Hace escasamente un mes desde que escribo estas líneas, y después de diez años de haber ido a Panticosa, vuelvo a ir con la intención de subir los Picos del Infierno. Estamos en agosto de dos mil cuatro. Realmente este verano no tenía intención de irme a ninguna montaña después del viaje a Rusia del año pasado, por motivos personales y económicos prefería pasar el verano sin salir. Pero realmente un viaje como este no es ningún gasto exagerado y aparte te aparta de la rutina y te “carga las pilas” como mínimo, aparte de más cosas. Además iban a ir dos compañeros que ya conocía de montañas subidas: Paco Martínez y Jesús Calvo. Y Además el sitio escogido, los Picos del Infierno, me llamaba la atención, me atraían; no solo por el nombre sino por que ya había estado en Panticosa y me ilusionaba volver.
Yo en un principio no iba a ir. Había rechazado el irme con otra gente a hacer el Aneto y Monte Perdido que ya los había hecho; pero Paco y Jesús me “pincharon” para que fuera con ellos, y yo para estas cosas soy muy fácil de convencer, aparte iba a ir con buena y ya conocida gente en el ámbito personal y montañero. Así pues ¡A por los Infiernos!
Al mediodía llegamos a Baños de Panticosa; en estas fechas el turismo abarrotaba el parking de coches y las pocas calles, tiendas y terrazas del balneario. Después de comprar pan in Panticosa (más abajo) y de comprar un mapa decidimos subir hasta los Ibones o Lagos Azules que se encuentran justo bajo los Infiernos y ya sabíamos por Jesús Andujar, que ya había estado allí, que eran el campamento base ideal para subirlos, y había una zona de acampada extraordinaria.
Vimos que todo el Balneario (o casi todo) estaba en obras: construyendo grandes y nuevos hoteles, restaurando los viejos y adecentando un poco el lugar. El turismo de balnearios y hoteles de montaña se está acrecentando, espero que no se aglutinen ni conviertan la montaña en una gran urbanización, roturando, destrozando y afeándola. Espero que estas obras sean con sentido y respeten el entorno que al fin y al cabo es su fuente de riqueza.
No sabíamos donde empezaba la subida a los lagos, donde coger la senda, así que nos adelantamos hasta el bonito Refugio Casa de Piedra. ¡Que recuerdos me traía nada más ver el refugio!, estaba igual que hace diez años, tan acogedor y encantador como aquel de entonces. Lástima que al final no pasamos ninguna noche allí, me hubiera hecho ilusión volver a dormir en aquellas literas y de comer en aquel comedor. Bueno, siempre me quedarán esos recuerdos. Entré en el refugio y le pregunté al guarda. “Detrás de esa obra a la derecha”. Y empezamos la subida.
La senda, al principio empinada, sigue la ribera del río que baja de los numerosos lagos de arriba. Cascadas y pinares son la nota predominante en este principio de la subida, y los miradores te muestran el bonito rincón de los Baños de Panticosa allá abajo, rodeado de hermosos bosques, fuertes pendientes, junto al Lago de Baños. Hacía el oeste, allá arriba, los bellos Argualas y Garmo Negro rodeado por algunos neveros, que les dan un toque de grandeza. Luchan contra el mal tiempo para enseñarnos sus mejores perfiles. Más arriba, ya no se ve Baños, pero los elegantes tres vértices del Pico Foratula limitan al sur el alto valle de Panticosa sobre el Balneario, rodeado también de una bonita cobertura vegetal y unos perfiles escarpados y atrayentes.
Antes de llegar al primero de los ibones, una pared surcada por cascadas forma la magnífica muralla antecesora a la cubeta glacial. Aquí la senda zigzaguea y se empina a su izquierda para llegar arriba de esta pared. Me adelanto. Dejo atrás a no mucha distancia a Paco y Jesús. Por fin llego a las orillas del primer ibón después del Lago de Baños: el Ibón Bajo de Bachimaña. Miro hacía atrás y no los veo, les espero. Hay montañeros tumbados en la hierba entre grandes rocas graníticas. Al final de este ibón una presa y un fuerte chorro de agua bajo ella, me dicen que al otro lado debe de haber otro lago. El paisaje a esta altura ha cambiado: el bosque desaparece y las laderas aparecen más suaves con la roca desnuda de vegetación. Hace fresco, me abrigo pero mis compañeros, extrañamente siguen sin aparecer ¡No pueden tardar tanto!, ¡que raro!
