A parte de la visita a la Sierra de Cabrera, no había hecho ninguna excursión o recorrido por la mítica región del Collsacabra. Los bosques, montañas, rincones y desperdigados habitantes son únicos, originales y casi fascinantes. Es como internarte en un lugar repleto de historia y misticismo que el paso del tiempo ha respetado y ha guardado con un paisaje circundado, cruzado, quebrado y atravesado por esas extraordinarias y enormes “cingles”, paredes que separan el terreno y lo hacen inexpugnable. Como verdaderos altos muros, largos y eternos que guardan bosques, robledales, prados y pequeñas aldeas, enormes y escondidas masías… había que visitarla.
Les Cingles de Tavertet y el Far eran las mas representativas (con la excepción de la Sierra de Cabrera). Les Cingles de Tavertet sobre el Pantano de Sau quedaban muy próximas a la excursión realizada por Tavérnoles y Savassona, y ahora tocaba subir alguna altura, algún pico y mirador. Por ello elegí El Far. También por su ubicación, erguido en una zona que aún no habíamos visitado como el sur de La Garrotxa, el norte de La Selva, el valle que desde El Gironés nos lleva hasta la Vall d’en Bas.
Después de ver varios recorridos por la zona en el Wikiloc, con visita y subida obligada a El Far, escojo una que, desde la población de Sant Martí Sacalm sube a la nombrada montaña con unas magníficas vistas y paisaje. Éste recorrido pasa por el Castell de Fornills después de recorrer toda la altiplanicie de El Far hasta el Plá de l’Om, y bajar hasta los bosques al oeste de la montaña donde se encuentran las ruinas de un castillo abandonado y como aparecido de la nada… increíble.
Estudio los mapas de Alpina y planeo un recorrido por la zona; no demasiado largo y no tan corto como para que solo estemos la mañana del sábado. Así pues el pasado sábado 15 de marzo nos acercamos al pequeño pueblo de Sant Martí Sacalm para comenzar la excursión por este bucólico y encantador lugar. El día es muy soleado y espectacular, y las vistas hacía la picuda y magnífica montaña son impresionantes. Hemos elegido una montaña magnífica y un lugar encantador. Después de reunirnos todos los participantes salimos en busca de dicha montaña. Hace algo de frío a estas horas de la mañana, pero estoy seguro de que el sol brillante que hace en este día, calentará la jornada y hará agradable el día.
Hemos dejado el coche en una especie de parking cerca de lo que parece el Ayuntamiento de Sant Martí Sacalm y una especie de restaurante o “casal” del lugar. Justo bajo éstos a la derecha y este, en una curva de la larga, curvosa y estrecha carreterilla por la que hemos venido desde Amer, sale un camino precedido por una valla. Carteles informativos como efigies que enmarcan el comienzo del camino nos indican hacía donde seguir. La dirección es clara: hacía el norte, noroeste, en busca de las laderas y vertientes este de la impresionante montaña. Parece una alta meseta estrecha y peculiar, circundada por una pared vertical y vertiginosa en la altura, y bajo ésta unas empinadas laderas boscosas y verdes. La montaña tiene forma de una especie de triangulo equilátero tumbado, con la parte más estrecha y fina en la punta donde se encuentra El Far, y la parte más ancha hacía el noroeste, hacía el Plá de l’Om, y con todos los lados del triangulo, menos en la parte ancha, cercados por un paredón escarpado, alto y rectilíneo… ¡Impresionante!
El camino sigue en dirección a la misma montaña. Nos topamos con un cruce y varios carteles: a la izquierda vamos al Castell de Fornills (será por donde regresemos) y a la derecha nos lleva a El Far. Seguimos por el camino de la derecha. “Santuari del Far”; pone en otro cartel que señala el camino escogido. Mientras andamos hacía El Far, dejamos atrás la iglesia de Sant Martí Sacalm, visible y llamativa sobre una loma sobresaliente. Antes de internarnos en los bosques y que el camino comience una fuerte pendiente, admiramos las escarpadas paredes, resquebrajadas y esculpidas, y parte del muro del Santuario que se encuentra al filo del mismo barranco, en la punta y parte más alta del Far. Asombrosas vistas.
