Que recuerdos me traía la Laguna de Río Seco. Una única vez visité el vetusto Refugio Félix Méndez enclavado junto a ésta laguna. Ya nunca más bajé a las orillas mansas de aguas cristalinas y profundas de la laguna… hasta esa tarde.
“El lugar es ideal” decía y repetía Tomás hablando del vivaque que estábamos preparando. El agua de la laguna estaba muy limpia y sabia muy bien. Gracias a las lluvias de este pasado mes de septiembre que ha limpiado y regenerado las aguas de las lagunas en Sierra Nevada; también a la abundante nieve caída el invierno pasado sobre ellas. Esa noche mi compañero de “binomio” Tomás y yo preparamos una cena a base de arroz con sofrito de cebolla y salchichas que, aunque las especias le daban un toque exótico a mi no me acabaron de convencer mucho, volvía a ser un manjar a tres mil metros. A la hora de dormir pensé que esta vez no me iba a pillar de improviso el zorro, y aunque Adrián nos dijera que aquí no se iba a acercar, yo preparé, junto con mi compañero de vivaque y “colchón”, Mario, una trinchera a prueba de zorros: pusimos las mochilas en fila entre nuestros dos sacos y pegadas a nosotros, le pusimos el cubre mochilas y a la vez grandes piedras difíciles de mover y “morder” en las partes de las mochilas que se quedaban sin proteger o al exterior; de nuevo metí las botas dentro de la mochila en el hueco que dejaba el saco… Adrián tenía razón, esa noche no apareció el zorro, pero nos sirvió para resguardar las mochilas del relente, humedad y escarcha que cayó esa noche a más de tres mil metros.
Verdaderamente el lugar era idílico. Casi mejor que en Las Calderetas. El silencio. Bajo las moles puntiagudas, escarpadas, bellas y alpinas de los Raspones de Río Seco y la apacibilidad, tranquilidad y sosiego que te da la visión de una “mar en calma”, las ondulantes aguas de la Laguna de Río Seco… otra noche contando fugaces, admirando la Vía Láctea, la exageradamente cargada de estrellas bóveda celeste, más bella e iluminada esta noche si cabe. Otra noche que cuesta dormir ¿el cansancio? ¿El suelo? ¿El entusiasmo de la aventura?…
3ª Día: Laguna de Río Seco-Cortijo de Echevarría.
Aunque nuestro objetivo no era dormir donde llegamos, si no, en el Refugio del Caballo, el día nos iría indicando y señalizando como se desarrollaría para una mejor y aconsejada finalización de la etapa.
De nuevo salimos tarde. Creo que cada día algo más tarde que el día anterior. Pero hemos adelantado gracias a dormir en la hermosa Laguna de Río Seco. El Cerro de Los Machos y el Veleta los tenemos a tiro de piedra. Adrián no se ha recuperado y ni se recuperará del todo de su dolida rodilla. Es una actividad muy dura para andar algo lesionado, por que terminas lesionándote del todo. Lo hemos recogido y limpiado todo y de nuevo con la mochila (que no parece baje excesivamente su peso) a la espalda, empezamos el 3º día con la ilusión de la aventura, el reto y la fuerza. Volvemos a la senda desandándola y subimos de nuevo a la pista cogiéndola en dirección oeste, hacía el Veleta y La Carihuela.