Al cabo de un tiempo veo a Jesús y detrás de él a Paco que se aproximan por la senda. Intentan hablarme, decirme algo pero aún están lejos y no les oigo bien. Cuando ya por fin están junto a mi veo que Paco tiene la nariz ensangrentada. Me explican que Paco iba andando bien por la senda y al pisar una laja lisa, resbala y no le da tiempo a sacar las manos de los tirantes de la mochila y aterriza sobre otra piedra (también lisa, por suerte) con la nariz y las rodillas. El golpe ha sido fuerte. No se ha roto la nariz de milagro. Se le ve aturdido, perdido. Le duele la nariz, las rodillas, en las que lleva unas heridas y moratones. Nos pide de pasar la noche aquí ya que no sabe como se levantará mañana y ahora es demasiado seguir adelante para él después del fuerte golpe. Al otro lado del ibón hay una casa, un refugio y nos dirigimos a él. Otro montañero que pasaba junto a ellos le pregunta exclamando: ¡¿toda esa sangre era tuya?! Ya que había pasado por el lugar del accidente y había visto una gran mancha de sangre. ¡El tortazo debió de ser soberbio!
Casi me imagino a Paco cayéndose, y la graciosa escena me provoca una tenue sonrisa que luego acabaría en una risa. ¡Debió de ser tan cómico!
Cruzamos la pequeña presa, y al otro lado del ibón unas cabañas abandonadas pero algo cuidadas nos servirían para pasar la noche. La segunda cabaña estaba bien y nos alojamos en la habitación de en medio. Allí conocimos a Ángel de Bilbao, un vagabundo montañero con el que entablamos una interesante amistad con unas conversaciones de aventuras e historias vividas en las montañas y en Sudamérica. Todo un personaje. También una joven montañera (también vasca, ¡como no!) que estaba haciendo el GR-11 en solitario algunas semanas, pasó con nosotros la noche en la austera cabaña. Otra pareja con una niña pequeña se quedaron en la casa primera; éstos, esta vez, eran de Zaragoza. Pasamos una buena noche. El lugar era cómodo, para estar en la montaña.
Al otro día sigue el mal tiempo. Las nubes y nieblas cubren los alrededores de las cabañas y el ibón, y en ocasiones no ves a cincuenta metros. Aunque a medida que desayunamos y pasa el tiempo, la atmósfera se va despejando pero sin abrirse del todo. Paco parece que está mejor. No le duele nada ya, aunque parece que tiene la cara hinchada alrededor de la nariz. Así pues a media mañana partimos hacía los Ibones Azules o Lagos Azules. Nos despedimos de la gente e invitamos a Ángel a que nos visite algún día allá arriba.
Volvemos a coger la senda dejada y empezamos a bordear el Ibón Bajo de Bachimaña, después el grande y algo más alto Ibón de Bachimaña. La senda es cómoda y ancha, propia del GR. A medida que subimos nos entretienen las conversaciones, opiniones y discrepancias en animados y mansos debates sobre la vida y la montaña, compaginado con un bonito paisaje a orillas del Ibón Alto de Bachimaña. Dejamos el mismo ibón y cambiamos la orientación hacía el oeste, subiendo a los cercanos Ibones Azules. Más arriba, un numeroso grupo de escolares y monitores siguen valle abajo cruzándose con nosotros. El GR-11 de Respomuso a Panticosa es muy transitado.
A poco rato llegamos la primero de los Ibones Azules mas considerables. Una pequeña cabaña metálica y unos cuantos huecos para acampar flanquean la orilla de esta laguna. El agua es muy limpia y transparente, y te dan unas enormes ganas de quitarte la ropa y zambullirte en sus apacibles aguas. Lo único que nos frena es lo fría que está el agua y con el día nublado y fresco se quitan las ganas de bañarte.
Poco más arriba y casi seguidos otro Ibón Azul. Éste está flanqueado al oeste y noroeste por montañas agrestes y encrespadas que rozan los tres mil metros y, como no, por los Picos del Infierno. El día aún está nublado y dichas nubes cubren el macizo, lo cual nos impide ver sus cumbres, y a la vez le dan un aspecto más paradigmático, misterioso y enigmático ¡¿Qué esconderán las nubes?! ¡¿Qué habrá tras ellas?!
