La preparación del viaje no iba a ser tan complicada como la de Rusia, la del Cáucaso y Elbrus en el año dos mil tres. Si la expedición, viaje a Ecuador fue algo sencillo, a la preparación desde España me refiero, la de Bolivia fue incluso más fácil y sencilla. Primero por que, conociendo la experiencia de mis compañeros por los Andes en sus distintos viajes, no hacía falta contratar nada desde España, solo las primeras o primera noche de hotel y los vuelos de avión, el resto ya lo miras, lo comparas y contratas en el mismo país, en Bolivia. Segundo porque al final fuimos un grupo numeroso, con gente y compañeros con más o menos experiencia en este tipo de expediciones, pero la suficiente para cumplir los objetivos con éxito y con las menores complicaciones; así que cada uno se encargó de una cosa, un trabajo para la realización del viaje. Yo decidí buscar vuelo, avión, y me dirigí a mis buenos y peculiares amigos de Viajes Ecuador de Almoradí, José Antonio y Toñi. Ballester se ocupó de mirar hoteles de La Paz para quedarnos. Javi junto con Ballester idearon las actividades: donde ir, que montañas subir y que visitar; siempre cosas ideadas y no planeadas ni contratadas, ya que allí será donde buscáramos y contratáramos.
Ya que iba a Bolivia quería hacerme el “héroe” como en Ecuador e intentar subir las dos cumbres más altas de allí. Conocía al Illimani. La que yo creía era la montaña más alta del país. También me sonaba el Ancohuma y el Illampú. Y como no, desde hace pocos años el Huayna Potosí. Pero no conocía el Sajama, el Nevado Sajama; o al menos no me sonaba o recordaba como si ya la conociera de anteriores comentarios, mapamundis, artículos o de cualquier otra información. Siempre sale el Illimani como la montaña más importante y mal calificada como la más alta de Bolivia; o simplemente al ser la mayor altura que se nombra en Bolivia creía, creemos que es la más alta. Pero no. No sé si fueron Javi o Quique o ambos, los que me enseñaron la realidad de las montañas más altas de Bolivia. El olvidado Sajama, antiguo estratovolcán como lo era el Chimborazo en Ecuador, pero con una forma más cónica y parecida a la de un volcán que el ecuatoriano, es la montaña más alta de Bolivia. Seis mil quinientos cuarenta y dos metros es la altura del Sajama, ochenta metros más alta que el famoso Illimani. “Es la decimo tercera montaña más alta de toda la Cordillera Andina”, decía Quique; frase que me impacto en su momento pensando que no era un seis mil más de los Andes, si no, una de las montañas más altas de toda América. Una vez aprendida esta lección de geografía, asimilar la sorpresa de encontrarme con una montaña más alta que el Illimani en Bolivia e insertarla en los ficheros del disco duro de mi mente para programarme y tenerla en cuenta… fue cuando estuve con mi compañero de andanzas andinas y acompañante de turismo burocrático, Jesús Santana, para decirle que si en Ecuador el año anterior habíamos podido subir sus dos montañas más altas, este año en Bolivia también lo haríamos. Sorprendido y como sin palabras pero reaccionando a los pocos minutos, horas, días, Jesús se fue haciendo a la idea, al objetivo y al gran reto de subir al Illimani y al Sajama en esta expedición a Bolivia.
Quizás grandes energías, ganas de grandes retos y de conseguir gigantescos objetivos tenía cuando le propuse, casi afirmando por él, a mi compañero Jesús, el subir esos dos gigantes de hielo, viento y frío. También quizás y sin saberlo hasta ahora que escribo estas líneas, esas energías se fueron perdiendo, disminuyendo, menguando a medida que me introducía en la relación con María. Ya gastaba demasiada energía para afrontar los envistes… de forma que la ilusión, impaciencia y alegría por el viaje, por subir esas dos maravillas de los Andes, no fueron las mismas desde que decidí y convencí a Jesús en subirlas, que pocos días antes del viaje.