El camino sube por la ladera este de la montaña. Cruzamos otros caminos no tan transitados y si algo abandonados o llenos de maleza. Hacemos una especie de zigzag mientras sube y en un punto del mismo, sale un sendero a la izquierda y hacía arriba. Es fácil recorrer el camino a seguir, ya que las marcas blancas y amarillas, que nos guían hasta la cima del Far, son visibles y están estratégicamente pintadas. La senda de nuevo sube en zigzag con inclinada pendiente pero de tanto en tanto se horizontaliza y allana en medio de una ladera sorprendentemente boscosa y hermosa. Verdaderamente el bosque de Quercus es impresionante, verde y frondoso, con rincones bellos y encantadores.
El día es increíble, muy soleado y luminoso, e internados en este espeso y vivo bosque, lo hace mágico y espléndido. No nos topamos con nadie en todo este recorrido, ni en el recorrido que nos queda tampoco, pero con el numeroso grupo que somos, ya llenamos estos lugares con risas y amenas charlas. Aunque debo ir delante y casi solo para no perder la senda correcta, el recorrido elegido. Nos topamos con una piedra escrita en medio de la senda; nos indica dos recorridos: a la izquierda y con una subida directa el recorrido “curt”, si seguimos la senda sin desviarnos hacía el norte, sería el recorrido “suau”. Elegimos éste último para poder disfrutar más del lugar y que no nos cueste demasiado esfuerzo.
Esta senda parece que baja o que se aleja de la subida a El Far, pero al final será el camino correcto. A la derecha y abajo en el fondo del valle, aparece una población que vemos entre las ramas de los árboles: Les Planes d’Hostoles, en el camino entre la Vall d’en Bas y Amer. La senda gira y sube, deja de ir hacía el norte para girar hacía el sureste casi bajo las paredes que bordean El Far por su parte este. Ya observamos como la senda se irá acercando e internando a medida que sube en una ladera entre paredes, empinada y ricamente poblada de vegetación, hacía la cima del Far. Zigzagueando entre risas y chácharas subimos hasta la planicie de la cima, de la amplia meseta del Far. Antes, incrustada en una roca, una colorida y religiosa imagen, y una frase en unos manises: “colla bon camí”… y de aquí a la planicie repleta de enormes robles de ramas desnudas de la cima, meseta del Far.
Una carretera y un templo aparecen al cabo de la senda que recorríamos: es el templo de Santa Anna y la carretera que llega hasta el Santuario de la Mare de Déu del Far, nuestro objetivo. Ya veíamos sus muros, como he nombrado antes, desde abajo mirando la cima del Far. De nuevo me sorprende la aplanada meseta del Far por sus espectaculares y enormes ejemplares de robles, firmes, altivos y numerosos. Nos acompañaran durante todo el camino hacía el santuario.
Ahora cogemos la carretera hacía la izquierda y sur en busca del mismo Santuario, en busca de la cima del Far. No tiene pérdida. Los enormes robles, espectaculares a la orilla de la misma carreterilla, nos asombran con sus gruesos troncos muy ramificados, y sus ramas despojadas de hojas, con aspecto lúgubre y a la vez imponente. Después de alguna curva de esta carreterilla y al final de una valla a la izquierda, encontramos las marcas del recorrido que nos sacan de la carretera y por unas escalerillas, nos dejan en el aplanado parking del Santuario, junto al mismo. Ya estamos en lo que se podría decir que es, la cima de El Far (1.125 mts.). Aunque el pilón o eje geodésico del pico se encuentra fuera de la explanada y punta donde está el Santuario; está a la izquierda de la carreterilla justo antes de toparnos con la valla que nos lleva hasta el santuario anteriormente mencionada, y en medio del espacio sin vegetación bajo los cables de alta tensión.
Nos acercamos al santuario. Miramos en el interior: tiene forma como de cueva con una única nave principal, de techo arcado más que abovedado… curiosa, sencilla y cuca. Un personaje nos sorprende arriba de la puerta de entrada: una especie de príncipe o joven caballero medieval. Pasado el santuario y adyacente a éste está el restaurante y el increíble mirador. Nos paramos aquí a almorzar, entre los bancos y las vistas del lugar. Aparece Sergio que llegaba media hora tarde y rápidamente nos ha cogido aquí en la parada del almuerzo; éste ha tomado la subida “directa” de la senda para llegar a la cima del Far.
