Reunión de amigos. Comida de amistad. Sentimos tal “celos” y “envidia” de los compañeros montañeros de Girona que aquí en Barcelona quisimos hacer lo mismo: una actividad festiva y lúdica; una comida.
Y que mejor lugar que las faldas de Collserola, y las mesas de unos de sus restaurantes: Can Rabella. Por ello, Enrique nos preparó una deliciosa marcha por las cercanías del lugar, visitando el lugar que llaman Les Escletxes y subiendo al punto culminante más alejado de la espina dorsal de la sierra: Puig Madrona.
Les Escletxes Dejando los coches en el parking de Can Rabella, sierra adentro entre Molins de Rei y El Papiol, seguimos en dirección a dicha masía, pasando por su puerta (tomado dentro el café con leche de la mañana), saliendo por un camino que se dirige hacía el noroeste. Entre campos hortícolas el camino parece esconderse entre bancales en alto y arbustos de lindes. Con leve subida parece que vamos al encuentro de El Papiol que queda al mismo noroeste. Pero enseguida el camino gira a la derecha y norte directo, sorteando las calles asfaltadas y casas de la cercana urbanización de El Papiol que queda a nuestra izquierda. Mirando hacía el pueblo, a la misma izquierda y enfrente, admiramos la formidable y vieja construcción aunque austera pero imponente del Castillo del Papiol; en la misma cúspide de una loma en medio de todo el pueblo como si lo gobernara y lo guardara. Estupendo.
Pero enseguida comienzan los serviles y eficientes carteles de direcciones del parque natural de Collserola. Con lo que siguiendo “Les Escletxes. El Papiol”, giramos por otro camino hacía el norte de la forma indicada anteriormente. Da la sensación de que caminamos entre pinadas rodeadas a su vez de casas y calles. De hecho nos acercamos a alguna de ellas, que queda a nuestra izquierda, y llegamos a caminar por un camino cementado.
Hasta que, después de bordear dichas casas y girar hacía la derecha y este, el camino nos desemboca en otro más importante que viene de El Papiol y se interna en la sierra, cruzándonos perpendicularmente de izquierda a derecha, y que en este lugar forma un feo descampado. Un cartel. Ya estamos junto a Les Escletxes.
Justamente cubierto por la vegetación y las formas del roquedo, se encuentran ocultas las “escletxas” (grietas) que se describen. Realmente parece mentira que en este lugar casi feo y descuidado o comido en parte por el hambre excesiva de la especulación inmobiliaria, nos encontremos este singular paraje. Detrás del mismo cartel, un sederito nos lleva a internarnos en muy pocos metros, en lo que sería la primera “escletxa”. Y como si de una enorme falla se tratara, la roca se abre y se parte en dos gigantescos trozos, dejando paso a un pasillo de 2 a 3 metros entre las paredes del mismo. Cuya altura pueden sobrepasar los 10 metros en algunas partes. Fabuloso. Unos chicos están escalando en su interior. Cruzamos y pasamos de un lado a otro por el interior de la misma. Al otro lado un hermoso árbol franquea la salida.
Justo a la izquierda según salimos de la “escletxa”, Enrique nos enseña otra más profunda, más estrecha y algo más larga. Fabulosa. Como engullidos por unas fauces en forma de mueca, la tierra nos muestra algunas de sus curiosidades; la erosión en la roca caliza o los juegos de fuerzas de la corteza terrestre. Fotos estupendas, y un genial juego de luces y sombras. Andreu se presenta voluntario para mostrarnos los perfiles del lugar en mis fotos.
Salimos de las curiosas “escletxas” y ahora sí ponemos rumbo al Puig Madrona. Lo tenemos al otro lado de las mismas grietas, hacía el norte, noreste. Enrique busca la senda o recorrido que nos acerque por el norte de la mismas Escletxes, como acercándonos a Ca n’Esteve de La Font. Pero el recorrido se pierde entre solares y derrubios en los límites de la sierra. Eso si, bonitas vistas hacía el boscoso pico coronado por una torre de vigilancia de incendios, redondeado y llamativo… pero mejor volver atrás y coger la pista anterior a Les Escletxes para seguir hacía el este e izquierda, en dirección a la sierra (según sales de Les Escletxes), en la que, al poco tiempo y dejando a la izquierda una enorme puerta (puede estar abierta) que da entrada a una fábrica de rojos ladrillos, nos lleva a toparnos con un poste con carteles señalizadores de recorridos en la sierra a muy pocos metros.
Aquí cogemos la senda que sale casi hacía abajo y a la izquierda, en la que, en su comienzo, otro corto poste metálico de esos a los que se enganchan una cadena, se estira en el suelo como intentando, sin conseguirlo, cortar el paso. Ya tenemos hambre y aquí mismo paramos a almorzar. Mandarinas de Francesc. Pistachos y un pequeño bocadillo.
