Había oído hablar mucho del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, sobre todo del Valle de Ordesa: sus bosques, sus paredes cortadas, sus cascadas, sus escondidos lugares tan bellos y de formas tan perfectas que la combinación de tonas sus características hacían del lugar un verdadero paraíso, el más bello de los Pirineos, el más visitado y el más pisado. Cuando lo vi por primera vez no me defraudó, es más, lo vi mas impresionante y bello de cómo lo imaginaba.
En el año mil novecientos noventa y cuatro en mi primer viaje montañero a los Pirineos, después de bajar del Aneto y curiosear en Benasque decidimos acercarnos al Valle de Ordesa e intentar subir al Monte Perdido, el pico culminante del tercer macizo más alto de los Pirineos. También, como en el Valle de Ordesa, había oído hablar de Monte Perdido, de su refugio inhiesto de Góriz. Era como ir a visitar a una estrella de cine que siempre la veías por la tele y ahora la ibas a ver en realidad, cara a cara, es más, si podíamos la íbamos a conquistar.
La distancia entre Benasque y Torla en coche por las carreteras pirenaicas era bastante larga y llegamos algo tarde al aparcamiento del Valle de Ordesa. Era septiembre, por tanto te dejaban aparcar en dicho aparcamiento al no existir los aglutinamientos y aglomeraciones de julio y agosto en que solo podías subir al aparcamiento en autobús desde Torla y destinado específicamente para eso.
Cuando llegamos allí y salí de la furgoneta vi a mi alrededor un valle de altas y escarpadas paredes formando pequeños y grandes circos bajo los cuales una exuberante vegetación muy bien cuidada de confieras e incluso frondosas como el bosque de hayas, dominaban todas las laderas menos verticales. Las nubes seguían entorpeciendo la visión de las alturas de estos paredones tremendos tanto al norte como al sur; aunque menos frecuentes éstas no te molestaban para vislumbrar el valle, al contrario y como siempre le daba su toque encantador y enigmático. Era un gigantesco cañón excavado y formado hace miles de años por un glaciar inmenso que bajaba de Góriz y de Monte Perdido, con gigantescas y largas paredes en las dos laderas que se suavizaban y se llenaban de bosques tupidos y casi inaccesibles, y bellos, muy bellos y bien cuidados, casi intocables desde sus orígenes ancestrales. Estábamos en un verdadero paraíso: los riachuelos bajaban y caían en cascadas desde algunas paredes (Las Fajas) y sus ríos forman riveras y cascadas como las de Cotatuero o Soaso que caen de las altas paredes a los llanos y suaves laderas del fondo del frondoso y verde Valle de Ordesa, culminados en el Río Arazas que recorre todo lo largo del valle de este a oeste. Era impresionante descubrir todas las características, formas y formaciones de este valle en todas las medidas; geográficas, biológicas, geológicas, humanísticas e incluso históricas. Si dios creó alguna vez el paraíso en la tierra, no sería muy diferente el Edén del Valle de Ordesa.
Arriba de nosotros el impresionante Circo de Carriata rodeado de un manto verde y boscoso ininterrumpido. Se hacía tarde, el trayecto hasta Góriz era algo larguico y estaba oscureciendo, debíamos prepararnos las mochilas y salir corriendo para poder llegar lo antes posible al refugio. Así pues partimos enseguida por el fondo del encantador y hermoso Valle de Ordesa.
El camino transcurría entre el bosque y a medida que nos internábamos valle arriba la oscuridad nos iba engullendo. El bosque de hayas, aunque casi invisible por la oscuridad del atardecer y de la noche próxima, se nos habría esplendoroso, tupido y cerrado como los hayedos bien conservados que incluso llegan a asustarte, a sentir miedo si te adentras en ellos, esperando que te salga de detrás de un árbol el temido “lobo feroz”.
