Esta vez Kike nos preparaba una excursión por un lugar desconocido por mí. Sacado del “wikiloc” la actividad se internaba por la Sierra de Cabrera visitando su Santuario, desde la población de Cantonigròs. La zona, dentro de lo que llaman la Vall de Sau (con su famoso pantano) y el Collsacabra, se encuentra a caballo entre las comarcas de La Garrotxa y l’Anoia, entre Girona y Barcelona; haciendo, precisamente esta sierra, de frontera.
Muchos amigos Cuspidianos se apuntaron, y mucha más gente invitada y no tan invitada. Siendo un hito en la participación del evento en Cúspidis: 28 cuspidianos y otros tantos más. Desentendimientos aparte, la jornada se presentaba prometedora, con un sol y un día radiante, la tierra, por fin, empapada por las lluvias pasadas y con el objetivo de conocer y maravillarnos con otro hermoso rincón de la montaña catalana.
Con lo que… el pasado 24 de marzo salimos en busca del Restaurante Punti a la entrada de Cantonigròs, donde quedamos para iniciar la actividad. Esperas, algún café con leche y pa amb tomaquet. Kike, desesperado esperando al resto de la gente, decide comenzar la marcha después de una hora pasada del horario previsto. Con lo que… más de 30 personas nos deslizamos por la orilla de la carretera, en fila, en busca del puente que cruza la Riera de d’Aíats. Enfrente, mientras esperábamos, una sierra de tierra gris azulada y muy cortada, como si de un trozo de tarta se tratara, se levantaba al norte. Es la Sierra de Cabrera. Los colores verdes, grisáceos “claroscuros”, le dan un aspecto majestuoso. A la izquierda una aguja y otra peña cortada (un trozo de tarta más pequeño), algo más alejados, l’Agullola de La Tuta y el Cabrera (donde se encuentra el santuario) nos indica que el paisaje que nos vamos a encontrar va a ser memorable, espléndido y hermoso.
Dejando al Molí de l’Alsina (robusta construcción) a la izquierda, nos adentramos, después de cruzar el puente de la carretera, hacía la derecha y hacía el este, noreste, por un camino transitable hacía las cortadas paredes de la Sierra de Cabrera, por la parte del Puig d’Aíats. Una de las peculiariedades del evento era pasar por un santuario, el de la Mare de Déu de Cabrera. Uno de los cientos o miles repartidos por las montañas catalanas, casi más por veneración al lugar el cual se ubican que por devoción religiosa. Coincidimos amigos cuspidianos de las primeras salidas que hacía meses no nos veíamos, los habituales y participantes nuevos; el ambiente es formidable, como siempre, entre los cuspidianos. Mientras caminamos por el camino hacía esa meseta gris azulada, dejando otro camino a la derecha, cerca de Caselles, que quedaba arriba a la izquierda y comenzado a subir un poquillo de altura.
El camino gira hacía el norte. Como si fuera hacía la confluencia de ese gigantesco trozo de tarta y la carena que comenzaba en Caselles y se nos queda a la izquierda. Pronto en un cruce vemos el letrero: “Espai Natural Protegit del Collsacabra”; y seguimos por el camino detrás del cartel para internarnos en tan espectacular lugar. No paro de hacer fotos, el lugar es muy bello y único, y solo es el principio. Más adelante nos paramos en otro cruce. Tenemos noticias del resto de la gente que quería venirse con nosotros y decidimos esperarles. Cuando llegan, otros tantos, tomamos el camino de la derecha hacía una enorme masía, ubicada bajo las faldas de la grisácea sierra, con el nombre de Aíats. Ya nos vamos acercando y hago fotos del numeroso grupo que se ha formado: al final hay gente preparada y no tanto, gente que piensa que vamos a hacer un paseo por la montaña y otros que vienen a hacer montaña… a ver como sale esto. A la izquierda de la enorme casona, donde gallos y gallinas nos saludan con su asustadizo coclear, sale otro desfigurado camino, el cual, por detrás de la construcción, sube y se interna en el bosque convirtiéndose de repente en senda.
