Tanto me gustó la experiencia vivida, el valle y las montañas cercanas a Estós, que al año siguiente sugerí al Centro ir en el viaje de Semana Santa a este bonito lugar. Y así hicimos. En la Semana Santa del dos mil tres fletamos el acostumbrado autobús al Pirineo; esta vez al Valle de Benasque, con el albergue en el mismo pueblo.
Un numeroso grupo de montañeros y alpinistas formamos esta vez para la actividad de alta montaña; con el objetivo de subir, de nuevo, el Perdiguero. Jesús Andujar, Manolet, Paloma, Adrián, “el Mansa”, Ramón, Fernando Rovira, Julio, Quique, David, Miguel Ángel, Antonio Cuartero, Gonzalo, Agustín y yo formamos el numeroso grupo de aventureros que, cargados con mochilones, tiendas y “kit de supervivencia” nos adentramos valle arriba.
Nuestro objetivo era, como ya he explicado antes, subir el Perdiguero; pero esta vez, en vez de desde el Refugio de Estós como hicimos Jesús y yo, lo haríamos desde un pequeño pero muy útil refugio-vivaque llamado Cabaña de La Coma. Sencillamente pillaba casi de camino en la subida hasta el Collado Ubago del Perdiguero. Aunque oculta tras una ladera, con lo que no se podía ver desde el camino y senda a Estós, y a la derecha del mismo río de Estós. Era el lugar casi perfecto en ubicación para montar el campamento base al Perdiguero; y el lugar idóneo e idílico para disfrutar de la “soledad”, naturaleza y belleza de este rincón de los Pirineos.
A finales del invierno la nieve abundaba en el alto y medio valle de Estós. Las nubes y el mal tiempo abordaban las Tucas de Gargallosa y Molseret, y nos hacía temer por la actividad. A pesar de ello seguimos la romería el camino normal a Estós para llegar a la Cabaña del Tormo. Las nubes iban y venían al son del viento, pero el sol empezó a dominar en el valle acercándonos ya a la Cabaña del Tormo en la que la blanca y abundante nieve daba un aspecto frío pero bellísimo a todos los perfiles del valle. Al fondo el Pico Gías y Clarabide reinaban en el valle con sus elegantes vertientes y abruptas cumbres rodeadas de verticales y grises paredes, sobresalientes entre las blancas laderas que bajaban hasta Estós.
La idea de ir a la Cabaña del Tormo es por que desde allí se vislumbraba mejor el recorrido hasta la Cabaña de La Coma; y por que es preferible andar un poco más por zona conocida que no perderse por atajos o sendas desconocidas. Desde la Cabaña del Tormo hasta la de La Coma el recorrido era corto y muy asequible según el mapa. Aunque desde la Cabaña del Tormo parece que tenemos que desandar camino ya que saltamos a la otra vertiente del río y parece que sigamos valle abajo en sentido opuesto al que seguíamos. Pero una vez pasados por unas ruinas de antiguas construcciones y subido una pequeña pendiente, vemos allá abajo, oculta entre los pinos y la pradera nevada, resguardada de todo visitante habitual, el pequeño pero semicircular tejado de hojalata de la Cabaña de La Coma. La vista se abría valle arriba y más allá de las vertientes del Gías y Clarabide, las blancas y nubosas pendientes del Puerto de Chistau o Gistaín; hacía el sur sureste el bello bosque, suave y misterioso de pino negro y silvestre y más arriba las formidables formas de las Tucas d’Ixeia.
Casi no vemos la Cabaña de La Coma. Mirando al mapa debíamos de verla ya desde un punto determinado de la ladera, pero en un principio no dábamos con ella. Al poco rato alguien dijo: “¡Está allí”! señalando un punto ladera abajo, y seguimos hacía allí. Yo aún no la había visto hasta que Adrián me señaló el punto en el que la pinada se convertía en pradera nevada y la ladera terminaba en una bajada al valle principal.
El tiempo no parecía mejorar y el frío era significante, no demasiado intenso pero insistente. Montamos tres tiendas; pensábamos montar más pero al descubrir que el refugio estaba en buenas condiciones para pasar varias noches, decidimos unos cuantos dormir en la parte de arriba pegada casi al techo del mismo. Arriba veíamos, al otro lado del bosquecillo, la Tuca de Gargallosa y la ruta de subida al pico. Como un centinela guardaba la ruta de subida al Perdiguero.