En unos prados muy verdes, al otro lado del ibón, acampamos; algo en alto con respecto a la orilla del lago pero desde donde se divisan todas sus dimensiones, bajo el Pico de Piedrafita. Acampamos en un lugar ideal junto a una baliza nival. El sitio es hermoso: rodeado por abundantes neveros, paredes y circos glaciares grandiosos, picos abruptos, puntiagudos y soberbios, crestas afiladas (como la que bajaba de los Arnales); hacía el este y al fondo del valle más picos puntiagudos y lisas pendientes modeladas por los antiguos hielos, fríos de otras épocas… y un macizo entre otros, el espectacular macizo del Vignemale, sobresaliendo entre todas las montañas como una gran fortaleza infranqueable, altiva y soberbia así como grandiosa y hermosa. Un espectáculo maravilloso. Estábamos en el paraíso, en nuestro paraíso montañero.
Por la tarde no tenemos nada que hacer. Decidimos aproximarnos al Cuello del Infierno, punto de partida hacía los Picos del Infierno. Cruzamos numerosos y amplios neveros, la vista atrás se ampliaba y engrandecía a medida que subíamos, pero el tiempo seguía medio nublado y el sol acariciaba de vez en cuando los lagos de abajo dándoles un color oscuro y apacible contrastado con el color claro de las rocas.
Antes de llegar al Cuello del Infierno, decidimos dejarlo y acercarnos a una morrena de derrubios, tierra y piedras sueltas para observar más de cerca el más grande de los dos pequeños glaciares pirenaicos del Infierno. Es espectacular poder sentarse a la altura de un bonito e interesante sistema de hielos agrietados, vivos y atrayentes bajo las paredes de los Picos del Infierno; y más aún cuando piensas que esa “pequeña” lengua de hielo viviente está en peligro de extinción, va desapareciendo con el paso de los años… Nos quedamos sentados un buen rato oteando con los prismáticos las formas de sus pendientes, grietas, rimayas, sus blancos neveros que cubren sus azules y grises hielos. Absorto contemplo todo el espectáculo. Hablamos, conversamos sobre glaciología y geología. Somos aventureros en medio de un mundo que nos muestra su vejez, su antigüedad y su historia a través de las líneas de sus manos (grietas, sinclinales, circos, crestas, morrenas, ibones…). Somos observadores. Contemplo la vida de las montañas; nos sentimos parte de su historia, de sus formas, de su vida. Una sensación grandiosa y hermosa ¡Así es la montaña!
Atardeciendo los colores cambian en esta gran pantalla, escena del gran espectáculo de los Pirineos, dándole un toque encantador y sosegado. Las nubes también oscurecen las montañas, pero el sol parece iluminar únicamente a la gran fortaleza del Pirineo, el Vignemale, con sus cumbres más altas arañando las nubes más altas que se apartan ante tanta fuerza y enormidad. El ibón de aguas azules y transparentes cambia su color; plateado, brillante, resplandeciente y hermosos a pesar de la oscuridad que le rodea. Parece que estemos en un paisaje de cuentos de hadas, pero las maravillas de la naturaleza superan la ficción y nos vemos inmersos en un paraíso de aguas plateadas y montañas resplandecientes y doradas. Antes de que el sol se extinguiera tras las montañas en esta parte del mundo, las nubes empezaban a desvanecerse entorno a los Picos del Infierno, para que antes de que llegara la oscuridad de la noche pudiéramos admirar sus formas y perfiles: cabe destacar una banda rocosa de color distinta a la habitual en este macizo rojizo, ferruginoso, teñido de un gris oscuro de algunas pizarras metamórficas, contrastado con el gris claro, casi blanquecino, que recorre la cresta que desde el Infierno Occidental llega al Infierno Central y que sigue al otro lado del mismo. De materiales tan diferentes como extrañamente configurados en una misma montaña.
