Aunque el nombre de la actividad no fue el actual nombre del relato, un descubrimiento, unos comentarios y la ilusión de toparnos con la historia, me hizo cambiar de idea. Quería recorrerme una de las zonas de esta montaña que creía serían de las más bonitas y casi solitarias: el camino a Sant Segimon desde Viladrau. Y el descubrimiento de nuevas rutas, recorridos, rincones y bosques, así como el exagerado correr del agua en los torrentes saltados, dejaron cortas y desfasadas mis expectativas más espectaculares.
Esta vez somos unos pocos 7 participantes. Y quedamos el pasado sábado 4 de mayo en el Restaurante la Solana del Molins, en la carretera de Viladrau a Seva, a pocos 1’5 Kms. de Viladrau. Hace 3 días ya había realizado otra bonita actividad por las cimas y fuentes del Matagalls, en Montseny. Las Fonts perdidas del Matagalls desde Collformic. Espectacular. Y ahora nos recorreríamos algunos de los valles por los que bajaban parte de las aguas de esas fuentes que nos habíamos recorrido, ahora convertidos en verdaderos torrentes.
Había mirado varias rutas y varios enlaces de recorridos con mi viejo y desactualizado mapa de Alpina. Una de ellas comenzaba y pasaba por el Club de Polo Sant Antoni de Viladrau, y la otra desde el mismo lugar de donde sale el recorrido de este relato. Salir del mismo Viladrau me pareció demasiado, y aunque por pocos kilómetros más, parecía bastante más largo. En el wikiloc me daban esas dos pistas, y opte por la que parecía menos larga de las 2. Con lo que, una vez todo programado, “controlado” y organizado, salimos en busca de la aventura.
Una vez comprado el desayuno de Francesc en el Forn ubicado justo en el centro de Viladrau (con deliciosas delicatesen) nos dirigimos al Restaurante la Solana del Molins a esperar al resto de participantes. Aparcamos en el pequeño aparcamiento junto al edificio, ya que estaban arreglando el aparcamiento bajo la carretera. Una vez que ya estamos todos, y les doy permiso para desayunar en el mismo restaurante, emprendemos una de las marchas más bellas y sorprendentes que he realizado por el Montseny hasta ahora.
El recorrido comienza fácil: hay que seguir la pista que sale desde la misma puerta del restaurante hacía abajo y en dirección al Montseny, el cual observamos y admiramos con su extraordinaria masa boscosa, verde y exuberante de vida, alucinados y boquiabiertos. No hacemos caso a la pista que sale a la derecha y seguimos hacía abajo hasta toparnos con el puentecillo que cruza la rica y verde Riera Major. Según el mapa del ICC una vieja y descuidada senda debe salir del camino justo antes de cruzar el puente y casi a la orilla de la riera, hacía la izquierda, en busca de Molí de Baix, cruzando Camps de Moliner. Pero nuestro intento es fugaz y estéril: los matorrales y exuberancia de lugar han tapado, invadido y frustrado nuestra marcha y el recorrido de esta impenetrable senda. Abortamos y volvemos al camino. Mientras se nos han quedado unas bellas imágenes de verdor y vida junto a la Riera Major.
Justo después de cruzar el puentecillo de la Riera Major nos deberíamos topar con un caminillo junto a un prado, pero no lo distingo y seguimos pista arriba. Los alrededores y lugares están muy verdes y hermosos; imágenes llenas de vida. Aún a malas podemos seguir la pista hasta el cruce con la que sube a El Molins; pero en una curva de la misma pista, no muy lejos del puentecillo, nos encontramos un caminito que sube a la izquierda y arriba, y que no sale ni en mi viejo mapa de Alpina, ni lo vi actualizado en el mapa del ICC. Lo seguimos ya que coge la dirección adecuada para salir justo en el cruce en la parte de arriba de la gran casona de El Molins. Antes hemos visto la gran casona entre los árboles y vegetación del caminillo. Las casas en esta parte del Montseny son más escasas pero lo compensan con su enorme tamaño… son casi mansiones y casonas señoriales, impresionante.
