Día de descanso, día intermedio entre las actividades, día de reencuentros y planificaciones. Jesús y yo nos levantamos juntos y, a expensas del resto del grupo, nos disponemos a subir hasta la última planta para desayunar. Como de costumbre nos asomamos por las ventanas como para intentar, cada mañana, cada día, buscar, atrapar y sentir la magia de la ciudad, la palpitación y vida de la ciudad de La Paz desde la altura en la que nos encontramos. Cuál es nuestra sorpresa que vislumbramos una ciudad más oscura y clara y al mismo tiempo: oscura por estar envuelta entre las brumas y nieblas de las primeras horas del día, sin luz que la penetre, y clara porque, y con sorpresa nuestra, una fina capa de nieve se ha depositado sobre los tejados, sobre las húmedas calles y sus rincones. Toda la ciudad parece distinta bajo ese blanco, simpático pero inocente manto de nieve que le da un toque amable, encantador y hasta navideño, a pesar de estar a finales de julio, si mirabas hacia las laderas de casas rojizas, sencillas, amontonadas y escalonadas en el desnivel, como si de un enorme pesebre se tratara. La nieve siempre nos trae una chispa de alegría y regocijo a aquellos que somos de un lugar tan caluroso y templado, donde la nieve es un meteoro que rara vez se deja ver y solo cae en las montañas más altas y frías del invierno. Y más aún si somos montañeros y nos encanta recorrer dichas montañas, calurosas y secas el resto del año, frías, encantadoras y blanquecinas en esos helados días.
Arriba, en el excepcional comedor del último piso con cristaleras en lugar de paredes y con unas excelentes vistas de la ciudad, volvemos a contemplar, con mayor cautividad y detalle el magnífico panorama blanco de La Paz nevada. Nuestros compañeros no han subido aún y el comedor está vacío. Cogemos una mesa en medio del mismo pegado a las cristaleras y aprovechamos para que el camarero nos inmortalice en el lugar y día. Desayunando, como siempre el excepcional desayuno bufet del Hotel Señorial Montero, con impresionantes vistas a La Paz nevada. Pero ya el sol comenzaba a asomarse y las nubes, niebla a despejarse; ahora la luz y espectáculo era mayor, más bonito, y a la vez se iría derritiendo la nieve del fondo de La Paz.
Nuestro camarero también parece asombrado. A pesar de trabajar y ser de allí mismo, de La Paz, nos dice que hacía muchos años que no veía la nieve a tan baja altura en La Paz, desde hace más de 10 años. Yo le digo pensando en la desastrosa experiencia de Paco Martínez hace menos de 2 meses en La Paz, que sí había nevado anteriormente o usualmente en La Paz. Pero nuestro camarero repite y reitera que no, tan abajo no; la nieve siempre se quedaba en El Alto, alrededor de los 4.000 metros y esta nevada está por debajo de los 3.600 metros. De nuevo vuelve el fantasma del fracaso, pensando en dicha experiencia de Paco: si la nieve bloquea El Alto, no podremos salir de La Paz para realizar las ascensiones; pero, a la vez, quizás por la cantidad de nieve caída, suficiente para adornar y maravillar el paisaje, pero insuficiente para cerrar una carretera sin quitanieves; mi interior me decía que no pasaría nada, que mañana saldríamos sin problemas y que el resto de salidas se harían perfectamente. Además, dio la casualidad que la nieve cayó uno de los días de descanso entre actividad y actividad, y mañana la nieve desaparecería al derretirse bajo la influencia y el poco calor que este sol meridional del Altiplano nos empezaba a dar… ¡Caprichos del Niño! Lo siento Paco. La imagen es encantadora: blanca esperanza en el árido y marrón altiplano.
Nos reunimos con el resto del grupo que les ha costado más salir de sus habitaciones. La comidilla y conversaciones de la mañana es la bonita y sorpresiva nevada, y que David y Trino no han llegado aún a La Paz. La incertidumbre se hace latente. Las aerolíneas a veces te hacen malas y muy pesadas jugadas; me acuerdo de lo que ocurrió con Air Madrid hace medio año, compañía que escogimos Jesús y yo para viajar a Ecuador. La última información es que están en Brasil, y la tardanza es superior de lo esperado para reanudar el vuelo hacia Bolivia. No sabemos si la nieve afectará la llegada de aviones al aeropuerto de El Alto, o les impediría bajar hasta aquí cuando llegaran.