El poco sol que nos había acompañado ya se iba retirando entre las enormes montañas, entre las oscuras o blancas nubes o en el infinito horizonte. El tiempo no mejoraba pero tampoco nos nevaba ni llovía, pero el frío invernal pirenaico seguía presente entre nuestra piel y nuestros huesos. Las conversaciones antes y después de la cena se daban por cada rincón del lugar, en cada rinconcillo del refugio. Intentamos, sin éxito, encender una hoguera decente en la pequeña chimenea del mismo. Éramos un grupo unido y comprometido: montañeros, amigos, compañeros de una pasión en común. Los que no se conocían, se presentaban; los que ya nos conocíamos uníamos nuestros lazos con más fuerza. Todo era una convivencia de amistad, felicidad y concordia. Jesús Andujar conoció a Quique en la montaña, ya que iban a ser compañeros ese mismo verano de expedición en el Caucaso; junto a Jesús Santana y a mí. En una apartada roca, más arriba del Refugio de La Coma, era el lugar donde podías hablar y comunicarte con el teléfono móvil. Curiosamente parecía ser que en esa única roca, como por arte de magia o de alguna especial atracción de las ondas, mensajes y conversaciones podían ser recibidos a nuestros teléfonos móviles.
Por aquel tiempo yo empezaba o intentaba empezar a salir con Maite Suarez. Antes de coger el autobús había pasado por su casa para despedirme de ella, y a la vuelta ella me esperó y recibió en el lugar donde paraba el autobús. Fueron unos detalles muy bonitos; y desde aquella roca manteníamos una comunicación ilusionada en el amor cercano que se aproximaba a nosotros. Entre mandar y recibir mensajes nos acordábamos el uno del otro, nos hacíamos ilusiones y nos sentíamos queridos. En medio de aquel frío paraíso me sentía una persona afortunada. Me sentía muy feliz.
La noche la pasamos fatal algunos. No me acordaba de los ronquidos estruendosos de alguno de mis compañeros y claro, no hay manera de dormir con un jabalí pegado a ti. ¡Solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena! A ver si ya por fin me llevo un par de buenos tapones para los oídos la próxima vez. Hace frío pero en los sacos de plumas a penas se aprecia, y todos en hilera dormimos cerca del techo de la Cabaña de La Coma.
Al otro día nos despertamos justo al amanecer. Ya es de día y el cielo aparece despejado pero no muy nítido. ¡Da lo mismo! No hay nubes y el día será perfecto. Los rayos del nuevo sol acarician e iluminan con su color anaranjado la cima, por fin visible, de nuestro objetivo el Perdiguero. Algo más detrás el Seil Dera Baquo y entre ambos el majestuoso pilar de la Tuca de Gargallosa, el sol ya iluminaba sus pináculos más altos.
Despertar, levantarnos, desayunar… muchas cosas para que este grupo de Almoradí salga temprano para subir una montaña por una vez.
Por fin estamos todos. El sol ilumina ya todo el valle y el día es especialmente luminoso y despejado… aunque sigue haciendo frío. Empezamos la subida. Atravesamos el bosquecillo y nos adentramos en una ladera toda nevada. Por suerte y a pesar de la tardanza en la subida, la nieve está en buenas condiciones; en ocasiones tenemos que ponernos los crampones. El sol empieza ya a iluminarnos y las gafas de sol se hacen imprescindibles. Al otro lado del valle las Tucas d’Ixeia, el valle con sus Agujas de Perramó y el pico Escorvets nos sorprenden con su belleza blanca, pura y escarpada bajo un cielo azul arañado por alguna banda de blanquecinas nubes altas. Tanto en verano como en invierno las vistas de subida al Perdiguero son especiales, espectaculares, hermosas y placenteras, dando una sensación de paz, sosiego y a la vez de enormidad y grandeza.