En este cruce, justo en la parte de atrás de la enorme casona, sale el camino que viene de Viladrau y se dirige a Sant Segimon. Ya llevamos la buena y reconocida dirección. Nos asomamos a la fuente que mira hacía la fachada de la casona, y seguimos unos pasos hacia la derecha y este, cuando, al dejar atrás, a nuestra espalda la casona de El Molins, encontramos una sendilla bien marcada que sube y se interna en la frondosa vegetación a la derecha. ¿Cómo sabemos que es la senda idónea? Un simpático y llamativo cartelito de madera nos indica: “A l’Erola i Sant Segimon”. Perfecto. Ya no hay pérdida.
Seguimos la ancha senda o antiguo camino de herradura. No nos desviamos hacía ningún otro camino o senda, siempre con dirección general oeste-suroeste. Hermosos parajes, árboles altos y vivos, paisajes inolvidables, frondosos y verdes. Nos paramos junto a un extraño agujero excavado en la pared: El Cau de Les Guilles. De muy poca profundidad y extraña utilidad… curioso. Conversaciones sobre las diferentes formas de decir zorro a causa del nombre de la cueva: guilles, guineu, rabosa… interesante. Al poco tiempo y vigilados por viejos y gruesos castaños a la vera del camino, llegamos a Can Bosc. De nuevo hermosa ubicación de prados y hermosos árboles. Una fuente nos refresca el aliento, y el camino que pasa por la parte de arriba de la aldea (que es el que estamos siguiendo), sigue en dirección hacia la Mare de Déu de l’Erola, al otro lado de las casas.
Ahora el camino comienza a ascender poco a poco, y a aparecer viejos y fornidos castaños. Apreciamos las diferentes formas de estos interesantes árboles: troncos retorcidos y muy gruesos, de amplia y ancha copa, y con muchas ramificaciones, ramas finas y esbeltas que miran hacia el cielo… algo tétricos, demacrados algunos, fantasmales en ocasiones pero curiosos y grandiosos. Nos paramos junto a una que está en medio del camino. Despotricamos sobre los usos de estos árboles, sobre su abandono e historia. Interesante la vida de la naturaleza con respecto a la histórica utilidad para el hombre.
Aparecen las hayas, el hayedo; y justo cruzamos el Torrent de l’Erola, con su murmullo de agua corriendo entre las piedras y lisas rocas. Mezcla de viejos y enormes castaños con jóvenes y esbeltas hayas. Hermoso. Antes de cruzar el arroyo despreciamos un camino abandonado que sale a la derecha y sube. Miro el mapa; elegimos bien. Dejando atrás los viejos castaños llegamos a la pequeña construcción, refugio y santuario de la Mare de Déu de l’Erola. Un verde prado en uno de sus lados hace las delicias de nuestras cámaras con el frondoso fondo de las altas laderas de diferentes tonos de verde, del Montseny. Bello. Nos paramos y nos tomamos nuestro tiempo para admirar el lugar y disfrutar de la soledad y quietud de la montaña. De momento no nos hemos topado con nadie que comparta este emocionante recorrido con nosotros; y disfrutamos en soledad de lugares recónditos y como salidos de épicas escenas medievales.
Debemos seguir. El camino sigue sin tener pérdida. Salimos por detrás del templo en dirección a la montaña, en dirección al sur, sureste, internándonos en otro ejemplar hayedo y en la zona que llaman la Castanyeda Gran de Can Gat; siempre en dirección a Sant Segimon y, ahora, al Oratori de Sant Camil de Lelis. Esta parte del recorrido se caracteriza por los enormes y hermoso castaños que nos encontramos en la misma orilla de la senda. Enormes y fornidos, viejos y antiguos, nos muestran sus curiosas y originales formas. A veces rodeados y mezclados con hermoso ejemplares de hayas, más jóvenes pero altas y grandiosas. Hermoso. El tronco hueco de uno de esos gigantescos castaños, nos sirve de juegos y objetivo para fotografiar, mientras nos internamos en su negro y desaparecido corazón. Magnífico.
El camino se empina. Será la parte de subida con más desnivel: Mare de Déu de l’Erola-Sant Segimon; pero también de las más bellas. Un enorme roble sobre un lindo arroyo, nos indica la ubicación de la Font de l’Or, y a partir de aquí se empina la senda, aparecen balcones hacía el verde paisaje, increíble manto del verdor boscoso de las laderas del Montseny, cruzamos magníficos hayedos y nos paramos ante el Oratori de Sant Camil de Lelis. Vistas por entre las ventanas de los hayedos: arriba del manto boscoso tricolor verdoso, aparece, allá arriba, la construcción palaciega-religiosa de Sant Segimon; la subida aquí es apreciable.
