Descansamos sin despertador ni horario. Nos despertamos son madrugar. La aclimatación está siendo efectiva y paulatina. Sin sobreesfuerzos, sin estrictos horarios… y eso se verá reflejado en el resultado.
Sacamos y ordenamos el equipo y ropa técnica. Hoy, en este día de descanso, aprovecharemos para hacer las prácticas como y acordamos ayer: nos acercamos al glaciar para practicar en anclajes, progresión, descenso… en hielo. Por ello tranquilamente nos ponemos “el traje” como si fuéramos a subir una montaña, y con Gemma, Ballester, Edu, Carmen, Javi, Zaida, mi inigualable compañero Jesús y yo, nos dirigimos a la lengua perfecta del glaciar que baja del Tarija, lugar idóneo para realizar dichas prácticas.
Por el mismo camino que mañana deberemos pisar para la actividad del Pequeño Alpamayo, en 50 minutos llegamos a la base de hielo vivo del increíble glaciar. A medida que sube la altitud, el hielo se cubre con una capa de blanca nieve que aguanta por el frío y la altitud, pero aquí abajo la nieve es casi inexistente y el vertical transparente y azulado hielo te invita a aventurarte y practicar en condiciones más difíciles… el calor a esta altura, ha derretido la nieve superficial.
Formamos 2 grupos: Javi con sus tornillos de hielo monta una reunión, al igual que hace Ballester. Desde aquí nos vamos asegurando y deslizando por la cuerda que tiende de ellos en rapel. Vemos como reaccionaran dichos tornillos de hielo a la fricción del movimiento, peso y tensión en cada bajada, con cada rapel de cada uno. Algún tornillo suda un poco… ¡Mala señal! Pero al final aguantan. Lo pasamos bien. Hacemos fotos, inmortalizamos los instantes, los momentos… y como modelos de alguna marca de ropa de montaña, aparecemos atractivos, profesionales, muy guapos. Son pequeñas prácticas necesarias y a la vez adecuadas en un día de descanso, inactivo, muy bien aprovechado.
Al pié del glaciar y una vez acabadas las prácticas, aprovechamos para almorzar. Y a la vez volvemos a las conversaciones de planes y desplanes: ¿Hay que levantarse muy temprano mañana para hacer el Pequeño Alpamayo? ¿A qué hora nos levantamos? ¿Cuánto tiempo será? ¿A qué hora han comenzado a caminar aquellos…? Debates y decisiones, opiniones y sugerencias, aunque el misterio del éxito venga con cada paso que demos mañana, con cada voluntad y enfrentamiento que le hagamos a la montaña.
Nos quitamos el equipo, arnés, crampones y guardamos material, piolets, ochos, mosquetones. Tranquilamente volvemos al campamento. La senda está muy marcada y es fácil de seguir. A las dos del mediodía, como buena costumbre española, nos acercamos a la tienda comedor para comer, degustar lo que Teodoro nos ha preparado esta vez: ¡Truchas!, truchas pescadas por el mismo en la Laguna Negra, pero son tres truchas para todos los que somos… ¡¿A cuánto salimos?!… Realmente no recuerdo el tamaño de esas truchas ni la porción que nos tocó a cada uno, pero leo en los valencianos escritos de Jesús en su “5é Quadern de viatje” escrito en el mismo día del acontecimiento, su asombro-queja por tal sorpresiva ración y plato a la vez que nos tocó.
Trino, Sara y David bajan del Pico Austria y se unen a la comida. David, como siempre con la altura, se encuentra algo indispuesto, pero Sara y Trino están bien. Me sorprendió la fortaleza, apacibilidad y simpatía (siempre riéndose) de Trino, ya conocida en el pasado y último viaje a los Alpes en 2.005: a pesar de llevar un día de retraso en Condoriri de aclimatación (con respecto a nosotros), y con muchos menos días en La Paz, en Bolivia, se apuntó con nosotros (el grupo más avanzado) para mañana intentar la cumbre del Pequeño Alpamayo. No es que sea una proeza y tenga unas condiciones físicas extraordinarias más allá de lo que muchos alpinistas pueden hacer, pero llama la atención y surge la admiración ante tal hazaña y predisposición. Magnífico, Trino.
Aunque no es un lugar pródigo por el viento, en esta ocasión nos hace acto de presencia mientras estamos en la tienda comedor. Cualquier inestabilidad atmosférica puede hacer peligrar el ánimo y convicción de los participantes para mañana subir tan grandioso pico. Acostumbrados a la calma chicha, el sol y las magníficas condiciones, el viento en esos momentos que mueve y empuja las paredes de la tienda comedor hace que busquemos miradas de calma, naturalidad y sosiego entre nuestros compañeros. Y así es; el viento no nos asustará, y al acercarse el tiempo de las sombras del atardeceré amainará hasta solo convertirse en un componente más entre estas rocas, montañas y hielos de éste insólito y espectacular lugar.
Nos damos cuenta de que llevamos una buena aclimatación, como ya había dicho, y los compañeros lo saben y comentan. De esta manera el entusiasmo y ánimo para mañana son mayores creando ese placebo que nos ayudaría a conquistar tan hermosa y peliaguda cumbre, sin duda. No notamos nada de mal de altura y nos movemos por el lugar como si fuera nuestra propia casa. Ya estamos preparados para una de las empresas más esperadas, fascinantes y desafiantes de la expedición ¡Suerte!