Justo en el límite del espacio, una valla que da al vacío: la pared del Far, vertical y abrupta, llega justo hasta aquí. Puede haber algunas decenas de metros hasta encontrarnos con la ladera del bosque vertical bajo las paredes ¡Espectacular! El día sigue siendo increíble, soleado con algo de neblina. Intentamos reconocer el paisaje: hacía el sur el resto de las montañas de Les Guilleries y el Pantano de Susqueda más al suroeste. Hacía el oeste las estupendas y espectaculares “cingles” de las montañas y lugares del Collsacabra: paredes de decenas de metros seguidas y continuas que cortan las montañas y el terreno con energía y escarpados perfiles, magníficos, asombrosos. Son las Cingles de Tavertet, de l’Avenc y de las proximidades de Rupit ¡Impresionantes! Abajo un tupido bosque de pinos y encinas, Quercus, que llegan hasta las orillas del nombrado pantano. Abajo del pico la población de la cual partíamos: Sant Martí Sacalm, entre verdes prados en una posición estratégica en la recóndita región del Collsacabra.
Fotos y más fotos con las vistas de fondo. Es un estupendo mirador. Acabamos el almuerzo y decidimos seguir: volvemos al Santuario, y seguimos la carreterilla hasta la primera curva. A la izquierda dejamos una zona de pic-nic con sus mesas de piedra y su hermoso arbolado; hasta que nos encontramos con un cartel, con información de recorridos, entre otros lugares, al Plá de l’Om, nuestro siguiente objetivo. En esta misma curva una cadena parece que nos dice de no seguir por el camino que se distingue a la izquierda por entre la arboleda; no le hacemos caso y nos colamos siguiendo el desdibujado camino hacía el borde oeste de las espectaculares paredes del Far, las que miran hacía las otras paredes y “cingles” anteriormente nombradas.
A partir de aquí seguimos una senda más o menos señalada pero desdibujada en algunos lugares, que recorre paralela al abismo, al barranco, y muy cerca de él, sobre las estupendas paredes oeste del Far, hacía el noroeste. Cruzamos la curiosa escena de una “procesionaria” que se dirigen de un pino a otro por en medio del suelo libre de vegetación; me recuerda mucho cuando las veía abundantes entre las jóvenes pinadas de mi tierra alicantina… casi que acababan con laderas enteras de pinos.
De nuevo internados en un robledal increíble pero más joven. La senda a veces cruza por en medio del mismo dejando más a la izquierda el borde de la pared, con rincones hermosos y de cuento, como se suelen dar en estos bosques tan excepcionales.
Nos acercamos a una especie de mirador natural sobre las paredes: una picuda y sobresaliente roca se alza asombrosa como un pequeño balcón en medio de la pared. Nos hacemos fotos. El lugar y las vistas son increíbles. Hacemos la foto de grupo y otras para el recuerdo. Volvemos al sendero del que nos hemos separado unos pocos pasos y seguimos la dirección hacía el noroeste. Cruzamos alguna valla con forma de somier de cama, y ya la senda se ha separado algo del borde de las paredes, pero no dejamos el magnífico robledal. Llegamos a un momento en que hay un cruce de sendas o recorridos: en lugar de seguir hacía la izquierda y abajo, seguimos recto sin perder altura. Seguimos internados en el robledal y volvemos a salir al filo del abismo. De nuevo las impresionantes vistas desde arriba de las paredes: al fondo observamos una montaña, una roca picuda que se separa de otra más grande con forma de muralla en lo más alto de una empinada ladera: L’Agullola. Me recuerda escenas, paisajes de Monument Valley, y a los Roques de Gran Canaria a la vez. Hermoso e impresionante.
La senda circunda rincones entre el abismo de las paredes bajo nuestros pies y los escarpes a nuestra derecha. Hasta que la senda llega a un punto en que baja haciendo un giro hacía la izquierda, y otra sigue recto y enfrente hasta una especie de puertecilla para que no se escape el ganado. La duda era entre seguir la senda que baja precipitadamente o cruzar la puertecilla y seguir por la planicie. Al final me declino por no bajar y seguir por la planicie y prados al otro lado de la puertecilla; ya que según miraba en las fotos del recorrido del Wikiloc, parece que la persona que la realizó cruzó la planicie hacía el cercano Plá de l’Om.