Increíbles rincones de bosques de hayas, encinas, robles en el vallecillo del Torrent de l’Oratori que tenemos que cruzar ahora. Hermoso. El Torrent de l’Oratori nace en la Font de Matagalls, por la que pasamos hace 3 días, allá arriba, en las laderas de la cima del Matagalls. Aquí es un arroyo de abundante y ruidosa agua, hermoso y vivo, que cruza rincones de espesará y belleza entre los hayedos. Poco más arriba de la senda, arroyo arriba, forma una bonita cascada entre enormes, sanas y hermosas hayas en un rincón inolvidable de la montaña. Magnífico e increíble. La senda que sube a Sant Segimon sube a la vez por este hermoso rincón.
Nos asomamos ante el extenso y extraordinario manto boscoso y verde el Montseny, desde el Collet de l’Estornell: las mansiones y caserones de Can Gat, La Sala, la ermita de la Mare de Déu de l’Erola y la población de Viladrau entre todo un horizonte increíble y hermoso. Atrás nuestro, la ladera boscosa del Montseny y los muros del ya cercano Sant Segimon allá arriba. Aparecen las nubes que comienzan a taparnos de tanto en tanto el sol… he predecido lluvia para esta tarde, no creo que me deje mal.
Seguimos la senda girando un poco, cambiando de ladera, y de nuevo nos internamos en otro hayedo extraordinario, mágico. La subida es latente y enseguida vemos entre las hayas los muros y camino a Sant Segimon. La senda acaba en el camino o pista que viene de Collformic y termina en las construcciones de Sant Segimon. De nuevo admiro el hayedo por el que ya pasé hace 2 años. Asombroso y hermoso. Seguimos por el camino hacia la izquierda hasta toparnos con la valla metálica de Sant Segimon. Si hubiéramos venido hace 3 días, hubiéramos entrado junto con decenas de personas… la curiosidad puede ser monstruosa y peligrosa. Los firmes y huecos muros, y el puntiagudo tejado de su alto campanario, nos invitan a observarlos, admirarlos, y a que nos surja ese gusanillo, ese cosquilleo en el estómago que hace te plantees dejar la conciencia adulta, y que salga ese espíritu aventurero, infantil y arriesgado… y hasta aquí puedo leer.
Construcción legendaria casi indómita, con una historia interesante, noble y magnífica, como nos cuenta Francesc. Decidimos comer aquí en Sant Segimon; pero planeamos subir a la cima del peñasco que queda justo arriba de Sant Segimon, dándonos su perfil más abrupto, vertical y sorprendente con su alta pared vertical. Con lo que después de comer, salimos por la única pista hasta la cercana curva, justo al salir del hayedo, donde tres cruces con un solo mástil, muy curiosa cruz, nos indica otro cruce de recorridos, de caminos: hacía la izquierda, al girar la curva, la subida a la parte alta del peñasco de Sant Miquel dels Barretons donde se encuentra la pequeña y austera ermita, y bajo la cruz, hacía la derecha, una senda casi invisible (menos por algunos hitos) baja en dirección al fondo del valle, hacía las orillas del torrente… estamos en el Coll de Les Tres Creus.
Por fin nos encontramos con gente, excursionistas que están por las proximidades de la cruz, su collado y las magníficas vistas del mismo. Ya desde Sant Segimon había oído algunas voces ajenas a las nuestras. Decidimos subir a Sant Miquel dels Barretons y tomar este alto lugar como el punto culminante y más alto del recorrido. La tercera vez que visito la sórdida ermita, solitaria y desnuda, pero que desde sus muros se admiran una de las mejores vistas panorámicas y hermosas de todo el recorrido y casi de todo el Montseny. Increíble. Al llegar nos volvemos a tomar nuestro tiempo para, plácidamente, admirar, observar y sumergirnos en el placer único de disfrutar de las vistas, lugar y tiempo… Magnífico. Merece que me ponga las gafas para no perder detalle, merece hacer y volver a hacer fotos y fotos para intentar captar el momento, la eternidad de la maravilla del lugar. Hermoso. A parte del ya conocido manto de verdor, de esa sábana de vida de distintos tipos de árboles, hayas, castaños, encinas, robles… que queda bajo nosotros en todas las laderas del Montseny, podemos admirar las montañas cercanas y lejanas, verdes y hermosas también, como Santuario de Cabrera, Puigsacalm, Bellmunt y las “cinglas” y montañas que quedan entre ellas y en los términos del Valle de Sau. Extraordinario. Un paisaje de cuento. Abajo de los verticales precipicios, el conjunto de Sant Segimon y su laberinto de edificios rudos de gruesos y antiguos muros. Espléndido. Las nubes vuelven a ser parte importante del paisaje admirado, verdor, bosque, exuberancia siempre con agua, lluvia, tormenta. Foto de grupo oscurecida por el invisible sol que se queda tras las nubes amenazadoras pero juguetonas; y bajada y vuelta al Coll de Les Tres Creus.
