Después de levantarnos y desayunar sobre las ocho de la mañana, decidimos dedicar el día a visitar el centro de La Paz y contratar las actividades de salida a Titicaca y Tiwanako. Nos dicen que en la céntrica Plaza Murillo los domingos hay un recital de música con la banda de música de la escuela del ejército, y claro, un espectáculo así no nos lo podíamos perder. Quizás si ese mismo recital hubiera sido en España, en los lugares que ya conocemos y con participantes más allegados, más cercanos, no hubiéramos asistido; pero era Bolivia, Sudamérica y allí las cosas cotidianas, normales, habitantes se vuelven originales, únicas, extraordinarias.
Con lo que cogimos dos taxis en la Avenida José Bollivian para que nos dejaran en las proximidades de Plaza Murillo. La Plaza Murillo se encuentra en el mismo centro del casco antiguo de La Paz. Con calles menos inclinadas pero con su acostumbrada pendiente. Parece no tener nombre el barrio o zona en la que se encuentra ubicada la plaza, ya que es el mismo centro. La plaza es más o menos cuadrada con la inclinación hacia el norte. Al sur, abajo, la catedral con un aspecto y arquitectura extraña, más parecida a la Renacentista que a la colonial española, con dos torres cuadradas terminadas en unas cúpulas de formas, dibujos, pináculos, columnas, dinteles casi renacentistas, rescatados de algún antiguo templo romano, y detrás una cúpula más grande y alta justo en el centro de la planta en cruz de la catedral, esta vez redonda y abovedada, como una pequeña San Pedro del Vaticano o San Pablo de Londres. Para ser domingo poca gente asistía a misa, se ve que sigue habiendo más devoción a la antigua, natural y ancestral Pachamama, que al Dios de los Cristianos. Aunque en su interior, como en la inmensa mayoría de las grandes catedrales y templos, bien merecía una extendida visita por la hermosa arquitectura, ornamentación, esculturas y formas. Según mirabas de frente a la catedral, a la izquierda te quedaba el imponente edificio del Palacio Legislativo, el Parlamento, sede del gobierno boliviano. Poderes por los que lucha y compiten las ciudades de Sucre y La Paz por lo que llamaban “el Cavildo”. Un edificio recio, bonito, como nuevo, moderno y bien cuidado; también de un estilo como colonial y renacentista, pero más lustroso. Con mayor cantidad de grandes ventanas, enormes columnas que se asemejaban a las del Partenón de Atenas, dinteles en forma de triángulos achatados, muy clásica y llamativa.
En el centro de la plaza un monumento, una estatua, como muchos en Sudamérica recordando la libertad, las batallas ganadas a la esclavitud, al colonialismo… la “unión” del pueblo boliviano y la “gloria” del mismo, entre otras frases y palabras. Hay personajes, un ángel y la estatua del que parece fue fundador de la ciudad… en un valle de Paz.
En unas escaleras de la misma plaza nos sentamos como comunes bolivianos a escuchar la banda de música del ejército. De espaldas a la catedral y vestidos con galas militares, un “escuadrón” de numerosos músicos tocaban obras clásicas y no tan clásicas, hasta incluso reconocimos alguna banda sonora de alguna famosa película. Muchas familias bolivianas se agolpan en esa radiante y soleada mañana de domingo para disfrutar y deleitarse con la música que salía de sus numerosos y diferentes instrumentos. Un momento para la reflexión, la contemplación y la observación de la quietud mientras el sonido aborda y relaja nuestros sentidos. No eran expertos músicos como los hay en España, en Europa, en Norteamérica… pero estábamos en La Paz y la sobriedad sobraba. Cientos de palomas revolotean alrededor. Una gran animación de gente iban y venían, se paseaban con sus niños pequeños y compraban estupendos helados de vendedores con carritos ambulantes como sacados de una España de postguerra civil. A pesar del incesable movimiento, la tranquilidad y paz que se respiraba hacía muy bien honor al nombre de la ciudad.
Después de un tiempo empapándonos con el ambiente paceño, decidimos acercarnos a la que se convertiría en una de las calles más visitadas de La Paz por nosotros, la calle Sagárnaga, para contratar en una de sus numerosas “empresas o agencias de viajes”, las salidas a Titicaca y Tiwanako. Cogimos la calle Socobaja hacía abajo (nunca mejor dicho) pasando por la puerta del Museo Nacional de Arte en busca de cruzar la céntrica Avenida Mariscal Santa Cruz, cuando nos encontramos con un numeroso gentío agolpado en la misma avenida y en el centro de la misma, cortando el tráfico, el desfile de un peculiar desfile.