Ahora comienza la verdadera subida a la Sierra de Cabrera. Somos tantos subiendo por una única, desgastada, empinada y estrecha senda, que las colas y las esperas se hacen común en esta primera subida. Parecemos un ejército invadiendo un territorio… salvo que algunos se lo toman con más calma. Al final, después de escalones y pasos resbaladizos en pendientes escabrosas, llegamos a la loma cimera de la carena por la que estamos siguiendo para llegar a la cumbre de la sierra. Y aquí una agujita de roca, nos hace contornearla por la derecha para llegar a un pasillo de roca, muy ancho pero espectacular junto a una pared, que nos sube, en poco tiempo, a la loma principal de la sierra. El balcón nos ofrece una vista y una imagen preciosa: parte de los Pirineos nevados con la Sierra del Cadí y Pedraforca muy reconocibles, y más delante el cimero santuario de Bellmunt y su cortante cresta, entre otros lugares… hermoso paisaje. La gente sube y sube, como si no termináramos de llegar todos al lugar; a la vez hay otra gente, familias, que suben por su cuenta, parece una sierra muy visitada. Pronto, entre hayedos magníficos, en una pendiente más suave, y entre la conversación con Piki llegamos a un claro pasando grandes árboles prácticamente en la cima de la sierra y junto a las cercanías de otra gran construcción, masía abandonada, con uno de sus muros en el suelo: estamos en las cercanías del Pla d’Aíats. Aquí, los menos acostumbrados a estos esfuerzos montañeros, deciden sentarse a descansar sin apelar al guía y organizador. Pero en poco tiempo debemos seguir hasta uno de los espectaculares vértices de la sierra, objetivo de la actividad, mirador excepcional.
Subiendo poco más hasta que la montaña se allana y por una señalada senda, hacía la derecha y al sureste, nos lleva en poco tiempo hasta donde termina la montaña y comienza el cielo. Estamos justo arriba de las paredes que antes veíamos desde abajo. Muy cerca de uno de los vértices de la sierra: el Puig d’Aíats de más de 1.300 mts. que no subiremos. El paisaje y el lugar son excepcionales, espectaculares, no dejo de oír palabras de asombro; fotos, reflexiones, maravilla de la naturaleza… la allanada cima de la sierra termina, hacía el este en un precipicio de gran altitud sobre el valle y lugar de Sau y Collsacabra. Las vistas extraordinarias. Paredes de roca grisáceo-azulada perfectamente cortada y con gran desnivel, forman un impresionante balcón, una ventana sin paredes al cielo azul y a la verde tierra… al infinito. Muy hermoso.
Pero después de asombrarnos con la primera maravilla de la Sierra de Cabrera, debemos seguir hacía adelante. Desandamos la senda y dejamos la casa medio en ruinas (por donde salimos desde abajo) a la izquierda, andando por la allanada cima de la sierra, por el que llaman el Pla d’Aíats, en una senda muy bien marcada en el terreno. Ahora todos, Cuspidianos y no Cuspidianos, caminamos en busca del Coll del Bram, no sin antes atravesar un magnífico y siempre bello hayedo. Se han creado varios grupos, cada uno a su ritmo, pero en ninguno falta la saludable charla montañera, que nos pone a todos al día de cómo está el mundo. En medio del hayedo, la senda comienza a bajar y perder altura. Dejamos la allanada cima para acercarnos al Coll del Bram. No hay que subirse por los terrenos pedregosos de esta roca, la característica de la misma, creo que es la sedimentaria marga, es que se deshace, se erosiona, se fractura muy rápidamente, y te puedes dar más de un resbalón intentando andar por ella. A la vez forma azuladas, grises y semidesérticas cárcavas, y en otras ocasiones extraordinarios escarpes, conjuntamente con la roca caliza, como en esta bella Sierra de Cabrera.