Dejamos parte del robledal frondoso detrás nuestro, y ahora andamos por una mezcla de alto matorral y arboleda. Intentamos seguir una senda que al final se pierde y nos hace seguir el límite del prado siempre con dirección final norte, noroeste, hacía el Plá de l’Om… ¿o lo estábamos ya? Comenzamos a ver de nuevo algo de civilización: frente nuestro y algo a la derecha, entre una hendidura en la montaña, aparecen las construcciones de la aldea de l’Om. Pero frente a nosotros se abre una ladera muy boscosa y llamativa: es el Puig Castellar. Seguimos por en medio del Plá de l’Om: a la derecha queda la loma del Puig del Moro con alguna especie de pequeña cantera en sus faldas, el robledal queda a la izquierda mientras nos recorremos su verde planicie en busca de la pista que sale de la aldea de l’Om y se dirige hacía el suroeste, hacía Casadavall, por encima de las Cingles del Goleró y de Casadavall… ya había dicho que las “cingles” son paredes, riscos, precipicios, con decenas de metros de altura y, en ocasiones, kilómetros de largo cortando de esta manera el paisaje y la montaña.
Cruzamos alguna valla siguiendo alguna especie de camino, pero más bien seguimos nuestra orientación y el prado del Plá de l’Om. Algunos hermosos ejemplares solitarios de robles en medio del verde prado, como gigantescos espantapájaros inmóviles, casi pétreos, con cientos de brazos, ramas, y un solo tronco. Cruzamos entre ellos intentando seguir sendas, restos de caminos… y ya estamos más cerca de l’Om que va quedando enfrente derecha. A la izquierda veo marcas de P.R., me entra la duda si es el recorrido que iría sin perderse por en medio de la pared, del cingle o es la que se dirige a Casadavall. La sigo unos metros y ésta baja notablemente entre la espesura del robledal. Parece que gira a la izquierda volviendo a la Cingle del Far. Pienso que sería el seguimiento de la senda que dejamos y que bajaba, momentos antes de adentrarnos en el Plá de l’Om. Me vuelvo. “¿Te has vuelto a equivocar?” me preguntan. “No. Es para saber de donde viene la senda y así la próxima vez que pasemos por aquí, saber por donde habríamos salido si cogemos la otra senda”. Todos desandamos el poco camino de la senda hasta de nuevo el verde y despejado Plá de l’Om.
Desembocamos en la seca Riera de l’Om, junto al camino que debemos seguir hacía la izquierda y suroeste. Salimos de los terrenos vallados al camino por una puerta de camino, y dejamos l’Om detrás nuestro sin visitarlo. Ahora ya estamos en el camino que nos debe de llevar hasta Casadavall. A nuestra derecha queda otro estupendo y magnífico robledal: el que anteriormente he nombrado que bajada por las laderas del Puig Castellar, el cual dejaremos a nuestra derecha y oeste mientras seguimos la pista hacía el sur, suroeste. A nuestra izquierda descubriremos la magnífica y asombrosa vista y paisaje del Cingle del Far: toda la pared sobre una empinada ladera boscosa y tupida, que sigue horizontal a lo largo de toda la meseta del Far… ¡Hermoso! A medida que andamos por la pista, las vistas del Far se van agrandando ofreciéndonos todo el esplendor de esta montaña.
Nos hemos separado en 2 grupos. Yo voy detrás “vigilando el rebaño” y haciendo fotos. Descubrimos que el grupo en cabeza se ha parado en un cruce de caminos; llegamos hasta ellos. La pista principal sigue y gira hacía el oeste, noroeste en dirección a Casadavall y La Torre. A la izquierda aparece un camino menos principal y cerca del límite de la montaña, que nos llevaría hasta Castellet. También hay un poste indicador de recorridos: son indicaciones del recorrido “Camí del Far a Cabrera per Rupit”. Justo enfrente y mirando hacía la punta del Far y el boscoso valle que se abre a nuestros pies por debajo de la altura en la que estamos, encontraremos una curiosa vallita metálica y una zigzagueante senda que baja: es la senda que atraviesa el Grau de Casadavall; el único punto abierto en toda la pared del Cingle de Casadavall por el que se puede atravesar la misma la pared. Bajaremos por aquí. Antes nos hemos deleitado con las vistas en lontananza que ahora perderemos al bajar: todos los focos de atención se dirigen a la meseta, perfil y figura del Far. Robledal con sus marrones y claras ramas arriba, y encinar con sus frondosidades verdes y oscuras abajo; separados por una pared, un muro que hace de frontera, de linde, con un excepcional y lindo paisaje.