Parecía que durante la noche despejaría y al despertarnos al otro día comprobamos que no era así, de todas formas las nubes no eran tan abundantes, más bien escasas por la zona del macizo que nosotros nos proponíamos abordar. Así pues, emprendimos la marcha de subida que seguimos ayer en dirección al Cuello del Infierno; cruzando los mismos neveros y las mismas pisadas. Ya en él, un paisaje de ibones y puntiagudas cumbres salpican el horizonte hacía el este: Ibón Alto de Bachimaña, Ibón Bajo de Bramatuero entre otros, los picos de Aratille…
Desde el Cuello del Infierno una senda bien marcada hacía el sur e izquierda del mismo collado, es la que sube a los tres Picos del Infierno. Ya subiendo, bajo esta senda, el redondo y bonito así como alto y descarnado Ibón de Tebarray. Se vislumbra la senda del GR-11 que bordea su parte alta y cruza a otro valle en dirección a Respomuso, base del imponente y bello murallón del Balaïtous y Frondella; que por cierto, iban asomándose por el norte a medida que ascendíamos por esta ladera pedregosa, empinada y llena de bloques desgajados y diseminados hasta las mismas orillas del Ibón de Tebarray. Al otro lado del ibón, el cónico y elegante Pico de Tebarray nos da una imagen que nos recuerda a un volcán, y observamos a un pequeño grupo de montañeros que se dirigen y se acercan a su cumbre. Desde allí debe de ser un mirador extraordinario tanto hacía el macizo de los Picos del Infierno como hacía al Balaïtous y Frondella. Paco lo ve y nos dice que al bajar o mañana podríamos subirlo. Ya veremos.
Ahora la subida se hace casi vertical, flanqueando por estrechas sendas, paredes que bajan de una pequeña cresta hasta un pequeño portillón por el que cruzamos a la ladera oeste del macizo; más bien del Pico Occidental del Infierno. Abajo, el Ibón de Tebarray parece un gigantesco cráter inundado de agua y rodeado por pendientes de roca y piedras sueltas rojizas y grises oscuras. Atrás el magnífico Balaïtous intenta darnos su perfil más elegante salpicado de neveros, crestas, espolones e infranqueables paredes. Es un gigantesco murallón formado entre éste y el Frondella, con el mismo Balaïtous como centro de dicho murallón, haciendo las funciones de torre vigía, de homenaje en una grandiosa fortaleza. Es frontera con Francia en la vertiente septentrional de los Pirineos. Parece que el país estaría bien guardado si los invasores tuvieran que atravesar la puerta que flanquea el Balaïtous.
Habíamos oído hablar algo de la subida a los Infiernos (parece una contradicción, subir al Infierno). Jesús Andujar ya los había subido años atrás y también Ángel de Bilbao nos había dicho que había algún paso algo complicado, pero al llegar a este pequeño portillón y ver la bicolor pared noreste de los Infiernos, nos preguntamos: “¿Cuál es la subida?”. No veíamos senda ni pasos apreciables en esta pared y pensábamos que se subiría por la cresta. Pero cual fue nuestra sorpresa al ver gente al otro lado de dicha pared, en otro portillón. Había que atravesar la pared en oblicuo, transversalmente justo por la linde de los dos tipos diferente de roca; con trepas, destrepes, pasos aireados, caídas de decenas de metros… vamos, una subida poco apta para principiantes, gente que sufra de vértigo y poco acostumbrados a este tipo de vertiginosas subidas. Una vez metido en el recorrido, sí veías los pasos y ruta a seguir, señalada por hitos y por que eran los únicos lugares, casi horizontales, para cruzar en lo que era la estrecha (a veces inexistente senda). A veces me daba por pensar: “¡Luego hay que bajar por aquí!, ya veremos como bajamos. Bueno, ahora hay que subir, después ya veremos”.
Más montañeros como nosotros subían a los Picos del Infierno y una pequeña fila se había formado en el único lugar de subida. Muchos de ellos no habían subido nunca a estas montañas, como nosotros; otros bajaban y nos iban orientando por el camino a seguir. El día no estaba despejado totalmente, las nubes cubrían intermitentemente el cielo pirenaico a medida que se formaban, pasaban y se deshacían en esta atmósfera limpia y fresca.