Poco a poco cada uno de los participantes o futuros participantes de esta emocionante expedición, iban sacando documentación por internet de las montañas andinas con sus recorridos y subidas, descripciones y noticias. En aquel entonces algo se estaba gestando en el cielo de Sudamérica: El Niño. Javi empezó a traer información sobre los efectos del cambio climático denominado El Niño en Sudamérica de los posteriores años. Todo esto fue al ver las impactantes imágenes y noticias de gigantescas inundaciones en la zona de Trinidad, en la selva amazónica boliviana. En otros lugares de Sudamérica también empezaban a notar los efectos del cambio o alteración del clima en Sudamérica de El Niño; que no necesariamente tendría que ser inundaciones, si no sequías y otros extremos climáticos. Javi, nuestro querido “agorero” del grupo, empezó a hablar de El Niño, de sus efectos devastadores de las malas o inexistentes infraestructuras en Bolivia con la imposibilidad de “escapar” de las posibles catástrofes, y más… Llegó a meternos algo de miedo y excesiva precaución (la misma precaución que tendrá una persona que no fuera montañera, o sea, la normal) y antes de ver peligrar la expedición, ya que llegó a hacerme pensar el no ir, decidimos analizar y hablar del tema: nos sentamos una noche en el local del Centro y empezamos a sacar información y conclusiones que los meteorólogos no sabrían decirnos. Examinamos como afectaba o afectó el cambio climático de El Niño en las grandes montañas en los anteriores periodos. En algunas montañas y lugares, en la minoría, la temperatura media subió un grado, en otras, en las cuales estaban las que nos interesaban, el resto, la gran mayoría, la temperatura media había bajado de tres a cinco grados. Con lo cual llegamos a la conclusión que El Niño afectaba a las altas montañas andinas bolivianas bajándoles la temperatura media en dos grados. Eso quería decir más frío de lo habitual. Aunque la diferencia entre la media habitual y la afectada por la de El Niño sean muy pequeñas, casi inapreciables, los extremos podrían ser importantes… quizás eso es algo que supimos en su momento, pero lo que no podríamos llegar a suponer era hasta qué extremo podría llegar la temperatura. No hablaban de sequías, ni inundaciones, ni catástrofes o cambios significativos a parte de la temperatura en la zona de las montañas. Con lo cual como hubiera pensado cualquier alpinista que conoce las normas y reglas del hielo, glaciares en la alta montaña, vi que al bajar la temperatura proporcionaba más estabilidad a los glaciares, puentes de nieve… mejores condiciones para subir cualquier gran montaña. Con que convencí a Javi de que El Niño realmente nos favorecía en vez de perjudicaros en las subidas y objetivos montañeros. Al final salí más convencido de ir a Bolivia y Javi dejó de hablar de los efectos de El Niño en Sudamérica. Las mismas lluvias torrenciales que caían, arrasaban e inundaban Trinidad, podían favorecer el que hiciera más frío en las montañas asegurándonos la progresión con menor peligrosidad para llegar a sus cumbres. Zanjamos el tema de El Niño y ya no se volvió a hablar de él, salvo por las noticias e información de sus efectos en Sudamérica que seguía saliendo en televisión, menos veces ya.
Gracias a este “descubrimiento” fui más consciente de lo peligrosísimo o imposible que eran o empezaban a ser el subir las grandes montañas andinas. En años siguientes o posteriores advertían de su peligrosidad y hasta incluso las cerraban en toda esa temporada, como les ha ocurrido al Huascarán y Alpamayo en Perú en ciertos veranos. Así que… habrá que visitar Sudamérica cuando esté El Niño. Parece una contrariedad ¿no?
Conforme pasaba el tiempo y se acercaba la fecha de embarcar hacía la aventura, cada encargado de un tema traía sus informes, investigaciones y noticias… o sea, sacado de internet. Ballester fue el que más información sacó y el que más interesado estaba en las distintas aventuras y lugares por visitar y hacer. Sacó información muy útil sobre las montañas que pretendíamos visitar y subir: el Huayna Potosí, Illimani, Sajama, Condoriri… de distintas y completas webs. Sobre todo sacó de varias webs información muy detallada del Sajama, ese “gigante desconocido boliviano”. Gracias a estas páginas teníamos información muy detallada y técnica de las subidas, características y descripción de estas montañas. Fuimos a Bolivia muy preparados en cuanto a la información que requeríamos, esto nos ayudo mucho a saber donde nos metíamos. Un lugar elegido por Ballester para visitar e incluso para aclimatar y empezar a subir grandes montañas, fue el macizo de Los Condoriri. No conocía Los Condoriri, solo por vagas visiones y lecturas de algún Desnivel en alguno de sus artículos. Ballester nos pasó informes y páginas del Cabeza de Cóndor y el bello y puntiagudo Pequeño Alpamayo. En otros artículos de la revista Desnivel salían varias vías, recorridos y subidas a diferentes picos de este hermoso y alpino macizo de Los Condoriri: la Pirámide Blanca, el Ala Derecha e Izquierda, Pico Austria, Aguja Negra… pero era este elegante, altivo e increíble Pequeño Alpamayo el que nos cautivó y cautivó a Ballester. El Cabeza de Cóndor no habría que despreciarlo: es el pico más alto del macizo, de ascensión interesante y difícil por su vía más asequible, imperioso y poderoso, adorado y custodiado por sus alas que lo rodean a cada lado. Aunque obsesionado y abstraído del resto por el Illimani y Sajama, no pensé hasta que punto llegaría a ser tan extraordinario este desconocido pico para mí.