Bajamos por la zigzagueante senda entre las paredes del Cingle de Casadavall, en medio de una espesa vegetación en su mitad y final. No hay pérdida. Tocamos una de las lisas paredes que la franquean y forman esta otra excepcional muralla. Más abajo la senda sigue bajando pero sin zigzaguear tanto, ni por laderas tan inclinadas y por un fabuloso, cerrado y frondoso encinar. De repente veo hitos de piedras, hay que seguirlos, ya que más abajo, entre cruce de caminos olvidados y otras sendas, podemos perder la trayectoria escogida.
Y así es. Llega un momento en que la senda deja la horizontal de la ladera y baja de frente hasta una especie de claro en medio del bosque. Un claro rectilíneo producido por el abandono de algún antiguo camino. La senda gira a la derecha siguiendo la línea despejada. Después otro hito nos hace girar a la izquierda… así con un poco de mareo salimos a otro espacio algo más grande y despejado en una especie de mini planicie. No sabría decir si la confluencia de antiguos caminos o un bancal abandonado, pero se nota que no es natural esta planicie. Aquí reagrupamos a los participantes. Mirando hacía atrás, hacía la dirección en la que veníamos, observamos la imponente brecha, el Grau de Casadavall y las paredes del Cingle del mismo nombre.
Todos agrupados debemos seguir por el único camino o senda que aparece a nuestra vista: es una ancha senda que se interna de nuevo en la frondosidad del bosque, y que sale justo al lado contrario de donde aparecemos en la planicie despejada. Esta senda gira hacía la izquierda y baja algo, casi paralela a las paredes del Far que quedaran ahora a nuestra izquierda si miramos entre la exuberante vegetación. No he dicho nada, pero el día se presenta ya hasta casi caluroso, más de lo normal para ser marzo e invierno, pero radiante de sol y luz. Ya ha pasado el mediodía. “¿Cuándo comemos?” “la pregunta del millón”, “cuando lleguemos al Castell de Fornills” nuestro próximo objetivo.
Esta senda que hemos cogido me despista un poco. Yo creía que doblaría enseguida hacía la ladera por debajo de las paredes del Far, pero ésta sigue paralela por la ladera contraria al otro lado de la Riera de l’Om, en busca de Les Gleies. Cruzamos bancales abandonados que comienza a invadir la maleza y el bosque, comenzando por la hierba. A veces la senda no es tan fácil de seguir, entre los balcones de los antiguos bancales, pero ya entre la maleza nos parece ver una construcción arruinada. Nos dirigimos hacía ella.
Pasamos junto a la nombrada arruinada construcción. La floresta se la está comiendo poco a poco, y pocos muros con sus antiguos y huecos ventanales, quedan ya en pié; aunque alguna casa perdura, sin ser habitable, de lo que fue una importante masía. Pasamos por la parte sur de la construcción dejando a nuestra izquierda el conjunto de construcciones de Les Gleies. A veces la senda no es clara, pero enseguida, desde el mismo lugar, sale un camino deshecho pero reconocible, que nos lleva más hacía el sur y casi suroeste. Éste aparece como una senda que luego se amplia como el camino que debió de ser en su tiempo.
Esta senda o “camino” desemboca en otro camino casi pista, y ésta sí que la cogemos hacía la izquierda. Ya no hay pérdida. Respiro tranquilo. Ahora vamos en dirección a las laderas bajo las paredes del Far. Las pistas son largas y monótonas y hacen parecer que haces más kilómetros de los reales; esta sensación me está surgiendo ahora en este nuevo camino. Al tiempo llegamos a un giro y cruzamos la Riera de l’Om ahora sí con agua: es un rincón verde y hermoso donde el agua le da vida a la vegetación, a los hermosos árboles, y hasta a las verdes y liquenosas piedras y rocas. Antes el camino ha dado un giro de dirección hacía el noreste, y una vez salta la Riera de l’Om y después de algunas revueltas en donde el camino vuelve a coger altura, vuelve a coger la dirección sureste paralela a las paredes del Cingle del Far. Arriba de nuestra vista y antes de cruzar la riera, queda una construcción que sí está habitada y bien rehabilitada: El Roure y Molí del Roure.
Voy algo retrasado en el grupo junto a Anna, y veo que siguiendo el camino han pasado por alto un magnífico hito que queda a la derecha del camino. Yo sé que por esta parte ya debe de aparecer el desvío hacía el Castell de Fornills y mi intuición me dice que puede ser esta. Les pego un grito y hago volver al grupo. Junto al llamativo hito aparece una senda a la derecha que sin bajar nos lleva hasta un muro medio derruido pero viejo y curioso. Ya estamos en el Castell de Fornills.
