Iba a ser una actividad de alta montaña; pero el mal tiempo (ya era mala suerte, 2 meses sin una nube y vino todo este sábado) nos impidió acercarnos a Vallter 2.000 y realizar, lo que iba a ser, una marcha de alta montaña por el Pic de La Dona, Bastiments… Al final, salvamos el día proponiendo una bonita marcha desde Vidrá hacía el histórico Castell de Milany. Lugares y terrenos muy desconocidos para mi… salvo por el cercano Bellmunt.
Paco de Terrassa había organizado en el Cúspidis una actividad de raquetas (o mejor dicho, crampones) para hacer en el Pirineo. Pero este pasado sábado 3 de marzo la nevada comenzaba a ser copiosa y amenazante poco después de salir de Setcases, y las nubes grises nos prometían un día movidito. Imposible. Después de decidir y hablar, intentar ir a Queralbs con la intención de subir a Nuria, y de perder participantes que no querían mojarse, al fin, y en última instancia, decidieron bajar del Pirineo al Prepirineo y hacer una cumbre más sencillita, pero con un entorno muy bello y encantador de bosques y verdor.
Una sinuosa y única carretera une Vidrá al eje Osona-Ripollés entre las provincias de Barcelona y Girona, en la población de San Quirce de Besora. Estrecha, con muchas curvas, recorre valles y suaves y verdes montañas al sur de los Pirineos. Ya en el aparcamiento que hay bajo su robusta iglesia, aparcamos los coches y miramos los mapas de recorridos y los geográficos del lugar. Paco y Ángel se conocen la ruta; Paco dice que son unas dos horas de marcha hasta el Castell de Milany. Yo no conozco nada de la zona, y me siento como perdido ya que siempre busco en mapas e internet reseñas geográficas, históricas, espaciales de los sitios los cuales visito, para conocerlos y reconocerlos una vez allí. Pero esta vez es algo enigmático, sobrecogedor, embriagador… me internaré guiado por mis amigos, en un lugar desconocido, “secreto”, y asombroso para mí. Me siento extraño ante la idea de andar por lugares de los cuales no tengo reseña ni una mínima idea en mi cabeza. Es interesante y, a la vez, acojonante, internarme sin saber.
Seguimos por la carretera Ciuret, que da salida a la placilla, hasta toparnos con un monumental árbol: enorme su tronco y gruesas sus ramas, parecía eterno e inmóvil, majestuoso y sombrío. Un roble que nos hacía presagiar como iba a ser este fenomenal recorrido por extensos hayedos, formidables robledales y laberínticas montañas de laderas suaves pero angostas. A la izquierda junto al oscuro tronco, unas escaleras y una calle con el típico cartel señalizador de rutas, hacía arriba y derecha, nos llevan, por el Camí del Palou Xic, al comienzo de una senda revestida con una barandilla y el suelo cementado, que termina en las proximidades de un mirador. Y es ese mismo indicador el que debemos seguir: por el Camí del Palou Xic, siguiendo el G.R.-3. En todo el recorrido seguiremos el G.R.-3, tanto para ir, como para volver.
El camino normal, va cogiendo altura y adentrándose en el primer hayedo que cruzaremos. Rodearemos la Talaia desde el sur por el este y justo hacia su norte, siempre por el Camí del Palou Xic. Vistas entre las hayas y en los rincones más despejados, vislumbramos el reconocido Bellmunt, con su santuario, antenas y cruz de metal en su cumbre; y a la izquierda del mismo y hacía el sur, otra boscosa y espléndida sierra cierra el macizo por el sur; es la Sierra de Curull, seguimiento hacía el oeste del Puigsacalm. Nos adentramos en ese parque natural que recoge las montañas de la Sierra de Santa Magdalena, Puigsacalm, Bellmunt, Milany… y en poco tiempo llegamos a un cruce de caminos al otro lado de la Talaia, junto a otro gran roble. Ya por fin vemos un cartel de Castell de Milany 5’51 Km., y parece que está cerca. Lo seguimos pero dejamos el camino que sube a la masía del Palou Xic para atajar por una senda medio escondida a la derecha (es el G.R.-3) que nos sube en menos tiempo hasta casi toparnos con el “enrobinado” alambre de espino que guarda, rodea la casa y bordea el camino.