Aunque aún no lo sabíamos en ese momento, pagamos la estancia en la bonita laguna sin saberlo. Un “lujo” como ese no es gratis, y Manuel se dejó su linterna frontal, Tomás sus tapones para los oídos y yo mi navaja multiusos militar, todo dejado entre las piedras del vivaque que hay junto a las orillas oeste de la laguna, donde dormimos. Rápidamente llegamos y cruzamos la excavada “puerta” en la pista que los Raspones de Río Seco con los Crestones de Río Seco. Miguel Ángel dice que le recuerda a la Brecha de Rolando en el Pirineo, en Ordesa; y yo recuerdo que hace justo 10 años que pasé la primera y única vez por ese tajo enorme en medio del Pirineo. Una foto a contraluz en el Collado del Lobo y asomarnos a la parte norte, escarpada, abrupta y vertiginosa de la columna vertebral de este cordal a tres mil metros que es Sierra Nevada. Antes he sugerido de subir al pico más alto de los Crestones de Río Seco, ya que en otras integrales los montañeros lo subían y contaba como un tres mil más. Se rechazó mi sugerencia, estábamos casi a la misma altura que el pico y por 30 metros de altura (o menos) de diferencia con la pista no se iban a desviar. No acabó de convencerme pero no le dí más vueltas y seguimos hacía la senda que, de la pista que sube en dirección a La Carihuela, sale a la derecha en busca de la cumbre, más relevante, del Cerro de Los Machos, el hermano menor del Veleta.
Siempre hemos ido en dirección oeste (noroeste, suroeste), ahora en esta senda giramos a norte. Dejamos las mochilas medio escondidas algo más arriba de la pista y nos proponemos conquistar el primer tres mil del día. Adrián no puede subir ya más picos por el estado de su rodilla y se encamina con paso algo más lento hacía La Carihuela. Reconocemos la subida al Cerro de Los Machos gracias a unos grandes hitos que aparecen a nuestra derecha, pues la primera parte de la subida trascurre sobre grandes piedras sueltas que hacen imposible el marcar una senda. La subida la hace por un pequeño vallecillo para girar y coger una loma a nuestra derecha, este, y superarla para terminar, siguiendo los hitos, llaneando por la parte alta de dicha loma hasta la parte este del pico que es donde parece ser la cumbre del Cerro de Los Machos (3.372 metros), aunque la parte oeste, cercana al Veleta, también parece tener la misma altura (solo tiene 3 metros menos). Manuel llega el último, justo detrás de mi, y desde la cumbre se oye “¡Vamos culo gordo!”, los simpáticos gritos de ánimo de nuestros compañeros. Dos veteranos andarines suben también al pico, se muestran cautos y prudentes a la hora de hablarnos de rutas “alternativas” por la sierra. Sin embargo ellos vienen del Corral del Veleta, de subir por la parte norte desde la Hoya de La Mora. Nos hacen las fotos de cumbre. Las vistas son espectaculares: el Mulhacén y Alcazaba ya alejados con sus caras norte, parece mentira que vengamos de allá, y detrás nuestro la perfecta esquina del Veleta, como la popa de un galeón enorme de piedra desafiando las mareas de los vientos.
Bajamos rápido por el mismo sitio y en seguida nos cargamos las mochilas. Seguimos en dirección a La Carihuela por la pista bajo las espeluznantes vertientes sur del galeón petrificado del Veleta. Hay mucha gente hoy en la sierra; el buen tiempo, el puente largo y las ganas de correr aventuras han hecho que nos topemos a muchos montañeros y ciclistas por la pista, subiendo o bajando de La Carihuela.
Ya en los zigzags de la pista bajo el Refugio de La Carihuela nos dicen que estamos cerca. Mis compañeros se han adelantado y llegan antes que yo al balcón del refugio encima del Collado de La Carihuela o del Veleta a 3.229 metros. Esta mañana hay más nubes y crecen muy rápidamente, sobre todo por la vertiente oeste de la sierra, a la que nos dirigiremos en bajar del Veleta. Adrián tiene muy mal la rodilla y por su salud y precaución decide dejar aquí la integral de integrales, decide bajarse a Pradollano, al Albergue Universitario y descansar su castigadísima rodilla. Le harán falta varios días de reposo y parón si quiere volver a recuperarla, y más si quiere estar bien para el Aconcagua este invierno. Pide consejo y sugerencias. Yo le digo que “una retirada a tiempo es una victoria” y “más vale estar 2 semanas parado que no el resto de tu vida”… Mientras, tenemos el Veleta ahí al lado. Decidimos subirlo mientras Adrián descansa y se prepara para la bajada a Pradollano.