Precios y estancias en hoteles de La Paz y en la selva boliviana. Varios hoteles se barajaban para que cupiéramos todos. Y una increíble, bella, exótica y mágica parte de la selva amazónica se hacía imprescindible visitar: el impresionante, espectacular y gigantesco Parque Nacional Madidi. El parque con mayor biodiversidad del mundo; eso ya nos decía que debíamos visitarlo y que seguro íbamos a descubrir y vivir una aventura y experiencia inolvidable… la verdad es que todo en este viaje, en esta expedición, todo conducía a que iba a ser un tiempo inolvidable y fabuloso. Al final se pudo reservar la primera noche en La Paz en el famoso Hotel Rosario. Famoso por que era del que hablaban los otros compañeros que ya habían visitado Bolivia y hospedado en dicho hotel. Nos decían que era el mejor hotel para hospedarse en La Paz para gente como nosotros, claro. Solo sabíamos de él por lo que decían y comentaban nuestros amigos; y por lo que ellos hablaban parecía ser un lugar encantador. Enclavado en la Avenida Illampú, que nada más por el nombre de su dirección ya merecía un especial interés, quedaba muy cerca del centro “mágico” de La Paz; del mercado de las brujas y todos los otros mercados que lo rodeaban o estaban cerca en las calles próximas. Un enclave verdaderamente singular y excepcional en esa parte de La Paz. Desgraciadamente solo quedaba esa noche para poder acoger a todos los que íbamos a ir en la “primera tanda” de llegada a La Paz. Después nos iríamos al Hotel Calacoto, en la otra punta de la ciudad. Un nombre hasta ahora desconocido para todos.
Del vuelo me iba a ocupar yo. Como no, y como en mis anteriores viajes y expediciones consulté con mis buenos amigos, antes nombrados, José Antonio y Toñi de Viajes Ecuador. Escoger un vuelo directo de Madrid a La Paz era muy difícil o mejor dicho, imposible. Sencillamente no existía ningún vuelo directo a La Paz. A la vez habían muy pocas compañías de vuelo que volaran a Bolivia. En aquel entonces, finales de febrero, marzo, habían tres compañías que lo hacían. La compañía con precios más baratos fue la escogida, pero por alguna razón no les dejaba el sistema o programa de reservas ocupar plazas en esa compañía. Para que fuera lo más barato posible debíamos coger la fecha de ida en un mes (julio) y la de vuelta al mes siguiente (agosto). Si cogíamos un mes natural o fechas dentro de un mismo mes, el precio se disparaba. Sin poder contratar vuelo con esta compañía, y sin saber por qué el programa nos lo negaba, decidimos probar con la siguiente más barata: Aerosur. Pero nos dimos cuenta que Aerosur no volaba directamente a La Paz, si no que hacía escala en Santa Cruz de La Sierra, y en su aeropuerto Viru Viru. Nunca habíamos oído hablar de este aeropuerto, y las siglas que aparecían en el programa de reservas eran de las más extrañas: VVI, Viru Viru. Me parecía un nombre africano o de otro lugar muy distinto, pero no lo asociaba con Bolivia. Al poco de investigar entendimos que era el nombre del aeropuerto de Santa Cruz de La Sierra. Me parecía increíble que esta población fuera más importante que La Paz para que, antes de llegar a La Paz, parase, hiciese escala aquí. Yo supuse intentando razonar de la forma más lógica y simple, que lo hacía por proximidad, ya que desde Madrid parecía que se pasaba antes en línea recta, por Santa Cruz de La Sierra que por La Paz; La Paz quedaba algo más alejada. A la vuelta de la expedición, de regreso a España, nos dimos cuenta de el por qué.
