Al otro día me levanto muy bien animado. Y no sé si antes o después de desayunar decido dar una vuelta en solitario por Yumani. Yumani no es muy grande, de casas pequeñas con sus habituales ladrillos de adobe, de barro pero con muchos tejados metálicos, de aluminio… con algo de modernidad. Me encantaba fundirme entre las rutinas de sus pocos habitantes y sus bestias domesticadas; ver sus atuendos típicos de los indígenas Aymaras bolivianos, como hace quinientos años los vieron por primera vez los primeros españoles. Increíble.
Salvo las lejanas nubes de la selva, no hemos visto ni una nube en los lugares que visitamos. El sol es el dios omnipresente todos los días, pero no llega a calentar lo suficiente como para quitarnos el frío con el que amanecemos a cuatro mil metros en esta Isla del Sol, en este bello Titicaca, en este altiplano boliviano.
Vuelvo al hotel y nos reunimos para desayunar. Javi se había comprado un extraño gorro hongo que se enfunda como si fuera el de un extraño gnomo. Parece que todos están mejor después del bajón de anoche, aunque la vista del atardecer en el Lago Titicaca de ayer invade nuestros recuerdos de belleza, magia y entusiasmo; como si nos hermanara un acto prodigioso y único en el mundo.
Debemos volver. El barco de vuelta a Copacabana sale a cierta hora y hay que ser puntuales. Pero hay otro lugar que visitar, otras antiguas ruinas de una casa o palacio inca. A mí me encanta y entusiasma el visitar estos lugares, yacimientos que atestiguan la riqueza cultural y mágica de estas antiguas civilizaciones, como estos Incas. Para llegar a este lugar hay que bajar al puerto y volver a subir en dirección al otro extremo más cercano al puerto, de la isla. Zaida y Carmen deciden no venir con nosotros, prefieren no esforzarse más allá de lo necesario por si la altura, el soroche, les vuelve a afectar. El resto nos dirigimos a este lugar.
La visión de las desérticas y yermas tierras altas, frías, de lomas suaves y abundantes colinas, contrastan con las azules, plácidas, vivas y enigmáticas aguas del Titicaca. Son paisajes espectaculares, asombrosos y a la vez extraños, diferentes, inquietantes. Magnífico. Bajamos a las ruinas que casi están a orillas del lago. Es una casa o palacio bastante amplio y a la vez bien conservado; erigido en la pendiente de la isla, sobre terrazas que horizontalizan las pendientes del terreno. Las ruinas están valladas y hasta las diez de la mañana no llega la persona encargada de abrir la valla al público. A nosotros nos pilla el tren si debemos esperar a que abran la valla; así que osada y entusiasmadamente (mi cara no deja de formar una agradable y simpática sonrisa) blindo la valle en el extremo que termina en una de los bordes de la terraza y entro en las fantásticas y espectaculares ruinas. Jesús me sigue y nos internamos por sus habitaciones, estancias, observando y admirando la perfecta colocación de las piedras en sus muros, de sus paredes. Impresionante. Estoy seguro de que me encantará visitar Tiwanako.
Después de algunas fotos, risas y comentarios estupendos sobre las construcciones incas, salimos de las ruinas por el mismo sitio, poco tiempo antes de que llegara la guardiana de las ruinas. Volvemos al puerto, al embarcadero a reunirnos con el resto del grupo. Sentados en la tierra, plácidos y contentos, esperamos a que llegue y salga el barco que lleva retraso hacía Copacabana. Junto a nosotros otros guiris, americanos sobre todo, esperan también en diferentes corros.
Allá queda la Isla de La Luna, como el lomo de una gigantesca ballena que sobresale entre las aguas del lago; detrás los Andes nevados, espectaculares Illampú y Ancohuma entre otras picudas y blancas montañas. No me canso de admirarlo y mirarlo. Fotos y más fotos. En dirección hacia La Paz descubrimos al fondo el famoso Illimani que ahora se ve muy pequeño, lejano y distante.
Hoy hace algo más de frio y decidimos todos meternos dentro del receptáculo del barco para pasar más frío. Hay olas, parece que el viento mueve las aguas del lago y lo convierte en una especie de pequeño mar interior con sus corrientes, oleajes y playas. Y así volvemos camino de Copacabana.