Enseguida llegamos a la cumbre del 2º pico más alto de Sierra Nevada y el 3º más alto de la Península Ibérica. Entre la otra zigzagueante pista que sube de Pradollano, una senda bien marcada y la visión del cerrado refugio del Veleta, llegamos a los 3.396 metros de su cumbre en 20 minutos o media hora. Hay bastante gente. Hemos dejado las mochilas en La Carihuela al cuidado de Adrián. Nos topamos con fuertes ciclistas que suben con sus alforjas hasta lo más alto que sube la pista, y sin dejar la bici (como dos ciclistas que nos topamos del Mulhacén, los cuales les quitaron una rueda a sus bicis y subieron con ellas al pico para que así no se las quitaran) llegan hasta el vértice geodésico del Veleta. Nos hacen la foto. Vemos los picos subidos y lo recorrido; muy al fondo se ve Cerro Pelao… pero aún nos queda llegar al Caballo, que por cierto no sé ve por las abundantes nubes. Mientras bajamos de nuevo a La Carihuela las nubes lo inundan todo desde el mismo collado hasta… ¡no se vé la sierra hacia el oeste! Un sentimiento de preocupación ronda nuestras mentes, aunque nadie lo diga abiertamente: si no podemos ver por la niebla, la travesía por los tajos se puede hacer peligrosa, insegura y hasta imposible si nos perdemos entre las nubes.
Llegamos de nuevo al Refugio de La Carihuela, despedimos a “Bily” que se baja a Pradollano, me deja su cámara, ya que somos los únicos que llevamos cámara de fotos para inmortalizar la increíble actividad, me la deja por si la mía se queda sin baterías. Aunque extrañamente a mi costumbre y a los deseos de mis compañeros hago las fotos justas para que me dure la batería, y así guardo para el final del viaje.
Las nubes abordan los Tajos de La Virgen y sus encrespadas cumbres, vertientes y paredones. Un pequeño claro entre las nubes nos da la esperanza de internarnos con la visión fantasmagórica, pero visión al fin y al cabo, del comienzo de la ruta por los riscos más escarpados de la ruta: Los Tajos de La Virgen. Por suerte nada más empezar nos topamos con una pareja de edad respetable de Almería (mucha gente de Almería por la zona) que llevan más años que yo subiendo montañas, recorriéndose Sierra Nevada. Julián y su esposa, una amabilísima pareja, nos enseñaron y guiaron entre las sendas y recorridos más espectaculares y a la vez vertiginosos de Los Tajos de La Virgen. Nos decían que hacía unos 30 años que en Sierra Nevada no albergaba neveros de nieve vieja del invierno pasado que no se había derretido. Que el invierno pasado había caído mucha nieve, más de 5 metros en algunos lugares. A me recordó el famoso invierno de 1.996 cuando, en La Carihuela se llegó a acumular casi 6 metros de nieve y en la zona de las Yeguas más de 3. ¡Nunca había visto tanta nieve!