Ya es noche cerrada, el tiempo empeora y hace más frío, mientras ya hemos sacado las linternas frontales y parece que vemos caer pequeñas bolitas sólidas de lo que parecen pequeños copos de agua-nieve. Ya vamos por Gradas de Soaso, el camino ahora convertido en senda, sube por unas escaleras y unos pasillos encrespados junto al sonido de las pequeñas cascadas del Río Arazas. Poco a poco a mi se me iba haciendo larga la marcha sin llegar a ningún lado y sin ver nada. Cano es el único que se conoce el camino y reconoce que va a ser mejor pasar la noche en una cabaña de pastores que queda arriba del valle antes de llegar al Circo de Soaso. Así que nos ponemos otra vez en marcha y al cabo de una media hora llegamos a dicha cabaña. En el bosque de hayas nos encontramos con pequeñas cabañitas de madera pero, estaban a poco tiempo del comienzo y a mucha distancia de Góriz. La cabaña eran dos estancias con dos puertas incomunicadas entre sí y que estaban ocupadas ya por tres personas en cada habitación, en cada estancia. Decidimos repartirnos y meternos dos en cada habitación. Yo dormí con Paco Sánchez, el cual me despertaba y se enfadaba conmigo cada vez que me quedaba dormido, por que me dio por roncar al constiparme en la subida. En mitad de la noche algo ocurre en el cuarto de al lado; un fuerte golpe metálico y una conversaciones de incertidumbre nos despiertan. Preguntamos que ha ocurrido y nos dicen que están bien, que se había caído la puerta metálica de la entrada que estaba suelta. Jesús había encendido la linterna frontal y se había encontrado a Cano metido en el saco con las piernas en alto y algo encogidas sosteniendo la puerta que se le venía encima. Debió de ser casi cómica la imagen.
Amanece al otro día y salimos de la cabaña para descubrir y contemplar lo que la oscuridad de la noche nos había negado: un verde prado rodeado de paredes lisas y abruptas a cada lado, perfectamente alineadas como si alguien con una cuchara hubiera hecho un surco en una blanda mantequilla. El bosque allá abajo, abandonado cerca de la cabaña y un leve polvillo blanco de nieve adorna las fajas y partes más altas del valle. Un paisaje encantador y espectacular.
Emprendemos la marcha por una verde planicie rodeada de paredes y bajo éstas, laderas que se van suavizando a medida que se encuentran con la planicie; surcada ésta por un manso río Arazas. Al fondo las paredes se unen en forma de semicírculo cerrando el valle. Estamos en un perfecto valle con forma de artesa característica de la erosión glaciar. No cuesta nada imaginar a un poderoso glaciar que llegaba hasta las más altas paredes hiriendo y modelando las blandas rocas calizas a lo largo de este Valle de Ordesa con su origen (o uno de sus orígenes) en las paredes en forma de semicírculo que cierran el valle: el Circo de Soaso.
Arriba del circo y blanqueados con una fina capa de nieve recién caída la noche anterior, el Monte Perdido y el Soum de Ramond con suaves pendientes entre algodonosas y veloces nubes. Delante del Soum de Ramond un pequeño (pequeño al lado de estos gigantes) farallón, la Torre de Góriz; que aparece como una erupción del terreno entre sus suaves laderas.
Acercándonos a las paredes del centro del circo, el río Arazas forma una bonita cascada al bajar de la zona de Góriz: la famosa Cola de Caballo. Justo casi encima de ésta una vertiginosa y empinada senda excavada en las paredes del circo; una cadena ayuda a superar este vertical paso: Son las Clavijas de Soaso. Sin miedo y con el mochilón superamos este entretenido y fatigoso paso, y ya desde arriba de una de las paredes se nos abre el fabuloso Valle de Ordesa, bello, bonito, hermoso y espectacular. Un paisaje como pocos en los Pirineos o en cualquier otra cordillera europea.
Ahora nos dirigimos al Refugio Delgado Úbeda o de Góriz, base para subir los más altos tresmiles del macizo: Cilindro de Marboré, Monte Perdido, Soum de Ramond… Nuestro objetivo sería el Monte Perdido. Antes de llegar vemos a un numeroso grupo de gente que baja al valle desde el refugio. La noche fue fría, nevó en Góriz y la gente llevaba la ropa, material de verano y no estaban preparados para ese frío.
Llegamos al refugio y nos acomodamos en él. Es un refugio cómodo y acogedor si no vas en los meses centrales del verano que se abarrota de gente y es agobiante, incluso con el mismo número de gente acampada en los alrededores. Por la tarde la nieve se derretía por el calor de un sol intermitente cuando se asomaba entre las nubes.