Le damos la vuelta. La vegetación lo rodea y la senda que seguimos nos lleva por los diferentes y pocos sitios que les queda en pié al castillo. Está peor de lo que pensaba: medios muros altos y casi que se mantienen en pié por casualidad, una torre redonda, una sala con el techo hundido… no es muy grande. Pero me pregunto que hacía un castillo aquí “en medio de la nada”, lejos de ciudades importantes, rutas, y en medio de un bosque que casi lo hace invisible y se lo está comiendo con el paso del tiempo. Por fin paramos a comer; justo en la explanada de entrada al castillo, después del corto recorrido y visita a sus ruinas.
Segundo objetivo del recorrido conseguido. Ahora solo queda seguir la pista que llevábamos hasta de nuevo las inmediaciones de Sant Martí Sacalm, que es el lugar al que se dirige la misma. Dejamos a nuestra espalda la visión del Cingle de Casadavall, que cada vez se aleja más y se engrandece con soberbia majestuosidad; al tiempo, mientras caminamos por el camino con dirección general sureste pero con numerosas curvas y cambios de dirección, dejamos a nuestra izquierda toda la pared del Far, comprobando que nuestra dirección es paralela a la de la pared de la Cinglera del Far en toda su largaría, pudiendo de esta manera, a medida que caminamos y nos acercamos a Sant Martí Sacalm, admirar los diferentes perfiles, características y formas de la misma pared, admirando y observando sus verticales recovecos, desplomes, grietas, peñascos, escarpes… Impresionante.
Pero también pasamos por algunas masías habitadas, éstas están como medio extendidas, escondidas entre estos lugares recónditos del Collsacabra: pasamos junto a Can Sant Pau con su pequeña ermitita, después vemos algo más alejada La Masó, y al llegar a Puig Alí o Galí, ésta ya en ruinas, nos encontramos una especie de cruce de caminos, pero siempre seguimos el que llevábamos con una leve pero continua subida desde que lo volvimos a coger al salir del Castell de Fornills.
Es un monótono andar por el camino, final de este recorrido. A partir de Puig Alí, el camino gira y cambia de dirección general (a pesar de sus curvas y cambios de dirección) hacía el este y con su leve subida. Rodeamos la punta por abajo y sur del Far; impresiona. Es como la altiva y cortante proa de un barco pero que en lugar de la forma curva del casco, lo que le rodea y sigue por detrás hacía el ensanche de babor y estribor, son paredes verticales y cortantes, que incluso también recorta la punta de proa ¡Magnífico! Una imagen admirable de una montaña como El Far.
Poco después de pasar por debajo de la punta y cima del Far, llegamos a un cruce que reconocemos: el cartel de Castell de Fornills señalando la dirección hacía el camino del que salimos, lo vemos por segunda vez en el día de hoy. Giramos a la derecha y llegamos a Sant Martí Sacalm por el camino y puerta por los que salimos. Antes hemos visto los andamios de la iglesia de la misma aldea por el camino, mientras El Far nos quedaba a nuestra izquierda y casi tras nuestro. Anna y yo llegamos los últimos y nos reunimos con el grupo que está tumbado o sentado en la verde hierba junto al camino de entrada a Sant Martí Sacalm; aprovechando el sol y el buen día que ha hecho y aún hace, con una temperatura casi cálida pero no calurosa, y un cielo azul sin nubes.
Acaba aquí un estupendo recorrido por estos solitarios y casi salvajes lugares del Collsacabra, cerca de la frontera entre Girona y Barcelona, lugar donde los castillos se construyen en medio de los bosques solitarios incrustados en valles rodeados de paredes, de cingles, como si lo que hubiera que custodiar fuera a los mismos misteriosos y ocultos habitantes del bosque, lugar donde las montañas cortan el paisaje y dividen en las alturas, los diferentes tipos de bosques y acomodan a las masías habitadas o abandonadas entre unas majestuosas vistas en suaves lomas y laderas de valles cortos y frondosos, lugar donde lo santificado abunda tanto como los nombres como sus construcciones, santuarios, como si quisieran decirnos lo místico y sagrado de estas tierras… para acabar, una cervecita en Amer después de pasar las curvas de la carreterilla que viene de Sant Martí Sacalm.