La Sierra del Montnegre era otro de los lugares que faltaba por visitar cercano y conocido. Pero su gran extensión y extrañas comunicaciones lo hacía difícil de explorar, de adentrarse en sus formidables bosques y perderse recorriéndolos. Después de ojear varias veces el mapa de Alpina, divisé alguna “puerta” por el norte, noroeste: Sant Celoni, Gualba, Viabrea, La Batllòria… pero no tenía nada seguro ya que debía encontrar un puente o paso que cruzara el río, La Tordera, y la autopista.
Al tiempo descubrí, casi equivocadamente, un puente muy nuevo que salía desde la misma La Batllòria, saltaba La Tordera y por un túnel cruzaba la autopista para internarse en la “selva del Montnegre”. Ahora solo había que coger el mapa nuevo de Alpina de El Corredor y el Montnegre para idear una ruta. Pero, como he dicho antes, la extensión del parque y la lejanía de los puntos de acceso exteriores hasta el corazón del mismo, la hacía una aventura arriesgada en cuanto a determinar un tiempo establecido o un recorrido exclusivo.
Por eso, junto con mis amigos de Cúspidis, el pasado domingo 18 de marzo, decidí hacer un “juego” participativo entre todos: realizar un recorrido sin un rumbo, tiempo ni dificultad fija. Había que perderse en los bosques, la selva de la Sierra del Montnegre… solo puse la condición de llegar a un lugar: Sant Martí del Montnegre.
Así que con el mapa en la mano y rodeado de amigos montañeros y senderistas, atravesamos el puente hacía el boscoso Montnegre, para coger el camino que, por la derecha, se adentra en la sierra, paralelo al fondo del Sot de Can Patraques. Pero enseguida, y por un error, me desvío antes de lo querido hacía la derecha, por un camino que cruza el fondo del sot y circula por la ladera norte del Turó de Marfull. Mi primer objetivo era subir a la cima de dicho turó. Pero la equivocación me hace coger un camino anterior que se dirige a Can Maciá. Hace un día muy bueno, casi de finales de primavera; pero el bosque y la tierra siguen muy secos por culpa de esta sequía invernal. En ocasiones el terreno me recuerda a las montañas de mi tierra, Alicante. Al principio me doy cuenta de que el camino no está marcado en el mapa, hasta que llego a Can Maciá. De aquí seguimos el camino (Can Maciá queda arriba de él) en dirección a la “desaparecida” Can Maciá de Dalt. Ahora, con rumbo sur, tenemos enfrente las boscosas laderas del Turó de Marfull, y su poco a poco, cada vez más acusada pendiente. De repente el camino se acaba. Desaparece en medio de la exuberante vegetación… ¿Por donde vamos? Sabemos donde estamos y en que dirección ir, pero hay que atravesar monte a través la selva, matorrales, bosques y frondosa vegetación por lugares en los que ni los jabalíes pasarían. Sorteamos ramas, arbustos, troncos caídos… que nos cierran el paso, pero entre todos vamos consiguiendo abrir un camino, una ruta que seguir hasta que, más arriba, nos topamos con un camino en desuso. Llego a reconocerlo: es el que pasa, según el mapa, muy cerca de la cumbre del Turó de Marfull, y decidimos seguirlo.
Ha sido interesante perderse y enmarañarse con la vegetación sin camino ni senda que seguir. Estas pequeñas experiencias, rutas fuera de rutas, nos enseñan a desenvolvernos en la montaña cerrada y desconocida. Los compañeros lo han aceptado y se han internado involucrados… de eso se trataba, de perderse. Pero creo que al final les ha gustado.
Seguimos el camino en dirección sur. Dejamos la parte alta de la ladera a la derecha, y al llegar a una planicie, al otro lado del monte, vemos un sendero que se enfila por la cuerda en busca de la cima del Turó de Marfull. Decidimos subir al pico y almorzar en su cumbre. Un eje geodésico (tal como marca al mapa de Alpina) en su boscosa cúspide, indica lo más alto a 314 mts. de altitud. A mis compañeros les va gustando el “juego”, hace muy buen día y mucho que recorrer, a pesar de haber perdido un tiempo yendo monte a través; y acabamos de empezar.
Después de almorzar reanudamos la marcha. Sant Martí de Montnegre aún queda lejos y ni se vislumbra desde aquí. Ahora vamos cumbreando adentrándonos cada vez más en el Montnegre. Atrás queda La Batllòria y las magníficas vistas del enorme Montseny. Impresionantes. Desde el Collet de Can Patraques seguimos por la pista que viene del fondo del Sot de Can Patraques, por la izquierda de la montaña, siempre en dirección sur, hacía la Plana del Cucut. Ninguno vemos el Suro de La Manilla, un ejemplar señalado en el mapa como casi un árbol monumental. Llegamos a La Plana del Cucut y cambiamos de vertiente en la montaña: en lugar de ir por la izquierda dejando la montaña a la derecha, lo hacemos al revés. Detrás, las impresionantes y bellas vistas de los bosques, escarpes y extensiones del Montseny. Les Agudes aparecen espectaculares.