El recorrido seguía ahora por la pistilla que iba desde La Carihuela, bajo el primer peñasco puntiagudo en el oeste-suroeste, y es el que nos da la bienvenida a los puntiagudos y escarpados Tajos de La Virgen. En seguida pasamos a la vertiente sur de los mismos tajos y siguiendo un sendero muy bien definido cruzamos pendientes de piedras y roca. El lugar es bello por lo escarpado. Piedra y roca plateada por la metamórfica pizarra. Las nubes se quedan en la parte norte, nosotros en la sur, al menos vemos la mayor parte de la montaña. Vamos en dirección oeste-suroeste y al girar un espolón agreste que baja desde las mismas alturas de los Tajos, giramos hacía el oeste-noroeste en busca de otro colladito entre las gigantescas moles de roca para de nuevo pasar a la vertiente norte de los Tajos, más vertical, agreste y divertida. Se podría seguir por la parte sur que era más fácil, menos agreste y peligrosa, y además ya la había recorrido Manuel con Toni “El Rojo”; pero Julián nos quería enseñar los secretos, maravillas y bellezas pétreas de los Tajos de La Virgen. Nos llevó por rincones casi mirando al vacío y enardecido por las nubes que seguían abordando con un fresco y húmedo viento las laderas norte de la sierra. Saltamos, trepamos y nos entretuvimos entre riscos, rocas desnudas que se hacen imposibles de pasar en invierno por la inestabilidad de la nieve posada en ellas. Fueron unos pasos muy bonitos y entretenidos, que con la ayuda de la niebla le dieron un toque aventurero y alpino inconfundible. “¡Hecha fotos Terrés!” no paraba de decirme mi binomio Tomás mientras se preparaba en los lugares más escabrosos de los pasos para posar y salir sonriente en las mismas cada vez que me veía apuntar. Subimos y llegamos a la parte más alta y cimera de los Tajos. Un hito de piedra nos avisaba que estábamos en la parte más alta de los Tajos de La Virgen, pero como no veíamos nada no podíamos asegurar si estábamos en la cota de 3.242 metros o en la de 3.225 metros. Aunque, pensándolo bien, como llevábamos un muy buen guía, Julián, éste nos dijo que era la parte más alta de los Tajos; aún ciegos por la niebla.
Desde entonces ya seguimos por la “cresta” cimera de Los Tajos de La Virgen en dirección suroeste y oeste. Muy fácil y sin complicaciones, ancha pero con abundantes obstáculos de rocas desordenadas por en medio. No tenía pérdida. Seguir por la parte más alta de la sierra en dirección contraría a la que veníamos y enseguida nos toparíamos con un allanamiento del terreno y el Refugio Elorrieta. La mujer de Julián (que ahora no recuerdo su nombre) y el mismo Julián no paraban de contarnos anécdotas e historias de sus andanzas por Sierra Nevada, otras sierras y por el mundo. Casi en una forma casina pero afable y amigable. Se les notaban entusiasmados por haberse encontrado con nosotros y poder enseñarnos estos escondidos lugares y pasos. Y nosotros muy contentos de poder hacer algo emocionante en manos de unos buenos y seguros guías.
“¿Hemos pasado por el Fraile?” le preguntaba a Julián. En un principio creyó que sí. Pero seguramente la misma niebla lo engañó por que al cabo de unos momentos y en pleno cordal cimero admiramos una roca empinada de 10 a 12 metros que sobresalía de entre las demás. “No, mira, está ahí” nos dice Julián. A primera vista me pareció una de esas enormes esculturas talladas que llenan la Isla de Pascua, con su barbilla, su frente, su nariz… más que un fraile parecía el busto de un hombre de cabeza cuadrada. Le hago muchas fotos. Todos nos hacemos fotos ante la enigmática imagen de piedra rodeada de niebla que tantas veces hemos admirado desde abajo, desde el camino hacía Elorrieta desde Las Yeguas. Tantas veces lo hemos pasado por bajo que ahora me sorprendo al encontrármelo cara a cara… nunca mejor dicho. El Fraile.
Seguimos por Los Tajos. Ahora debemos descender por la parte sur de los mismos, por nuestra izquierda pero siguiendo la misma orientación oeste. Pasos entre rocas sueltas, roca viva, saltos entre las escarpadas y separadas piedras, pasillos casi abalconados bajo escarpes rocosos, bajo paredes desgajadas y quebradizas… Al final ya veíamos la loma en la que se encontraba en Refugio Elorrieta. Pasamos de las escarpadas rocas de Los Tajos a la lisa y ondulada loma del Elorrieta, giramos hacía el suroeste pero nunca dejamos de cumbrear por esta columna vertebral de Sierra Nevada. Julián nos cuenta algo del Refugio Elorrieta: que ya existía antes de la guerra civil, que fue un puesto militar en la misma… Antes de llegar descubrimos aquel vestigio de lo que parecía un pluviómetro o nivómetro… nombro estos aparatos por que es a lo que más se parece aquel artilugio metálico de cuatro patas y plancha hueca en su centro circular… quizás fue una especie de antena… no sé.
