Después de seis días sin actividad montañera, por fin nos acercaríamos a Los Andes. Desayuno, preparativos… ya tenemos las mochilas hechas, material recogido… lo que no nos llevamos lo dejamos en consigna en el hotel. Todo preparado. Tranquilos e ilusionados cogemos dos taxis para que nos lleven a lo que era la antigua estación de tren. Aquí montamos en un ómnibus, o sea, una furgoneta grande con 10 o 12 plazas; pero el equipaje no va dentro, si no fuera, arriba en la vaca. Una a una suben las grandes y pesadas mochilas, petates, lo atan con pulpos, cuerdas y a la vez les ponen un plástico por encima también atado. Todos lo hacen. El camino es muy polvoriento, casi no tocamos asfalto, y los vehículos se llenan de polvo, tierra por fuera. La falta de lluvia en esta época hace que la tierra esté muy seca y polvorienta.
Y ya cargados y preparados, nos apiñamos en los asientos del ómnibus de tres en tres y emprendemos la marcha en busca de El Alto. El Alto se convierte en punto imprescindible y casi obligado (u obligado según a donde te dirijas) para salir de La Paz. Además no sabes cuando sales de uno y entras en el otro… todo es la misma urbe, solo que La Paz en el valle, fondo y laderas, y El Alto sobre él, en la planicie del altiplano, justo al salir del vallecillo. Pero hoy debemos cargar comida, mucha comida para esos cinco días para tantos, y aquí mismo en El Alto es donde la compran y se abastecen. Supongo que también, aparte de que les es casi obligado a los organizadores de la empresa pasar por allí, por ser más barato al estar en el “barrio pobre” de La Paz. Nos preguntamos si toda la mercancía y equipaje cabrá arriba, parece imposible que podamos movernos al ir tan cargados y no se desmonte la “movilidad» en medio de la calle o del camino.
Por fin salimos, nos ponemos en marcha de nuevo. Antes Gemma ha salido de la furgoneta para hacernos algunas fotos y yo la he seguido… bueno, sobre todo a la cargada furgoneta, organizadores montando el equipaje y al bullicio de la mucha gente alrededor: El Alto bulle de actividad, de acá para allá se mueve la gente con menos recursos de la ciudad. La policía nos vuelve a parar en la barrera, “la tranca”, y le ponen una multa al conductor por lo que se ve, porque no tenía la licencia el vehículo para transportar esta carga. Tráfico. Tramos en obra polvorientos, descuidados y sucios, y de pronto dejamos la carretera principal para coger un camino a la derecha que nos llevará, nos sacará del bullicio de la urbe, para acercarnos a la aldea de Tuni.
Soledad y aridez en el altiplano boliviano. Siempre ese color marrón claro, amarillento de sequedad y esterilidad. Pero en frente nuestro, poco a poco, comienza a terminarse el horizonte en oscuras y blancas montañas, picudas y vertiginosas vertientes verticales que contrasta con la horizontalidad del altiplano: es la Cordillera Real, Los Andes. De entre todas las cumbres picudas y blancas, creemos ver el Huayna Potosí a la derecha y casi solitaria, y los Condoriri más enfrente e izquierda rodeado de más cimas casi de la misma altura. Impresionante.
De repente el vehículo se para junto a unas pocas casas de paredes de barro, hechas como a grandes bloques tapial y con techo como de paja, de largas hebras de vegetación más largas y gruesas que la paja… a alguna casa le falta el techo, pero mantiene esas paredes, emparejados esos bloques de tal manera para formar puertas y ventanas… no muchas. Entre las casas muros de piedra, de gruesas piedras o rocas desemparejadas, sin cementar, a medio o a un metro de altura, y niños con rostros y ropas sucias, ropas muy viejas y sencillas. Uno de ellos, una niña, nos damos cuenta de que tiene grandes y graves ampollas en nudillos y articulaciones de las manos. Los primero que se me viene a la cabeza es que son sabañones por el intenso frío que suele hacer aquí y los pocos medios que tienen para combatirlos. Entre ellas lleva un pequeño conejito, como si fuera su linda mascota, su única distracción cuando nosotros no estemos. Me enternece. Son niños curiosos, simpáticos y de caras bonitas detrás de ese pelo negro, desordenado y piel sucia, oscura. Son gente pobre, aislada, aborígenes andinos del altiplano que viven al pié de los grandiosos Andes… Ya hemos llegado a Tuni.
