El Valle de Pineta al igual que el Valle de Gistaín son lugares que me atraían sin conocerlos. Solamente por su forma y dibujo en el mapa cartográfico hacía que me imaginara una geografía interesante y atrayente. En el caso del Valle de Pineta veía un profundo, ancho y largo corredor rodeado, sobre todo en su sur, oeste y noroeste, por unas líneas de desnivel muy juntas que hacían imaginar unas increíbles pendientes verticales e infranqueables, de fuerte inclinación en toda su altura y que se extendían a lo largo de todo el valle. Y era sobre todo su parte noroeste con las caras norte del famoso Monte Perdido, Cilindro de Marboré y Soum de Ramond o Pico de Añisclo, con sus escarpes, glaciares y alturas lo que lo hacían más interesante. Y en su final, el gran Circo de Pineta con su forma de semicírculo, gobernado en sus dos flancos por grandes picos (uno de ellos el Monte Perdido) y que te lleva a uno de los (según dice) miradores más bellos del Pirineo (al menos sí, uno de los más altos) el Balcón de Pineta. Aunque no es tan espectacular como su hermano mayor el Circo de Gavarnié por sus dimensiones, formas, desniveles… sí que se le podría calificar con una formación geológica semblante, ya que están formados en el mismo macizo calcáreo (de la misma roca caliza) y por gigantescos y laboriosos glaciares.
Aunque nada tiene que envidiar el Circo de Pineta al de Gavarnié, ya que éste último no tiene el gigantesco murallón de Monte Perdido-Sierra de Las Tucas que definen a este Valle de Pineta por su belleza y magnificencia.
Es por esto que convencí a mis compañeros de montaña para que en diciembre del año dos mil nos acercáramos al Valle de Pineta para subir al Monte Perdido por esta vertiente. Gonzalo Ruiz, Miguel Ángel Sala, Gabriel López, Pepe Díaz, Jesús Andujar y yo alquilamos una furgoneta para acercarnos a este valle. Desde Bielsa sale una carretera que surca todo este impresionante valle y termina en el Parador Nacional de Monte Perdido. Enclavado en un lugar verdaderamente privilegiado bajo el Circo de Pineta y las vertientes de Monte Perdido en los límites este del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Antes de llegar se encuentra el Refugio de Ronatiza o de Pineta, cerca de las orillas del río Cinca que nace en este valle y en este circo. Es de construcción moderna y muy bien emplazado con una buena distribución. Es realmente acogedor (dentro de lo que cabe), un verdadero hotel montañero.
Al otro día nos levantamos y pudimos admirar el Valle de Pineta, ya que llegamos el día anterior de noche. Este otoño la nieve había caído muy pronto y a mitad de estación, la bonanza del tiempo hizo que se derritiera gran parte de ella, sobre todo en el fondo del valle. La nieve la podías encontrar en cantidades considerables a partir de mil novecientos a dos mil metros. Ante nosotros el magnífico e impresionante murallón de la Sierra de Las Tucas-Monte Perdido. Tan alto e infranqueable como grandioso y bello. Era realmente una espectacular muralla de formas contiguas y lineales con abundantes bosquecillos en sus faldas menos verticales y accesibles para los árboles.
El tiempo no era bueno. Estaba nublado y a partir de dos mil-dos mil cien metros el frío viento soplaba a menos de cero grados. De todas formas observamos como estaba el panorama y nos aconsejaron no subir al Balcón de Pineta por el Circo de Pineta; nos sugirieron otro recorrido menos comprometido (nada peligroso, diría yo) hacía la parte contraría del macizo de Monte Perdido, hacía el macizo de La Munia que quedaba al noreste y este del valle. Vimos el mapa y decidimos aproximarnos a una cabaña que está en las faldas de dicho macizo: la cabaña de La Larri. Que se encuentra al empezar los Llanos de La Larri.
Como en la parte de arriba la nieve era abundante y conociendo como se carga el Pirineo de nieve en invierno, decidimos alquilar unas raquetas en algún punto de la carretera del Valle de Bielsa.
Una vez preparados y equipados con lo necesario decidimos emprender la marcha. Es por la tarde, ya que esa mañana la hemos dedicado a recopilar información, material y a curiosear con la indecisión de no saber que hacer en un principio y asumiendo que, de entrada, debíamos olvidarnos de Monte Perdido y de su altiva figura y cara norte. Realmente ni el tiempo ni las condiciones eran propicias para semejante empresa. Por detrás del Parador Nacional de Turismo de Monte Perdido (una casona de aspecto serio y recio, con sus soportales y gruesos muros) y de la Ermita de Nuestra Señora de Pineta cogemos la senda que te deja, por un bosquecillo de frondosas y grandes hayas, pino silvestre y pino negro, húmedo y exuberante, en los Llanos de La Larri. Poco antes de llegar a la Cabaña de La Larri, una pista cruza la ladera por aquellos contornos. Esta senda forma parte del GR-11 transpirenaico que va del cantábrico al mediterráneo visitando los valles, montañas y lugares más emblemáticos del Pirineo español.
