Desde que conozco el Parque Nacional de Aigüestortes y Lago San Mauricio que me ha atraído la idea de subir a, entonces, su pico más alto: el Pic de Peguera. Actualmente, con los Besiberris dentro del ampliado parque, han dejado atrás a aquellas montañas que rozaban los tres mil metros, pero sin llegar, para tener la hegemonía en el paso a los tres mil metros. No obstante, el Pic de Peguera, seguía siendo hito representativo en las altitudes dentro del parque, y vieja referencia entre algunos de sus hermosos valles.
Aunque el resultado de la actividad no fue precisamente la ideada en un principio, por dos factores o condicionantes impepinables: el mal tiempo y la mala nieve; el resultado, teniendo en cuenta estos dos factores, fue que menos que notorio.
El pasado 5 de mayo salíamos del parking de Prat de Pierró, en la frontera del nombrado parque, viniendo desde Espot, Toni, Pep, Olga, Paco y yo en busca del Refugio de Josep Maria Blanc, en las alturas del Valle de Peguera. En un principio iba a ser una travesía saliendo en dirección a Sant Maurici, Valle de Monestero, Pic de Peguera y vuelta al lugar de partida por el Valle de Peguera, pero como he nombrado anteriormente, el tiempo no estaba estable del todo y se hacía la necesidad de dormir bajo techo; con lo que modificamos la ruta para dirigirnos a la parte del refugio de invierno del J. M. Blanc… como si hiciéramos la ruta al revés.
El camino sale a la izquierda de la pista que sube a San Maurici justo en la misma valla. Sin pérdida vamos cogiendo altura cruzando un bosque sano de pinos y algunas frondosas con frondosos líquenes colgando de sus troncos, síntoma inequívoco de buena salud. Subimos sin parar y a buen ritmo; y al tiempo nos cruzamos con un camino escabroso que baja a la izquierda con marcas de recorrido de mountain bikes. Éste se dirige a Espot. Al poco tiempo nos topamos con algunas casas y una rectangular balsa: los bordeamos por la derecha y por detrás, donde justo en el otro extremo de la balsa, en un cruce de caminos, un cartelito informativo nos dice que vamos por buen camino y que hay que seguir por el más empinado de todos. A partir de aquí la cosa se empieza a empinar. Hay pequeños neveros, y a pesar de que pisamos nieve en ocasiones, no tiene la abundancia esperada.
Nos encontramos con simpáticas construcciones a la orilla del camino, en revueltas y tranquilos espacios, cabañas de insospechada propiedad. Más arriba, sin perder el camino, llegamos a otra curva que hace la forma de collado con extraordinarias vistas al espléndido Valle de Peguera. La imagen nos sorprende y nos encanta: al fondo, entre las nubes que parecen quieren despejarse, la Pala de Leixa y la Pala de Sudorn nos ofrecen sus verticales y vertiginosas vertientes norte colmadas por el blanco meteoro. Hermoso. Observamos que ya entramos en el Valle de Peguera, con su original forma de valle glacial, bonito, boscoso y encantador.
Ahora el camino pierde altura con dos curvas. Dudamos por si nos hemos equivocado, pero enseguida coge la horizontalidad y la dirección al corazón del valle. Cruzamos un túnel en medio de la montaña, evitando verticales escarpes, y es que bajo el suelo del horizontal camino, parece sigue una acequia o canal que viene del Estany de Lladres. Al tiempo llegamos a las cercanías del nombrado lago, bajo la Pala de Leixa, y próximo a la presa que encierran las aguas, y a las casas de la hidroeléctrica que la vigilan. Justo antes, a la izquierda otro camino baja con la marca del G.R.-11, la variante 2, que viene del refugio J. M. Blanc y baja a Espot en el fondo del Valle del Escrita que queda abajo y a nuestra espalda. Tiempo para hacer fotos y maravillarnos con el lugar a orillas del Estany de Lladres, preludio de lo que nos encontraremos más arriba.
El camino medio empedrado y medio deshecho sigue por la derecha del valle y del lago. Va cogiendo altura poco a poco y las vistas se van abriendo a nuestro paso. El tiempo nos quiere respetar, parece querer abrirse, y los gigantes del valle se destapan de su capa de niebla. Precioso. Más arriba el valle se abre, vemos más parte de la cordillera a nuestra espalda, nevada y grandiosa. Algunas curvas en la pista recargolean síntoma de que subimos bastante altura en poca distancia. El peso de las mochilas es cada vez mayor, o el cansancio es cada vez más severo; pero seguimos adelante. Hemos visto esta parte del camino en el mapa… después de las curvas, todo allanado hasta el refugio. El camino está empedrado artificialmente como queriendo evitar que se desintegre por el fuerte desnivel que lo eleva; pero regueros de agua por aquí y por allá lo surcan royéndolo y desastándolo… muy difícilmente subiría un vehículo por aquí.