Tuni se encuentra a unos cuatro mil trescientos metros, el frio se nota y es eso, cuatro casas de barro y paja… pero lo más impresionante es lo que le rodea: aquí termina el altiplano y las laderas comienzan a inclinarse poco a poco, a elevarse, a oscurecerse y a aparecer la blanca nieve. En los alrededores del pueblo aparece la bella y extraordinaria visión de las montañas nevadas y altas de la Cordillera Real. Una especialmente al fondo nos llama la atención por su altura aún estando a más de cuatro mil trescientos metros; ésta se presentaba acentuadamente más alta, puntiaguda, ancha, llena, repleta de glaciares que de aquí a allá les colgaban de sus verticales repisas en sus pocas oscuras paredes; bella, excepcional, majestuosa… ya la habíamos visto desde la distancia y reconocíamos su perfil, pero desde aquí era mucho más hermosa, cercana e imponente: es el Huayna Potosí de 6.088 metros. El seismil, dicen, que más fácil de subir de Los Andes, pero desde aquí no se veía ninguna escalera ni rampa que te subiera, todo lo contrario. Magnífica, impresionante y hermosa montaña desde aquí.
Nos sentamos en las piedras, rocas para comer. Van bajando el equipaje poco a poco; lo van escapando por la tierra y lo van preparado para cargarlos en los burros… mientras, abrigados hasta las orejas, vamos comiendo.
Ya partimos. Con las mochilas de ataque cruzamos monte a través por unos humedales, charcas y reguerones del río, mientras detrás dejamos la aldea y el alto y grandioso Huayna Potosí a nuestra espalda. La carga, los burros seguían el camino dando una vuelta mientras nosotros atajábamos saltando las regatas de riachuelos. De nuevo en el camino lo seguimos bordeando un embalse, una presa, la presa de Tuni y vamos girando poco a poco para meternos en un vallecillo que se adentra en la cordillera, entre las blancas nieves, frías y hermosas de este árido paisaje. Pero poco a poco, a medida que pasa el tiempo, caminando con marcha tranquila para que no nos afecte el mal de altura, y vamos subiendo altitud, las montañas comienzan a perfilarse y a acercarse esas puntiagudas formas que sobresalen de detrás de las suaves lomas nevadas que tenemos delante… ¡¡Ya son las montañas de Los Condoriri!!… Y al llegar a un colladito, a una altura del camino, la vista, el paisaje se abre y nos muestra con todo su esplendor la maravilla que la naturaleza pétrea nos tenía escondida: Los Condoriri.
Al final del valle al que nos dirigimos y adentramos se eleva una impresionante montaña, alta, empinada, vertical, repleta de blancos glaciares y surcada por oscuras paredes. Ésta se podía componer de tres partes diferenciadas: una picuda y encrestada montaña con escabrosas paredes sin hielo pero con nieve colgando, a la derecha; a la izquierda y algo más detrás otra picuda montaña encrestada y algo alargada pero cubierta de blancos glaciares verticales sin espacio para las oscuras rocas, de la misma altura que la montaña anterior; y en el centro, entre ambas, otra montaña con forma de casco, casi piramidal con su cima cortada, mezcladas las pocas barreras rocosas con el hielo de sus blancos glaciares, y más alta que las otras. Separadas ambas montañas por suaves collados ondulados de blancos y extensos glaciares que forman varios plateaus e inmensos balcones de hielos. Bajo estos glaciares otra enorme barrera rocosa surcada en un lado por el glaciar en una gigantesca y peligrosa cascada de hielo y seracs vivientes y verticales, formada en parte por la montaña de la derecha… Excepcionales figuras, montañas de ensueño, bellas y atrayentes… la montaña del centro, la más alta, representa la cabeza de un cóndor, las montañas a los lados representan las alas abiertas en alto del cóndor, Ala Derecha y Ala Izquierda. Hermosas. Por ello sus nombres son aquello que representan: Cabeza de Cóndor (la montaña más alta del macizo)… Y por ello también el nombre de Condoriri. Si seguimos la barrera rocosa de abajo, empapada por amplias laderas de nieve y coloreada en sus resaltes rocosos de las paredes también por ese blanco meteoro, observamos más a la izquierda otra picuda montaña, triangular, más baja y menos desafiante: es el Pico Austria.