Después de una media pérdida de la senda por aquellos que entienden más de asfalto que de piedras, llegamos al Coll del Bram. Cruce de sendas. Seguimos hacía el norte y enseguida el Coll de Cabrera, donde un camino y algún coche aparcado nos señala su accesibilidad. Antes, hemos pasado por resbaladizos roqueros inclinados y por sendas angostas, frondosas con espacios y rincones hermosos; viendo entre las delgadas hayas el perfil de una encrespada roca rodeada de paredes casi inaccesibles. Espectacular. La gente va llegando casi a cuenta gotas. Kike debe de estar desesperado, cada grupo lleva su ritmo, su marcha y su ley. Parados en dicho collado observamos la espectacular pared del peñasco sobre el que se asienta el santuario. Más que peñasco es un trozo de sierra, cortado por sus vertientes por paredes o fuertes pendientes boscosas… es otro “trocito” de tarta, espectacular y magnífico. Unas escaleras en la roca y un camino a seguir marcado en la misma roca. Decidimos subir por ahí con la peculiaridad de parecer estar andando por la roca inclinada. Hay una valla “quitamiedos”, un desnivel y esfuerzo apreciables, un paisaje espectacular y un pasillito excavado en la roca. Arriba ya se va llaneando; dejamos las difíciles pendientes atrás. Las vistas se amplían y son increíbles; y poco más allá una antigua construcción, un colorido campanario y unos altos árboles sin hojas: nos acercamos al Santuario de la Mare de Dèu de Cabrera.
Le damos la vuelta al edificio, amplio edificio, y nos paramos ante su puerta y su “rectoría” (nuevo nombre para un bar). Hay bancos, lugar para esparcirse y más gente que disfruta con el medieval lugar. Es encantador. Hermoso a su manera; como cualquier edificio antiguo perdido en la escarpada montaña. Decidimos apartarnos un poco del lugar, los Cuspidianos, para comer en la misma cima de la roca, en la misma cima de la sierra, donde un eje geodésico y un señalizador mirador, nos indican lo más alto del lugar (menos el cercano Cap del Pla del Prat a 1.312 mts.): estamos en el pico con el mismo nombre de la sierra y santuario: Cabrera; a 1.306 mts. de altitud. Para llegar a él hay que cruzar un anchote pasillo cimero y llano de roca; por el que se asoman fuertes y vertiginosas vertientes a cada lado. Una baranda metálica señala el lugar de un mirador; donde se observa ese Pirineo nevado, Sierra del Cadí, Pedraforca y otras que aún no he aprendido. Delante Bellmunt, pequeña visión ahora desde aquí, pero encrespado y reconocible por su santuario encaramado a la escarpada cumbre. Hermoso paisaje del Prepirineo barcelonés y gironés.
Una placa nos señala las montañas de alrededor: las nevadas Puigmal, Bastiments, Pic de l’Infern, Canigó… en el Pirineo, por ejemplo. Y justo al norte la espectacular barrera que forma la monstruosa pared de la vertiente sur del Puigsacalm ¡Espectacular! Nunca me hubiera imaginado que el Puigsacalm tuviera esta elegante, monstruosa y majestuosa figura. Preciosa. Un paisaje y vistas de locura; preciosas, bellas… Comemos, descansamos y nos abstraemos con el momento de cima, de foto, risas y amistad.
Debemos partir. Kike, en vista de lo visto, decide volver ya al coche, pero por otro camino haciendo una circular. De todas formas ya pasa del mediodía y aún debemos recoger al “rebaño”: las ovejas Cuspidianas y las agregadas. Pero a la bajada, LLuis, que se conoce el hermoso lugar, nos hará pasar por una senda donde se encuentras unas simas, “escletxas”, grietas profundas en la roca. Bajamos del Santuario volviendo a él, y dirigiéndonos hacía otro camino más ancho, que por el que subimos, bordeando la boscosa vertiente este del Cabrera. Antes una mirada a la propia sierra: hermoso perfiles, angulosos y boscosos que la marga ha dado a esta sierra con un toque original y único: como si fueran, repito, trozos de una tarta de manzana. Y sus hayedos y rincones, hermosos y vivos, le dan un toque de colorido a la grisácea tierra.
Volvemos al Coll del Bram, desandado la senda; que no es el Coll de Cabrera a donde llegaban los coches y caminos, pero ambos muy próximos. Y desde aquí, entre la espesura, cogemos a la derecha y hacía abajo, una senda en dirección al vallecillo por el que entramos al lugar. Enseguida un cruce de sendas donde Kike hace de “guardián” para que los nuestros no se despisten, ya que cogeremos la senda de la derecha, hacía la cima de la carena, para visitar las simas. Metidos entre la exuberante vegetación, hayas y demás verde, llegamos enseguida a las escondidas grietas. Lluis, de guía, nos hace pasar por el interior de una. Le sigue otra más estrecha, pero ya la vemos al salir de la primera. Después nos quiere enseñar la espectacular formación rocosa de la cima de la carena. La cuerda que, desde el peñasco de Cabrera, llega hasta la Agullola de La Tuta.