Vamos en busca de Collado Ubago y las laderas de nieve dura se empinan. En medio de aquel manto blanco y duro Quique decide hacerme una foto a contraluz por el contraste de sombras y blancura. Yo no lo veo demasiado claro pero le dejo que lo haga. Ahora debemos seguir bajo las paredes del escarpado y erosionado Perdigueret, ya que al final del mismo se encuentra el Collado Ubago, el cual une y separa el Valle de Estós del Valle de Lliterola. Estos últimos pasos se hacen más lentos. Mi cansancio y el de alguno de mis compañeros, se acentúa. El pasado mes de marzo tuve que estar en reposo haciendo musculación del cuadriceps para poder curarme la rodilla, y ahora me faltaban las fuerzas para subir.
Ya veo a la gente esperando y descansando en el collado. No falta mucho. Por suerte el día sigue iluminado por un brillante sol y no parece que se vaya a estropear.
En unas rocas del Collado Ubago vuelvo a contemplar el espectacular paisaje con el Macizo de los Montes Malditos por el abierto Valle de Cregüeña y el imponente, cercano, abruto e inexpugnable Perdigueret, ahora todo nevado y blanco. Mis compañeros recobran fuerzas, comen, descansan y se complacen con la vista.
La ruta se ve clara: dar la vuelta al espolón que baja del Perdiguero, muy fácil, y seguir una ladera que se va empinando a medida que avanzas, intercalada entre nieve y piedras sueltas hasta el Hito Este del Perdiguero. Prácticamente es el mismo recorrido que hicimos Jesús y yo el verano pasado.
Por mi mala forma física debido al mes de reposo anterior, me cuesta un montón subir. Agustín, al que también le cuesta avanzar, se queda conmigo entreteniéndonos haciéndonos fotos en la empinada subida final al Hito Este del Perdiguero. Poco a poco y a medida que vamos ganando altura, el Pirineo se va abriendo a nuestros ojos y el cielo se va oscureciendo con blanquecinas y grises nubes altas. Aún queda abundante nieve en los macizos y altos valles de los Pirineos y el paisaje es espectacular. La nieve dibuja líneas entre la negrura y oscuridad de pinos y rocas en las montañas; perfila los barrancos, praderas, llanos y a los agrestes picos como si un maravilloso y enorme pincel hubiera querido pintar una obra maestra.
Mis compañeros hace tiempo que nos han dejado. Se han adelantado y ya han cruzado y pasado el Hito Este del Perdiguero. Cuando Agustín y yo llegamos a dicha ante cumbre, el resto de mis compañeros ya están llegando a la cima del Perdiguero. Ya solo nos queda subir cumbreando por el filo de la cima hasta los 3.222 metros del Perdiguero. Nos encontramos ya a más de 3.100 metros por lo que ya no queda tanta distancia y esfuerzo.
Este último trayecto que separa la antecima del Hito Este del Perdiguero con la misma cumbre, recorre, espectacular, las cornisas formadas por la acumulación de nieve en el filo de la fácil cresta. La imagen grandiosa que, junto con estas formaciones de nieve, da el Perdiguero nos hace recordar que estamos en una de las montañas más altas de los Pirineos, y la más alta del enorme macizo Perdiguero-Luchón.
A las nubes altas le acompañan ahora nubes medias, preludio de otro cambio de tiempo para empeorar. De vez en cuando, entre estas nubes, los rayos de sol penetran para dar su, también original y bella, pincelada de claros y sombras en el ya artístico paisaje invernal. El frío no cesa; nos recuerda que seguimos en invierno, o a finales de éste. Casi mejor así, ya que el estado de la nieve es casi perfecto.
Por fin después de sortear la cresta cimera con sus cornisas de nieve y sus formaciones heladas, llegamos a la rampa final, a la cumbre del Perdiguero. A la derecha la excepcional pared salpicada de pequeños neveros le da un toque de majestuosidad al pico. Justo abajo de la pared aún debe de sobrevivir su pequeño glaciar pirenaico; enterrado ahora por la nieve que lo alimenta y cuida.
Ya estamos en la cumbre. Me ha costado mucho. ¡Como se nota el estar un mes sin hacer nada de ejercicio! Me llega a preocupar un poco; este verano vamos al Elbrus en el Caucaso y no sé si me dará tiempo a ponerme en forma. Por suerte mi fuerza de voluntad sería más fuerte que la preocupación. Estamos con todos los compañeros; incluso otro grupillo más reducido de gente que también ha llegado casi a la vez. Uno de ellos sería el que nos hiciera nuestra magnífica foto de cumbre, en la que todos los “alta montañeros” del grupo conseguimos conquistar la cumbre del Perdiguero, a excepción de Paloma y Manolet que por motivos de bufetas en los pies y otros “amorosos” se quedaron guardando el campamento base con actividades alternativas y de paseo por la montaña.