Por fin llegamos al otro portillón y ahora ante nosotros la (también bicolor) pared oeste de los Infiernos. Podíamos ver la cresta somital y a alguna persona paseándose por ella como un funambulista en un cable en el centro de un circo. Alguien nos dijo que si el viento era muy fuerte en la cumbre se haría imposible y peligroso cruzar por dicha cresta. Cosa ridícula, por que más adelante, al adentrarnos en la cresta, vimos que era totalmente factible y ancha en su mayoría; con algún paso aireado pero algo normal en alta montaña. Debíamos seguir. Algún montañero dejó aquí su mochila y Paco también lo hizo ya que en el tramo siguiente seguía la trepa por un terreno de roca deshecha, muy fracturada y algo peligroso en los agarres (te podrías quedar con más de una piedra de la pared en la mano) pero en general no era tan vertical, aunque llena de guijarros y piedrecillas rojizas arrancadas de las desgajadas rocas. Al contrarío que el otro tipo de roca más blanquecina, resistente a la erosión, lisa y con agarres fiables. Una parecía estar cortada con miles de cortes de espadas y hachas, y la otra amaestrada y perfilada con alguna paleta plana.
Más arriba por fin llegamos al primero de los tres Picos del Infierno, el Pico Occidental a tres mil setenta y tres metros. Solo menos de diez metros hay de diferencias altitudinales entre los tres picos.
Un pequeño hito de piedras indicaba el punto culminante del pico. Paco nos esperaba, ya que se había adelantado desde el último portillón. Hacía el suroeste, los otros dos Picos del Infierno, más juntos, separados del Occidental por la antes citada cresta somital. Rodeadas por pendientes y paredes verticales, y por escarpes sobre todo en el Pico Oriental. Hacía el norte el majestuoso macizo del Balaïtous-Frondella en todo su esplendor y belleza, ahora con toda la amplia visión que ofrece la altura de este punto.
Dejamos, después de fotografiar y disfrutar la cumbre, el Pico del Infierno Occidental, recorriendo la cresta hacía el central. Sin ninguna dificultad resaltante (peores pasos había en las trepadas anteriores), llegamos a éste donde más montañeros descansaban y disfrutaban del gozo de haber subido a lo más alto de los Infiernos, a tres mil ochenta y dos metros. Atrás, el Pico Occidental sobresalía escarpado con vertientes difíciles y casi verticales que te hacían pensar: “¡¿Por donde lo hemos subido?!”. Una mirada hacia el sur te ofrecía una hermosa vista del Garmo Negro y los Ibones de Pondiellos salpicados de neveros que se resistían a derretirse bajo el candente sol del verano. Después de la foto de cumbre el inhiesto Pico Oriental (solamente separados por una brecha entre ambos) se alcanzaba bajando algo y subiendo medio trepando, medio por un corredor terroso bastante empinado. Es preferible trepar por la vertiente sur (la menos abrupta) de este pico de tres mil setenta y seis metros de altitud. Justo en la esquina entre el Central y el Oriental, las paredes terminaban en el, ayer visitado, Glaciar de Los Infiernos (es curioso que haya hielo en el Infierno). Tan formidable y atractivo como frágil y hermoso con sus grietas y formas heladas.
Desde que llegamos al primero de los picos y sobre todo desde este Oriental, el imponente Vignemale reinaba en todo el recorrido con sus vertiginosos perfiles y paredes con muchos cientos de metros de desnivel. Era imposible alejar la vista del mismo cada vez que mirábamos hacía el este, ya que su belleza y grandiosidad destacaba y sobresalía sobre los ibones, picos, crestas y montañas circundantes. Es impresionante la vista y formas de esta increíble montaña, señora y dominadora sobre todas las demás. Más atrás y hacía el sureste, el lejano y también impresionante Circo de Gavarnié lo coronaba una franja nubosa que te impedía ver sus más altas cumbres, desde los Gaietos hasta los Astazous. Hacía el oeste, los macizos del Collarada, Pala de Ip y Peña Telera, ofrecían otro enorme murallón que cerraba el lado opuesto del Valle de Tena.