Descansamos, paramos a hacer fotos en el colladito y después de maravillarnos con el impresionante paisaje de montañas escarpadas y alpinas de Los Condoriri, proseguimos con marcha tranquila para, poco a poco, adentrarnos en el fondo del valle. Allá abajo dejamos una laguna, pero más arriba casi cerrando el desigual circo de todas las montañas de Condoriri, nos topamos con otra bella, circular y extensa laguna glaciar: es la Laguna Negra o Chiar Khota. Justo al otro lado de Chiar Khota un horizontal espacio, suave ladera de color claro por la seca pero existente vegetación, con numerosas tiendas de todos los colores… es el Campo Base de Condoriri a unos 4.620 metros de altitud. Para llegar a él debemos rodear CHiar Khota por sus orillas de la derecha; pero antes nos hacemos fotos para inmortalizar tan inigualable descubrimiento paisajístico. A la vez más montañas, altas, escarpadas, picudas y casi inaccesibles se nos abren hacia la derecha del Ala Derecha que antes no veíamos: El Pico Wyoming, masa rocosa variforme que no deja espacio para planear su conquista; un manto blanco de otro espeso y más suave glaciar culminado en un abultado y pequeño hongo, el Tarija; y otra pirámide más baja pero excepcionalmente vertical y abrupta con paredes más lisas y abundantes, por ello con casi nada de nieve pero bella y atractiva, la Aguja Negra… y en medio de estas tres montañas, delante, casi a orillas del CHiar Khota el campo base al que llegamos en unas 3 horas.
Nuestro equipaje, porteadores, han llegado antes que nosotros. Nos han montado una magnífica tienda comedor cuadrada y otra pequeña carpa de circo que es la tienda cocina. Nosotros nos montamos nuestras propias y biplazas tiendas iglú. Yo comparto el iglú con Jesús Santana, y después de montar intentamos ordenar nuestra ropa y material dentro de ella para pasar estos cinco días. Me disgusta por momentos injustamente el desorden de ropa encima del aislante de Jesús en forma de pequeña cordillera, en comparación con mi doblado lado de la tienda; pero al final todo se queda en el sitio que le corresponde.
Estamos a mucha altura, 100 metros por debajo de la cima del Mont Blanc (penábamos entonces que la altura del Campo Base era de unos 4.700 mts.). Nos ha hecho un día de sol y buen tiempo divino, casi irreal, pero al caer el sol el frío se intensifica y rozamos, bajamos de los 0º. Entonces nuestras chaquetas de alta montaña y plumas se hacen imprescindibles. Inspeccionamos un rato el lugar, como gatos en una casa nueva y desconocida, recorremos todos los rincones para reconocer el nuevo territorio. Fotos desde varios ángulos. Silencio y fría tranquilidad. El lugar es muy amplio, una ladera suave, horizontal, extensa de vegetación, tierra y piedras. Verdaderamente hay muchas tiendas de varias expediciones, pero al estar tan repartidas en un lugar tan grande, no hay apariencia de bullicio, movimiento, solo de tanto en tanto una persona abrigada hasta las orejas sale de una tienda y camina a algún punto en busca de un desahogo fisiológico. Mas al fondo en el suave glaciar que sube al Tarija, apreciamos las huellas en la nieve, carril de pisadas, formado por los numerosos alpinistas que han pasado, cruzando por allí. Nos vamos imaginando la subida, la actividad, la aventura… Aún en montañas desconocidas no nos atrevemos a predecir el éxito de nuestra empresa, no estamos aquí por una promesa o por un objetivo con apremio material, estamos aquí para disfrutar y llenarnos de experiencias únicas y emocionantes, y ya el día a día en esta indómita tierra es un premio de incalculable valor para nuestro espíritu… por ello mejor no predecir ni esperar nada del mañana, si no aprovechar con cada paso el día de hoy.