Seguimos la senda hacía el interior de la boscosa Sierra de Collserola, pero como si la circundara por el lado oeste; hasta que nos internamos por el vallecillo del Torrent de La Font del Pedró seguido del vallecillo del Torrent de La Mina, hasta el Coll d’en Faura. Esta parte del recorrido es bonita: una senda abierta y ancha entre altos y esbeltos pinos, pasando junto a uno especialmente llamativo y grande; después se estrecha un poco y se cierra entre la frondosidad del lugar donde las encinas y Quercus aparecen entre la abundante y húmeda vegetación, incluso algún roble escapado de latitudes y terrenos más fríos y húmedos. Bonito. Pero estamos casi de paseo, y las distracciones, juegos y risas forman parte de la actividad… como en un buen hermanamiento.
Ya estamos en el Coll d’en Faura. Cruce de pistas a lomos de la sierra. Vemos la otra vertiente de Collserola: urbanizaciones que pelean con la selva pinada y los edificios de Sant Cugat del Vallès más al fondo. Desde aquí cogemos la pista o camino que se dirige hacía el norte y derecha, con una leve bajada al principio. Seguimos las indicaciones del poste con sus típicos carteles: “Ermita de La Salut, Valldoreix”. Venimos de “Les Escletxes, El Papiol”.
Mientras seguimos el camino, en frente nuestra se levanta una suave loma con abundante bosque y la torre de vigilancia de incendios que la identifica: el Puig Madrona. A la izquierda se va quedando las laderas del Puig del Rossinyol.
Al poco tiempo llegamos a otro cruce de caminos a lomos de la misma sierra; que en esta parte, Collserola, se extiende hacía el noroeste como queriendo escapar de las urbes y cercanías de Barcelona. Otro collado sin nombre con una cantidad llamativa de tendidos eléctricos que nos cruzan por varios lados como si de rastros de negro humo de decenas de aviones se tratara. En esta sierra y parque se ha tenido que luchar por la coexistencia del hábitat natural y el urbano; ya que es frontera hacía tierra dentro de, como ya he dicho antes, las urbes de Barcelona y alrededores. Curioso. ¿Habrá coexistencia de verdad? a la vez otros tantos caminos se cruzan aquí también. Elegimos el que se dirige, con el buen señalado cartel, a la Ermita de La Salut y Puig Madrona, que ya quedan muy cerca.
Al poco tiempo de caminar y subir algo por el amplio camino, vemos el espacio de la Ermita de La Salut bajo la omnipresencia de la alta y clásica torre de vigilancia de incendios del Puig Madrona. A la izquierda del camino pues, queda la construcción religiosa con orígenes visigodos. Encantadora. Parada para hacer fotos de grupo, alrededores y a la fotogénica ermita. Parada para descansar y charlar sentados en un largo banco frente a la construcción, que hace a la vez de mirador.
Pero aún nos queda subir a la cima: justo por detrás de la ermita y enfilando la boscosa ladera hacía arriba y norte, seguimos por otro lindo sendero. Grandes pinos engalanan su entrada. Ahora entre la fronda de la pinada seguimos el sendero más empinado y montañoso. Encontramos otro que sigue más horizontal hacía la derecha, nosotros seguimos hacía al izquierda. Y después de una subida, la senda desemboca en un camino.
Seguimos el camino hacía arriba y a la izquierda y enseguida llegamos a la cima del Puig Madrona (337 mts.). Un magnífico mirador del Baix Llobregat: a pesar de la neblina, hacía el oeste y suroeste se apreciaba el macizo del Garraf, su parte más boscosa y norte; Hacía el sur e interior de la Sierra de Collserola vemos, apreciadamente alejada, su cúspide con el típico templo y la enorme antena de telecomunicaciones: el Tibidabo; ya hacía el este y noreste, la urbe extraña y gris de Sant Cugat del Vallès rodeada de urbanizaciones entre su casco urbano y las laderas de Collserola… no se aprecia el monasterio ¡Qué pena!
Nos hacemos las fotos de cima y grupo junto al eje geodésico y la esbelta torre de vigilancia de incendios. Y seguidamente comenzamos la ruta de retorno por el lugar que hemos venido: Seguimos el corto trozo de camino, bajamos por la senda hasta la Ermita de La Salut (una carrerita siempre viene bien), y desde la ermita seguimos camino abajo hasta aquel collado sin nombre donde se cruzan varios caminos, sendas y recorridos. Enrique quiere volver por otra senda y comenzamos a subir por un sendero que parece cumbrear por la sierra… pero unos árboles caídos nos cierran el paso y debemos dar la vuelta. No hay camino. Me parece que era para subir al Puig del Rossinyol.
Así pues seguimos por el camino de la izquierda y ladera este como si nos dirigiéramos al corazón de la sierra. Bonitas imágenes tendremos de los bosques umbrosos del Tibidabo, extraordinarios espacios tan cerca de la “inhóspita” urbe. Cerca del Turó de l’Alzinar, nos desviamos hacía la derecha como queriendo buscar el valle de La Rierada, las laderas del Turó de La Pineda, y el camino de vuelta a Can Rabella.