El atardecer va cayendo ya en el día de hoy. Día de descanso, prácticas y esparcimiento. Como siempre al bajar el sol el frío se acentúa y decidimos reunirnos en la tienda comedor para ultimar los preparativos de mañana: cuantificar y cualificar el material, cordadas, orden… Entra un hombre viejo con artesanía para vendérnosla. Gemma y Zaida miran curiosas algunas cosas, gorros, pero es Jesús quien finalmente se decide a comprar un azulado gorro andino, hongo, orejero, típico de los Andes. Jesús está muy entusiasmado y celebra a la vez que pide como símbolo de éxito para mañana y para el viaje en general, la compra de este gorro que siempre lo llevará muy contento en todas las ocasiones posibles durante el viaje. Algo parecido a lo que simbolizaba para mí el colgante del sol y la media luna compradas en el Titicaca y que siempre intentaba llevar puesto: el hermanamiento con el país, su gente, cultura, a la vez que con antelación, el amuleto del éxito en nuestras hazañas, en nuestras empresas de esta expedición… no fue algo premeditado, fue una decisión, comportamiento y circunstancia que surgió en un determinado momento… como si la Pachamama nos mandara una señal de amistad, apoyo y energía para tener éxito en la expedición. Hermoso, misterioso y casi divino.
Yo no le compré nada al señor. Estuve a punto de hacerlo pero ya llevaba mi amuleto, mi amuleto para que la Pachamama me dejara una puerta abierta para poder entrar en las habitaciones reales de Los Andes: sus hermosos y altivos picos. Casualmente en la que llaman Cordillera Real.
Antes, por la tarde hemos tenido tiempo de deambular por el lugar, por el Campo Base de Los Condoriri: yo buscando los mejores sitios, rocas, piedras donde apoyar mi cámara y poder hacer excepcionales fotografías, a la vez que aprovechaba para curiosear y recorrerme el lugar; y Jesús, mi inigualable compañero de grandes montañas, para hacer un recuento técnico pero a ojo de lo que “se montaba” en el campamento: “más o menos un total de 40 tiendas, 4 o 5 tiendas comedor, tantas tiendas cocina… con lo cual presumiblemente tantas expediciones…”
Pero el atardecer y la desesperada caída de la noche hacen abrirse el espíritu, el corazón y más aún los ojos, al ver aparecer la espectacular luna llena por detrás de la Aguja Negra. La puesta de sol y la caída de la luz ha sido lenta por detrás del Pico Austria, y los últimos rayos de luz iluminaban la cúspide sobre el campamento de la escarpada y vertical Aguja Negra. Pero a pesar de que el sol hace muchos minutos que se ha metido invisible por detrás de las picudas montañas nevadas, la claridad no desaparece al momento, si no como si de un espectáculo intenso, largo, agonizante y maravillosa batalla de luces y sombras se tratara, la intensidad de la luz bajaría muy lentamente hasta convertirse en una noche cerrada; y con el espectacular día de buen tiempo que habíamos tenido, el cielo raso, casto y puro de nubes y neblinas nos ofrecía un espectáculo soberbio, magnífico y maravilloso al poder ver toda, pero toda la bóveda celeste, de nuevo, con una claridad asombrosa… excepto por la aparición, también lenta, insinuante, después sigilosa y luego magnífica de la luna llena que Jesús Santana observaba boquiabierto, ante la luminosa aureola rondando las cimas de las escarpadas y puntiagudas montañas, como si estuviera tras ellas; y después con su primer avistamiento en la parte alta de su corona circular lunar como su estuviera asomándose hasta salir toda majestuosa, clara, espléndida y muy luminosa; todo con un ritmo lento, sin pausas, expectante, encandilador… como siempre un espectáculo irrepetible, mágico, único.
Jesús no puede más que acordarse de Eva en esos mágicos momentos; y le escribe cosas bellas tan únicas como el mismo acontecimiento, en su cuaderno de viaje. Solo la Naturaleza con sus espectáculos y encantos sabe aliviar, endulzar y hacer saltar un corazón oprimido, engañado o muerto.
Ya es la hora de la cena en la tienda comedor y todos nos reunimos para ver qué nueva sorpresa culinaria nos ha preparado esta vez nuestro gentil y simpático cocinero Teodoro, y su mujer. Nada tan especial y sencillo como práctico y apetecible como un sano sándwich vegetal al gusto de cada uno. La reacción en un principio es sorprendente en el grupo, pero aclamada ya que una cena sencilla pero agradable no alentaría una presumible indigestión por los nervios por lo de mañana. Muy rico y bien pensado.
Después de la cena y antes de irnos a dormir de nuevo surgió el plan de contar historias; para amenizar la recién caída noche y llevarnos un gusto dulcemente inquietante a la cama, mejor dicho al saco, como aquel que se duerme después de contarle un cuento… de miedo, los compañeros me pidieron que contase alguna de esas historias. En las conversaciones añadí que me encantaban las Leyendas de Becker y que me sabía alguna de memoria; con lo que nada mejor excusa para que entre el frío viento de la montaña y la oscura noche sin luces, salvo la de las estrellas y la luna llena, metidos y casi acurrucados en la cuadrada y ruidosa tienda comedor, les relatara el formidable Monte de Las Ánimas, y seguido La Cruz del Diablo. Expectantes e interesados todos mis compañeros escuchaban mi mediocre (para mí) forma de contar historias, pero que entre los que no se atrevían a hacerlo, era el mejor de todos. Así que me gané otra fama humildemente y reconocidamente merecida: la de “contador de historias”, sobre todo de misterio, leyendas, miedo y enigmas. Con lo que todos nos fuimos a dormir después con la mente ocupada en esos espectros, en esas leyendas que distorsionaban agradecidamente el pensamiento de la excitante, increíble y desafiante actividad que teníamos mañana.
La luna llena me recuerda al Elbrus. Justo lo subimos una noche de luna llena. Mañana tendremos suerte y todo saldrá bien, seguro. Mientras dormimos con esa cinta perdida en el bosque del Monte de Las Ánimas y con esa armadura vacía que aterrorizaba a toda La Cerdaña.