Y al final de las curvas, la horizontabilidad del camino, aparece abundante y profunda nieve y un jeep de los de antes parado en medio del mismo nevado. Después de pasar un pequeño colladito seguimos horizontal por abundante nieve y con las vistas del hermoso valle que ahora se abre como si hubiéramos saltado una morrena. Estamos a más de 2.300 metros de altura ya. Los compañeros se ponen las raquetas por la visión de la blanca y espesa nieve; yo soy el único que no lleva. Poco más adelante y casi pegados a una pequeña presa del Estany Tort de Peguera, nos paraliza la fantástica visión de esas inmensas y espectaculares elevaciones: destacan los Saburó, el Tuc y el Inferior, como moles impenetrables gigantes y bellas, a la derecha; cuando a la izquierda una cuerda de crestas, escarpada, puntiaguda y recortada también nos impresiona y llama la atención: la Cresta de Estanyets seguida de la de Mainera. Hermosas. Todos plagados de nieve, escarpados y sobrecogedores. Pero abajo, al otro lado del Estany Tort de Peguera completamente blanco e invisible de helada agua, el Refugio J. M. Blanc se erige como un chalet, como un privilegiado hotel en medio de anta maravilla; casi en una especie de península, trozo de tierra rodeado de agua (ahora agua helada, nevada) por todos lados, menos por una estrecha entrada. Encantador.
No nos cansamos de hacer fotos y ser testigos en el día de esta bella y eterna imagen. Con el refugio tan cerca, los cansancios y el peso de la mochila, no se desvanecen pero son más llevaderos. Debemos proseguir y llegar al refugio, al cual llegamos enseguida. El paisaje es espectacular. Nos damos cuenta de que está abierto cuando pensábamos que solo la parte de invierno estaría abierta. Al final nos enteramos que un grupo de Sant Cugat contactó con los guardas para que lo abrieran ese fin de semana; y el mismo domingo por la mañana se bajaban y lo cerraban de nuevo.
Por ello no nos deja usar el refugio de invierno, debemos acomodarnos en el guardado y pagar la noche. El refugio es encantador y está muy bien, y como no somos muchos, se nos queda grande. Comemos. Después buscamos cobertura para poder llamar a casa y decir que hemos llegado bien; solo fuera del refugio y sobre una gran roca enfrente de él hay algo de cobertura de Mv. Seguidamente y estimulados por el cansancio de la subida y de no haber dormido mucho por el madrugón, algunos subimos a las literas para hacer una buena siesta, y casi enlazar la tarde con la noche. Paco, al final, une la tarde del sábado con la mañana del domingo y siesta y noche la hace de un tirón… por ello, y sin darnos cuenta el resto del equipo, no se enterará de algunas de las decisiones tomadas en la cena.
En un principio, la idea era hacer una travesía circular; hemos empezado por el Valle de Peguera con lo cual debíamos bajar por el Valle de Monestero, del Escrita. Pero viendo que por este lado es más largo, el estado de la nieve y del tiempo, lo más sensato sería: subir con el mínimo de peso, dejando el resto en el refugio a buen recaudo, hacer cumbre y bajar por el mismo sitio, recoger lo dejado en el refugio y bajar por donde hemos subido. Por la tarde-noche se ha cerrado, empieza a nevar no muy fuerte, estamos a 2.315 mts., y parece que ello ayuda a tomar esta decisión. Cenamos, nos hacemos fotos, charlamos… y enseguida a la cama. Para coger buena nieve debemos salir a las 6 de la mañana mínimo, así que pondremos el despertador a las 5.
Nos despertamos. Empieza a amanecer. Ya llevamos una hora de retraso sobre el horario querido. Pero el día es espléndido, magnífico, ni una sola nube, salvo aquellas nieblas en el valle que a lo largo de la mañana irán elevándose e intentaran engullirnos. Perfecto. Desayunamos, dejamos las cosas que no queremos subir en el refugio de invierno: Toni cuenta la historia de que una vez en Coronas les robaron el saco de dormir que estaba metido en la tienda cerrada; así que él decide subirse el saco en la mochila, y yo, por “histeria colectiva” hago lo mismo. Los rayos de sol comienzan a acariciar las puntiagudas cumbres de las montañas cercanas, y la maravillosa imagen del nacimiento de un nuevo día invade nuestras pupilas.