Es el ensayo general del desfile que será el sábado próximo. Nos sorprenden sus filas de participantes. No llevan el traje entero, pero sí unas originales botas altas y con polainas de las cuales cuelgan campanillas que, según la fila o paso, son de diferente forma, tamaño y sonido. Es emocionante ver como desfilan dando esos fuertes pasos y bailes con los pies para que suenen lo más fuerte posible esas campanillas, esos cascabeles; que entre todos, forman una “orquesta” de estruendoso y llamativo sonido cascabelil. Me recuerdan algo a los Moros y Cristianos de mi tierra, por que forman filás como éstos, tienen un “capitán” que los dirige y que se exhibe ante el público en ocasiones, y por que tienen un paso firme, bailón y original. Como intentando mostrar lo alegres y orgullosos son. Espléndido. Nos quedamos boquiabiertos y empezamos a comentar desde una de las barreras los diferentes, originales y sorprendentes atuendos que llevan, tanto hombres como mujeres.
Acaba el desfile y nos mezclamos con el numeroso gentío que, antes quieto viendo el espectáculo, comienza a moverse para todos lados como una marabunta inquieta. Vemos la Iglesia de San Francisco y su original arquitectura y ornamentación de su fachada. Muy bella y enriquecida; menos sería y sobria que la catedral; con más curvas y elementos florales y animales que le daban una imagen de cercanía, belleza y humildad a la vez. Con su firme campanario con una extraña cúpula de forma casi picuda como la de una bala o proyectil mirando al cielo. Todo junto a la plaza que daba a la misma avenida y a la perpendicular calle Sagárnaga que salía casi desde su misma puerta. Nos llamó la atención los puestos de cambista de dinero que había en la misma acera de la calle Sagárnaga frente a la Iglesia de San Francisco. Podíamos ir a un banco a cambiar euros por bolivianos, pero la comisión era mayor, al igual que la espera en ventanilla… aunque la seguridad también era mayor. Creo que recordar que llegamos a cambiar dinero, a mitad de nuestra estancia en Bolivia, en uno de esos puestos junto a la Iglesia de San Francisco: teníamos miedo de sacar el dinero en medio de la calle y dárselo al cambista por si algún ladrón se percataba y se acercaba corriendo a robarnos. Pero no. El caso es que parecía todo muy normal allí, esa transacción en medio de la calle, a la vez que veíamos eran tan legales como habituales. A pesar de ello me movía con cautela y mis cien ojos no paraban de mirar en todas direcciones; e incluso pedía a mi compañero Jesús que estuviera alerta conmigo en el intercambio. Doscientos ojos ven más que cien.
Ya en la calle Sagárnaga íbamos subiéndola apreciando los diferentes puestos, tiendas, bares, restaurantes, casas, esquinas… todo. Nos íbamos metiendo en las pequeñas empresas de tours y viajes turísticos para preguntar al Lago Titicaca y a Tiwanako. En el Hotel Calacoto nos lo ofrecían por 188 $ y que debíamos separar lo que era la visita al lago de la visita a las ruinas. Nos decidimos por Nuevo Continente que nos ofrece dos días y una noche por 55 $ o 60 si decidíamos pasar una noche en la Isla del Sol. Quedamos con la chica de la empresa después de comer para reservarlo, después de ver todos los diferentes precios de otras empresas ubicadas en la calle; y mientras nos subíamos hasta la calle Illampú para visitar y deambular por el sorprendente y enigmático “Mercado de Las Brujas”.
