Recuerdo mi infancia y primera parte de mi adolescencia. En esos días solitarios y de reclusión en mi mismo, quizás por casualidad, en uno de esos documentales de tanta televisión que veía, me asombró por alguna razón que ahora no acierto a recordar, pero que sin duda no me coge por sorpresa, todo lo relacionado con Bolivia. Me impresionó pero sobre todo me encantó el país de Bolivia. Si en aquellos momentos hubiera tenido que elegir el visitar algún país andino, de Sudamérica, ese hubiera sido Bolivia. Y quizás aquellos deseos, aquellas ilusiones, aquellas maravillas se hicieron realidad sin ser consciente de ello, sin acordarme que era uno de esos sueños lejanos que tenemos de niños, de esas ilusiones perdidas en las que nos ensoñamos para escaparnos de una inerte realidad… un lugar tan lejano como imposible pero tan atrayente como espectacular y maravilloso.
¿Por qué Bolivia? Antes de tener conciencia de mi pasión por la montaña, ya me atraían las montañas andinas bolivianas. La Cordillera Real, sus altos y fríos picos con sus glaciares, pero sobre todo me gustaba el efecto en el paisaje. También la grande e importante extensión de selva que tenía Bolivia, una selva mágica, extensa, infinita de animales y plantas exóticas e inimaginables, el mundo inexplorado, virgen, la cima de la vida, esa selva intocable, no tocada, inexplorada e inexpugnable. Y casi tan cerca y separado por la enorme y casi inaccesible cordillera andina, el árido y gélido altiplano boliviano. Esa meseta extensa, llana, rodeada de lejanas montañas algunas de ellas perpetuamente nevadas, con animales y plantas diferentes a las de la selva, adaptadas al frío, a la altura, a la aridez del terreno. Y cómo esa cordillera maravillosa e inhóspita albergaba tal imagen de abundancia de vegetación, de vida, de lluvia, de agua en un lado; como de desolación, frío y accesibilidad por el otro lado. Todo en la misma cordillera, en el mismo país, en el mismo paralelo. Y a la vez todo con unos lugares, paisajes casi vírgenes, muy poco modificados, erosionado por la cruel mano del hombre blanco, y sí respetado, cuidado y mimetizado por sus ancestrales habitantes. Realmente era como si todos los paisajes, climas y lugares del mundo estuvieran representados en Bolivia, pero de una manera atractiva y hasta mágica. Algo increíble y hasta soberbio. La verdad es que me quedaba hipnotizado y como impregnado por sus maravillosos tesoros, y por sus antiguos habitantes, los Aymaras.
Pero había algo más. Algo que iba más allá de esa geografía selvática, andina, altiplana… estaba la magia de esa cultura boliviana, aymara. Quizás sabía que el Imperio Inca se había extendido por gran parte de Bolivia, los Andes y altiplano; que ya era de por sí una cultura y civilización enigmática, increíble y atrayente; y aquellos lugares, esculturas, templos, ciudades en ruinas, artesanías, costumbres y en fin, casi toda la gran mayoría de lo ancestral en Bolivia pertenecía a dicho imperio, a dicha cultura. Ahora sé que no. Y la sorpresa y conocimiento de lo descubierto me llena más, me fascina más y me impresiona más que si fuera Inca.
Aunque seguía habiendo algo más. Algo que no llegaba a descifrar entonces y que es en estos tiempos, en estos momentos cuando lo entiendo y descubro su realidad. Una especie de magia llenaba e impregnaba Bolivia: La Paz, Titicaca, los Aymaras, el mercado de las brujas, los símbolos perdidos en aquellas tierras de lo que yo creía, o pensaba era Inca, antiguas costumbres… en total y nunca mejor expresado, una magia y esoterismo con carácter tan especial, original, enriquecedor y tan habitual en aquellos lugares que seguía formando parte de sus costumbres, de sus culturas, de sus tradiciones y de su día a día cotidiano, tan arraigado en las vidas de los Aymaras que me dejó boquiabierto, increíblemente fascinado e impresionado el hecho de que convivieran y tuvieron esas creencias desde siempre. Y que ni los españoles ni la religión occidental cambiaron esa cultura de la magia, superstición, sortilegios y creencias de hechizos, amuletos y santería. Quizás en muchas partes del mundo, en muchas culturas: India, Caribe, Indios Norteamericanos, Centroáfrica… existe esa magia, esa pizca de esoterismo en las creencias, tradiciones y folclore de aquellas gentes, pero me parece que no tanto como en Bolivia, como en el altiplano a orillas de ese lago también dicen que mágico y enigmático, Titicaca… Porque tampoco debo de olvidar ese impresionante y enorme embalsamiento de agua gigantesco, y tan inmenso como alto, en medio de una tierra tan áspera, tan árida, tan a veces inerte, y en apariencia carente de vida y abundancia de agua que alimente a este sagrado lago.