El Elorrieta me sorprende. Nunca lo había visto entero, siempre rodeado y cubierto por la nieve del invierno. Es grande y tiene varias salas y puertas con techo en forma circular característico. Parte del mismo está excavado en la roca frente al precipicio de su parte sureste que mira al valle de Capileira. Teníamos programado comer aquí. Le damos la vuelta al refugio y justamente en la parte que da al precipicio y valle de Capileira hay un grupo de montañeros comiendo y sentados apoyados en las paredes del refugio. Sacamos nuestra comida y nos ponemos a comer junto a ellos. Julián y su mujer deben marcharse, vuelven a su punto de origen de la marcha por Los Tajos. Nos despedimos y les agradecemos la guía y compañía. Estamos ahora rozando los 3.180 metros que es a la altura que se encuentra Elorrieta y lo consideramos como un punto más, un objetivo más, una altura más de esta integral. La gente que está comiendo es de Almería… excepto uno que nos pregunta de donde somos y que nos dice que es de San Juan de Alicante. Nos sigue diciendo que es el primo de un chico llamado Manolo que también es montañero de Almoradí… nosotros deducimos al final que es primo de Manolo García Cano “El Cano”, nuestro Cano. ¡Que casualidad! Lo que son las cosas. Sergio, que así se llamaba el primo de El Cano, nos manda recuerdos para él y vemos que es una persona amable, amigable y agradable… le vendrá de familia.
Es hora de partir, de seguir la travesía, la integral. La idea ahora es seguir en busca del pico Cartujo. Bastión más noroccidental de la sierra. Característico por que a partir de él, la sierra marca una curva y cambia su dirección de oeste a suroeste en busca del Caballo. Yo estoy recogiendo las cosas y haciéndome la mochila en la puerta del refugio. La niebla, mejor dicho, las nubes lo inundan todo, envuelven la sierra y al Elorrieta como una sábana húmeda y misteriosa que ahora si ahora no, te impide ver claramente un camino ya recorrido en anteriores ocasiones. Miguel Ángel, Manuel y Tomás se me plantan frente a mi diciendo: “hemos decidido no ir al Cartujo y seguir con los chicos de Almería una senda directa al Caballo”… “los tres hemos votado y estamos de acuerdo, somos mayoría…”, “¿Qué? ¿Que no vamos a ir al Cartujo?” me sorprendí yo. El único de todos que se había recorrido el camino entre el Cartujo y el Caballo por la cima de la sierra era yo, casi el que más veces había estado y conocido Elorrieta y el Cartujo era yo; y ciertamente no lo entendía ya que no había ninguna dificultad en seguir por la columna de la sierra pasando por el Cartujo y luego al Caballo. “¡¿tu me aseguras que no nos vamos a perder?! ¡Mira que si nos pierdes te tiro montaña abajo!” me aturde Tomás. “En este mundo no hay nada seguro”. De repente el espíritu aventurero de aquellos que habían estado en el Caucaso, en los Alpes y en los Andes, se quedó por los suelos ante la excesiva precaución y temor a la niebla de mis compañeros. Me quedé perplejo. “Hombres de poca fé”. Quizás también empujados por las opiniones de la gente de Almería que pensaban era la primera vez que nos soltaban en el monte, digo yo. Sugiriendo que era peligroso el internarnos con la niebla en el Cartujo y en su cresta hacía el Caballo. ¡Es absurdo! solo te puedes perder en un recorrido por la cresta cimera de una sierra si te bajas de ella. El único argumento que me convenció es que, por culpa de las nubes no veríamos nada y sería una tontería pasar por allí sin admirar lo conquistado, pero también el objetivo era cumbrear y hacer todos los tres miles posibles de la sierra; eso y que la mayoría del grupo es la que manda. Quizás solo me indignó realmente el que la gente opinara sobre nuestros conocimientos sin saber el nivel que teníamos, y pensara que, para nosotros, sería “peligroso” acercarnos al Cartujo y seguir la cresta “con nubes”. Supongo que Manuel y Miguel Ángel se acordaron de su última aventura en La Sagra con ventisca… je, je.