Jesús después de desayunar baja al locutorio para intentar contactar con Eva. El pobre no lo consigue y mañana saldremos hacia Condoriri y estaremos alejados 6 días alejados de la poca civilización austera, aglutinada y contaminante de Bolivia. No parece demasiado triste pero lo supongo, y sé que la procesión va por dentro; yo mejor no pensar en los fantasmas de mi relación con María, aunque con el transcurso del viaje, será algo que no podré esconder… ¡Que sorpresa! Esa misma mañana y como una aparición de peli de terror, nos encontramos con los viajeros que faltaban y estaban a punto de llegar. Pero cuál fue la sorpresa mucho mayor que con ellos, David y Trino, venia Sara, la mujer de David, que hasta ahora pensaba no se vendría por que no tenía vacaciones y que, según nos contaba ella y David, hasta hace muy poco no sabía que se venía y, aparte por no sé qué idea lo mantuvo en secreto. Mi sorpresa y alegría de ver a Sara con David y Trino fue mayúscula. Es como si te hicieran un idílico regalo sin saberlo y de repente. No sé si por que no esperaba verla en un lugar tan lejos como Bolivia, sin antes haberlo planeado y aceptado, o porque me sentía orgulloso y complaciente de que compartiéramos con ella y el resto del grupo, esta experiencia única e irrepetible.
Nos hacemos una simpática, sonriente y alegre foto de grupo; con los recién llegados y todos los demás. Hay que inmortalizar la llegada de la segunda remesa de aventureros para esta expedición a Bolivia… ya solo faltan Quique e Infi que lo harían el 1 de agosto ¡Alegría, compañerismo, amistad…! ¡Una experiencia para contarla!
Los chicos y chica han llegado cansados y aún no les ha afectado el Soroche, mal de altura de Bolivia, y por si acaso se van a sus habitaciones a descansar y dormir. Mejor así, ya que mañana directamente vienen con nosotros a Condoriri.
Jesús quiere cambiar dinero y salimos a las calles de La Paz en busca de algún sitio donde poder realizar dicha operación. Hemos quedado después para comer, así que antes volveremos a pasearnos por las adoquinadas calles del barrio viejo y céntrico de La Paz, por su Mercado de Las Brujas y por sus curiosas y simpáticas tiendecillas de suvenires y mercancías del lugar. Hoy no me he levantado muy potable: tengo el estómago algo raro, aún no revuelto pero perjudicado ¡Será por el enorme helado de anoche!
Pasamos por el Hotel Rosario, donde estuvimos en nuestra primera noche en La Paz, para cambiar euros por bolivianos. Después seguimos la misma Avenida Illampú hacia la calle Sagárnaga y el Mercado de Las Brujas. No nos cansamos de recorrernos sus puestecitos y lugares, aunque repitamos recorrido siempre vemos algo nuevo que para nosotros es emocionante y fascinante; aunque para los lugareños sea el padrenuestro de cada día. En una de estas salidas es donde encontré aquel locutorio el cual cogería como “Cuartel General de Comunicaciones” para llamar a España. Mucho más barato que el que está pegado al hotel. Pasamos por algunas tiendas de Sagárnaga también: Jesús miraba algunas telas y yo un anillo para mi mano derecha y un rosario de semillas de Huayruro para nuestra amiga Oli que me había pedido, camisetas de la selección boliviana para Antonio Santana y ese primer vistazo para hacer los regalos para la gente de España. Al final solo compré el rosario para Oli.
Cuando bajé del Chimborazo y Cotopaxi en Ecuador y ya estábamos en nuestros últimos días en Quito, decidí comprarme un anillo de plata, original y del país que me recordaría toda mi vida mi experiencia y vínculo con las montañas y país de Ecuador. Esto lo tomé como una costumbre simbólica, mágica y espiritual, y ya decidí buscar ese anillo de plata que me hiciera el mismo efecto en Bolivia… curiosamente antes de subir a las grandes montañas bolivianas… por que el anillo de Ecuador también representaba el éxito de las subidas, el hacer cumbre en las dos montañas más altas de Ecuador… ¿Sería un extraño presagio mis ganas e intención de comprarme ya el anillo de “la victoria”? o ¿Pensaría mi subconsciente que el hecho de estar ya en Bolivia con mis amigos, era ya un acontecimiento relevante e histórico en mi vida? De todas formas las ganas que tenía de comprarme ya el anillo no hacía que se me quitaran, para nada, las ganas, decisión, convencimiento y energía para subir al Illimani y al Sajama. Al contrario, se podría interpretar como en una “obligación de éxito”. Curioso.
