Nuestra amiga Raquel, avisados por Kike y Xenia, organizaba una sencilla, fácil y emocionante excursión por el macizo del Montcau-La Mola, y después de la desaparecida Cúspidis, nos pareció una buena excusa para reencontrarnos. Como es verano lo mejor, para no sufrir el calor estival, era realizarla al atardecer y por la noche, y así disfrutar con la fresca.
Así pues el pasado 14 de julio quedamos cerca de las 8 de la tarde en el Coll d’Estenalles, en el parking del parque natural a 873 mts. de altura. Salimos en dirección al Montcau mientras el sol aún no se había puesto aún. La ruta era seguir todo el camino, senda, que desde el Montcau enlaza con La Mola por todo lo alto del macizo. Así pues comenzamos cogiendo el camino asfaltado que queda detrás del edificio del Coll d’Estenalles y que pasa por las faldas del Montcau en dirección al Coll d’Eres.
No hacía nada de calor, es más, el viento fresco y húmedo hizo que los participantes se pusieran prendas de manga larga. Las vistas del atardecer eran extraordinarias: La Mata, detrás Montserrat, Castellsapera en la Sierra de l’Obac… bajo un rojo sol vivo. Pero la oscuridad se hacía esperar, y esos últimos rayos de sol le dieron un aspecto grandioso, hermoso, cálido e incluso con un aire de misterio a las roquedas faldas conglomeradas de ese “sombrero chino” que tiene de forma el Montcau. Hermoso. Tranquilidad, silencio y el flojo viento fresco, pero no estamos solos, otra gente aprovecha estas horas mágicas para contemplar las maravillas de la naturaleza: sentados, caminando, disfrutando…
La marcha es sencilla: del Coll d’Estenalles pasamos al Coll d’Eres y de aquí, recto con sus subidas y bajadas, a La Mola. Está todo muy indicado, sin pérdida, a pesar de la oscuridad del atardecer y de la posterior noche. Pasado el Coll d’Eres, dejamos ahora al Montcau detrás nuestro. Poco después, entre la oscuridad próxima de la noche y del estupendo bosque cerrado, pasamos junto al Roure del Palau, y nos fijamos que están arreglando su suelo.
Charlas, risas y amables conversaciones, “intentos” de fotos de libro, mientras la oscuridad del bosque cerrado y de la inminente noche me chafan algunas instantáneas. Un grupo de jóvenes (más jóvenes) se cruzan con nosotros en mitad de la ya oscura senda. Han salido como nosotros de Coll d’Estenalles y dicen que van a pasar la noche a Els Òbits. Hemos encendido los frontales en mitad del oscuro bosque, aunque a la salida del mismo los apagamos para acostumbrarnos a lo que queda de luz del día. Pasamos por Les Pinasses y busco, junto con Kike, la senda de salida en nuestro recorrido de este febrero pasado por el Montcau.
Más adelante la senda baja altura y enseguida se interna en otro frondoso bosque de viejos Quercus. Reconozco el lugar a pesar de la profunda oscuridad y descubro el Pi Tort, donde la senda bajaba en dirección a La Barata en la primera ascensión a La Mola.
Ya es casi noche cerrada y llegamos hasta las laderas del Turó d’en Griera. Antes, algunas fotos con asustadizas protagonistas que se ven sorprendidas por un rayo de luz en medio de la oscuridad. Y antes de las tinieblas, ya hemos vislumbrado entre una espectral oscuridad azul, la construcción del monasterio arriba en la cima de La Mola… ¡¡Allá debemos de llegar!! Pero la noche ya nos ha cogido de pleno, y en El Morral del Drac y comienzo de subida a La Mola, su oscuridad llena todos los rincones, rocas, laderas, bosques…
Aquí no debemos separarnos demasiado, ya que las vertientes son engañosas, la oscuridad total y los resbalones posibles; por ello vamos esperando y reagrupándonos en cada distanciamiento que cogemos. Han arreglado el escabroso paso que se estrechaba entre cortadas rocas; pero no ha gustado a los participantes ya que se oyen críticas como “¡otra escalera!”, “le quitan todo el encanto a la montaña…”
Pronto salimos a la descubierta ladera previa a la cima de La Mola. Allá arriba, enfrente nuestro, aparece la construcción del monasterio en una imagen fantasmagórica, espectral, con el color naranja fosforito del cielo rodeado de negror, y en el centro la oscura figura del tejado, torre y paredes del Monasterio de Sant Llorenç del Munt. Atrás nuestro queda aún parte del ocaso; parece como si la luz del día no quisiera desaparecer, como una especie de verano austral con ese sol de medianoche. Pero las luces de los pueblos y ciudades hace tiempo que ya están encendidas, sumidas en esa oscuridad que les proporciona el fondo del valle bajo las montañas… y ya por fin, en plena oscuridad, llegamos a la puerta del antiguo monasterio… a la cima de La Mola (1.107 mts.).