Ilusionados con subir al otro día Monte Perdido, la tercera montaña más alta de los Pirineos y una de las más famosas y emblemáticas de los mismos, pasamos el día entre risas y juegos. Al otro día el mal tiempo rodea Góriz y todo el macizo, llovizna y no parece que vaya a despejarse en todo el día. Esperamos sin saber que hacer. El guarda comenta: “Esto va a estar así todo el día, ya se ha acabado el verano”. Hablamos entre nosotros. No nos atrevemos a subir con tan mal tiempo ¿para qué? y lo más seguro sería que a mitad de subida tendríamos que darnos la vuelta. Está descartado Monte Perdido ¿Qué hacemos? Decidimos volvernos y visitar otra parte de los Pirineos, Panticosa en el Valle de Tena, en los alrededores de los Picos del Infierno.
Hacemos las mochilas, nos ponemos los chubasqueros, nos despedimos de Góriz y bajamos desandando el camino realizado ayer. Bajamos por las Clavijas de Soaso inmersos en una espesa niebla que hace más enigmático y emocionante el paso. Ya, bajo el Circo de Soaso y ya en la planicie herbosa de repente como si un gigante soplara a las nubes, se despeja y el cielo azul y claro aparece entre nosotros sin una tímida nube. De nuevo el “espíritu” de los Pirineos Nos hace una jugarreta mostrándonos lo que hubiéramos conquistado esa mañana, el espléndido Monte Perdido. Ya no queremos subir, hemos decidido bajar y ya es demasiado tarde para volver y subir Monte Perdido; aunque el día se ha quedado radiante e increíblemente despejado.
Ahora de día y con luz, recorremos el Valle de Ordesa fijándonos en los sitios y lugares que la noche no nos dejó ver. Así disfrutamos de las “cascaditas” y escalones que hace el río Arazas en Gradas de Soaso, el frondoso bosque de hayas y las fajas y paredes que rodean el boscoso y verde valle. Una muestra de ello es el famoso y encantador Circo de Cotatuero con su gran cascada en el centro. Es un paisaje que yo no llamaría alpino, sino más bien, pirenaico, propio y original de esta espléndida cordillera. En ningún otro sitio de España, Europa e incluso del mundo hay un valle y unos lugares como éstos; y su buena conservación y futuro será algo que nosotros deberemos y debemos preservar de ataques, especulaciones y actividades que puedan herir, degradar este lugar y estas montañas tan bellas y únicas. Hay que recordar que “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”; debemos conocer, disfrutar y respetar este valle para concienciarnos de lo que tenemos, de la joya que, sin saberlo, tenemos en el centro de los Pirineos.
Texto sacado del artículo ANETO: EL RETO DEL PICO MÁS ALTO DE LOS PIRINEOS escrito con el mismo título en el número 7 de la desaparecida revista Centro Verde del Centro Excursionista Almoradí, en noviembre de 1.994:
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Después de pasar por Aínsa, Broto y Torla llegamos al aparcamiento, saliendo de allí a las 7 de la tarde en dirección al Refugio de Góriz. Puede que este valle esté entre los 3 valles más bellos del Pirineo, si no es el más bello: vegetación salvaje de hayas y todo tipo de pino alpino rodeado por dos bandas de paredes a cada lado del valle, formando verdaderos circos de antiguos y grandiosos glaciares como el de Carriata, Cotatuero y el de Soaso al que nos dirigíamos.
En mitad de la marcha a Góriz nos calló la noche, caía aguanieve, las nubes abordaban las paredes de Soaso y tuvimos que guarecernos en una cabaña de pastores donde pasamos la peor noche del viaje junto con gente de Madrid y Gandía.
Al otro día vimos que estábamos en el centro del Circo de Soaso con las nubes rodeando Monte Perdido (3.355 mts.), el Soum de Ramond o Pico de Añisclo (3.254 mts.) y la pequeña, al lado de estas montañas, Torre de Góriz (2.792 mts.). Para llegar a Góriz pasamos por las Clavijas de Soaso, unas cadenas en la pared del circo que te ayudan a subir, cerca de la cascada de Cola de Caballo. A las 11 de la mañana llegamos al Refugio de Góriz a 2.200 metros, donde nos pasamos el resto de la mañana y toda la tarde viendo toda una serie de aves, buitres, grajas e incluso un quebrantahuesos merodeaba entre Soaso y Góriz.
Al mañana siguiente del viernes pensábamos subir al Monte Perdido, pero la lluvia y el mal tiempo nos lo impidió. Al descartar la subida al Monte Perdido decidimos ir a Panticosa, al Valle de Tena, volviendo hasta el aparcamiento y cogiendo la furgoneta hacia Biescas.
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