Nos reunimos con el grupo, los que no duermen, y nos vamos a comer a algún sitio de las adoquinadas calles de La Paz. En la calle Murillo encontramos un restaurante árabe de comida vegetariana. Al-Adir. Los platos son suculentos, sabrosos y extraños. Mi dolido y afectado estómago comienza a estremecerse a la vez que inserto en mi boca esas comidas y platos especiados y cocinados a la manera árabe. El lugar es sencillo y acogedor. Nos hemos sentado en la parte de arriba pegados a un gran espejo casi cóncavo y que deforma algo la imagen, y entre telares árabes que hacen su vez de tapiz en las paredes del restaurante. Mi cara empieza a cambiar. El dolor de mi estómago se intensifica. Quiero comer por que estará todo muy bueno, pero cada bocado es una aguijonada de dolor intestinal en mi estómago “¿Qué te pasa Terrés?” Y contamos Jesús y yo la anécdota de la cena de anoche en el Buggi’s. Con mis dos manos vuelvo y repito a enmarcar sobre la mesa la longitud, amplitud y altura del enorme Banana’s Split. Las risitas y sonrisas llenan los rostros de mis amigos; pero yo no puedo comer más o me dará un corte de indigestión o algo peor. Mi cara es todo un poema. El frio y helado Banana’s Split se ha cargado las resistencias de mi fuerte estómago. Solo espero que no me ocurra como en Ecuador y tenga que tomarme dos Fortasec cada dos días para aliviar y corregir el “problema”. Por si acaso al terminar de comer decido volver al hotel para tomar el dichoso Fortasec… no sé lo que me aguantarán las tripas. El descanso en la cama pancha arriba me sentará muy bien.
Mientras, mis compañeros de comida árabe deciden ir a tomar un té, chocolate o “matecito” al Luna’s Pub, un local para guiris en la calle Sagárnaga casi esquina con Murillo. Un sitio agradable y simpático que visitaría yo más adelante.
Descanso. Hacer la siesta y después la maleta para mañana, es lo que toca después. Por fin mañana visitaremos esos otros santuarios de roca natural y gigantesca que son las montañas de los Andes y sus templos y catedrales como son Los Condoriri. Camino de Titicaca, desde la carretera, creíamos verlos, adivinábamos la magnífica figura de ese cóndor con las alas abiertas, y nos parecían hermosas y magníficas.
Yo estoy kao. El resto del día prefiero tomármelo con calma y relajado hasta que mi estómago vuelva a ser lo que era antes. No quiero forzarlo con comer, y además el dolor y malestar me impiden tener hambre. Así que a la hora de la cena mis compañeros deciden volver al Luna’s Pub para degustar su sabrosa carta de menús, pero yo decido quedarme como si fuera un jugador de fútbol y tuviera que concentrarme antes de un importante partido en el hotel.
No creo que tuviera que prepararme o concienciarme para lo que se avecinaba, por que más que un verdadero reto, que no dejaba de serlo, era una imperiosa necesidad: perderme entre las altitudes y fríos hielos de los Andes. Lo esperaba y ansiaba como agua de mayo, quizás así, para intentar borrar y congelar a esos fantasmas de la incertidumbre.
David tiene Soroche y no acompaña a Trino y Sara que se reúnen en el Luna’s Pub con el resto del grupo. Mientras están en el lugar, se les agrega un peruano carota que no paraba de hablar; y con todo el morro se toma un matesito con ellos y se marcha antes de pagar… se pensaría que no lo tendrían en cuenta. Jesús piensa que cómo es posible que Trino y Sara hayan dejado que tal personaje se les acoplara de aquella manera, ya que llegaba con ellos. Aunque lo normal, visto y comprendido es que los bolivianos son más introvertidos, honestos y afables que estos artistas peruanos, y para que alguien del lugar te tratara así con esa incomodidad, desparpajo y desvergonzadamente… debía de ser peruano.
Vuelven al hotel. Último “matesito” en el patio cubierto del mismo y a la cama, que mañana tenemos nuestra primera visita a los Andes como dios manda. Estaba algo nervioso. Puede ser. No conocía casi nada de Los Condoriri. Solo por algún artículo en Desnivel y por las fichas que Ballester había sacado de internet de las subidas a dos de sus picos más hermosos y emocionantes: El Cabeza de Cóndor, el más alto de todos, y el Pequeño Alpamayo, figura cónica, puntiaguda, bellísima y a la vez con perfiles difíciles… con solamente el nombre de “alpamayo” ya se te erizaba la piel al emular como hermano pequeño de esa espeluznante, hermosa, vertical, helada y magnífica montaña de Perú. El acontecimiento, encuentro con estas montañas promete ser sublime, impactante y estremecedor. Sentimientos de aventura, adrenalina en la sangre, supervivencia, belleza y heroísmo apoltronaron a esos fantasmas que deberían haberse quedado en España, en el fondo y oscuro cajón del olvido.
Dejaremos de ser turistas para convertirnos en alpinistas, caminantes del hielo y las alturas, héroes de nuestros sueños y protagonistas de nuestros éxitos.