Estamos casi en el centro del Pirineo y el paisaje es soberbio. Puede que sea muy repetitivo al expresar y manifestar con estas letras lo experimentado y visto, pero no me cansaré de recordar y ver aquellas fotos hechas a la infinidad blanqui-negra de aquellos Pirineos invernales y fríos: Montes Malditos, alto Valle de Benasque, Pirineo francés, montañas del Valle de Arán, resto del macizo del Perdiguero, el cercano y espectacular macizo del Posets al sur, macizo del Bachimala, macizo de La Munia, macizo del Pic Long y Neouville, y al fondo, casi inapreciable si no sabes reconocer sus característicos perfiles, el macizo de Las Tres Sorores, Monte Perdido y compañía. Todo iluminado por la blancura y luz de la nieve, por las manchas de rayos de sol de aquí y de allá que aprovechaban esos espacios entre las nubes para introducirse en este mundo frío pero a la vez bellísimo. Raras veces he visto y veré el Pirineo como en aquella ocasión. Un verdadero lujo para un pirineista inhabitual.
Tomamos algo. Echamos innumerables fotos y regresamos desandando el camino de subida. Con la vista puesta en el majestuoso macizo de los Montes Malditos y el enorme y ahora blanco valle de Cregüeña. El Maladeta, Pico Maldito, Aneto y Russell se interponían unos a otros como queriéndose asomar y salir en la foto; cada uno con sus más elegantes galas: paredes, cimas picudas, barrancos, cresterías… y bordados por ese manto blanco y esa oscura chaqueta de roca granítica. El sol, que se daba cuenta del momento, aprovechó para enfocar con sus relucientes rayos de luz a aquellos “artistas” y “modelos” de aquel hermoso desfile de roca y alturas.
Abajo, en la planicie, después de pasar por el Collado Ubago y antes de internarnos en el bosquecillo cercano a la Cabaña de La Coma, un último vistazo al Perdiguero; aunque desde este punto se vislumbra mejor y más cercano el Hito Este, flanqueados por sus abruptos, enérgicos y espectaculares centinelas: La Tuca de Gargallosa con su cresta a la cumbre del Perdiguero a la izquierda, y el cercano Perdigueret con el Collado Ubago separándolo de su padre el Perdiguero. Hacía el sur las impresionantes Tucas d’Ixeia que separan el Valle de Estós y Perramó del de Benasque. Impresionantes, altivas y muy escarpadas, nuestros ojos no podían apartar la vista de ellas. Bajo un negro nubarrón pero iluminadas por algunos rayos de sol daba la impresión de que se debatían en una batalla por el dominio de aquellos lugares, la luz y la oscuridad.
De nuevo en nuestro particular campo base. Las nubes se retiran a medida que el día va llegando a su fin. El crepúsculo ilumina las paredes de las Tucas d’Ixeia que desde las proximidades de la Cabaña de La Coma tienen otras formas y perfiles pero que no dejan de ser espectaculares y soberbios. El frío no se va; y ahora que empieza a despejarse, la noche promete ser fría, casi como la anterior o peor. Algunos, Ramón y Fernando Rovira, deciden bajarse a Benasque. Puede que no aguanten más frío ya o que sencillamente ya están conformes con la actividad que han realizado en el día. Me preguntan el camino más corto para volver a la senda del Valle de Estós, y yo les explico, según al mapa, que sigan la senda hacía el este ladera abajo; al contrarío de cómo llegamos a la Cabaña de La Coma desde la del Tormo; y al rato cruzan el río Estós (por un supuesto puente) y ya siguen valle abajo por el camino hacía la carretera Benasque-Hospital y el final del Valle de Estós. Al cabo de los días, cuando los volví a ver en Benasque, me recriminaban que tuvieron que cruzar el río sin puente y que se mojaron todo. Yo solo les expliqué lo que venía en el mapa ¡je, je!