El Lago Titicaca alberga muchos misterios: aparte de esas leyendas esotéricas y místicas como que es uno de los centros de poder de corrientes telúricas de la tierra, tiene un origen o más bien un mantenimiento desconocido con teorías e hipótesis no demostradas o inconclusas… ¿De qué manera el Lago Titicaca mantiene su formidable caudal de agua? en un lugar semidesértico, árido sin ríos que desemboquen en él, con muy pocas precipitaciones anuales y en un terreno de tierra porosa… la explicación más plausible es que gigantescas o numerosas corrientes subterráneas venidas de los helados, nevados y lluviosos Andes alimentan, sin verlo ni apreciarlo, al mágico y espectacular Titicaca. Pero viendo su gigantesca amplitud dudas si eso sería posible. Son los enigmáticos misterios de este lugar único en el mundo, mágico, maravilloso y bello.
Llegamos de nuevo a Copacabana y nos disponemos a comer en el mismo sitio de ayer. El Restaurante Puerta del Sol con Cacho y Luis. Una comida excelente, trucha pescada en el mismo Titicaca entre sopas y verduras frescas, naturales y exquisitas. Jesús Santana, mi incondicional compañero de grandes montañas, anota curiosa y sorpresivamente la conversación con el interesante y anecdótico Cacho, el dueño del restaurante: habla de cultura, de historia, de tipos y gustos de música, de otros compañeros españoles que ya lo visitaron… y de las milagrosas curaciones del Doctor Luis Mouza con la Autohemoterapia: Ballester, Gemma, Jesús y la gran mayoría del grupo escuchan atentos, casi incrédulos; y la gran mayoría del grupo escuchan atentos, casi incrédulos; a mí me parecían ideas supersticiosas, superchería, casi medievales cuando los monjes o “médicos” hacían esas sangrías para curar enfermedades o malestares. Aunque los resultados según contaba el mismo Cacho, eran más que sorprendentes, increíbles y asombrosos… ¿Podría ser que terapias o medicina ancestral pudiera curar hasta el mismo cáncer?
La conversación y el bienestar del momento nos entretiene y evita que cojamos nuestro autobús a tiempo. Eliseo tampoco se ha hecho mucho de escuchar, parece dejarnos más a nuestra bola y por ello perdemos el autobús. No pasa nada, cogemos otro que sale más tarde y nos deja en el cementerio en lugar de la Calle Sagárnaga. Antes, Cacho nos dá una tarjeta de su restaurante: en ella se representa el monumento que le dá nombre; símbolo y antiquísimos monumentos que llenan todo el norte de Bolivia como haciendo honor a las ancestrales culturas orgullo de los sudamericanos, de bolivianos y Aymaras. Ya tenía muchas ganas de visitar sus ruinas, sus templos, sus monumentos, su fascinante historia. Desde que supe que iba a visitarlos mi fascinación e interés creció a un punto casi místico y espiritual ¿Qué tendrían esas piedras que tanto me llamaban la atención y curiosidad?
En el autobús ya no hacemos tanto caso al monótono paisaje semidesértico y árido que ya habíamos contemplado a la ida. Solo vamos nuestro grupo, Eliseo y el conductor en todo el autobús, y volvemos a La Paz por la misma carretera, camino que cogimos a la ida. Ponen música “romanticona” boliviana, alegre o semialegre de amores, desamores y de historias felices e infelices de la vida. A Jesús y a mí, de buen rollo, nos recuerdan a nuestras mujeres dejadas en España; no quiero acordarme de María con esta nostalgia y melancolía que me inspiran las canciones… Eran fantasmas inevitables, los cuales lo más seguro que no dejarían de ser eso, fantasmas de hechos que ella ignoraba que conocía, inseguridad por su independencia y libre albedrio que no podría asimilar, incontrolable para mí… traumas y malestares que influyen hondamente. Pero había que vivirlo. Por ello mis peticiones fueron escuchadas y el conductor del autobús puso una película para que estuviéramos entretenidos, en lugar de música. La tercera parte de Los Piratas del Caribe. Era casi cómico y exótico el oír el doblaje con acento español sudamericano, pero nos sedujo hasta llegar al final del trayecto en La Paz.
Esta misma tarde cambiaríamos de hotel; dejaríamos el estupendo Apartahotel Calacoto para dirigirnos a una mucho más céntrico y barato. El Hotel Señorial Montero. Nombre que me recordaba los apellidos de aquellos antiguos conquistadores españoles y que despertaba una extraña y pequeñísima inquietud. Pero al final resultó ser más idóneo, perfecto y estupendo que los otros dos hoteles; se convirtió en nuestro “campo base” para el resto de tiempo y estancia en La Paz, y verdaderamente salimos muy contentos con los servicios, condiciones y personal del hotel. Decididamente si volviera a La Paz, me hospedaría de nuevo en el original Hotel Señorial Montero.