Después de curiosear el extraño agujero excavado y tapado junto a la cruz, bajamos por la senda antes referida, en dirección al fondo del vallecillo, hasta las orillas del Torrent dels Rentadors. Aquí el vallecillo se encaja más, hay más desnivel entre las laderas que bajan a él, forma un simpático cañón de verdor y frondoso bosque. Mientras bajamos al lecho del torrente, aparece una peculiar roca que se asoma de entre la exuberante frondosidad: forma una aguja vertical pero con la cima recortada o cortada. Según el mapa de Alpina lo llaman Castellfitó, y verdaderamente tiene la apariencia de un castillito inexpugnable. No le hago ninguna foto a la espera de acercarnos o pasar junto a él, pero al final desaprovecho la oportunidad ya que la senda, cuando cruza el lecho del Torrent dels Rentadors, no pasa junto a dicho monolito. Otro espléndido, verde y encantador rincón del Montseny junto al ruidoso y animado torrente. Hermoso. Las fotos intentan captar y encajar con el lugar, pero la realidad supera al pequeño cuadradito de la pantalla.
Una vez en el lecho del torrente debemos saltar al otro lado. La senda sube de golpe un trocito para superar las verticalidades de las laderas próximas y encajadas al lecho del torrente. Como ha sido habitual, la sana costumbre de saltar entre rocas puestas o no en el lecho del mismo para pasar sin mojarnos, hace más divertida y aventurera la marcha. Sensacional. Otro extraordinario hayedo, otros lugares de leyenda, épicos, hermosos y excepcionales que nos dejaran boquiabiertos y la cámara sin batería (menos mal que ya habitúo a traer 2 recién cargadas). La senda comienza a subir poco a poco por la ladera opuesta a la que hemos bajado; ésta sube al Collet de Font Pomereta. Pero nosotros debemos estar atentos y seguir por otra que debe salir a nuestra derecha y hacía abajo, que es la que tenemos que seguir. Y un poco más arriba en un rellano de la senda entre los magníficos verdes fosforitos, extraterrestres de las hayas con su hoja recién nacida, nos encontramos una senda medio escondida que baja entre increíbles, altos y hermosos ejemplares de hayas. Perfecto. Unas marcas rojas en algún tronco la delata; está medio marcada, pero solo en sus inicios y más abajo por hitos. Ya seguimos ésta que recorrerá todo el valle junto o cerca del lecho del Torrent dels Rentadors hasta las inmediaciones de los prados de Can Gat… si el mapa de Alpina no nos ha engañado.
Uno de los miedos que tenía era precisamente eso, que a pesar de que en los mapas saliera esta senda, después por el desuso, por el olvido, la vegetación se comiera la misma senda y volviera a ser parte de las laderas intocables del hayedo. Pero por suerte y razonado por el comentario de Francesc, se veía que hace poco habían limpiado la senda, seguramente para que estuviera lista para la “romería”, el “aplec” de Sant Segimon. Aunque la senda venía muy bien definida en el mapa de Alpina.
De repente y sin que lo hubiéramos previsto, un excelente hayedo surge ante nosotros y nos introducimos en él, lo cruzamos, entre arroyos y murmullos de agua de las regatas, entre laderas inclinadas a modo de anfiteatro de suelo limpio de vegetación típico de los hayedos viejos. Las hayas de más edad, sanas y verdes, tienen formas originales y distintas que forman con sus distintas ramas. Más abajo aparece algún viejo roble, y más abajo un bosquecillo muy frondoso de quercus, encinas. La senda no tiene pérdida alguna. No hay cruces y hay que seguirla dejando el fondo del valle a la derecha mientras bajamos. A veces nos acercamos al lecho del ruidoso Torrent dels Rentadors, que nos ofrece cascadas, amplios remansos entre grandes rocas y una visión agradable de vida y agua. Verdaderamente nos hemos sorprendido por el descubrimiento del lugar, con sus hayedos y robledales impresionantes y casi perdidos e invisibles, fuera de las rutas habituales del Montseny. Y solamente cruzados por esta estrecha pero cuidada senda. Impresionante y excepcional. Yo alardeo con mis compañeros “¡Vaya sitios a los que os traigo!”, pero realmente, ni yo mismo sabía que me iba a encontrar tanta belleza en esta senda perdida, escondida, “desconocida” de bajada. Alucinamos.
