Estábamos en la frontera entre Aragón y Cataluña. Perteneciente a la comarca de Val d’Aran, aunque geográficamente mirando al sur, en la cabecera del valle del Noguera Ribagorzana, también llamado Valle de Barrabés; nos hospedábamos en un albergue-refugio justo en la boca sur del afamado túnel de Viella.
El tiempo es gris, frío e inestable. La nieve ha caído en cotas bajas para la época y el albergue no abre hasta las seis de la tarde y nos estábamos quedando helados en su puerta por culpa de un ligero viento de mestral.
Al otro día, viernes 13 de octubre, nos levantamos temprano para subir al macizo de los Besiberris siguiendo el G.R.-11 desde el acogedor, nuevo y curioso Refugio de Conangles que se encontraba al borde del camino, y que distaba 5 minutos en coche desde la boca del túnel. Gonzalo Ruiz, Trino Marín, Fernando “bolaga”, Sara, David Soriano y yo, emprendimos la subida en mitad de la oscuridad que precede al amanecer por un bonito lugar boscoso de hayas, pinos e incluso abetos. No creía que por estas inmediaciones hubiera abetos; signo inequívoco de su buena conservación, humedad y buenas condiciones para que se mantenga. Realmente estábamos a 1.550 mts. de altitud y el otoño empezaba a manifestar su rostro más común en estos parajes y bosques de cuento.
Nuestro principal objetivo era subir al Besiberri Sur (3.030 mts.) y desde éste, por la fatídica cresta llegar al pico más alto del macizo, el Comaloforno (3.033 mts.); para ello nos adentraríamos en el escondido valle de Besiberri.
Después de franquear el bonito bosque y ya empezando a amanecer, subíamos por una senda muy bien marcada, aunque ya no era G.R., y algo empinada hasta el Estany de Besiberri.
El sol empezaba a iluminar las montañas de atrás nuestra, en el cercano macizo de Los Montes Malditos, y el Estany de Besiberri se presentaba como un espejo inmenso que reflejaba el amanecer limpio y tranquilo. La montaña despertaba a un nuevo día. Justo enfrente aparece el inmenso murallón de crestas, espolones y paredes infranqueables del Besiberri Norte (3.014 mts.) y el Besiberri del Medio (3.003 mts.). Tocados por la pequeña pero suficiente nevada del día anterior se levantaban ante nosotros como gigantes que custodiaban un tesoro.
Valle arriba, dejábamos atrás el bellísimo Estany de Besiberri para pararnos a descansar junto a las orillas del pequeño Estanyet justo bajo la rocosa e impetuosa subida a los Besiberris. A partir de ahora la roca desnuda, la nieve recién caída, las moles y rocas sueltas de granito diseminadas por la vasta extensión y lo escarpado e inclinado del lugar hicieron que tardáramos más de la cuenta en cruzar aquel laberinto de enormes piedras.
Por fin divisamos la cara norte-noroeste del Besiberri Sur y el Collado de Avellaners al que debíamos subir. La subida al mismo collado se hizo por tierra helada y pendientes inclinadas que lo hacían interesante y emocionante. Desde este collado solo nos quedaba una corta pendiente deshecha por la erosión que sufre la alta montaña hasta la cumbre.
Ya en la cima, las vistas desde el Besiberri Sur son muy bonitas y espectaculares. Cabe destacar su hermano mayor el pico Comaloforno que se perfilaba agreste, difícil e infranqueable. La cresta hasta él helada y con muchos “gendarmes” nos hubiera retrasado aún más de lo que ya íbamos. Hacia el norte se dibujaba la enorme, bella y espectacularmente encrespada pirámide del Besiberri Norte, que se abría al final de una cresta que parecía muy agreste pero con pasos fáciles de cruzar, como es la de los Besiberris.
Nadie subió ese día, solo nosotros; otros grupos que se acercaron a la base de la montaña desistieron al ver lo entretenido, difícil y peligroso que era internarse en aquel laberinto de piedras y rocas sueltas cubiertas por una, no muy abundante, nieve recién caída, fría y resbaladiza. La bajada la hicimos por el mismo sitio de modo que al llegar al bosquecillo “encantado” la oscuridad de la noche se cernía sobre él. No pude contemplar ni a la subida ni a la bajada con verdadero entusiasmo, los cambios de colores y los rincones de un hayedo centenario en otoño. Empleamos en la subida 6’5 horas y en la bajada 5’5 horas. Al final la marcha fue larguilla y durilla pero muy bonita y aconsejable.