El lago sagrado para los Incas, el Titicaca, y de todas las civilizaciones y culturas que habitaban ese amplio y extenso lugar, como iréis descubriendo, entre las fronteras de Perú y Bolivia. El lago navegable más grande y extenso a más altura del mundo… ¡¿No serían suficientes razones para encontrar a Bolivia como un lugar, país único en el mundo?! No era de extrañar que fuera un viaje imposible, increíble y apasionante para un niño. Pero ya sabemos que los sueños, los deseos, cuando menos lo esperamos, cuando menos somos conscientes de ellos ni nos acordamos ya de ellos… se hacen realidad. Y aún así, después de realizarlos, de conseguirlos, de vivirlos, seguimos sin darnos cuenta de que era una ilusión de niño, de adolescente retraído y reservado, que nada más salir de su provincia ya era toda una aventura. Es ahora cuando escribo estas líneas, a principio del año dos mil diez y después de dos años y medio de haber realizado semejante aventura, expedición, experiencia, vivencia… cuando entiendo que ese sueño de libertad, aventura y vida se me había hecho… realidad.
Eran finales del año en el que había estado en Ecuador. Ya había cruzado el charco. Me dije para mí y a mi compañero de batallas Jesús Santana, que si volvía a cruzar ese océano frío y enorme como es el Atlántico sería para ir a Bolivia. Y aunque el primer país elegido para ir a Sudamérica fue Ecuador, por razones que ya habrías leído, Bolivia siempre estaba en mi pensamiento. En este tiempo y como era costumbre mis compañeros pensaban y decidían que país, que montañas y que lugares visitar. Sudamérica seguía siendo el lugar preferido por éstos y, si no recuerdo mal, por aquellos entonces fue Javier Berenguer, Javi, el que pronunció por primera vez a qué país quería volar, visitar y recorrer: Bolivia. No sé si al principio era una idea que poco a poco fue teniendo forma y consistencia, pero cuando vi que poco a poco iba poniéndose la cosa seria, fue cuando reaccioné: “¡Joder tío! No vayas este año a Bolivia… ¡No me hagas esto! Que yo quiero ir y este año no lo tengo nada claro después del viaje a Ecuador”. “Yo voy a Bolivia”. Aunque fueran finales de año, siempre nos referíamos al verano del año siguiente, en este caso verano del año dos mil siete. Si me fui al viaje de Ecuador, fue porque F.F. pudo pagarme el vuelo o gran parte del vuelo Madrid-Quito, y a pesar del desastre dos meses antes yo pude irme al viaje al tener el vuelo ya pagado. Esto ya lo sabréis de la Expedición Ecuador 2.006. Desde entonces las cosas no habían ido nada bien; ni en el trabajo ni en mi economía, en vez de aumentar, disminuía lentamente. Tal es así que al volver de Bolivia y de los cinco días que estuve en Soria con María se quedaron las cuentas de ahorro temblando; peligrosamente cercanas a la bancarrota… por suerte en septiembre de ese año empecé a trabajar y a mantenerme, más que casi recuperarme de esa cercana bancarrota.
Lo tenía decidido; Javi quería ir a Bolivia ese verano. Mientras Jesús Santana y yo estábamos en Ecuador, Javi y una tropa de doce personas, compañeros y montañeros del Centro Excursionista Almoradí, habían estado en el Himalaya de la India; con lo que se formó un grupo con muy buen ambiente que irían todos o casi todos o la mayoría de ellos, al mismo sitio, a la misma expedición que se acuerde, que se organice y que se consolide. De momento la voz cantante la tenía Javi, y él quería viajar a Bolivia.