La bajada iba siendo entretenida por el paisaje y lugares que atravesábamos: hayedos, robledales, ventana hacía las vistas del abrupto y encajonado vallecillo, hacía el magnífico manto boscoso y verde, hacía la planicie, más abajo, verde, boscosa y perdida centrada por las construcciones a modo de mansión de Can Gat, encinares muy cerrados y frondosos, más hayedos magníficos, el torrente que nos acompaña ahora sí, ahora no con sus hermosos cursos, cascaditas, remansos y su inigualable rumor de su abundante agua que baja por él alegre, pura y transparente… Idílico, hermoso. Como decía Francesc, la torre “palomar” o “mirador” que se podía confundir por un campanario de Can Gat, era el referente para saber en qué punto nos encontrábamos del recorrido o del lugar. Verdaderamente era una construcción curiosa, grande y altiva de estilo modernista y con aspecto de mansión de construcción atractiva… pero en este recorrido no teníamos previsto pasar por sus inmediaciones.
Más abajo, como si saliéramos de las laderas inclinadas y boscosas del Montseny, al senda se allana y se ensancha, como si andáramos ahora por un viejo y poco usado camino de herradura. No hay que hacer caso a los caminos o supuestos caminos que nos pueden salir a la derecha, según bajamos, y seguir recto hacía abajo con poca inclinación ahora, hasta casi toparnos , de nuevo, con las orillas del Torrent dels Rentadors, que aquí abajo, ya se le ha unido el Torrent de l’Oratori y acabará por llamarse (riera abajo) Riera de La Sala. Ya salimos de los hayedos y aunque el camino es más ancho y nada inclinado, la frondosa vegetación sigue latente, con la diferencia de que ahora podíamos ver el cielo si mirábamos desde el centro del camino.
Llega un punto en que el camino se bifurca justo cuando crees que has llegado junto a la orilla del torrente, que no ves, invisible y sordo por la vegetación exuberante que lo precede. Me paro. Francesc me pregunta hacía donde. En el mapa de Alpina no lo veo claro. El camino que hasta ahora parecía tenía una orientación hacia el noreste, ahora se dividía en sendos giros: uno hacía la izquierda y otro hacía la derecha. Según indicaciones del mapa, hacía la derecha el camino o senda (nada pisada) se podría dirigir a los dominios de Can Gat. Nosotros debíamos seguir hacía la izquierda, no cruzar el torrente y siempre dejarlo a la derecha, y seguir dirección norte en busca de l’Alzina de La Sala.
Cogimos el camino correcto. Perfecto. Llega un momento que dicho camino acaba en unos verdísimos prados. Debemos seguir por las lindes de dichos prados siempre hacía el norte. Aquí ya no hay camino. Atrás, entre la amplia ventana de vegetación que te ofrecían esos anchos prados, podíamos observar y admirar las laderas recorridas y ya dejadas del Montseny, con Sant Segimon y San Miquel dels Barretons allá arriba, dominándolo todo, y el frondoso vallecillo del Torrent de l’Oratori. Hermoso. Caminamos entre los prados como fugitivos que se han escapado de alguna prisión, con miedo a hacer ruido, a ser descubiertos. A la derecha apreciamos el agujero que forma el cauce de la riera, sin llegar a verla, rodeada de vegetación en sus motas. Lugares igualmente bellos, solitarios… de nuevo, desde la bajada del Coll de Les Tres Creus no volveremos a ver a nadie hasta llegar a La Sala. Increíble… perdidos entre la soledad de indómitas, épicas y maravillosas selvas de perfecta belleza.