Al final decidimos las fechas del veinte de julio al veinte de agosto como el tiempo que dedicaríamos a realizar esta expedición, este increíble viaje. Como al final fuimos muchos, cada uno escogía unas fechas de ida como de vuelta; y al final nos coordinamos todos para poder participar de las actividades en común. Ballester no le daba demasiada confianza las gestiones de mis amigos de Viajes Ecuador, y estuvo buscando por internet precios de vuelos a Bolivia, aunque al final cogió el mismo vuelo que el nuestro.
Paco Martínez quiso ir a Bolivia también. Vio la gran expedición que estábamos formando. Supo de los gigantescos objetivos que nos pusimos, Illimani y Sajama; y decidió o intentó adelantarse. Quizás no con la mala intención de hacer lo que nosotros queríamos hacer antes que nosotros, por envidia o absurda e incomprensible competición… pero era lo que parecía. Según él, la idea de subir las dos montañas más altas de Bolivia, era de él antes que nuestra. Él no hacía expediciones ni viajes multitudinarios; ni quería manejarse o manejar con tanta gente; de forma que adelantó su expedición en solitario (no sin antes intentar convencer a unos pocos y otros para que se fueran con él) a Bolivia. Casualmente y con otra agencia de viajes contrató el vuelo con aquella compañía aérea, de vuelos baratos, que no nos dejaba el programa reservar. Antes de junio esta compañía cerró, quebró, y Paco tuvo que buscar otra compañía, otro vuelo, y volver a pagarlo. Esa era la razón por la cual no nos dejaba el sistema de reservas acceder a las plazas de los vuelos de esta compañía. Ya corrían rumores de quiebra. Al final, según decía Paco, le iban a devolver el dinero que le pagó a la compañía que quebró, pero siguió adelantando el vuelo para regresar antes que nosotros fuéramos. Y no contaría esto si no fuera porque lo que le ocurrió a éste en La Paz: los estragos y desequilibrios del clima a causa de El Niño hizo que cayera una importante nevada en La Paz; pero no en la parte de la ciudad que está a media y baja altura (3.600-3.400 mts.) si no en El Alto, en el barrio más pobre y a más altura de la ciudad, a cuatro mil, cuatro mil cincuenta metros de altura. Ello colapsó la única salida de La Paz, por carretera a casi el resto del país. La Paz no tiene quitanieves, ni camiones de sal, ni dispositivos de seguridad y alerta ante estas condiciones climatológicas, con lo cual solo cabía esperar a que se derritiera el hielo o la nieve. Bolivia es un país pobre, no tiene infraestructuras para estos imprevistos climatológicos, si no se puede salir de La Paz, pues no se sale. Con lo cual Paco estuvo días sin poder salir de La Paz, y sin poder conseguir sus objetivos, nuestros objetivos. Harto de no poder hacer nada, adelantó el vuelo a España, y en cuanto pudieron despegar aviones del aeropuerto de El Alto de La Paz, cogió uno para regresar.
¿Castigo por intentar arrebatarnos con premeditación lo que, por méritos e ilusiones se nos debía de conceder a nosotros? Quién sabe. La vida te da sorpresas. Aunque no nos importaba que él pretendiera adelantársenos; solo que lo veía como un acto infantil (si ese era su motivo real) o de prepotencia como “antes de que lo hagáis vosotros lo hago yo… ¡Y mejor, en solitario!”. No me resultaba una competencia sana ni simpática por parte de él; pero eso era problema suyo, nosotros seguiríamos adelante hiciera lo que hiciera Paco.
A David le preocupó. Paco no había podido hacer nada, no había podido salir de La Paz… ¿Y si nos ocurría lo mismo a nosotros? La idea realmente asustaba por que fácilmente podía volver a suceder, El Niño seguía ahí. Pero no tenía que darse necesariamente las mismas condiciones cuando nosotros estuviéramos allí, es más, yo alenté a David: “Si ya ha pasado, a nosotros no nos pasará”. Le decía tranquilamente a David, seguro de seguir mi intuición, mi presentimiento, de que a nosotros no nos iba a ocurrir lo mismo que a Paco.
Otra extraña incertidumbre añadida a la expedición que resultaba más expectante y emocionante de lo que a primera vista podría haber sido. Los pros y los contras se amontonaban en un saco cada vez más profundo a medida que se acercaba el veinte de julio, el momento de coger el avión hacía Bolivia. Incertidumbre que hacía el viaje más vivo, más latente, más ansioso por el qué pasará, qué ocurrirá, que a la vez se hacía cargarte por una especie de tensión, de ansiedad e inseguridad ante lo incierto, lo incontrolado, lo puramente desconocido en una tierra casi desconocida. Nunca mejor dicho era como “ir a la aventura” en la propia aventura en sí, en la que ya se había convertido esta expedición antes, incluso, de llegar a pisar Bolivia.