Muy bien cuidada y cerrada nos recuerda a estas casas que la mafia compra apartada del mundanal ruido y de miradas curiosas, el Palou Xic. Seguimos a la derecha y casi detrás de la misma construcción adentrándonos en las laderas del Puig de Palou. Siempre por el G.R.-3. Aquí, poco a poco, la subida al pequeño colladito (con una puertecilla que hay que dejar cerrada) dominada por grandes y frondosas hayas, cada una a un lado de la senda, nos adentra en un frondoso, verde y encantador bosque, hayedo, donde las hojas marrones y secas de estos estupendos árboles invaden las huellas del escurridizo sendero que atraviesa estos lares. Hermoso. Al otro lado, entre la cara este y la norte de la misma montaña, el bosque se magnifica, se embellece más aún, se engalana con sus formas, sus verdes, su hermosa conjuntura con el terreno suave de las laderas… Increíble lugar. Me encanta caminar por este escondido sitio de vida y belleza. Voy el último ya que me paro mucho a hacer fotos. Vale la pena más de una parada y un “hoooo” de admiración.
Al poco tiempo de coger a mis compañeros, la senda termina en un collado, cruce con otros caminos y senderos, donde una enorme haya ha caído partiendo su tronco desde abajo, y nos produce curiosidad e inquietud. Estamos en el Coll de Cristòfol, y nos hacemos fotos subidos en las ramas muertas pero gruesas y fuertes del magnífico ejemplar caído. Hemos llegado junto a otro cartel que nos indica hacía donde seguir “Castell de Milany, G.R.-3”, siempre hacía el norte.
Dejamos el Coll de Cristòfol y su árbol caído. Decía Paco que hace un año no estaba en el suelo. Seguimos por una pista internada en la siguiente ladera, hacía el norte y siguiendo las marcas de G.R. Pronto giramos hacía la derecha y hacía arriba (siguiendo las indicaciones de otro cartel) por un amable praderío, hacía un enorme y espléndido árbol solitario en medio de otro colladito. Éste tiene la marca de G.R. con la indicación de cambio de dirección y nosotros seguimos literalmente sus indicaciones desde el pié de su mismo tronco. Cosa errónea, ya que el G.R. sigue por un camino a la izquierda del estrecho praderío, antes de llegar al nombrado árbol. Una vez aquí y perdiendo las marcas de G.R. decidimos seguir por la cima de la loma en busca del Coll de l’Home Mort. Enfrente la visión de la Sierra de l’Obiol, antecesor del Castell de Milany. Con esas tonalidades invernales en sus bellos bosques y escarpes. Nos damos esperanzas de que el objetivo está cerca, pero creo que ninguno sabíamos a ciencia cierta donde se encontraban las ruinas del castillo que corona, como su propio nombre indica y valga la redundancia, el Castell de Milany. Por la suave y despejada cima de la loma bajamos al nombrado collado y volvemos a toparnos con las marcas del G.R. Un extraño y curioso cartel de madera, indicado para gente que le es fácil perderse, nos señala la senda, ahora estrecha pero inconfundible, que nos dirige a las faldas de la Sierra de l’Obiol.
Algún escalón de roca en la senda frondosa de la inclinada ladera y pronto llegamos a un claro que hace de collado o “cruce de caminos”. Mientras esperamos al resto del grupo los que nos hemos adelantado, de las amenazadoras nubes empieza a caer un granizo intenso pero de pequeño tamaño, casi confundible con la nieve, solo que no estábamos a 0º, y hace que paremos más aún la marcha. Las chicas, menos Radka, decidieran volverse a Vidrá tan rápidamente que no nos dio tiempo a hablar con ellas y convencerlas de que no hay que tener miedo a los fenómenos meteorológicos en la montaña. Que la lluvia, el frío y el viento es lo mismo en la ciudad que en la montaña.
Hemos quedado solos Josep, Ángel, Paco, Radka y yo. Aún bajo el pequeño granizo y después la calada lluvia seguimos el G.R. entre las frondosidades y rocas de la cima de la Sierra de l’Obiol. Nos topamos con otros excursionistas como salidos de la nada. Josep les pregunta cuanto queda para el Castell de Milany, y la decepción y desasosiego se apoderan con la, aún, lejanía del objetivo. Ángel y Paco se han adelantado y nos esperan en la cima del Puig de l’Obiol (1.543 mts.). La vegetación abundante y algunas rocas mohosas resbaladizas pueblan la cumbre… ¿Cuánto queda? Aún debemos seguir el G.R.-3 hacía el norte, noroeste por el cordal cimero pasando por el Pla de La Bronsa (1.525 mts.). Josep se resigna a seguir, mojado, cansado, asqueado de no llegar, y decide quedarse en el Puig de l’Obiol a esperarnos. El resto no tenemos canse… entre otras cosas, en mi caso, no debo parar por que tengo el pantalón de cordura totalmente calado y ahora que está parando la lluvia lo mejor es seguir andando para, con el calor del cuerpo, secar, perfectamente, el tejido y la piel. Por ello, el resto del grupo, seguimos por estos campos cimeros, bellos, solitarios y extraordinarios, donde la belleza vegetal y paisajística es el principal protagonista en nuestros ojos.