Anteriores expediciones de antiguos y buenos compañeros míos ya habían estado varias veces en ese país de fábula. Siempre me quedaba prendado de las sonrientes y heladas caras bajo una nube y niebla abundante en la cima del Illimani, de Antonio Cuartero y Pepe Díaz. Con las chaquetas rojas y azul brillantes por los pequeños cristalitos de hielo que se iban acumulando en ellas, en las cuerdas y demás prendas y herramientas de aquella fotografía colgada en la pared de nuestro local del Centro Excursionista. Ya habían pasado varios años de aquella proeza que yo, en aquellos entonces cuando la lograron y realizaron, me parecía algo tan increíble, soberbio e inigualable que lo consideraba algo muy alejado e imposible para mi… curioso. Paco Martínez “Kulata” junto con algún extraviado, temporal y poco fiable “montañero” de Almoradí (esos que solo se les ve y se apuntan a grandes viajes, expediciones y enormes montañas, los cuales lo pasan fatal, no consiguen nada casi nunca y no les vuelves a ver el pelo en la montaña durante otros muchos años o nunca más. No los puedo considerar “montañeros auténticos”) realizó alguna expedición a Bolivia. Y en una de ellas o en la única que hizo efectiva, subió el Huayna Potosí de 6.088 metros de altitud, el seis mil más fácil de subir de los Andes. Por aquellos entonces montó tal película como si hubiera hecho una gran proeza, por el mero hecho de que era el primer montañero de la Vega Baja que lo había subido. No le quito mérito a la hazaña, ni mucho menos, pero tampoco daría el cien por cien de seguridad por haber sido el primer vegabejense en subirlo… tampoco llegaría como mucho, al cuarto o quinto lugar, creo yo. El caso es que aunque sea el más fácil de los Andes, subir un seis mil no es cosa fácil, ni sencilla, ni cómoda. Otro montañero y expedicionario que había estado por aquellos áridos y fríos altiplanos de Bolivia, era Francisco Manuel García “Manolet”, que por su mal acostumbrado y sin dominar cuerpo en altura, no había podido pisar las cimas de ningún seis mil del país; e incluso llegando a visitar el bello volcán Licancabur en la frontera con Chile y habiendo intentado su cumbre parándose, cada dos por tres, en la arenilla y grava de su empinada y cónica ladera de volcán, para descansar y dormitar el sueño de altura e intentar calmar el terrible dolor de cabeza que le afligía. Creo que a ningún otro compañero del Centro Excursionista Almoradí que haya estado a más de cinco mil metros le afecta tanto la altura como a él. Tampoco estuvo en Nido de Cóndores del Illimani y anduvo por aquellas montañas del país. Otros pocos montañeros estuvieron en Bolivia acompañando a los nombrados en la mayoría de ocasiones. Cada vez que Antonio Cuartero “el Covero” o “Manolet” me hablaban de Bolivia, una extraña luz resplandecía en sus ojos, unos fascinantes recuerdos aparecían en sus mentes, unas experiencias inolvidables y únicas salían de sus bocas… o simplemente sin contar nada… “Bolivia, uno de los mejores sitios en los que he estado” me decía “el covero”. A “Manolet” se le quedó grabada la imagen de un boliviano pobre y casi andrajoso que, partiendo de ese tumultuoso, vivo y casi asustadizo lugar y calle en el que se plantaba una parte del mercado de La Paz, la Max Paredes, andaba con una enorme cabeza de cerdo entre sus brazos. Siempre que hablábamos o comentábamos algo de Bolivia, de La Paz, “Manolet” nos sacaba la espeluznante imagen de aquel personaje con su cabeza de cerdo como trofeo. A veces sentía admiración, respeto, algo de prudencia y miedo, curiosidad y hasta congoja cada vez que hablaban de Bolivia, de La Paz.
En septiembre de hace pocos años David Soriano y Sara Lorenzo fueron a Bolivia también. El objetivo de ellos no era subir ninguna gran montaña, simplemente visitar La Paz, ir al maravilloso y espectacular Salar de Uyuni y hacer un trekking por el macizo de Los Condoriri en plena Cordillera Real andina. Un comentario de David me asombró y sorprendió. Ya no era un secreto ni misterio el que a mí me gustaran los temas ocultos, esotéricos, mágicos, de mitos y leyendas, de hechicería y superstición… más una fascinación curiosa e investigadora que aficionada. “A ti te gustaría La Paz… con el “mercado de Las Brujas” y todo ese tema que te gusta a ti. Seguro que te encantaría” ¿Cómo puedo tenerlo todo en un solo país, en un solo viaje, en una sola expedición…? Yendo a Bolivia.