Sopla un viento frío y aparecen nieblas entrelazadas con la oscuridad. Curiosamente, verdaderamente curioso, hay mucha gente en el lugar, alrededores del monasterio, en el restaurante cenando de menú, en La Mola; e incluso un perdido grupo de mujeres algo mayores que nosotros, querían venirse con nuestro grupo por si se perdían en la oscuridad de la niebla nocturna al bajar. Cenamos en el pasillo entre la iglesia y el restaurante; bajo o sobre antiguas tumbas de otra edad. Encendemos los frontales y cada uno saca la cena que ha preparado… bocadillos y aperitivos sobre todo. Después entraremos al restaurante a tomar café e infusiones. Fuera, la noche ya es cerrada, dentro nos reímos y posamos para la foto de grupo. Antes Kike y yo hemos dado una vuelta alrededor del templo para buscar un sitio al resés del frío y molesto viento, pero solo junto al vértice geodésico se calmaba la temperatura, pero ya estaba ocupado el sitio por otro grupo y la oscuridad. Curiosamente observamos como montan, una familia con niños, una tienda de campaña junto a la fachada de la puerta de la iglesia… ¡la ilusión de la primera noche en el monte!
Después del café y de estar un buen rato parados, decidimos volver al coche desandando el camino. Hace un frío algo inusual en estas fechas en la pradera que baja de La Mola al Morral del Drac, y el viento y la niebla hace que se intensifique la sensación de frío y nos asombremos con un peor sentido de la orientación. Pero el susto dura poco.
Como llevados por una fuerza invisible desandamos rápidamente el camino hacía el Coll d’Estenalles, donde tenemos el coche. Será por que al no tener una visión entretenida del paisaje y solo veamos hasta donde alcanza la tenue luz del frontal, andemos más aprisa, sin demorarnos en la contemplación. Por el camino adelantamos a otro numeroso grupo que realiza la misma gesta que nosotros: ya oíamos sus sonoras voces muchos metros antes, y sus luminosos frontales desde la distante oscuridad. Van con paso más lento, más desconfiado en la noche. Serían “presa fácil” para los habitantes nocturnos del bosque, jejejeje.
Ahora las fotos ya no salen como quiero. No está preparada mi cámara para el movimiento por la noche. Pero es sencillamente alucinante andar con el frontal apagado, intentando sentir la forma del camino, el perfil del bosque y sus árboles, las tinieblas de los rincones… oír los ruidos entre los matorrales ¿el viento?, y distinguir, sentir que son pisadas, pisadas de algún animal grande que sale por la noche ya que de día se oculta de la amenaza del hombre… lo oigo en dos ocasiones, la última bajo las faldas del Montcau; alerto al grupo de la presencia de dicho animal por las pisadas tan audibles, movimiento de matorrales y sonidos direccionales como si siguieran los pasos de dicho animal. Nos paramos y sin verlo, todos en el grupo escuchamos como huye entre los matojos y ramas después de que sus pisadas hayan tocado el deshecho asfalto de la pista… ¡¡Emocionante!! Pero también me sirve la oscuridad de la noche para gastar bromas a las chicas, ocultándome tras los oscuros muros de piedra de Coll d’Eres, y “saliéndoles” en mitad de la oscuridad: ¡¡Huuuuu!! Evitando la luz del frontal de Anna, y culminando en el salto por el susto de Raquel y Xenia, oyendo el fuerte palpitar de sus corazones en ese momento.
Se ha hecho verdaderamente tarde. La actividad ha durando más de lo que creía. No hemos subido al Montcau, pero se puede dar la opción al pasar junto a su falda. Es más de la una de la mañana cuando llegamos a los coches en el Coll d’Estenalles. La aventura ha ido genial: nuevos compañeros y reencuentro de viejos participantes cuspidianos. Con la magia de la noche sobre la montaña, donde dejamos de ser espectadores de la naturaleza para convertirnos en protagonistas de la misma… repetiremos. Gracias Croa.