Una especie de vallita en la parte más alta y despejada de la loma cimera separa términos, provincias, comarcas, terrenos… y puede que hasta propiedades. La seguimos paralela a ella. Nos volvemos a adentrar en algún hayedito, pequeño, y pronto volvemos a salir al espacio libre del prado. Los colores ahora después de la lluvia son especialmente vivos, extraordinarios, vivos, hermosos… el sol, que de nuevo se revela ante nuestra marcha, derrite los pequeños hielitos de la granizada y hace aparecer una fantasmagórica nieblilla a ras de tierra; como si el terreno hirviera… Fantástico. Los hayedos, por eso y por más cosas, tienen un aspecto hermoso, magnífico, misterioso, original, embelesador. Me encantan.
Al poco tiempo la senda gira hacía el oeste, siguiendo otro ramal de la loma cimera. La Sierra de l’Obiol la hemos dejado atrás; y de entre las ramas desnudas de estas simpáticas y sanas hayas, vemos al fondo la figura de una montaña un tanto peculiar: parece que una especie de pináculo muy puntiagudo y vertical sobresale desde su cima. No me canso de hacer fotos… y en esto que me quedo atrás y me despisto. Sigo las marcas, siempre, del G.R.-3, gran referencia en este laberinto de belleza, y bajando al Coll de Milany, me reúno con mis compañeros que han seguido la “cresta” cimera, haciendo alguna “grimpada”. En el mismo collado vemos más carteles señalizadores, indicadores de otras rutas, otros lugares, otras aventuras… y nos despedimos del G.R.-3 que sigue hacía el norte, hacía otras montañas y paisajes que recorrer… adentrándose en la comarca del Ripollés (Girona) y acabando en Vallfogona de Ripollés. Estábamos, pues, en la frontera entre Barcelona y Girona, entre Osona y el Ripollés, y muy cerca de La Garrotxa.
Ya enfrente se desvela la puntiaguda aguja que se vislumbraba desdibujada en la cima de la montaña a la que nos acercábamos: es parte del torreón, destrozado, del ruinoso Castell de Milany, que le da nombre a la montaña. Unos vertiginosos escalones casi incrustados en la roca, que hace a veces de muro o es el mismo antiguo muro, nos suben, esquivando otros restos de la antigua fortaleza, hasta la cima donde una Senyera ondea entre las ruinas del castillo. ¡¡Cumbre!! El sol está fuera y nos invita a disfrutar del momento en la cima del Castell de Milany (1.525 mts.). Un cartel nos informa sobre la historia de los restos del castillo, y vemos que cientos de años han pasado por su puerta. Comemos en la soleada cima, cerca de la maltrecha torre. El día se despeja y el sabor de ver el objetivo cumplido, después de tantos inconvenientes, llena nuestros espíritus.
Parece que falta comida, tenemos hambre y compartimos los bocadillos y frutos secos. Pero ya es hora de volver; el sol va bajando y dando unos toques de luz que hacen vibrar los colores de los bellos hayedos, bosques y montes que vemos desde el Castell de Milany. Bajamos del castillo al collado del mismo nombre y, realmente, vale la pena solamente por el brillo que tiene ahora la montaña y sus hayedos después de la lluvia y con esta luz que no hace daño, el perderse en estas solitarias y legendarias montañas. Hermoso.
Ángel dice de volver por el camino en vez de desandar la senda por donde sigue el G.R.-3. En el mismo collado un camino cruza el G.R. y de sur a norte, blinca la Sierra de Milany. Lo seguimos hacía le sur-sureste por debajo de las laderas que antes atravesábamos por la parte más alta. Es un camino tranquilo y bonito, cruzando la parte baja de aquellos hayedos y robles, pero se asalvaja y llena de enormes agujeros y baches por el paso de los vehículos motorizados que lo han desgastado enormemente… se hace hasta incluso difícil andar por él, esquivando las huellas de las ruedas que lo han destrozado. Justo cuando el camino en una curva hace un giro y cambio de dirección hacía abajo y noroeste, lo dejamos para seguir hacía el sur, por donde se nos figura otro abandonado camino con una especie de puerta o valla que lo separan de la servidumbre del anterior, y lleno de hojarasca y pequeños retoños de hayas. Antes había recibido una llamada de Josep que no había podido atender. La cobertura va por zonas. Al fin puedo hablar con él y me dice que volvía solo a Vidrá cuando se perdió por la senda, y que ahora estaba en un camino. Le indico lo que tiene que hacer y por suerte su desdichada mala orientación termina con final feliz. Me dirá después que llegó al Coll de Cristòfol y de ahí desandando el camino hasta Vidrá.