Más adelante el camino llega a un cruce: recto, sin subir altura bajaríamos hacía el oeste por la Carena de Les Gatelledes, a la izquierda y casi en paralelo al camino por el que venimos, sube otro cogiendo altura. En el mapa de Alpina no se ve muy claro, y decidimos, a la vez, seguir nuestra intuición y orientación: seguimos el camino de la izquierda que sube. Éste sube por las laderas oeste del Turó de Vila-rasa hasta casi acercarse a la cima del mismo a 400 metros de altura. Justo al otro lado del mismo turó, el camino baja hasta otro colladito y otro indeciso cruce de pistas, junto a las ruinas invisibles (de las que solo un solitario muro da muestras de los restos) de Can Vila-rasa.
Esta vez, con el mapa en la mano, quiero que mis compañeros participen. Al final acertamos en coger justo el camino de la izquierda que baja, y enseguida otro a la derecha que ladea la montaña sin bajar excesiva altura. Es importante saber interpretar el mapa y verlo espacialmente en el relieve de la montaña; es como unir el dibujo del mapa y las formas de la montaña en nuestra mente. Debemos pasar por el Pont de Can Toni en el fondo del frondoso Sot de Can Toni. Aquí el mapa muestra muy claro el camino a seguir. Sin pérdida.
La excursión está siendo muy amena, la compañía muy grata y las risas resuenan entre el seco pero bello bosque. En un alto en el camino vemos arriba de la fronda del vallecillo que forma el Sot de Can Toni, justo arriba de su nacimiento o circo, de tupida y exuberante vegetación, el campanario y parte de la construcción de un templo; el cual sobresale entre las copas de los frondosos árboles como los monumentos de Petra de entre los laberínticos barrancos. Hermoso. “¡Allá debemos ir!” digo como si fuera el lugar del fin del mundo. Es Sant Martí de Montnegre, que aparece como el maná en el desierto, glorioso y victorioso. Parada para maravillarnos y fotografiarlo, y pronto llegamos al llamado Pont de Can Toni, donde Tacas y su compañero perruno, aprovechan para darse un baño en el agua que surca la riera del Sot de Can Toni.
Fotos en el puente. Otra pequeña parada, y seguimos el camino, cruzando el puente, hacía el noreste y norte (pero pronto girará hacía el este y sureste). Ahora todo lo que haremos es seguir las pistas y caminos principales que se dirijan hacía arriba, derecha y sur. En seguida llegamos a la parte más alta de la loma llamada Pla d’en Toni, en donde en un cruce encontramos a la derecha una especie de choza de madera como si fuera una parada de autobús de los “Picapiedra”. Ahora seguimos la pista sin pérdida hacía el sur, sin hacer caso a aquellos caminos que se nos aparecen a la izquierda, incluyendo el que sigue el G.R.-83. Por aquí ya pasan coches: uno de los guardas del parque y otro todoterreno de un visitante; antes, no hemos visto a nadie. Y ya, en la parte más alta de esta parte de la montaña, nos topamos con el Santuario de Sant Martí de Montnegre oculto a la derecha por una valla, unos árboles y un recinto cerrado a la plegaria y la oración. No te das cuenta del templo hasta que, como aquel que dice, lo tienes encima. Hay otras construcciones algo más delante, algo más arriba en el camino: un restaurante y una bonita y gran casa de campo con una curiosa bandera chilena ondeante en el balcón.
Estamos en la parte más alta del recorrido (unos 470 mts. de altitud) y a algo más de la mitad del recorrido. Es la una y media del mediodía y nos disponemos a comer en la misma puerta principal del templo. Alex nos enseña sus trucos guardados en su gran machete… es militar. Las vistas al norte, al Montseny, siguen siendo increíbles. Nos explayamos. Incluso vamos al restaurante a por un café y nos tomamos el tiempo tranquilamente. Foto de grupo en el espacio de entrada al “sagrado” recinto, entre sus magníficas coníferas. Todos reunidos comenzamos la bajada por otro camino distinto al de subida: seguimos el G.R.-83 en dirección “El Canigó”. Desandamos parte del camino justo de llegada al templo, pero enseguida a la derecha, entre estupendos ejemplares de sureres, bajamos por un camino que después se convertirá en senda; siguiendo las marcas del G.R.