No sé si habíamos cenado o íbamos a cenar, yo me acerqué a aquella roca grande y solitaria que hacía de recepcionista de las ondas de telefonía móvil. ¡Aún no me explico como solo se podía llamar y mandar mensajes en esos dos metros de espacio que ocupaba la roca! de casi todos los alrededores. Encendía el móvil apagado por la rápida descarga de las baterías por el frío, y esperaba a que me llegaran los mensajes. Alguna llamada perdida y mensajes de Maite que me alegraban y llenaban mi corazón de amor. Alguna llamada y escuchar su voz con aquel acento tan peculiar francés y casi sensual. ¡Que bonito! que haya alguien especial que se acuerde de ti en aquellos lugares tan fríos. ¡Que bonito! poder expresar mis sentimientos, alegrías y experiencias en menos de 30 palabras. Pero más bonito es saber que ella los está recibiendo con la misma ilusión que yo.
Por la tarde una inesperada conversación y “cuentacuentos” a cargo de Julio. Andanzas y desandanzas, amoríos y desamoríos de un “granaino” en la Vega Baja. Estábamos todos expectantes a sus historias. Pocas veces me habré podido reír tanto y en compañía de tanta gente como en la Cabaña de La Coma del Valle de Estós. Aunque el recuerdo de sus historias y palabras es fugaz, el momento, las risas, carcajadas y alegrías perviven siempre en mi memoria y en mi corazón. ¡Que gracia tiene este “granaino”! A partir de entonces y por más ocasiones y experiencias vividas con él, Julio se convertiría en una persona especial para el grupo. Que risa nada más el recordarlo… a veces la vida se compone de pequeños momentos como ese… y si no fuera por ellos, la vida no tendría el mismo sentido. A veces hay que recordarlos en los momentos en los que te encuentras hundido, para darte cuenta de que la vida es un sueño (como dijo Calderón de La Barca) en el que no merece pasarlo ni estar mal.
Ya anochece. Los plumas, los gorros, chaquetas y guantes se hacen ahora imprescindibles, a pesar de los mágicos momentos de risas y alegrías, el frío es un imperativo fuerte en ese momento. Miguel Ángel se ha torcido el tobillo o lo tiene dañado y con una bolsa llena de nieve, se la coloca en el pie desnudo en la zona hinchada para rebajar la molestia. Ahora son las conversaciones de estos próximos viajes, de lugares que visitar, montañas que subir, países que encontrar, es la nota dominante. La sombra del Elbrus se cierne sobre nuestras mentes ¿¡Todo saldrá bien!? Habrá que intentarlo ya que vamos.
La noche en los sacos, un calco de la anterior, para que contar y recordar más al señor jabalí. Al otro día la gente está cansada o a gusto en sus sacos y no quieren salir de ellos. Nos levantamos tarde. Estamos de vacaciones ¿no? El día aparece súper despejado, aunque no por toda la mañana, y el Perdigueret, Perdiguero, Tuca de Gargallosa y Seil Dera Baquo nos ofrecen sus mejores perfiles, bellos, elegantes y altivos iluminados por el radiante sol de la mañana, y nos enardecen con sus presencias. A lo largo de la mañana y del día el tiempo empeorará dando gracias a que no lo hizo el día anterior de la subida al Perdiguero.
No sabíamos muy bien que hacer, pero al final decidimos desmontarlo todo, dejar de pasar más frío en aquel lugar pero no bajar de la montaña; dirigirnos al espacioso y acogedor Refugio de Estós en una marcha tranquila pero pesada por el cansancio de ayer, el mochilón y mis botas plásticas.
Emprendimos el camino de regreso desandando nuestros pasos hacía la Cabaña del Tormo. El día estaba empeorando por momentos; las nubes ya cubrían la Tuca de Gargallosa, Seil Dera Baquo y poco a poco Molseret. El valle era encantador con estos colores sombríos y a la vez tan vivos. Ya en la Cabaña del Tormo cogimos el sendero GR-11 hacía arriba y hacía el este, hacía el Refugio de Estós. A medida que subíamos valle arriba la nieve era más abundante y el cielo se oscurecía más. La nieve o la lluvia no tardaría en aparecer en aquel día.
