Relato breve y previo al diario de la Expedición Ecuador-2.006. Artículo escrito en el mismo año y subido a la web del Centro Excursionista Almoradí, hoy día desaparecido. Os lo adelanto esperando que os deje buen sabor de boca y ganas de conocer y leer las experiencias, correrías, ascensiones, conquistas y aventuras vividas en este extraordinario viaje:
Este verano, mi compañero de batallas Jesús Santana y yo, J. Joaquín Terrés, decidimos aventurarnos en un viaje a los Andes Ecuatorianos. Era la primera vez que cruzábamos el charco y la experiencia, con sus cosas buenas y sus otras no tan buenas, no nos decepcionó, nos encantó y nos dejó con el gusanillo de tocar de nuevo tierra andina.
Nuestro principal objetivo era subir la montaña más alta de Ecuador: el Chimborazo, de 6.310 mts. de altitud. Iba ser la primera vez que mi compañero y yo íbamos a subir una montaña de más de 6.000 mts., y la incertidumbre sobre nuestra posibilidad de volver con éxito al Viejo Mundo se cernía sobre nuestra mente.
Después de unas 11 horas de vuelo y de llegar a Quito, al día siguiente y tras unos inesperados y molestos trámites burocráticos, cogemos un autobús para dirigirnos a Riobamba. Panamericana abajo y a unos veinte minutos antes de Riobamba paramos en medio de un altiplano en mitad de una oscura y extraña noche. Del negro cielo caía una sólida y gris lluvia de cenizas; el volcán Tungurahua nos daba la bienvenida a este rincón de los Andes. Llegamos a Urbina, cargados como burras y en plena oscuridad. Es un lugar muy encantador; antigua estación de un tren que nunca llegaba a pasar. Urbina se convirtió en nuestra base para trasladarnos a las diferentes montañas que íbamos a visitar.
Rodrigo Donoso junto con sus ayudantes y guías, nos trataron muy bien y nos sentimos como en casa, algo muy difícil de conseguir teniendo en cuenta que estábamos en un país desconocido. Para conseguir nuestro objetivo principal debíamos prepararnos y aclimatarnos. Subimos a ver trabajar al “hielero” en los glaciares del Chimborazo, a 4.750 mts. de altura. Oficio que está en extinción y que, curiosamente, se remonta a las tradiciones españolas de conseguir hielo de forma natural (cavas o pozos de nieve). También subimos al volcán Igualata para dormir en su cumbre y ver, al despertar el sol, el saludo espectacular del Tungurahua: si alguien ha visto alguna vez erupcionar y escupir a un volcán de forma estruendosa, sabrá que es una maravilla de la naturaleza. Para concluir nos dirigimos al cercano Carihuayrazo (5.020 mts.) para ir acostumbrándonos a la altura. Montaña esbelta y escarpada, antiguo y deformado volcán, el Carihuayrazo nos ofrecía una actividad increíble con el señor que lo domina todo mirándonos como fondo, el Chimborazo. Llegamos a su cumbre desde los 4.300 mts. de su Campo Base y cruzamos para llegar hasta él lugares y terrenos por donde se cree cruzó Orellana buscando el “Reino de Quito”.