No mucho tiempo después, la orografía se suaviza y detrás de una pequeña loma vemos dicha cabaña. Detrás de ella una extensión llana cerrada por una muralla en forma semicircular salpicadas de cascadas y riachuelos. Tiene forma y es un circo glaciar, aunque en los mapas no venga su nombre, o bien por que no tiene o por que no le han dado importancia. La nieve empieza a unos metros algo más arriba de nosotros y la vista desde allí, tanto como al macizo de La Munia como al del Monte Perdido al otro lado del valle, son amplias y bellas. Aunque el mal tiempo seguía sin dejarnos ver las cumbres libres de nieblas y nubes de ambos macizos. Ahora la vista hacía la enorme muralla de la Sierra de Las Tucas se apreciaba con mayor esplendor y mejor visión. Hacía el sur, dicha sierra, se perdía casi en la lejanía con unas vertientes colmadas de balcones, repisas y formas variadas en sus empinadas y largas laderas, a veces agrestes y otras más suaves y onduladas, pero todo espectacular y seguido formando un grandioso y largo murallón de bosque, piedra y nieve.
Estamos en la cabaña de La Larri. Una casita con dos estancias separadas por una pared con puertas diferentes al exterior y no comunicadas; con un establo exterior para guardar al rebaño. Una parte estaba muy poco habitable y sucia, la otra, con una puerta de hierro de dos alas, estaba más limpia. Otros compañeros montañeros de Barcelona y Cornellá, “la ciudad de donde eran Estopa” (no paraba de decirnos uno de ellos, añadiendo que eran casi vecinos suyos, o algo así) compartían la cabaña con nosotros. Entre ellos un chico especialmente fuerte al que sus otros compañeros no paraban de repetir que se estaba entrenando para subir el Aconcagua ese invierno, como una gran proeza y esfuerzo. Algo que ahora considero como una gran montaña más entre todas, sin necesidad de sentir ni orgullo, ni prepotencia, ni pedantería por ir allí y conseguir su cumbre. Pero que para ellos era una heroicidad casi imposible de hacer, y supongo que para mi no suponía un trato ni mejor ni peor que cualquier otro montañero.
Al otro día nos levantamos tarde (como siempre) y escudriñando el mapa decidimos “levantar el campamento” y subir hasta la Cabaña de La Estiva. En Ronatiza nos habían indicado que allí también se podía pasar la noche, aunque la cabaña estaba peor que la de La Larri. El tiempo seguía encapotado pero parecía que las nubes se habían levantado algo más, ya que la Sierra de Las Tucas-Monte Perdido se veían más claros, al igual que las inmediaciones de La Munia en su macizo… menos en las cumbres.
Preparados y equipados con las mochilas, raquetas y las tiendas-iglú, emprendemos la marcha siguiendo el sendero del GR-11. Enseguida nos internamos en un bosquecillo con unas suaves pendientes y algo más arriba la nieve hacía acto de presencia. Ya en la cima de esta ladera, la vegetación desaparece y la abundante nieve es la nota predominante. Extensas laderas de blanca y fría nieve se abrían bajo el Sobrestiva. Nos pusimos las raquetas aunque la nieve estaba algo dura, de forma que en ocasiones no llegabas a hundirte clavándose a penas las pequeñas puntas de las raquetas bajo mis suelas. Realmente la nieve no estaba en buenas condiciones: debajo de la costra dura y quebradiza había nieve muy blanda e inestable. El frío viento helaba la nieve superficial mientras que a la de abajo no le había dado tiempo a compactarse. El resultado son los peligrosos aludes de placa que ocasiona el corte y peso de dicha nieve dura al deslizarse sobre la blanda como un tobogán en laderas algo inclinadas. Por ello nos habían aconsejado no ir por laderas inclinadas y seguir por lo alto de las lomas o crestas.
De repente me doy cuenta de que el paisaje ha cambiado tal que parece que estemos en otro mundo. Abajo, el verdor, el bosque, el agua, la tierra; y aquí arriba el frío, las nubes, la nieve, la soledad, los altos picos… Al cabo de un tiempo a mí ya me pesa la mochila y veo al fondo, en la inmensidad de las blancas e infinitas laderas de nieve, una solitaria y pequeña casita con tejado puntiagudo en medio de esta solitaria parte del mundo. No hay nadie aquí arriba. Abríamos huella y no nos toparíamos con nadie hasta volver de nuevo a la Cabaña de La Larri.