El recorrido por el medio camino, medio especie de senda ancha abandonada, es una parte interesante y salvaje de la vuelta. Entre los jóvenes y densos hayedos. Curiosamente fue a salir justo al G.R. cuando empezaba a encaramarse a la Sierra de l’Obiol, y justo en el lugar donde nos comenzó a caer la granizada. Entonces a partir de este punto seguimos desandando el G.R.-3. El granizo ha dejado la senda y las laderas blancas con la piedrecitas heladas que todavía sobreviven en los lugares resguardados del sol y sombrío. Hace más hermoso aún el paisaje, adornado con la blancura de la “falsa nieve”.
Ahora, por encima de los espacios despejados de las lomas cimeras y pasado el Coll de l’Home Mort, nos desviamos a la derecha siguiendo un camino, verdadera ruta del G.R. A la ida lo habíamos hecho por arriba. Aunque la diferencia en la distancia de un camino y otro no es muy grande, es verdad que andar por el camino es más cómodo, pero andar por la cima llena de salvaje vegetación es más interesante y animado. Llegamos al prado del aquel árbol grande solitario con la marca de G.R. en mitad del tronco, éste lo dejamos en la parte alta del mismo, mientras bajamos hacía los carteles y otro camino y nos damos cuenta de nuestro “error” al no seguir las marcas del G.R. a la ida, como he dicho antes. Los colores y luces siguen vibrando mi alma. Hermosos lugares, solitarios y místicos; no dejo de pararme, hacer fotos e intentar hacer un hueco en mi memoria para tan bellas imágenes. Encantador.
Volvemos al Coll de Cristòfol y a su árbol caído. Ahora ya no dejamos el G.R. hasta Vidrá. El granizo adorna también estos lugares, esos hermosos y magníficos hayedos que rodean al Puig de Palou, entre la hojarasca marrón y húmeda juega a intentar meterse en tu bota mientras caminas por estos solitarios, vivos y encantadores hayedos. Por esta parte hay más cantidad, la tormenta de la que antes oíamos algunos de sus incrédulos truenos, ha descargado con más fuerza por aquí, y la tierra se viste de blanco, luz y belleza como si la pureza de la montaña nos quisiera enseñar su lado más encantador e inmaculado. Sobrecogedor.
Voy el último, absorto por el caer de la luz y la belleza del lugar, me vuelvo de vez en cuando hacía atrás esperando ver algún gnomo observándome, esperándome a que me pierda en el inmenso bosque y pueda hacer de las suyas. Cruzamos el colladito aquel con la valla vigilados por aquellas enormes hayas que, como efigies de sabiduría y longevidad, observan al caminante y deciden si dejarlo pasar o atacarlo con su numeroso y tupido ramaje… por el momento nos ha dejado pasar. Consigo coger a mis compañeros antes de llegar a la masía de Palou Xic, no andaban demasiado lejos de mi. Josep no ha vuelto a llamar, habrá encontrado el camino. Bajando ya veía la Sierra de Bellmunt altiva e imponente, con su reconocida cima con su santuario y antenas como casi en el aire y al borde de sus precipicios. Y sobre todo, lo más espectacular, su espeso y gris hayedo, robledal de la ladera norte (la que veíamos). Hermoso.
Llegamos al collado bajo el Palou Xic y justo al norte de la Talaía, para volver a coger el camino hacía el sur, suroeste, hacía Vidrá. En este punto el atardecer nos sobrecoge con unos colores e imágenes impresionantes. Paco y yo intentamos perpetuar el momento con nuestras cámaras, y tener por siempre los recuerdos e imágenes de lo vivido en este día. Seguimos el nombrado camino. Seguimos sin más desvíos el G.R.-3, y sin sol, con poca luz y las luces del pueblo encendiéndose, llegamos a Vidrá. Nos reunimos con el resto del grupo en un bar cercano, el Dels Caçadors creo recordar el nombre, y comentamos las aventuras y experiencias vividas en la montaña. Josep me había llamado cuando llegábamos a las primeras calles del pueblo: que ya había llegado. Le indico el lugar de quedada, donde nos tomaríamos el último refrigerio de la actividad. Ya casi noche cerrada, cogimos los coches para volver a casa y dar por finalizada la improvisada actividad.
Como en su día Bellmunt o los Volcanes de La Garrotxa, las montañas recorridas en este día me sorprendieron y encantaron. Aún con la sequía y la poca humedad que había, y que sufre Cataluña, acostumbrados estos lugares en estas fechas al abundante verdor, agua o nieve, permanecía la belleza en sus bosques casi intacta. Árboles de frondosas, hayas y robles, poblando las suaves laderas, me han sorprendido y encantado, entusiasmado y engatusado. Volver a recorrer estos lugares es como volver a las raíces de la Tierra.