Se acaba el prado, y un poco en el extremo del mismo pero en la parte más alta del terreno, aparece un camino anunciado por Francesc. Es reconocible el camino gracias a que está guardado por unos curiosos troncos en posición horizontal. Perfecto. Sin más pérdida volvemos a seguir el camino (ya más camino normal que de herradura) hacía el norte y con las mismas condiciones indicadas anteriormente. La vegetación ya no es tan exuberante, ya que se aparta del camino, pero sigue siendo muy verde y sana. Nos aparece algún camino que sube la ladera a la izquierda, nosotros seguiremos por la derecha, sin subidas, por el mismo camino que seguíamos, que acto seguido se transformará en senda atravesando lugares con más vegetación. De nuevo excelentes hayedos, bellos ejemplares a la derecha de la misma, y al otro lado de la arboleda, cerca y sonora, la riera; siempre debe quedar algo cerca y a la derecha. Hasta que nos encontremos con un cruce de sendas-caminos y un enorme árbol medio muerto con decenas de robustas ramas a la izquierda del mismo: es l’Alzina de La Sala.
Parada obligatoria bajo la sombra (inexistente ahora por lo nublado del día) de tan semejante ejemplar. Los líquenes caen de sus ramas muertas como una tétrica y macabra imagen de una peli de terror; pero que la hacen si cabe más magnífica y antigua. Las chicas han seguido el camino que sigue hacía el norte y debemos de llamarles la atención ya que a partir de este punto giramos hacía la derecha, hacía el este, en lugar de seguir al norte como hasta ahora. La Sala queda cerca. Ya la hemos visto desde los claros de vegetación a la derecha, en la ladera contraria de la riera que lleva, ahora, su nombre. Un caserón robusto y original.
Fotos y miradas hacía el cielo para admirar este impresionante ejemplar de encina. Impresionante más que por su edad y altivez, por su monstruosa apariencia. Casi escalofriante y hermosa a la vez. Un estrecho sendero entre los altos matorrales a la derecha de la senda que hemos dejado, ya hacía el este desde l’Alzina de La Sala, nos lleva a cruzar la Riera de La Sala por un estrecho y casi invisible puentecillo. Ahora la senda se ensancha, se convierte de nuevo en camino intransitable para vehículos que va subiendo como si fueran unos pocos escalones. Salimos de la frondosa vegetación que nos ha ido acompañando en todo este recorrido (menos cuando cruzábamos los prados) y subimos una corta pero empinada senda hasta los muros de la casona que llaman La Sala.
Como dije al principio del relato, impresiona la enormidad de las pocas casonas que aparecen por estos lares; pues La Sala no se queda corta: la rodeamos y damos la vuelta hasta llegar a la pista que llega a su puerta principal para el tránsito rodado. La construcción, entre otras originalidades, muestra dos aspectos llamativos y curiosos: uno es una torre a semejanza a la de un castillo, de vigilancia, de defensa, que se yergue en una esquina de la casona, y bajo ella, el portón de entrada con un pasadizo ancho para carruajes pero en zigzag y en alto, como si verdaderamente fuera la entrada a una fortaleza. La otra son sus balconadas anchas y profundas, como si a las salas del interior de la casa, no se les haya construido la pared que las separa del exterior, y aparecen como si fueran habitaciones, en varios pisos, sin pared exterior. Curioso. Nos paramos a ver unos corderillos que salen de la puerta de abajo de la cuadra, y que van a ser transportados a otro lugar en una C-15, vendidos a otro pastor ¡Que ricura de animalillos!
Pero lo más curioso de la casa es el nombre. El nombre que da lugar al sitio de donde era un famosísimo bandolero de las inmediaciones y de Cataluña: El Serrallonga. El “Robín Hood” del Montseny, ya que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Muy íntegro y memorable en la historia de Cataluña. Pues bien, hablando y mirando Francesc con su móvil internet, descubrimos que esta casa fue la vivienda del famoso bandolero, y sus actuales dueños, los posibles descendientes del Serrallonga. Increíble. Curiosidad inédita e histórica que hizo cambiara el nombre del relato, como ya he dicho al principio del mismo, en honor a la historia y memoria del Serrallonga y Cataluña.