Si hay alguna cosa por al cual más se identifique a La Paz, es por su original, encantador y atrayente Mercado de Las Brujas. Donde la magia, el folklore y la superstición se mezclan bajo una cultura, simbología y tradición de adoradores de la Naturaleza, del Universo y sus poderes ocultos. Es increíble lo que nos podemos encontrar aquí; el viajero desconocedor de las costumbres y tradiciones bolivianas, Aymaras, se sorprende con gran seguridad con la infinidad de objetos, cosas, símbolos… que puede encontrar aquí relacionados con la suerte, la hechicería, la superchería… tan habitual allí en Bolivia desde hace cientos o miles de años como petrificado, sin palabras y anonadado se queda el visitante con la sorprendente visión: el mercado se encuentra en las mismas calles de alrededor y en la misma Illampú; según por el sector o zona por donde te muevas encontraras puestos con la misma mercadería: frutas y hortalizas, tejidos, semillas, puestos de comida hecha… me recordó algo al mercado de Guamote en Ecuador (exceptuando el mercado de las brujas) pero en una gran urbe. Y ya la parte donde los puestos se sientan viejas y jovencitas aprendizas Yatiris con toda clase de objetos para atraer la buena suerte, el dinero, el amor… sobre todo: jabones, velas, perfumes… estatuillas de viejos dioses y diosas cada uno dedicado a atraer algo bueno a la casa del comprador: salud, comida, fertilidad… a algunos de estos dioses los veríamos pocos días después en el famoso Tiwanako. Aunque lo más sorprendente fue encontrar a esos animales muertos disecados adornados como reyes y principal atracción del lugar: fetos de llama utilizados para dar buena suerte, estabilidad y fuerza a los recios cimientos de una casa cuando se empieza a construir, si se entierra uno de ellos en casa esquina de la nueva casa. Ésta concretamente es una tradición también extendida en Perú, en la que incluso se llegaba a raptar y matar mendigos y vagabundos sin familia ni nadie que pudiera preguntar por ellos, para enterrarlos bajo los cimientos de la casa… supongo que sería como una especie de sacrificio a la Pachamama o al dios correspondiente para que, a cambio la casa o edificio se rigiera recia, portentosa y duradera. Me estremezco nada más pensar en el propio ritual, aunque fuera solamente con los indefensos y nonatos fetos de llama. También habían armiños rodeados de una cinta roja y billetes, dinero cogido a ella para que atrajera la fortuna. Sapos hinchados y petrificados, esos seres símbolos de lo secreto, de la sabiduría, del inframundo, de los poderes ocultos… Y todo un sinfín de objetos y curiosidades erigidos al trato con la magia, la hechicería y la superstición. Sencillamente increíble, sorprendente, cautivador… pasearte por aquel mercado era como moverte por un mundo liberal, antiguo, de una cultura ancestral tan habitual, corriente como impregnada en aquellas gentes, como repudiada, repelida, discriminada y fatalmente perseguida ha sido en el viejo mundo. No me canso de pasear entre aquellos recuerdos de viejas Yatiris que te ofrecían el bienestar, la magia y el hechizo necesario para cumplir tu deseo, tu ilusión ¡Algo fascinante, irrepetible!
Fuera del propio Mercado de Las Brujas pero en la misma calle Illampú, acercándonos al Hotel Rosario, con encontramos con un Aymara, medio boliviano medio peruano pero con pinta de chamán, que extiende una manta en el asfalto de la calle y expone una serie de piedras, colgantes y amuletos. Nos decidimos por comprarle algo, fue una especie de decisión unánime expresada quizás, por la atracción que ejercía la “magia y poderes” de aquel supuesto Chamán. Yo me decidí por comprar dos colgantes con una piedra de cuarzo transparente engarzada a un cordel de piel como si la capturara en una sencilla y delicada red. Una para mí y otra para María Bernad, pensando en que quería que le trajera a ella la misma buena suerte que quería me trajera a mí. “Las noches de Luna Llena introdúcela en un recipiente con agua y sal, para que se limpie y recargue de buena energía al cuarzo. El agua es un elemento conductor de energía, y la luna llena… si puede mover los mares ¿Qué crees que puede hacer con su atracción sobre la piedra?” me dijo el “Chamán”. También compré otro colgante con una piedra volcánica en forma de flecha. “Esta roca viene de las piedras que rodean Machu Picchu. Son piedras con poderes especiales” me asegura el “Chamán”. Yo lo compro para regalársela al rebelde hijo de María Bernad, Álvaro, como símbolo de mi amistad y de su actitud guerrillera y revolucionaria con todo lo que no estuviera a su alcance o a su disposición. Una punta de flecha; símbolo de la adolescencia guerrera y rebelde.