Subido en un alto risco como si de una fortaleza que otea a sus huéspedes que se aproximan por el sendero señalado se tratara, apareció el fenomenal Refugio de Estós. Grande y austero pero acogedor y cómodo, situado estratégicamente en un punto del valle mezclándose con los colores de las rocas y los árboles. La marcha no duró demasiado, no llegó a dos horas hasta el refugio. Dejamos la incomodidad, el frío y el insomnio de la Cabaña de La Coma, para disfrutar de las comodidades de un refugio de alta montaña. Al poco tiempo de llegar a él, la nieve empezó a caer de una manera tímida pero hipnotizante y mágica, como siempre lo suele hacer para un hombre de tierras cálidas como yo. A partir de aquí las risas, juegos, celebraciones, fotos, muestras de amistad, bromas… era lo que predominaba. Todo un mundo de compañerismo, felicidad, alegría con tus amigos, con el lugar que te rodea y con la Tierra al fin y al cabo. No piensas en los desastres, desgracias, problemas, iras, odios… nada de eso. Por unos días olvidas o minimizas en tu cerebro aquellas preocupaciones y dolencias que tengas, y exaltas la alegría del compañerismo en el entorno en que te encuentras, el esfuerzo por la meta conseguida, la belleza, la paz… aquí es cuando te das cuenta, como en muchas otras situaciones parecidas, que formas parte de la Tierra y del Universo, y que todo en concordancia y equilibrio te hace sentirte libre, fuerte, poderoso, humano y vivo… muy vivo.
A la hora de la cena y con algunas botellas de vino para amenizar al cerebro y soltar la lengua, nuestro maestro de ceremonias, Julio, siguió con su gracioso repertorio de chistes, bromas e historias al estilo andaluz “granaino” haciéndonos desencajar la mandíbula y que nos doliera los mofletes de tanto reírnos. Después salimos a la terraza del refugio en plena noche para disfrutar aún más del teatro de la Tierra: oscuridad de la noche, frío, nieve que cae minúscula y simpática, palabras con los amigos, risas, amistad y amor… a veces es difícil describir unos sentimientos tan vivos y profundos como aquellos, ahora que estoy sentado seis años después en la mesa de mi comedor con el corazón destrozado, el ánimo por los suelos y un futuro tan incierto como nunca lo he llegado a ver… pero sé cuando me sentí verdaderamente feliz, se que lo viví y lo gocé, por que por muy mal que pueda estar, siempre quedó algo que me caló muy hondo en una parte de mi corazón, y se que nunca se borrará. Es una de las cosas que me ayudan a luchar día a día, por que anhelo volver a sentirlas y volver a estar en paz, concordancia y equilibrio con mi corazón, mi alma y con el alma de la Tierra.
La noche en Estós no fue igual que en la Cabaña de La Coma, con literas, colchones, calor… más comodidad, aunque nos siguió y se quedó con nosotros el mismo jabalí que hablaba en mitad de la noche y no me dejaba dormir. Dos o tres años después nunca se me olvidarían los tapones para los oídos.
Al otro día ya había que bajar a Benasque, pero sin prisas ni atropellos. David y “el mansa” decidieron salir más temprano y subir valle arriba por la senda GR-11 que sigue por detrás del refugio hacía el famoso Puerto de Chistau o Gistaín. No tardaron mucho en ir y volver, contándonos la abundante y blanda nieve que había en la zona. El mal tempo seguía dominando el valle, más tapado que nunca, y ahora si, ahora no, caía esa fina nieve, agua nieve o lluvia según lo alto que te encontraras en el valle. La marcha hasta Benasque prometía ser algo larguilla y emprendimos la bajada sin demora una vez que ya habían llegado David y “el mansa”. Puestos con las cubre mochilas y ropa impermeable para no calarnos hasta los huesos, bajamos cruzando puentes, sendas, rocas, nieve… maravillados por el espectacular paisaje pirenaico en uno de los rincones más bellos de la cordillera.
Ya abajo en Benasque, nos reunimos con el esto de los participantes al viaje de ese año. Comentarios, preguntas y el reconocimiento del albergue escogido en el centro de Benasque. Por la noche salimos de cena, fiesta y baile, y fue una de las veces que mejor me lo pasé de fiesta; con mis compañeros de montañas, de cumbres, de Pasión y vida.