Después de sorprendernos y admirar por última vez la magnífica casona de La Sala entre altivos, esperpénticos pero bellos árboles, seguimos la pista (la más ancha) hacía la izquierda y este entre estos altivos y esqueléticos árboles, en lugar de coger la misma hacía la derecha y arriba, sur, que nos llevaría hasta las inmediaciones de Can Gat. Ahora ya estábamos de vuelta y volvíamos a El Molins por otro camino. Después de cruzar un apacible arroyo donde dicha pista hace una curva y gira, el Torrent de Montcalvell (más arriba Torrent de l’Erola), y de buscar infructuosamente la Font dels Avellaners, salimos de la misma para coger un camino a la izquierda, después de otra curvilla. Así dejaremos de llevar la dirección norte para de nuevo seguir este, noreste, en busca del lugar que debemos cruzar llamado Plans de Baix.
A mitad de camino con normal subida, paramos bajo el formidable tronco de lo que parece un quercus, para comer. Ya son cerca o alrededor de las 4 de la tarde, desde nuestra parada junto a Sant Segimon que no habíamos comido nada. La vegetación aquí ya ha cambiado: no son los frondosos hayedos con ese verdor fosforito casi extraterrestre, pero son unas encinas o robles con menor frondosidad pero de un tamaño, altivez y belleza también encomiables de colores más oscuros.
Salimos a una pista. La que sale de la Solana del Molins a Can Gat, que ya habíamos pisado al principio de comenzar la marcha antes de desviarnos hacía El Molins. Pero no la seguimos. Al otro lado, un poco a la izquierda, sigue el camino detrás de una especie de barrera o tronco horizontal al comienzo del mismo. Aquí los caminos parecen se convierten en sendas o las sendas parece antiguos caminos por la supuesta anchura de los bordes de la misma, no pisados. Antes de salir a la pista, nos hemos topado con 3 personajes con pinta de guiris y olor a alcohol que andaban o deambulaban por la senda en dirección contraria a nosotros ¿Dónde irían y de donde vendrían?
Hay que seguir en dirección este; en busca de nuevo de la otra casona de El Molins, por la que ya pasamos al comienzo de la marcha. Un camino de herradura en general, que acaba en un camino bien hecho casi al pié de los prados de El Molins. Bonita imagen desde el otro lado de dicha verdor y ventana de vegetación. Justo antes de llegar hasta los muros de la casa, unos simpáticos burritos se muestran curiosos ante nuestro pasear cerca de ellos, y se asoman desde su lugar de recerca. Dos catalanes y los otros dos marroncitos y peluditos, encantadores.
Llegamos a El Molins por un camino diferente a la senda con la que salimos de aquí. Nos paramos a observar e intento encontrar un camino para no desandar lo recorrido al comienzo cuando llegamos desde la Solana del Molins. “Refugio privado” nos dice un poco simpático individuo cuando La Piluka se asoma a una de las puertas, bajo un reloj de sol, de la casona. Bordeamos por la alta hierba la casona hasta encontrar el camino que baja a la pista Can Gat-Solana del Molins. Yo tenía intención de seguir el “cortafuegos” que ha formado una línea de electricidad que cruza el lugar, pero estaba llena de vegetación imposible de atravesar.
Bajamos a la pista haciendo un poco de zigzag poco práctico si vemos hacía donde tenemos que ir. Pero había que seguir el camino y pista sin salirnos por prudencia de no meternos por lugares poco recomendables. El camino de salida de la casa salía justo al otro lado de la casa por donde habíamos entrado; y una vez salimos a la pista, debemos girar a la derecha y este. Una vez cogida la pista no hay pérdida y ésta nos llevará, desandando parte del mismo (ya que lo utilizamos para comenzar la marcha) hasta la misma puerta de la Solana del Molins a la misma orilla de la carretera Viladrau-Seva donde dejamos los coches; después de cruzar de nuevo la Riera Major con su abundante y ruidosa agua, y sus cartelitos de “vedado de pesca” junto con los magníficos ejemplares… solo nos han caído cuatro gotitas a pesar de lo nublado de cómo ha quedado el día, y los compañeros se burlaban de mi predicción. Pero justo al salir del restaurante y tomar unos cafés como clausura y celebración del éxito y momentos vividos, el diluvio se hacía presente para clausurar un magnífico plan de organización de la actividad y día.
Como siempre no me decepcionó en lo más mínimo los fabulosos hayedos, bosques y rincones del Montseny. Nuevos descubrimientos, lugares desconocidos, pero impresionantes, maravillosos, increíbles; a la vez tocamos un poco de historia y leyenda. La perfecta belleza mezclada hacían del lugar un sitio épico, mítico, excepcional, sorprendente… especial, mágico.