Por fin llego a esta linda pero casi desmantelada cabañita. No está en muy buen estado, hay agujeros en el techo, mucha mierda de los rebaños en el interior en el suelo… así que solo nos queda montar nuestras dos tiendas en el pesebre cubierto de nieve, pero abrigado de vientos, bajo un porche en un lateral de la cabañita. El tiempo parece que quiere abrirse y mejorar, las nubes se disipan entorno al Pic Blanc y al Pic de Felqueral, y un cielo azul aparece anunciando una pausa del mal tiempo. El paisaje es soberbio, muy bello, y casi me hace recordar las andanzas de aquellos montañeros que se atreven a atravesar el hielo patagónico.
A la hora de la cena nos reunimos en el interior de la cabaña. Una destartalada escalera de madera nos subía a un sostre de tablas de maderas que ocupa la mayor parte del espacio de la cabaña. Imaginamos que el pastor utilizaba esa parte del refugio para dormir y habitar, y que abajo guardaba el rebaño resguardado de la lluvia y de las inclemencias del tiempo; quizás, antiguamente, también de sus depredadores, lobos, o incluso osos. La cena es increíble: Pepe Díaz preparó una ensalada de pasta con salchichón, queso, tomate y aceite, deliciosa que me llenó y gustó tanto que desde entonces intenté repetir en mis siguientes salidas a la montaña.
Después de la infusión o café, salimos fuera ya atardeciendo. Vemos como, entre la poca luz que ya queda, casi están despejados los gigantes a los que, primeramente, veníamos a recorrer y visitar: Monte Perdido, Cilindro de Marboré y Soum de Ramond. Éstos aparecen sobre nosotros majestuosos y enigmáticos al no desvelarnos sus perfiles enteramente y ocultarlos a intervalos por el hacer y deshacer de las pequeñas nubes que los cubren. Maravilloso. Sus vertiginosas vertientes nevadas esconden, entre rocas y paredes, aquel glaciar fraccionado, grandioso y mitológico tan ansiado por mis ojos. Pensábamos que era un síntoma de mejoría y probablemente durante la noche despejaría, y al otro día tendríamos buen tiempo para la jornada de subida.
Ya de noche, nos metimos todos en una de las tiendas y empezamos a jugar al “michigan” con un par de dados. La emoción, gritos y alegría contrastaban con la fría, oscura y silenciosa noche pirenaica.
Amanece. La claridad atraviesa el doble techo de la tienda. Quiero levantarme corriendo para poder fotografiar el amanecer, que como siempre, no me defraudará en la alta montaña. Entre nubes blanco rojizas y oscuras, y un cielo con distintos tonos de azul, del azul más claro al más oscuro, el Pico de Pineta, Pic de Felqueral y Pic Blanc iluminados totalmente por los brillantes y luminosos rayos del amanecer, aparecían rodeados de oscuridad y nieve azulada ensalzando más aún la espectacular, agreste y bella montaña pirenaica. Todo un paraíso, todo un espectáculo que solo puede verse durante unos minutos, en un determinado lugar y en unas determinadas condiciones. Realmente creí ser una persona privilegiada por poder disfrutar de algo tan increíble y hermoso, y que parezca, en ese preciso momento, que sea el único al que se lo ofrecen. El único en un gran teatro al que se le sube el telón para mostrarle la mayor obra arquitectónica de la naturaleza… belleza, grandiosidad… de nuevo, maravilloso.
Las nubes han vuelto a aparecer. El tiempo no ha mejorado del todo pero el sol intentaba abrirse paso entre cúmulo y cúmulo. Decidimos salir y subir hacía el Sobrestiva, CHinipro y quizás el Robiñera siguiendo el cordal y la cresta cimera.
Las primeras pendientes son muy empinadas pero la nieve, en su mayoría, está dura y nos ponemos los crampones desde la misma cabaña. Los rayos del sol iluminan onduladas pendientes de abundante nieve allá abajo junto a la cabaña de La Estiva. Detrás el Valle de Pineta aparece surcado por neblinas y nubes bajas como un cortado enorme y rectilíneo sin nieve y oscuro rodeado de vertientes blancas, claras y nevadas.
Más arriba el tiempo en vez de aclararse se encapota más, se cierran más las nubes, y el esfuerzo y cansancio hacen que se disgregue el grupo entre los más fuertes y los más tocados por el cansancio como yo.