Salimos del refugio y retomamos la senda nevada, y en el próximo cartelito, seguimos en dirección al Estany Negre. Y efectivamente en cuestión de pocos minutos llegamos a las orillas del redondeado y fabuloso Estany Negre: todo nevado y enorme, sobre él desfilan algunas de las cumbres más altas, bellas y escarpadas del valle: el Pic Muntanyó y sus Crestas de l’Avió rodeándolo, la Cresta dels Estanyets, las de Mainera. Nos hacemos una foto recuerdo, mientras el sol ya ilumina los escarpes y paredes cimeros de estas hermosas moles. Seguimos hacía la derecha casi por las orillas del Estany Negre y pasamos por otra de sus presas, la principal, en la que caminamos por encima en busca del oeste. Subimos una fuertecilla pendiente para girar y colocarnos, entre pendientes de suaves solitarias lomas, sin huellas y con mucha nieve. Mis compañeros van abriendo huellas con las raquetas, no se hunden demasiado, yo voy detrás intentando no hundirme con mis Asolo Expedition (que este será su última aventura), pero no ha helado lo suficiente y en ocasiones me cuelo en agujeros con nieve hasta la rodilla, y pocas hasta la cintura… lo peor será a la bajada, ahora, más o menos, se puede aguantar.
El día sigue espléndido, salvo por la amenazadora e inofensiva niebla que intenta subir por el fondo del valle, pero el cielo s de un azul especial. Encontramos otro cartelito medio enterrado por la abundante nieve, delante de otro lago de alta montaña: Estany de La Llastra. Todo es blancura, no hace demasiado frío, pero el suficiente para no quitarnos las chaquetas en las primeras horas del día. También nos vamos acercando a las escarpadas moles de los Saburó, sobretodo del Inferior, que, con su perfil característico nos atrae y nos confundió con el mismo Pic de Peguera. Bordeamos el Estany de La Llastra por la derecha y hacía el oeste vamos buscando el paso hacía el circo que forman los Saburó, Pic de Peguera y el Pic de Monestero, por la parte más baja de dicho vallecillo, junto a su riera.
Mientras pasa el tiempo subiendo y caminando, el sol va calentando la mala nieve; mis compañeros se alejan y van progresando, yo voy cansándome cada vez más y sigo haciendo una huella nueva, hundiendo la bota hasta más arriba del tobillo. Por fin la niebla logra cogernos por unos fugaces y borrosos instantes, le ha dado su toque mágico a la aventura, y al rato nos paramos en un llano a orillas del Estany Gran de Peguera, bajo los escarpes del Pic de Monestero a la derecha. Detrás, y siguiendo mis huellas, van acercándose los 11 de Sant Cugat, que nos cogen y adelantan mientras nosotros nos deleitamos con el espectáculo del excelente día, de la blancura del paisaje y de las vistas a las escarpadas montañas al otro lado del valle. Delante nuestro ya tenemos muy próximo la Collada de Monestero y el Pic de Peguera frente a frente. A orillas del Estany Gran de Peguera estamos a 2.580 metros; debemos llegar al collado a 2.715, y subir al Pic de Peguera de 2.982 metros de altitud. No es una montaña peculiarmente bella desde este lado, los perfiles de los Saburó la pueden superar, pero es la cima más alta de todo el este del parque.
La subida es directa desde el estany y, siguiendo esta vez nosotros, las huellas de los de Sant Cugat, llegamos a la Collada de Monestero. Rápidamente el grupo de Sant Cugat comienza a subir hacía la derecha y noreste la falda rocosa del Pic de Monestero. Nosotros deliberamos. Al final decidimos dejar algunas mochilas en la collada e intentar el Pic de Peguera, no parecemos muy seguros, pero mi firme afirmación de intentarlo les anima. Paco se queda en el collado: las vistas son sublimes, el día es excelente (por el momento), y vemos al otro lado el Valle de Monestero, sinuoso cerca de Sant Maurici y ancho aquí, cerca de Peguera-Monestero. Compruebo con desilusión que no hay tanta nieve como esperaba, y pienso que al final la travesía se podría haber efectuado con menos problemas de los pensados. “¿Luego bajaremos por aquí?” pregunta Paco. Se nos había olvidado decirle que al final no haríamos la travesía, que volveríamos al refugio, y que habíamos dejado parte de la carga en el refugio de invierno… él llevaba la mochila completa.