Después de esta interesante y sobresaliente visita al Mercado de Las Brujas, que no fue la única ni última, decidimos buscar un sitio donde comer, pues ya se acercaba la hora del mediodía. Llegamos a una especie de bar, restaurante, comedor, o como se diga allí, al que se subía por unas escaleras y luego era un gran patio y comedor muy espacioso y amplio. Al ser domingo las mujeres Aymaras se vestían con sus mejores galas, o más bien con un colorido y adornado traje típico boliviano. Comen y beben alegres en el ruidoso comedor. Zaida y Gemma ven a una de estas redondas y amplias mujeres bolivianas y entonces comenzaron a hacerle fotos como a escondidas, como para que no se entere por si le sienta mal. Pero todo lo contrario: el resultado es que al final se hacen fotos juntas a esta señora Aymara y entablan una conversación con preguntas sobre el traje que lleva. Realmente es muy bonito dorado con adornos plateados, muchos adornos plateados. Sería difícil explicar el traje en sí, pero a mí me recordaba a un traje de luces de un torero, aunque no se le parezca en nada, con falda ancha y blusa. Muy bonito y llamativo. Al final acabaron dándose los mails para que les pasase la foto con la mujer boliviana Aymara y su traje típico de gala. Terminamos de comer y llenamos verdaderamente la pancha (los platos eran muy suntuosos) todo solo por 211 bolivianos, unos 21 € para ocho personas.
Después de comer volvimos a la hora convenida, a la puerta de la oficina de la empresa con la que queríamos contratar la excursión al Titicaca. De nuevo cruzamos el ensayo del desfile por otra importante calle del barrio. Los participantes llevaban puesto, algunos, medio traje del que debían llevar, seguía siendo muy sorprendente y llamativo. Llegamos a la calle Sagárnaga y estuvimos esperando y llamando al celular a la oficinista encargada de la empresa, pero ni llegaba, ni había forma de hablar o dar con ella. Yo pensaba que hoy siendo domingo por la tarde y con el ensayo del desfile, esta chica se había tomado el resto del día libre. Total que, al final decidimos entrar en la empresa de Adolfo Andino en la misma calle, algo más arriba y contratarle a este señor (que fue el mismo dueño el que nos atendió) el viaje a Titicaca, con noche en la Isla del Sol. A Jesús le parecía una empresa más seria y que hacen salidas a la montaña. Tienen guía y logística para expediciones. Yo lo observo todo en la oficina de la empresa y me quedo mirando tablones de anuncios con fotos de clientes en las grandes montañas saludando, posters de bonitas y espectaculares fotos de paisajes, subidas y grandes montañas bolivianas… todo un mundo, nuestro mundo. Javi y Ballester son los encargados de tratar con Adolfo, son nuestra voz común pero a la vez nos consultamos y hacemos las cosas con unanimidad de opiniones. Nos toman los nombres y quedamos ya mañana a las 07:30 de la mañana para realizar nuestra primera e interesante actividad en Bolivia: conocer el inmenso, famoso y atrayente Lago Titicaca, el lago navegable a más altura del mundo.
Mientras esperábamos en la calle Sagárnaga, nos convertimos en fantásticos observadores de la cotidianidad del lugar, que para nosotros era algo nunca visto: muchos visitantes, americanos, europeos subían y bajaban por la calle, pero no eran turistas normales, eran más bien del tipo nuestro: aventureros, montañeros, bohemios, hippies… y la gran mayoría jóvenes; observar el extraño discurrir el tráfico calle abajo, de esas guaguas, autobuses sacados de los años 50, de sus movilidades, furgonetas de 10-12 de asientos que hacían a la vez de taxi y microbús, y muy pocos coches particulares que se dejaban los frenos con un chirriante sonido y un metálico olor a desgastado que te hacía sentir como transportado en el tiempo, en la época en que la contaminación y los insoportables olores mecánicos era lo de menos para permitir la modernización de la civilización. También increíble el sistema de cableado en las calles de la ciudad; cuesta mucho de creer que la luz y el teléfono llega, sin problemas, a cada casa viendo el nudo y la maraña de cables en lo alto de los escuálidos postes de la luz.