El caso es que los dos grupos, el de Almería y nosotros bajamos por una senda muy, muy marcada, casi sería un camino de herradura si no fuera por los tramos en los que estaba desecha, en busca del Cerro del Caballo. El último pico y tres mil que subiríamos en esta locuaz, bella y sin igual travesía. La idea en un principio era dormir en el Refugio del Caballo, pero ya veríamos lo que nos depararía la tarde. Hablando anteriormente sobre la historia del Elorrieta, a mí me habían contado que fue un lugar donde mandaban a los leprosos. Julián, creo que fue el que descartó esa idea diciendo que no sabía nada de eso, que no le sonaba. Sin embargo, un almeriense de este grupo si que nos dijo que en tiempos de la guerra civil estaba habitado o habían enviado a leprosos aquí… entonces ¡¿fue un puesto militar o una leprosería?! Quizás fuera las dos cosas.
El camino en un principio sigue por la vertiente oeste de la loma del Elorrieta sin bajar demasiado aún, dando la impresión de ir en dirección al desconocido Pico del Tajo de Los Machos que quedaba al sur del Elorrieta y que nunca habíamos pisado. Pero enseguida empieza a bajar en un zigzag en busca de la Laguna de Lanjarón que quedaba en el fondo de este alto valle de Lanjarón. La niebla se interpone a la visión del valle y del recorrido; ahora si, ahora no veíamos a la gente del grupo que se iba estirando a medida que descendíamos. Yo paraba para hacer alguna foto ya que el paisaje combinado con las nieblas puede ser una visión fascinante; igual que mi compañera del grupo de Almería, que también paraba casi en los mimos sitios que yo y parecía tener la misma misión, hacer de reportera en la travesía.
Al poco rato tocamos el fondo del valle. La Laguna de Lanjarón queda más arriba y no llegamos a pasar por ella, solo viéndola desde las alturas de bajada del Elorrieta cuando las nubes nos dejaban. Estamos al suroeste del Elorrieta y el “invisible” Cartujo lo deberíamos de tener al oeste-noroeste, estamos casi bajo sus vertientes y faldas. Ahora seguimos el marcadísimo camino valle abajo como si quisiéramos salir del él y llegar a Lanjarón. Después de no mucho andar nos topamos con otro desvío de otro camino parecido al que llevamos que sale hacía la derecha y hace un medio circulo casi como si quisiera volver valle arriba, pero que realmente gira, cruza el río Lanjarón (que aquí arriba apenas lleva agua) y se interna en las vertientes verticales opuestas a las que hemos bajado. Después del giro volvemos a tener orientación suroeste y en ocasiones sur bajo las puntas del cresterío que va del Cartujo al Caballo. Hemos entrado en la que llaman “Vereda Cortá”. Seguramente por que en ocasiones parecen que han roturado la montaña para poder hacer un camino que llevase a la base del Caballo. Efectivamente seguimos por un precioso recorrido desconocido a nuestros ojos. Por una senda que en ocasiones se encarama a las paredes y en otras nos expone a precipicios con la única seguridad de una cadena clavada a la lisa roca. La verdad es que se hizo muy entretenida y bonita esta senda. Al fin y al cabo se mereció no subir al Cartujo para descubrir este bello y casi alpino recorrido. La senda subía, bajaba, volvía a subir… y siempre las nubes arriba nuestro nos dejaron y se quedaron a más altura para que pudiéramos gozar de esta entretenida marcha. Al fondo, el valle de Lanjarón se abría libre de nubes con una luz radiante dando la impresión de ser la salida a un enorme túnel.