Un pasillo de roca entre la vegetación se levanta a ambos lados de la cuerda. Al principio tapada y agobiada por dicha vegetación y después, cuando está más cerca de la Agullola de La Tuta, se eleva sobre la vegetación, casi vertiginosa y espléndida. Mirando hacía atrás nos sorprende una imagen espectacular e impresionante del enorme peñasco sobre el que se asienta el santuario y el pico Cabrera. Le hago fotos desde mil ángulos. Precioso. Seguimos andando por el curioso e impresionante pasillo en dirección a la aguja mencionada anteriormente, que se insinúa entre el manto verde grisáceo de vegetación, como un punto de la carena, del cordal. El recorrido ahora es sublime, hermoso al tener las dos vertientes del cordal, verdes y espaciosas, a la vista. Llanuras verdes, montes boscosos, espacios abiertos, lindos, amables… Pasamos junto a otra grieta, esta vez en un lado descubierto del pasillo-cresta. LLuis ya decide volver, no sin pasar, algunos de nosotros, por el corto vientre de esta formación calcárea, rocosa, curiosa.
Lluis nos dice que no podemos seguir la carena, el pasillo de roca, que se acaba y la montaña se hace intransitable antes de llegar a la Agullola de La Tuta. Por lo que decidimos volver, desandando el camino hasta el último cruce de sendas. El desvío para admirar la montaña desde estos puntos ha merecido la pena. Muy bello. Ahora, en la senda principal de bajada hacía Aíats o Caselles, la que salía del Coll del Bram, la seguimos convirtiéndose luego en camino más abajo. Camino suave en el cruce con el cartel señalizador, hacía Aíats. Los agregados no decidieron seguirnos por la “aventurilla de las escletxes”, y ya casi se encontraban en Cantonigròs. Los rezagados cogimos a los compañeros, y todos los cuspidianos nos reunimos para caminar juntos, entre charlas, risas y simpatía; desandando el tranquilo camino, hacía Cantonigròs.
Pero aquí no acabó la actividad: en Cantonigròs decidimos visitar La Foradada. Un espectacular y enorme agujero en la pared de roca que protege el lecho el Torrent de La Rotllada; junto a un alto salto de agua del mismo, desde las turbulencias de su corriente a la calma del lecho en el que cae. Muy bonito. Cogimos la calle que, junto al Restaurante Punti, se dirige hacía Cantonigròs, pero más hacía su campo de fútbol. Y justo sorteando o rodeando dicho campo de fútbol, un camino, medio señalado y medio empedrado por la roca del suelo, nos lleva al encantador lugar.
Menos de una hora tardamos; y el camino baja altura para acercarse al lecho del frondoso río. De nuevo exuberante vegetación y el sonido de la caída del agua que poco a poco va llenando el lugar. Una senda, hacía la izquierda, cambiando de dirección a la derecha y hacía abajo siempre, nos deja en el estupendo y casi paradisíaco rincón de La Foradada. Es un lugar muy visitado y hermoso. Niños juegan y corren por las orillas del torrente, y tiran piedras al remanso de agua que se forma bajo la cascada. Radka y Alex deciden verlo de cerca. Le dan la vuelta a la roca para adentrarse en su enorme “forat” por detrás. Desde allí se acercan a la cascada para maravillarse con su frescor y caída de agua. Un lugar que me recordó a otro, pero sin “forat”, en mi lejana tierra alicantina: l’Encantà, cerca de Planes Catamarruch y Margarida. Recuerdos me sobrevienen de las montañas y vida en mi tierra; dulce melancolía ante la bella imagen del agua correr, saltando desde la montaña.
La vuelta al pueblo, al Restaurante Punti y a los coches, lo haremos desandando el camino. Ha sido un día muy completo de montaña y rincones mágicos y especiales. De vida floresta y agua. Hermosos y bellos lugares abruptos, suaves y encantadores. Merece la pena visitarlos y quedarse con un bonito recuerdo del pasado y del presente, con ese buen sabor de boca… puede que sean mágicas y encantadas estas montañas.