Antes de la cena y una vez ordenadas las tiendas, material y territorio nos reunimos todos en la tienda comedor con alguna fabulosa tertulia hasta la hora de cenar. Alguien ha comenzado el tema de lo paranormal, supongo que ayudado por las creencias y cultura del país en el que nos encontramos, y yo sigo y participo en la conversación con el gratificante entusiasmo que siempre he experimentado al hablar de estos temas. Se van unos fantasmas, malos y perjudiciales, para que vengan otros simpáticos, alegres e inofensivos. Mi cara y ánimo cambian por momentos… no es que estuviera triste antes, pero el hablar de temas que me pueden llegar a apasionar y abstraerme de una fea realidad para introducirme en otra fantástica y casi irreal realidad me fascina y entusiasma. Contamos historias, casi experiencias de fenómenos que han ocurrido. Gemma y yo conectamos enseguida; se sorprende al ver que me encantan y entiendo (a mi manera) de este tema. Exterioriza su admiración por mi forma de ser, creer y pensar sin tapujos, ni misterios ni secretos sobre este insólito tema… pasamos muy buen rato. A partir de entonces Gemma, que ya de por sí tenía muy buen feeling conmigo, confirmaría más aún sus buenas referencias hacia mi personalidad.
Pero los fantasmas no tienen hambre y nosotros sí. Por ello a las siete y media de la tarde Teodoro (nuestro cocinero) y su mujer ya nos tenían preparado y nos servían la cena. David hizo un gesto sorpresivo al ver a Teodoro y se aventuró a exclamar, después de asegurarse lo máximo, a que también fue Teodoro el cocinero en el trekking que hizo con Sara aquel septiembre la última vez que vinieron a Bolivia. Pero Teodoro no se acordaba de nada, y ni siquiera intentaba recordar… habrá pasado tanta gente por su tienda cocina…
Ya es tarde y nos abstraemos la fría pero bella puesta de sol en Los Condoriri. Y de repente en cuanto se esconde el sol la temperatura baja bruscamente. Sobre las nueve de la noche ya estamos metidos en nuestros sacos en las tiendas, esperando el día de mañana para hacer la primera cumbre de Los Condoriri y casi la más fácil para aclimatar, el Pico Austria. A Ballester le ronda por la cabeza el Cabeza de Cóndor. Es una impresionante montaña para subirla y disfrutar de la escalada; además es la más alta del macizo. En un principio no teníamos nada decidido salvo la ascensión de mañana del Pico Austria (paso casi obligatorio para todo alpinista que se acerca a Condoriri para comenzar la aclimatación); y otro del que Ballester se había informado y sacado una ficha por internet era el Pequeño Alpamayo; del cual recuerdo su hermosa, estilizada y enérgica forma cónica, helada y escarpada, vertical a la vez, como la de un cucurucho con la punta hacia arriba. Impresionante, hermosa. Pero que desde el Campo Base no llegaba a vislumbrarse. En estos días Ballester pudo informarse con los guías que circulaban por el Campo Base sobre la ascensión y complejidad de dicha empresa: Había que hacer un campo alto justo arriba de la barrera rocosa y nada más comenzar el plateau, y para ello había que subir por una peligrosa, y según qué año imposible, cascada de hielo a la izquierda para flanquear esta barrera rocosa. Después la explicación de la ascensión hasta la cumbre no tenía secretos: palas, corredores y crestas afiladas de nieve y hielo de 45º a 50º… pero lo complicado era subir al campo alto por esa cascada del glaciar; algunos contrataban un guía para que les subiera, pero en muchas ocasiones se echaban para atrás en este trozo, después de haberles asegurado que sí les guiaría hasta arriba. Ese era otro impedimento: había que escoger a un buen guía profesional que conociera la montaña y les subiera.
En mitad de la recién caída noche, luces destellaban en mitad de la nombrada subida al campo alto del Cabeza de Cóndor ¿Lo estará intentando algún grupo ahora? ¿Alguien habrá subida la Cabeza de Cóndor?… a Ballester le asolan las preguntas, las dudas… pero la montaña no se moverá de ahí.
Comenzamos a dormir. Dentro de la tienda estaremos a unos 0ºc., fuera la temperatura estaría a unos -5ºc., pero dentro de mi Diamir el frío es una ilusión. Buenas noches.