Tomás va en cabeza con Salvador, el Presidente de la asociación “belladurmiente.com” de Almería. No se le olvidará a Tomás las conversaciones y actitudes de su compañero de marcha. Realmente, en ocasiones, la montaña asalvaja a la gente. “¡En la montaña hay que ser agresivo!”, y grito de atención que pegaba el almeriense como intentando llamar a su manada para que le siguieran, ya que se habían quedado todos atrás por el fuerte ritmo impuesto por éste. Retumbaba en la montaña cual grito de guerra de un espartano en mitad de las Thermópilas. Al poco rato de pasar por la Laguna Cuadrada (nombre característico por la real forma de sus orillas) llegamos a la Laguna del Caballo junto a su refugio y bajo el inconfundible y amable perfil del Caballo.
La vereda ha ido a no mucha distancia del las cúspides del cordal y crestería que une el Cartujo con el Caballo. Solo de 100 a 150 metros de media por debajo. Hemos llegado al Refugio del Caballo y vemos que es pequeño. Mucha gente va a pasar la noche en él y no hay sitio para nosotros… ¡lástima! Hubiera sido la última noche bajo techo. Pero es pronto, relativamente pronto, debemos subir al Caballo que lo tenemos justo pegado a nosotros y después ya empezar a bajar de la sierra.
Entonces, después de despedirnos del grupo de Almería e inmortalizar el encuentro con unas fotillos, de no hacer caso de los consejos divagantes de Salvador sobre las rutas y refugios cercanos para bajar de la sierra, y de recargar agua en la redondeada Laguna del Caballo, nos disponemos a subir el último pico de más de tres mil metros de Sierra Nevada hacía el oeste y último de nuestra travesía. Delante del refugio y al otro lado de la laguna sale una senda en zigzag que rápidamente te deja en un collado y sobre el cordal que une el Caballo con el Cartujo. Justo al oeste de la laguna y casi a 2.920 metros está dicho collado. La subida al Caballo queda justo al sur, sureste del collado pero muy cerca y corta hasta la cumbre de 3.011 metros del Caballo. Antes nos encontramos con un grupillo de 3 mujeres montañeras que muy amigablemente nos paramos a hablar con ellas. Son de Granada, aunque Elena es de Nigüelas, el pueblo en el que queremos dejar de andar, y es la que nos sigue hacía la cumbre del Caballo hablando con nuestro relaciones públicas para con lo femenino en alta montaña, Tomás. Éstas vienen del Cartujo y han seguido toda la loma cimera hasta el Caballo… ¡justo lo que yo quería hacer!… ¡Veis como no era “peligroso” y si fácil!… les digo yo a mis compañeros con algo de descarada y disgustada ironía. “Hombres de poca fe” ¡Lástima no poder quedarnos y acompañarlas! que seguramente lo hubiéramos hecho gustosamente por parte de los dos grupos… en otra ocasión… ahora prima el final de la ruta. Bajamos alegres del Caballo y nos despedimos de las simpáticas mujeres del “treparriscos.com” para emprender la bajada a las cercanías de Nigüelas por la Loma de Los Tres Mojones.
El sol va bajando pero las nubes no desaparecen como nos dijeron. Solamente se despajará totalmente para ver las estrellas salir una noche más. Todo, todo al oeste. En dirección casi exacta al sol. Al poco tiempo nos metemos en las húmedas nubes que aún siguen abordando la parte oeste de Sierra Nevada y se hace casi la obligación de sacar la brújula y el mapa, aunque solo sea para asegurarnos. Miguel Ángel y Tomás me sorprenden. Han alimentado un sentido de la orientación increíble. En medio de la niebla Manuel dice de ir hacía un lado pero Miguel Ángel y Tomás les demuestra que está equivocado, y es cierto, su sentido de la orientación no les engaña. Sin embargo a Manuel y a mi (que pensaba como Manuel pero no dije nada) la niebla nos hizo dudar algo… ¡¿y a quien no?! La Loma de Los Tres Mojones es fácil; solo hay que seguir la parte más alta de la misma y algunos hitos que más abajo y con más vegetación, se convierten en senda.