El regreso lo hicimos desandando el recorrido hecho. El desconocimiento del macizo nos hizo descartar otra bajada alternativa a la subida. Al llegar de nuevo al Pico del Infierno Occidental, teníamos al frente y noroeste el también encrespado y sobresaliente Pic du Midi d’Ossau. Esta gran montaña, ya en el Pirineo francés, con su forma de solitario volcán desgarrado, desgajado y desmantelado en sus vertientes y paredes, nos hace pensar en lo infranqueable y bella que debe de ser su subida. No se desperdiciarían fotos si se hacen con el fondo de esta mítica montaña.
Bajamos por el mismo sitio de subida. Por la vertiginosa y emocionante ruta de subida, poniendo especial cuidado (como siempre) en donde ponía los pies y manos para bajar. Algún paso que otro hizo pararme y pensar en como lo iba a cruzar. No era peligroso (para un montañero, escalador) pero había que poner atención. Una caída aquí, aparte de irremediable, podría ser fatal. Más abajo y una vez franqueados y cruzados los “entretenidos” pasos de la vertiente noroeste, ya en la vertiente norte (más suave) el Ibón de Tebarray seguía allí, quieto, imperecedero, rudo y eterno con sus aguas tranquilas pero profundas y misteriosas. Comimos algo en el Cuello del Infierno, intentándonos resguardar del fuerte viento del suroeste que soplaba a rachas molestas y frías.
El día se iba aclarando, las nubes eran más pequeñas, escasas y esparcidas, y al mediodía las montañas del Pirineo resplandecían sobre los azules oscuros de ibones y lagos encajados entre ellas.
Ya en nuestra rosada oscura-granate, brillante y llamativa tienda (que se veía desde los más alto de Los Infiernos; resaltaba un punto granate entre el verdor y gris granítico de las laderas circundantes), un grupo de sarrios bajaban a las praderías y aguas del ibón al final de la tarde para alimentarse y refrescarse, como cada tarde. Las marmotas (esos rollizos roedores) nos saludaban y espetaban al adentrarnos en sus territorios chillando con su característico sonido. Esa tarde Ángel subió a visitarnos. Acababa la tarde con una buena actividad realizada y con 3 tresmiles en el bolsillo.
Más tarde, un grupo de tres personas subían con intenciones de acampar en “nuestra” laguna. Acamparon algo más abajo de nosotros, a orillas casi del ibón. Una de las dos chicas (al ver que nosotros no bajábamos para dar la bienvenida a nuestros vecinos) subió para entablar conversiones con nosotros y a informarse de la subida (que nunca habían realizado) a los Infiernos. A mi me dio un bajón y solo quería dormir y descansar, nada de cenar, ni hablar, ni pensar.
Al otro día emprendimos un alegre descenso desandando el camino de subida. Aunque la tarde anterior había quedado despejada de nubes y de mal tiempo, ahora las nubes bajas hacia el este, impedían ver las montañas a media altura. Poco a poco íbamos sorteando los ibones, bonitos y encajados en una marcha tranquila y amena. Atrás quedaban los Infiernos con sus rocas de diferente color como una gigantesca cicatriz en la mejilla de una linda dama, que en vez de afearla, la hace más enigmática y atractiva.
Pronto llegamos al refugio del Ibón Bajo de Bachimaña. Allí nos esperaba Ángel para comer juntos y despedirnos de nuestro viaje por los Pirineos. Paco se adelantaba y en solitario conversaba con nuestro extraño amigo. Entre otras cosas, Paco le preguntó: “¿Por qué estás aquí? ¿No tienes trabajo ni familia…?”. “-Allí abajo soy un vagabundo, aquí soy un montañero”. “¿Cuánto tiempo te vas a quedar? ¿Vas a quedarte a vivir aquí…?”. “- …Aquí no he venido a vivir, sino a morir”.
Después de comer nos despedimos de Ángel y le deseamos suerte, a la vez que también le dimos algo de comida. Bajando al boscoso Valle de Panticosa, el Pico Forátula nos saludaba de nuevo y nos preguntaba que tal la ascensión. Ya casi en los Baños, la calidez del día ya soleado hacía pararnos para ver correr la fresca y refrescante agua que bajaba por el torrente formando cascadas, remansos, puentes de roca… en un lugar realmente bonito y agradable (quitando los ruidos, polvo, maquinaria y muchedumbre que había en Baños de Panticosa).
A pesar de todo es un lugar recomendado para disfrutar de la alta montaña, del sosiego, la tranquilidad y de los placeres del balneario.