Empezaba el año dos mil siete y había que tomar una decisión rápida para poder comprar los billetes de avión lo más baratos posible. Enseguida me puse en contacto con mis compañeros de expediciones y grandes montañas: Jesús Santana y Enrique Segura. Ya le había comentado algo a Jesús, mi gran compañero y sufridor de Ecuador y tantas otras, y él estaba de acuerdo en ir ese año. Esta vez Quique quería venirse también, y venirse con Infi; se habían perdido la gran aventura de Ecuador y sí se perdían ésta sería algo imperdonable. Pero también dependían del trabajo de los dos, del de Infi y el de Quique: a partir de que fechas les podían dar las vacaciones para poder coincidir con todo el grupo.
Compañeros del viaje del año anterior a la India, empezaban a interesarse. Ballester y Gemma querían ir. No lo tenían claro o no lo tuvieron claro hasta casi al poco tiempo de salir el vuelo, pero mientras Ballester, como buen visualizador que debe de ser un alpinista, empezó a recopilar información de las montañas de Bolivia. Poco a poco se fue corriendo la voz entre los comunes expedicionarios de India dos mil seis y entre algún que otro montañero del Centro; y poco a poco la gente se fue interesando con las ganas y la intención de venirse al viaje, pero con la incertidumbre económica, laboral y vacacional.
Yo estaba en una situación un tanto rara. No hacía muchos meses que había empezado como agente, o una especie de agente, con la franquicia de Elche de ING. Mis antiguos compañeros de F.F. Antonio Santana (hermano de Jesús Santana) y Rafa Jiménez confiaron en mí para darme una especie de puesto en la Vega Baja, y llevar y reclutar agentes o comerciales que quisieran vender o representar a ING. Digamos que, como en los últimos años de F.F., me querían como una especie de jefe de equipo que reclute, guíe y enseñe a vender los productos financieros de ING a mis agentes. Parecía todo muy bonito pero ni el trabajo me era ya tan gratificante, estaba y lo estoy, totalmente bloqueado para vender productos financieros y mi equipo no era tal, ni vendían lo suficiente ni tenía equipo suficiente… total, inseguridad laboral y mis cuentas poco a poco se mermaban, ya que a veces gastaba más que el poco dinero que ganaba. Pero al final tuve que tomar una decisión y creo que fue la correcta, muy correcta. Puse toda la carne en el asador y me apunté a la aventura de Bolivia; después que sea lo que Dios quiera. Puede que me arriesgara demasiado, pero o era ese año o pasaría mucho tiempo hasta que volviera a los Andes o a hacer otra gran expedición. Era así como lo sentía y así que me lancé con todo el equipo. Tampoco sabía que después y al terminar ese año, esta llamada gran crisis, asolaría al país, a Europa y a casi al Mundo entero; pero una especie de instinto interior me decía que para adelante, que después ya se vería, y que seguro salía de aquella inseguridad, de aquella incertidumbre: hacía algo más de medio año que había pasado lo de F.F. y mi forma de ver la vida cambió de una forma incoherente, traumática, incierta… no quería saber que iba a ocurrir mañana, ni quería planearlo, intentaba vivir el presente, el día a día, superarlo de la manera que fuese, siendo y haciendo cosas que nunca hubiera hecho en un estado mental y emocional normal en mi. Quizás todos mis cajones y armarios explotaron desparramándose por toda la habitación de mi cabeza, y pocas prendas cuerdas colgaban de sus percheros. No sería difícil emparejar y ordenar esos principios, ideas, ética y moral en los armarios y cajones de los que habían salido volando como si de una gran explosión se tratara; lo difícil sería buscarlos y encontrarlos entre los suelos agrietados y desgajados de mi desquiciada cabeza. Eso me llevaría años. Por otro lado pensaba que ya no me podía ocurrir algo peor, ya que me daba la sensación de que lo había perdido “todo”. Y cuando perdí ese “todo” esencial e importante en mí, lo material, superficial, mundano… no importaba, no tenía valor. Por ello y quizás, no le di tanta importancia a mi situación laboral y económica, y sí a la de poder volverme a encontrar conmigo mismo en Bolivia; poder recoger, aunque solo sean unos pocos trozos de cordura, y volver a colocarlos en orden en mis vacíos armarios. No sé sí era finales de enero o ya febrero, pero dije “Sí” a la aventura de Bolivia que ya empezó a tomar maneras de expedición, real, planificada e ilusionante como fascinante. Sé que lo he dicho antes pero lo vuelvo a repetir: no me arrepentí de ir a Bolivia, de estar un mes en Bolivia, a pesar de mis circunstancias… ni me arrepentiré en la vida.
Una impresionante aventura