Comenzamos, pues, la subida suave acercándonos a la cresta, a la izquierda y suroeste, del Pic de Peguera. Al principio es suave con mucha nieve, nieve mala, “toba”. Y a medida que cogemos altura la inclinación se acentúa. Me pongo en cabeza relevando a Pep y al ratillo comienzo a sortear las primeras rocas que queda justo debajo de la cresta cimera, aérea y vertical. La nieve es muy mala y la pendiente importante; el piolet no te pararía en una eventual caída, aunque si la propia y blanda nieve, con el peligro de hacer un tobogán con la probabilidad de no pararte más que al golpearte en las rocas de abajo, o cayendo por el precipicio este abajo de esta rampa que surcábamos. Por ello mis compañeros se fueron retirando uno a uno; hasta que ya Pep que me seguía decidió darse la vuelta, y yo con él. Nos quedamos a menos de 100 metros de la cima.
Aprovechamos la bajada para admirar el increíble y majestuoso paisaje: todo el alto Valle de Peguera blanco y reluciente, con sus picudas montañas rodeándolo, y esos Saburó llamativos, seguimiento de la inexpugnable y vertiginosa cresta sur del Peguera; los cuales, uno de ellos, el mismo Tuc de Saburó, su perfil desde este lado me recordaba a la cara norte del Mulhacén, por su forma piramidal, cortada en su cumbre. Asomándonos al otro lado de la cresta, el Valle de Monestero y todos los escarpados picos del parque nacional. Ahora que habían aparecido esas nubes anunciadas, se combinaban la blancura del cielo con la de la nieve, y los oscuros escarpes de la roca granítica de estos peñascos y picos. Al fondo, hacía el norte-noroeste, una montaña sobresalía sobre las demás, tanto por su altura como por su magnificencia, creo que el Punta Alta de Comalesbienes, que ya sobrepasa los tres mil metros. Cerca de nosotros, el perfil del Pic de Monestero nos ofrece unas formas bellas y escarpadas, triangulares y rocosas, pero atractivas y majestuosas. Hermoso, encantador. No puedo ver a Els Encantats, esos picos tan originales como bellos y escarpados; están tapados por la típica nube, pero las vistas son excepcionales, sublimes.
Regresamos tranquilamente a la Collada de Monestero, casi al mismo tiempo que regresan los de Sant Cugat del Pic de Monestero. El tiempo comienza a nublarse, pero nada serio; no llegarán las prometidas tormentas de la tarde a esta parte del Pirineo: parecía como si una gran ventana al cielo azul rodeada de amenazantes y blancas nubes, se haya instalado sobre nosotros.
Desandamos el camino. Ahora, entre el sol, el calor y la deshecha nieve derretida y ablandada, la bajada se hace para mi casi agobiante y tormentosa. Me harto de colarme y de hundir mis desvencijadas botas en la abundante nieve. Dejo que me adelanten los de Sant Cugat e intento seguir sus huellas, pero es igual, me hundo aún más donde ellos ya se hundieron. Volvemos, siguiendo nuestras huellas, al Estany Negre: aquí el sol y las nubes juegan en una bonita imagen de luces y sombras. De nuevo en el Refugio J. M. Blanc paramos para comer algo (no nos dará tiempo de bajar a Espot a comer), descansar y beber agua… ¿agua? me dicen que se había roto la goma, tubería, conducto del agua del refugio, y en el refugio guardado no había grifo ni lugar donde recoger dicha agua. Después de pensar y repensar, decido, muy seguro de mí, bajar a la adyacente orilla del estany para hacer un agujero en el hielo y beber de su agua ¡Para que buscar agua de riachuelos si estamos rodeados por un lago de agua dulce! Con cuidado de no colarme en sus aguas heladas, ya que la nieve lo cubre todo y casi no hay diferencia entre agua y tierra. Toni me ayuda, y paco se une al equipo, con tal fortuna que se cuela un pié en el estany rompiendo la fina pero dura capa de hielo. Gracias a su “huella” podíamos llenar las cantimploras y beber la fría, congelada pero ansiada y necesitada agua.
Una vez cargados, descansados y bebidos, nos disponemos a seguir desandando el camino hasta los coches dejados en el Prat de Pierró. Pasando por las orillas del Estany de Lladres, despidiéndonos de las picudas y blancas montañas que lo circundan, y bajando por la misma pista, camino con las vistas del fondo del Valle del Escrita y sus bosques de sanos árboles musgosos y liquenosos. Ya En Espot, la cerveza del deshidrato, celebración y compañerismo que siempre hay que tomar al terminar una gran actividad como ésta.
Hermosos, encantadores y soberbios lugares nuevos para mí, pero muy antiguos para el Mundo. No nos cansaremos de visitarlos, recorrerlos y aventurarnos.