Pillamos a un hombre y una mujer que están bajando por aquí, suponemos que del Caballo, y gracias a ellos nos indican algo de hacía donde hay que ir. Llega un momento que la senda vira hacía la parte sur de la loma, como si falsamente la bajara y dejáramos de seguir su lomo. Aunque al poco rato retoma la parte más alta y va a derivar en un camino justamente lo más al oeste y parte derecha (según bajas) de la loma… no debería de tener pérdida. Aunque describirla con las imágenes de la niebla y nubes que seguían cubriéndonos e impidiéndonos una visión exacta, no es sencillo. El caso es que esta senda deriva en un camino ya rodeado de bosques (no habíamos visto un árbol ni casi vegetación desde las inmediaciones del Postero Alto), y éste a su vez en una pista ya mucho más firme y un espléndido mirador con mesitas y bancos, y las señales del G.R. 240 Sulayr en el límite del Parque Nacional de Sierra Nevada.
Ya hemos bajado a unos 2.150 metros de altitud. La pareja de montañeros habían dejado su todoterreno pegado al mirador, se montaron y se fueron ante nuestros abiertos ojos. Nos quedamos como si viéramos escaparse un billete de lotería premiado. Nosotros a partir de entonces no sabíamos que hacer. Estábamos muy cansados y hartos de tanto andar. No sabíamos donde pasar la noche ni hasta donde llegar caminando. Casualmente pasaba por allí un ganadero oriundo del lugar, José, que con su mono sucio y desarrapado nos indicó muy amablemente que podíamos pasar la noche en el cercano Cortijo de Echevarría, que había agua y techo. Solo había que empujar la puerta y allí nos podíamos quedar. ¡Por fin una noche bajo techo y sin compartir refugio con nadie! Fue casi una auténtica “salvación” el encontrarnos con José y que nos dijera donde pasar la noche; ya me veía yo pasando la tercera noche al raso con los zorros acechándonos de nuevo. Incluso el cortijo casi estaba en el mismo camino que debíamos de seguir para bajar, con lo cual no nos desviamos en absoluto. ¡Perfecto!
Poco más abajo a una media hora y siguiendo la pista hacía la izquierda, según bajas de la Loma de Los Tres Mojones, después de tres o cuatro curvas de bajada, nos encontramos con el cortijo. Una parte estaba en ruinas, y la parte de arriba con un techo en condiciones de dejadez, pero suficiente para pasar la noche, sin que te caiga el relente, ni entre el frío. Habíamos tardado otras 10 horas aproximadamente de marcha en este 3º día. Habíamos hecho 16 tres miles en estos tres días, y casi que podríamos dar por finalizada la integral ya que perfectamente un coche nos podría venir a buscar al Cortijo de Echevarría. Pero la idea era bajar a Nigüelas y debíamos ser fieles a la ruta preconcebida.
Ya estaba atardeciendo cuando llegamos. Nos cambiamos, cogemos sitio en el interior del cortijo para extender los sacos y reconocemos el lugar como hacen los animales cuando llegan a un sitio nuevo y desconocido. Esta vez la cena la preparo yo. Pasta y huevos de codorniz fritos. Una delicatesen para el final de actividad. “Esta noche si que estás comiendo, Terrés”, “es que ya tengo hambre”. No había comido demasiado en toda la integral y nos sobró suficiente comida… algo normal en mí. Esta noche no contaremos fugaces mientras nos dormimos, pero soñaremos con esos deseos que les pedimos. La verdad es que la ubicación del lugar, del cortijo es ideal: como lugar estratégico para la integral y por su “comodidad”, a unos dos mil metros de altitud. Ya de noche, allá al fondo se veían las luces de las ciudades cercanas al oeste de Granada. Volvíamos a la civilización.