Las chicas han ido a comprar agua y algún delicioso pastel; y Ballester con Edu han ido a comprar una bolsa de hojas de coca, junto con una pastillita negra que llaman lejía. La lejía se ha de masticar junto con las hojas de coca para quitarle la acidez a las mismas. De esta manera se hace el “acullico”, que es la costumbre de masticar las hojas de coca. Contrariamente a lo que se pueda pensar y a lo que hemos visto por medios informativos, y siempre con esa malograda y nefasta “mafia” de la droga por medio, la hoja de coca en sí, como planta natural no es mala. Los malos somos los hombres que, mediante procesos químicos, la transformamos en cocaína, creamos el tráfico de drogas, nos convertimos en miserables cocainómanos y establecemos cárteles, mafias para su contrabando. Los indios de los Andes: Aymaras, Quechuas… siempre han tomado hoja de coca natural. Es buena para el dolor de cabeza, la fatiga, previene enfermedades… y lo más importante es el arma más usada, natural, contra el “soroche”, el mal de altura; no hay que olvidar que nos encontramos en la capital a más altura del mundo. Aquí podemos encontrar la hoja de coca incluso para tomar en infusiones, tan normal y natural como si fuera manzanilla, té, menta… de hecho se le llama “Té de coca”. En ese momento no me atreví a probarla por la mala e injusta fama por la que la habían tachado.
Decidimos volver. Mañana ya teníamos el viaje al Titicaca con una noche en la Isla del Sol. Bajamos a la Avenida Mariscal Santacruz donde siguen los ensayos del desfile; y seguimos por la Avenida Camacho. En el número 1.484 nos topamos con la Casa de España; un edificio de arquitectura medio colonial, clásica, moderna, muchos estilos y ninguno, pero que, y observando la fachada, nos percatamos de que aún conserva “el pollo negro”, el águila con el escudo símbolo franquista. No sabemos si reírnos, burlarnos o escondernos. El caso es que la pétrea anécdota nos hará repetir y volver al lugar para enseñarles tan “histórica” simbología a nuestros compañeros.
Llegamos a un parque cerca de la Avenida del Ejército que presumiblemente sería el Mirador Laikakota. Aquí terminal el desfile-ensayo. Con la imponente planta del grandioso Illimani al fondo, surcado por sus glaciares y custodiado por sus torres altas, heladas y vigilantes del horizonte, sus altivos picos. Una visión magnífica de un gigante, de lo que llamamos una gran montaña. En ese momento se me hacía un poco, nunca mejor dicho, cuesta arriba el saber que tenía que aproximarme a él, abordarlo y conquistarlo; pero por el momento no quería pensar en ello, solo cuando llegara el momento. Ahora me sobraba y enaltecía solamente el ser un mero observador de la puesta de sol tras sus faldas; ser testigo del cambio de colores, de luces y sombras, de temperaturas a esta parte del mundo con mi pupila fija en el grandioso Illimani.
Habían una especie de recreativos: muchos futbolines todos ocupados, una pequeña noria y pequeños tiovivos hechos como de “palicos y cañicas”, bicicletas pequeñitas que se alquilarían para niños pequeños… todo un lugar de juegos al aire libre. Eso sí, con las grandes pancartas, carteles y anuncios de la cerveza más famosa, bebida y conocida del lugar: Paceña. Por todas partes de la ciudad se veía este anuncio de letras representativas; la cerveza de La Paz. Y es que como bien piensa mi querido y compañero de grandes montañas Jesús Santana, los bolivianos son gente que les gusta mucho la música (como en el desfile con sus cascabeles), y tienen un fuerte sentimiento de pertenencia a su país, a su ciudad y a sus grupos. Son gente discreta que les gusta divertirse, honesta y amigable en su mayoría.
Ya se hacía de noche en aquel atardecer mágico, un domingo en la ciudad de La Paz, y debíamos volver al hotel. Cogimos dos taxis, los dos con costes diferentes para hacer el mismo recorrido: 12 y 20 Bs.; que es lo que pagas de más cuando no negocias el precio. Ya en el hotel cenamos, hablamos entre nosotros y pronto a la cama pensando en que mañana ya íbamos a encontrarnos con ese gran lago sagrado para los aborígenes de Sudamérica, para las diferentes civilizaciones que se han establecido a lo largo de milenios en los Andes, y para aquellos que aún creen o empiezan a creer en la magia de la Tierra, en el Espíritu de Gaia, la Pachamama… el Lago Titicaca.