Casi llegando al pico o a la altura del Sobrestima, nos topábamos con los primeros compañeros que bajaban de éste. El tiempo está muy mal, las nubes no dejan ver el seguimiento del recorrido hacía el CHinipro y la cresta, a partir del Sobrestiva aparece distorsionada, agreste y espectacular. Pepe me comenta que opta por no seguir, el desconocimiento de dicha cresta y las malas condiciones le hacen desistir de seguir adelante. Todos los demás pensamos y decidimos lo mismo; solo llegaremos al hito principal de la cumbre del Sobrestiva y bajaremos a la Cabaña de La Estiva desandando el camino.
Solo un pequeño paso de crampón queda para llegar a esta cima. No es un paso complicado pero si emocionante y vertical. Le da su toque de adrenalina a esta peculiar subida. Una vez arriba, la típica foto, con el fondo hacía el escondido y nublado macizo de Monte Perdido. ¡Lástima! Las vistas desde allí en un día despejado deben de ser impresionantes. Miguel Ángel y yo llegamos los últimos pero no esperamos más y emprendemos la bajada enseguida. El frío y el mal tiempo hacen que desconfiemos de la estabilidad del momento, no sea que nos cubran las nubes, empiece a nevar y no veamos la huella de vuelta.
Una vez en la cabaña decidimos recoger y volver para dormir en el refugio de abajo, en La Larri. La mayoría de las veces mis compañeros cuando no pueden realizar una actividad por las condiciones atmosféricas o externas ajenas al grupo, no entienden que hacen en un lugar en el que no pueden hacer nada, sin embargo es importante saber disfrutar del paisaje, del momento, con el hecho de, solamente, sentarte en la nieve y observar el paso del tiempo con un fondo de pantalla bellísimo e inhóspito a la vez, y pensar en la vida, en lo insulsa, monótona y poco emocionante que sería sin esos pequeños ratos en la montaña, en el paraíso. Quizás sea que yo soy un romántico perdido apasionado por la montaña, y la nostalgia y melancolía montañera superan a las ganas de bajar a la civilización, a las prisas, preocupaciones, rutina… Quizás esté algo loco; pero creo que es la locura más sana y natural que conozco.
Otra vez el mochilón a cuestas y camino de la Cabaña de La Larri. La bajada se hace más amena y corta, y en relativo poco tiempo. Ya en la Cabaña de La Larri, los catalanes seguían allí. El que iba a subir el Aconcagua venía de los lejanos Lagos de La Munia, preparándose y entrenándose; y el de Cornellá seguía hablando de los Estopa.
Una pareja se había unido a nuestro grupo para pasar la noche con nosotros. Eran un padre y su joven hijo de Zaragoza. Bajaban con el catalán de los Lagos de La Munia. Parecían cansados pero llevaban buen material; estaban preparados para la alta montaña. Mientras nosotros preparábamos la cena y cenábamos, éstos se habían cambiado de peto, pantalón, chaqueta y ropa de abrigo; se habían metido el saco hasta la cintura y se sentaron en el suelo con la espalda apoyada en la pared sin mediar palabra ni entre ellos ni con nosotros. Al cabo de un tiempo nosotros nos disponíamos a jugar al “michigan” de después de la cena y antes de dormirnos el padre le decía al hijo si ya preparaban la cena; entonces sacaron unos utensilios de cocina y hornillo muy prácticos y técnicos, de alta montaña me parecían a mi… y caros. Nunca volví a ver un ritual o costumbre como aquella. No tiene nada de especial o extraño, pero les recuerdo a los dos en medio de la penumbra del atardecer, cerca de la puerta del refugio, sentados observándonos y dormitando. Fue una anécdota curiosa que me llamó la atención. No se mostraban muy sociables, quizás por culpa del cansancio, y parecían que vivían en un mundo aparte del nuestro, como si fueran extraños habitantes de otro planeta que venían de visita… Digo esto por que ni si quiera los extranjeros que he visto, del país que fuera, tenían costumbres o acciones tan curiosas como para que se me hubieran quedado tan grabadas en el recuerdo.
Al otro día bajamos directos al coche aparcado en el Parador Nacional de Monte Perdido. El mal tiempo y las suaves temperaturas, ahora en el fondo del valle, habían impedido, ni siquiera, poder ver con toda su majestuosidad y belleza al gigante en el centro de Las Tres Sopores, la cara norte de Monte Perdido. Pero el valle me encantó y decidí volver algún otro año e intentar de nuevo la subida al Balcón de Pineta y a Monte Perdido por esta vertiente. Realmente es un valle que despierta en mí una fascinación especial.