Por fin ya lo teníamos todo preparado, todo visto, todo estudiado… se acercaba el momento, el día. Contábamos los días, las horas… A pesar de tener visionados paisajes, montañas, ciudades, selvas, cordilleras… sabíamos que lo incontrolable, lo imprescindible, lo inesperado podría sorprendernos en cualquier momento, en cualquier actividad, en cualquier lugar. Habían muchos condicionantes para que esta expedición se convirtiera en una autentica aventura, pero no una aventura de riesgo, de peligro o de agitación, si no una aventura de lo inesperado, de lo sorprendente, de lo espontáneo, pero también de lo fascinante, increíble e inolvidable. Trece íbamos a ser los compañeros totales. Nos unimos casi todos los compañeros que solíamos salir de expedición, de viaje en verano en estos últimos años. Al contrario que la expedición del año anterior, a la que solo fuimos Jesús Santana y yo, esta vez grandes compañeros y montañeros íbamos a compartir esta tremenda experiencia. Nombrar sus cualidades, virtudes, fallos o forma de ser no va a hacer falta, solo sus nombres y ese pequeño trocito de vida vivida en Bolivia ese mes conmigo: Enrique Segura, Infi Huedo, Javier Berenguer, Zaida Huertas, Carmen Ruiz, Eduardo Rodes, Gemma Bailén, J. Antonio Ballester, David Soriano, Sara Lorenzo, Trino Marín y mi fiel, paciente y gran amigo, compañero de grandes montañas, Jesús Santana. Por primera vez nos íbamos a juntar un buen grupo de amigos, compañeros en una tierra mágica, en unas bellas y maravillosas montañas, en una selva hermosa, mágica y sosegada. Aún mientras escribo estas líneas en este folio en blanco, esta noche bajo un recuerdo alegre y fascinante, en este febrero inusual después de dos años y medio de aquel viaje; siento que fue una de las experiencias, vivencias y aventuras que más me han impactado, señalado y marcado. Aún con los vuelcos de mi cabeza, con mis alegrías, mis penurias, ni conciencia e inconsciencia… el viaje, ese mes que pasamos en Bolivia fue una de las aventuras más excepcionales que he vivido hasta ahora. Pero seguro que no será la única.
De repente ese sueño lejano, imposible, fantástico e increíble, se iba a hacer realidad. El espíritu reprimido, empequeñecido, asustado iba a despertar con esta “última acción”, este último y primer Sueño de ese letargo, de ese duermevela, de ese castigo y cárcel. Como el ave fénix iba a resurgir de unas cenizas sucias, negras y degeneradas, una bella ave, libre, hermosa, resplandeciente y regenerada. Iba a unir lo físico con lo metafísico, lo mágico con lo mundano, la montaña con la selva, lo ancestral con lo actual, la amistad con la inmortalidad… Lo más difícil iba a hacerse realidad; unir esos dos mundos en uno solo, en un solo viaje, en un solo eterno e imperecedero mes, tiempo, espacio. No era ese sueño de niño el que se iba a hacer más que real, era el sueño de muchos, las aventuras imposibles de cada uno, el despertar al mundo, a esos “tres mundos” que la Cruz Andina representa, a esa unión del cuerpo y el alma, de la razón y el espíritu, de la conciencia y la magia… ¿Qué más le puedo pedir a la vida? No hay nada por encima de este estado de realización, de equilibrio, de sentirse completo… en paz; tan difícil de encontrar y tan fácil de perder… gris, blanco, verde, azul son los colores de Bolivia.
Para refrescarme mejor mi memoria le he pedido prestado ese pequeño diario de viaje, ese 5é quadern de viatge a mi gran amigo, montañero y compañero de esas gigantescas y frías montañas, de esos viajes inolvidables a todos los confines del mundo, Jesús Santana. Escrito in situ, me ayudaré de él para contaros este viaje, esta fantástica expedición. Prometo llevarme la próxima vez mi propio cuaderno, agenda, diario de viaje… ¿Será en Perú?
Espero que os guste y sintáis el leerlo, como mínimo, la mitad de lo que yo sentí al vivirlo. Todo es posible en este mundo, mientras existan los sueños y tengamos fe, ilusión de vivir, de disfrutar y de ser feliz.