Cerca del Turó de La Pineda, invisible al no darnos cuenta de signo sobresaliente o promontorio cimero en la ladera boscosa y llena de matorrales de la parte alta de la sierra, seguimos por un maltrecho camino, desdibujado, levemente hacía la derecha y de pendiente muy acusada hacía abajo. Eso sí, con unas magníficas vistas al macizo de Collserola por este lado.
Desembocamos en otro camino, más principal, y lo seguimos hacía la izquierda y abajo. Buscamos el fondo del valle habitado, La Rierada. Al poco tiempo encontramos otros cruces de caminos y seguimos el que, a la derecha y abajo, gira en busca de las primeras casas de La Rierada.
Ya estamos entre las privilegiadas casas de La Rierada. Zigzagueamos por sus calles/caminos; El Carrer de Papiol es una de ellas. Y en una curva de la asfaltada calle, giramos a la derecha para salir del grupo de casas. No veo indicadores, no veo señales, pero Enrique sabe que es por aquí. A la izquierda de este verde camino dejamos un muro de una de las casas, y al poco tiempo verifico que sí es el camino correcto. Vamos hacía el oeste en busca de la salida del valle; valle abajo. Un estrecho camino o ancha senda surcada de altas cañas y sanos y hermosos árboles, bosques de ribera, a los lados, seguimos con plácido caminar. Ahora ya todo es horizontal, caminando por el fondo del vallecillo.
Extraordinarios ejemplares de Quercus y otras especies nos acompañan a la vera del camino en esta marcha de bajada hacía Can Planes (antes que Can Rabella); y la frondosidad en algunas zonas del lugar nos sorprende por lo verde y húmedo. Antes de llegar a Can Planes y entre unas hermosas encinas de troncos formidables y retorcidos, Enrique nos desvía del camino por una senda a la izquierda para parar al cercano “salto de agua”. El lugar es muy lindo y hermoso: los antiguos labradores y trabajadores de la tierra del lugar, hicieron una represa de considerable altura, para canalizar parte del agua que caía y llevarla a los huertos más abajo. Actualmente no sé si se seguirá utilizando, ya que el agua no es tanta la que baja por la Riera de La Rierada o de Vallvidrera. Pero el sitio es hermoso, bello y rebosa de tranquilidad y paz; con el agua cayendo con un salto de más de 5 metros, y el verdor y vida del lugar con sus formidables árboles y vegetación. Encantador.
Después de las fotos y de encandilarnos con el lugar, debemos seguir valle abajo; la comida nos espera. Volvemos al camino para seguir hacía el oeste e izquierda dicho camino. Cruzamos otro bello rincón del lugar, cuando debemos saltar las aguas de la riera enmarcadas en un apartado de especial hermosura y vegetación… nadie se cae saltando por las pocas piedras mojadas de la Riera de La Rierada o de Vallvidrera.
Sin salirnos del camino y caminando por un puente en el que volvemos a cruzar la riera; pasamos junto a una simpática y casi señorial construcción: Can Planes. Sus antiguos arcos sobre un ventanal nos muestran el gusto por el románico medieval que tenía el constructor o dueño de la casa, o de la inequívoca muestra de expoliación verdadera de dichos arcos sustraídos de cualquier templo románico… curioso, pero encantador. Después nos encontramos con un “oratorio” a la salida de los dominios de la casa y un idílico rincón entre las encinas.
Seguimos camino abajo. Sin desviarnos y siguiendo por el fondo del vallecillo. A veces si o a veces no, cruzamos la riera, pero siempre cerca de ella. Incluso antes de acercarnos a los dominios de Can Rabella, el camino se mezcla con el curso de la riera, en un simpático recorrido entre cañas, una estrecha senda y las aguas del barranco. Hermoso.
Ya estamos muy cerca de Can Rabella, cuando a la izquierda los compañeros se paran y curiosean un antiguo tunelillo excavado en la blanda tierra… ¡Otra Mina de l’Or! A pesar de los carteles que nos informan de su peligrosidad, las fotos se acumulan en la entrada a esta extraña gruta hecha por el hombre.
Y seguida Can Rabella; al otro lado de un huerto de olivos vemos su altiva fachada. Bonita masía hecha y restaurada para convertirse en restaurante. Bonito lugar y fantástica comida. Antes los chicos y chicas se hacen fotos en el campo junto al parking, donde unos caballos pastan sosegados.
Una bonita y tranquila excursión de una mañana, con los compañeros y amigos de montañas, finalizando en la mejor de las lúdicas reuniones que tenemos los humanos en general: una comida y sobremesa con cubata en la mesa del porche… ¡Fantástico! Muchas gracias a todos por la compañía y amistad.