Detrás dejamos el santuario y más arriba esos bosques de árboles desnudos de hojas: robles en mitad de un invierno seco. Ahora el G.R. nos lleva por una senda, siempre hacía abajo y hacía el noroeste, a veces escabrosa, desgastada y resbaladiza. Falta la lluvia que agarre el terreno. Hay momentos en que no hay marcas, pero no nos debemos desviar por ninguno de los caminos perpendiculares que lo cruza, siempre hacía abajo y al frente. Pronto desembocamos muy cerca de una construcción escondida entre frondosos árboles en el fondo del vallecillo. Es Can Riera. Yo hago chistes con el nombre refiriéndome a la serie de televisión con su mismo nombre, pero no tienen mucha gracia. “¿Queréis volver ya hacía el coche o dar otra vuelta por la sierra?” Pregunto. La respuesta fue volver al coche, ya que se haría muy tarde si cogiéramos desde Ca Riera (muy bien señalado en al mapa) y nos dirigiéramos hacía la parte este del parque. Así pues cogimos le estupendo camino por el fondo del valle y paralelo a la Riera de Fuirosos, ya más horizontal, hacía el norte, valle abajo, hacía el mismo lugar que llaman Fuirosos y Sant Roc.
Pero antes de llegar a una curva del camino, y del valle, y al mismo lugar de Fuirosos y Sant Roc, cogemos un camino hacía arriba y a la izquierda, que nos acortará el recorrido y nos llevará hacía el valle por el que comenzamos nuestro itinerario. Ya que el próximo camino de enlace, más abajo en el vallecillo de Fuirosos, está demasiado lejos y es más largo. Y justamente pasado el Sot de Les Senyores, cogemos dicho camino con una buena subida al principio, pero no demasiado inclinado después, hacía La Creueta, bordeando por el norte, la boscosa Carena del Suro del Desmai. El grupo lleva una buena marcha, entre charlas y risas pasa el tiempo y sin parar llegamos a La Creueta. Ya no subiremos más, el resto es todo bajada por el vallecillo de la Riera de Can Terrades, paralelo al que subimos. Estamos a casi 290 mts. y hay que elegir camino. De nuevo está muy claro. Bebemos agua, nos reagrupamos y comenzamos a bajar.
Escogemos el camino de la derecha que cambia de valle y que baja. La ladera de la montaña, del Turó de Can Mainouet, la dejamos a nuestra derecha, y el valle a la izquierda. Las vistas comienzan a ampliarse de nuevo, y el sol nos muestra otros colores y bellos perfiles del Montnegre. La selva se engalana con esos rayos dorados y esta adormilada tarde; el día, por cierto, espléndido. Aún con inmejorables vistas de la frondosa selva del Montnegre valle arriba, dejamos un camino que sube a la derecha y seguimos siempre hacía abajo y norte. Después de una bajada interminable por el largo camino con algunas curvas, por fin llegamos al fondo del valle para cruzar la Riera de Can Terrades que lleva su pequeño torrente de agua. Son Els Passos de l’Aigua.
Desde que cruzamos la riera, el bosque y el monte se ensanchan, dejan sus graves pendientes para suavizarse y abrirse. El camino se eleva sobre la riera que queda a la derecha y nos dirigimos, sin hacer caso a un camino que sale a la izquierda, hasta una casa y construcciones de granja; junto con una alambrada que separa un rebaño de ovejas y cabras de curiosas razas. Estamos en Can Terrades; o bajo ella. La curiosidad del grupo nos hace fotografiar este curioso rebaño que, sin miedo, se quedan igualmente observándonos a poca distancia, como pensando lo mismo que nosotros. “Que especimenes tan curiosos…”.
El sol va bajando sin que nosotros podamos hacer nada. Y mirando el mapa veo que nos hemos pasado: debemos retroceder pocos pasos para volver al camino que subía a la izquierda (ahora, a la vuelta queda a la derecha) y seguir por él, que sube un poco, hasta Els Quatre Camins. Nombre muy idóneo para un cruce de caminos donde parece que hay más de esos cuatro caminos. Escogemos el inmediato a la derecha que baja de repente y se interna en la fronda de otra riera, de otro vallecillo. Es el Sot de Cal Nyerro. Siempre hacía el norte y siguiendo “río abajo” llegará un momento que nos toparemos con la autopista y la civilización.
Las sombras intentan apoderarse del lugar. El sol solo ilumina las copas de los árboles más altos. Pero la montaña, la selva, no ha dejado de tener su espectacular frondosidad. Cruzamos el sot de derecha a izquierda hasta que, más abajo, desaparece el camino y el monte queda atrás. Bajamos monte a través hasta el camino que va pegado y paralelo a la autopista. Veo caras de alivio, ya estamos muy cerca de La Batllòria, o al menos del asfalto… ¡¿alguien no confiaba en mi intuición montañera?! Pues que callado lo tenían, ¡jajajajaja! Ahora solo hay que seguir dicho camino hacía la izquierda y oeste en busca del “túnel” que cruce la autopista y del puente que cruce La Tordera. Todo muy cerca. Y ya, de nuevo y sobre las seis de la tarde, en el punto de partida.
Terminamos la actividad con una cálida reunión en el bar del lugar: El Temple. Aprovechamos para comentar la actividad realizada, las próximas, y anudar más aún los lazos de amistad. Ha sido emocionante “intentar perderse” por los extensos y olvidados bosques del Montnegre… pero aún quedan muchas y varias rutas que hacer. Un lugar hermoso y solitario.