Pero para ocupar este hotel debíamos desocupar el otro y me ví dentro de un taxi de copiloto, lleno hasta los topes (maletero, asientos de atrás… ) de bolsas, maletas, mochilas de todos nosotros por las laberínticas, adoquinadas, sinuosas calles de La Paz; con ese tráfico y formas de conducir de las que no sabes si tendrás o no un accidente por pelos. Javi quiere comprarse un harango y sale al “Mercado de Las Brujas” en busca de él con parte del grupo, mientras la otra parte hacemos el traslado.
Al llegar al hotel me sorprende sus luces luminosas con llamativos símbolos y luces, fachada como toda de cristal que refleja la oscuridad de la noche o la agonía del ocaso, un patio interior cubierto rodeado de salas cerradas y pocas abiertas, y su sencillo y práctico interior. Como siempre comparto habitación con Jesús y ésta está en una planta media o alta, las vistas desde sus ventanales nos ofrece esa cascada rojiza desgastada de esas pequeñas casitas que abordan e invaden las pendientes del valle de La Paz, pocos edificios altos, una iglesia… pero desde el pasillo y otras habitaciones se puede contemplar en la lejanía, al fondo, al otro lado de La Paz, esa magnífica y enorme montaña guardada por el dios Inti; el esplendoroso Illimani. Imagen y símbolo de La Paz, y de todo lo que representa a La Paz; a la vez el escudo y símbolo del Hotel Señorial Montero, es la misma montaña bajo tres estrellas, y bajo la montaña el nombre o iniciales del mismo. Parecía que todo en La Paz estaba ligado a esa montaña, que era nuestro objetivo, meta y devoción, por ello quizás nos sentíamos más cómodos en este lugar. Fuera de los modernos suburbios en los que se encontraba el Hotel Calacoto, el Hotel Señorial Montero, como lo hacía también el Hotel Rosario, nos ofrecía la oportunidad de integrarnos más en esta ciudad, de estar más cerca de las costumbres y gentes, también el estar más cerca de aquellos lugares, barrios y sitios más indígenas de la ciudad.
Ya cae la noche. Todos estamos colocados y ordenados en nuestras habitaciones del hotel. Bajamos y nos reunimos en el estupendo patio interior acristalado (en el que parece hay un escenario). Para mañana decidimos ir a visitar el increíble complejo arqueológico de Tiwanako, pero en lugar de contratar a una empresa para que nos organice el viaje, la excursión, decidimos hacerlo por nuestra cuenta. Hoy mismo, al parar el autobús en el cementerio, vemos que hay autobuses y movilidades que se dirigen al lugar. Así pues nos aventuramos para ir a Tiwanako. Ya hay hambre, es la hora de la cena, descubrimos que justo en la puerta del hotel que sale del patio interior y dá a la Plaza Alonzo de Mendoza, hay un puesto de “hot dogs” sencillo pero con una pinta que te entran ganas de comértelo todo. Lo lleva una simpatiquísima y amable mujer que nos pone con generosidad y bajos precios, esos ricos y anhelados perritos calientes con sus diferentes salsas… ya no hará falta salir a buscar donde cenar, puesto que todas o la gran mayoría de las noches, nuestra amiga ponía su puestecillo de perritos calientes en la misma puerta del hotel. Es más, después descubrimos que era una empleada del hotel, que a lo largo del día hacía su trabajo en el mismo y por la noche ponía le útil puesto de perritos calientes. Sus diferentes y picantes salsas no fueron un impedimento para que me comiera tres o cuatro de estos deliciosos perritos.
Buscamos ya la cama, el día o estos días han sido trepidantes, fantásticos, increíbles: el Lago Titicaca, la Isla del Sol, su atardecer, las ruinas incas… irrepetible, hermoso, mágico… pero mañana también tenemos otro día interesante: descubriremos la ancestral, enigmática, sorprendente y especial cultura tiwanaquesa. Adrián me habló de ella, “tenéis que visitarla” me decía. Una civilización que hasta hace muy poco era desconocida para mí pero que en ese poco espacio de tiempo ha despertado mi curiosidad y fascinación; y como después descubrí, es mucho más que una antigua y perdida civilización sudamericana… La magia de Bolivia comenzaba ahí, en Tiwanako.