La Carihuela, al Veleta; en dirección contraría al Mulhacén que era de donde veníamos. Al no mucho tiempo y en la curva nombrada de la pista, nos topamos, cuatro metros más abajo de ella, con el Refugio de Villa Vientos. De nuevo petado. Todos los montañeros han elegido este puente para salir a Sierra Nevada y no queda plaza ni sitio en ningún refugio, cabaña o lugar con techo… solo bajo el techo de miles de estrellas. Adrián que ya iba cansado y destrozado por la rodilla se llevó una tremenda decepción, no podíamos quedarnos allí.
Al final una horita o algo más de una horita de camino y bajamos al lugar donde yo auspicié que sería el mejor para pasar la noche: la Laguna de Río Seco. Le dimos la vuelta a la Loma Pelada en la misma pista con dirección norte en busca de los Crestones de Río Seco; y una vez llegados a éstos, cabíamos el rumbo a oeste sin dejar nunca la pista. Ya el sol se iba ocultando detrás de los encrespados y afilados Raspones de Río Seco, guardianes que vigilan el tránsito por la apacible y tranquila Laguna de Río Seco. En mitad de los Crestones de Río Seco y después de haber pasado la parte más baja de la pista en este tramo (se nota con claridad), sale una senda a nuestra izquierda que baja, al principio con sentido sureste doblando luego a suroeste-oeste, hasta la bella y cristalina Laguna de Río Seco. De 9 a 9’30 horas fue la duración de esta segunda marcha, en este segundo día.
Al otro lado de la laguna, en un cómodo terreno medio acolchado por la esponjosa y húmeda hierba, y rodeado por unas piedras en forma de vivaque, pasamos la segunda noche. El lugar era ideal, aunque tuviéramos que dormir a más de tres mil metros, al raso y con el único techo de la bóveda celeste y esa Vía Láctea que se hendía en el oscuro firmamento como una corona en la cabeza de una enorme Reina del Universo. ¡Maravilloso! ¡Bellísimo y encantador! Volvimos a pasar la noche contando fugaces, hasta que el duende del sueño nos llamara para descansar… en un lugar ideal, idílico… perfecto.