Después de nuestra buena aclimatación nos fuimos a la cara sur del Cotopaxi para intentar su cumbre por allí. La belleza del volcán Cotopaxi es igualada por muy pocas montañas y casi por ningún volcán en el mundo. Es un cono perfecto, altivo y enérgico rodeado de glaciares blancos y agrietados, que le dan un toque casi fantasmagórico al lugar, contrastado con la negrura del terreno, fruto de las cenizas y antiguas coladas del volcán. Te da la impresión de estar metido en un mundo mitológico. El Campo Bajo de la cara sur del Cotopaxi se encuentra a unos 4.000 mts., y es donde se dejan los coches y donde también se puede pernoctar. A 4.803 mts. está el Campo Alto y es la última base para subir al Cotopaxi. Después de un primer intento fallido, en el que nuestro compañero y guía Delfín, no pudo llevarnos hasta la cima por culpa de una montaña cambiante, de unos glaciares “vivos” que cambian de forma y recorrido para que los que se aventuren sin conocerlo se pierdan y desistan; al segundo intento (después incluso de haber subido al Chimborazo) subimos desde el Campo Bajo, ya que por el mal tiempo no se pudo subir esa mañana al Campo Alto, hasta los 5.880 mts. de la cumbre sur del Cotopaxi (17 mts. menos que la norte, más alta). El mal tiempo había hecho que nevara casi hasta la misma altura del Campo Bajo, y las nubes y un insistente “chirimiri” nos calaban e inundaban al principio. Pero pudimos llegar hasta el inmenso y fantástico cráter del Cotopaxi, del que dicen es el volcán activo más alto del mundo (con permiso del Ojos del Salado en Argentina) y poder apreciar sus profundidades colmadas de fumarolas que expulsaban unos gases que apestaban a azufre. “El volcán se está recalentando” nos decía Rodrigo por el descubrimiento de fumarolas nuevas, la desaparición total del glaciar en el lado este del volcán y la aparición en la pared al exterior, en la misma ladera, de una nueva fumarola. No quisiera estar cerca cuando el volcán despierte del todo. Después de deleitarnos con los 900 mts. de diámetro del enorme y espectacular cráter, decidimos bajar sin más problemas que el cansancio que sufríamos después de una agotadora pero brillante jornada.
Entre subida y subida al Cotopaxi, decidimos visitar al Chimborazo. Desde lejos nos asombra su altivez y desnivel, desde luego una montaña entre montañas. Desde los Refugios Hermanos Carrel y Whymper (4.800 y 5.000 mts.) se puede subir a este gigante de los Andes. Sus laderas peligrosas y arenosas contrastan con los glaciares colgantes grises por las cenizas del Tungurahua y el agreste, y si cabe decirlo, más peligroso Castillo: un conjunto de agrestes rocas volcánicas rodeadas por paredes verticales en continuo proceso de desprendimiento. Nos levantamos muy temprano, sobre las 22’15, para que sobre las 23’30 emprendamos la subida. Casi más peligrosa que el resto de las montañas que ya habíamos hecho, el Chimborazo se abría ante nosotros en una oscuridad plena como un tremendo y espeluznante reto el cual concluimos con éxito (no sin antes echar el resuello y casi mis pulmones por el camino). Sobre las 7’30 de la mañana llegamos a una cumbre glaciar castigada por el deshielo y fusión rápida de sus hielos, creando unos “penitentes” que casi llegaban hasta la cintura. A 6.250 mts. se encuentra la Veintimilla y junto a esta, la Whymper a 6.310 mts. de altitud. Fotos de rigor, descanso, recuperando las fuerzas dopándonos con algunas aspirinas; y vuelta hacia abajo. Sobre las 15’30 llegamos al coche, rodeando al Castillo para no volver por sus peligrosas pendientes. ¡Ya está!. Habíamos conseguimos subir a nuestro primer seis mil, y espero no sea el único. Quizás el cansancio y la desorientación hacían que no nos diéramos cuenta de lo que habíamos hecho y del objetivo cumplido con creces. No tiene precio experimentar la satisfacción de conseguir todo un mundo alcanzado, todo un reto cumplido y alegrar con estos sentimientos un trozo de tu vida, pero que a la vez, llena todo tu Espíritu.
Después, no todo fue volcanes y “sufrimiento”, visitamos Quito con sus parques, edificios coloniales y casco antiguo; Riobamba, la “Sultana de Los Andes” con sus edificios, calles adoquinadas, parques y monumentos; y el peculiar mercado indígena de Guamote. Para finalizar, era visita obligada la Selva Amazónica, y nos dirigimos a Macas desde Riobamba para pasar un día y una noche en la magnífica Reserva de Nantar, en plena selva ecuatoriana. Recorrer sus espesos rincones, surcar sus ríos y bañarnos en ellos fue nuestro principal objetivo. Otro mundo. Espectacular, mágico y maravilloso mundo selvático.
Al final, volvíamos a España con la satisfacción de haber hecho bien las cosas, de no haber perdido nunca el tiempo y de llenar un poquito más el Espíritu con la fuerza que nos da la Naturaleza en sus distintas formas. Echaremos de menos la acogedora, encantadora y melancólica Estación de Urbina, a la sombra de aquel gigante que los indígenas andinos tomaban por un dios, y que en cierta forma lo es, el Chimborazo.