No conocía esta montaña, no había hablar de ella mientras subía montañas con mi primo Miguel Ángel. No era una montaña como Picos de Urbión, Cazorla, Sierra Nevada, Gredos… de estas que estudias en el colegio o instituto en clase de geografía. Es una montaña que en un principio no tiene una singularidad por su nombre a pesar de su altitud y ubicación, alejada de las guías y libros de geografía o turismo, no tiene una fama para la gente de a pie, de la calle, de aquellos que no son montañeros, ni conocen los detalles y personalidad de dichas montañas, a menos que lo hayan estudiado en el colegio.
Pero fue con mis nuevos compañeros del recién creado (o a punto de crearse) Centro Excursionista Almoradí, quienes me hablaron de ella y con los que la descubrí y pisé por primera vez. Por alguna razón, quizás porque oía muchas veces que la gente iba y venía de esta montaña, o preguntaban por “como estaba ella”, comencé a interesarme por La Sagra. Dio la casualidad que mi hermana Ilu a finales de un invierno antes de ir yo por primera vez a La Sagra, fue con el instituto a acampar al prado del Collado de La Sagra, lugar normal o habitual de inicio para subir a esta montaña por su recorrido o vía normal, por lo que llamaban “El Embudo”. Yo le decía que hiciera fotos a la montaña para que después me las pudiera enseñar y verla por fin, aunque sea en fotos. A la vuelta le pregunté a mi hermana Ilu “¿Has hecho fotos a La Sagra?” “un montón, si no había otra cosa”; y entonces pude admirar sus perfil y rasgos, toda llena de nieve, alta, con nubes y sin nubes, se veía impresionante, bella, con su bosquecillo en sus faldas… parecía una alta montaña, como en Pirineos, como Sierra Nevada; y un ambiente muy frío, parecía que hacía mucho frio.
Ya tenía ganas de subirla, de visitarla, conquistarla y sentir su clima frío y fresco de la alta montaña. Sería un buen salto para mí, un paso de las montañas alicantinas y murcianas para hacer una montaña de casi 2.400 metros, una altura que aún no había pisado en esta vida montañera ¿estaría preparado? ¿aguantaría el esfuerzo de la subida?… Tenía 15 años cuando en octubre del año 1.991 me agregué a un grupo que salían hacia esta montaña para subirla. El grupo, claro, eran los nuevos compañeros de la nueva asociación que se estaba creando del Centro Excursionista Almoradí, más algunos del antiguo Grupo de Montaña de Formentera de Segura (éste último ya creado y activo). Para mí, aparte de ser la primera subida a esta fascinante y preciosa montaña, también iba a ser el comienzo de una especie de “viaje iniciático” con nuevos amigos, nuevos montañeros y una nueva etapa montañera en mi vida (sin dejar de salir con mi primo Miguel Ángel, claro) … con los que comencé a conocerlos y a convivir con la primera experiencia montañera juntos.
Os estaréis dando cuenta al leer este relato que le doy un protagonismo a esta montaña más de lo habitual, y es que La Sagra aparte de ser ese salto, ese paso de altura y de nivel montañero, marcó un hito en mi vida social montañera… también porque es la favorita, de las más visitada y ascendida por muchos montañeros del sureste peninsular… incluso otros como yo, la iban descubriendo en las siguientes visitas de la misma manera que la descubrí yo. Se convirtió también en una “montaña de culto”; nuestra “pequeña alta montaña más próxima”, donde iniciamos a aquellos que no se habían calzado unos crampones, subido por palas empinadas de hielo o nieve dura, fuerte frío, altura… Hay que tener en cuenta de esta montaña, no solo la personalidad, perfil, figura, dimensiones, condiciones invernales… sino que también, y es un punto muy importante, es la montaña más alta del Sureste peninsular, quitando a Sierra Nevada. Además las montañas y sierras que la rodean (Guillimona, Sierra de Segura, Taibilla, Empanadas…) apenas sobrepasan algunas los 2.100 metros de altitud; cuando la cima de la Sagra llega a los 2.383 metros de altitud, casi 300 metros de altura de diferencia. Con lo que dicha diferencia de alturas la hacen ser un promontorio alto donde le llegan todos los vientos, todos los fríos, sin que ninguna otra montaña le haga sombra en cientos de kilómetros… e incluso tener condiciones diferentes el mismo día entre la cima de esta montaña y las cimas del resto de montañas y sierras que la rodea. Ello también hace que las vistas desde la cima de La Sagra sean excepcionales; es un mirador incomparable y privilegiado: todas las sierras del macizo de Cazorla-Segura queda a sus pies al norte y noroeste, al suroeste, en días claros, las nevadas cimas de Sierra Nevada… ejemplos de entre otros lugares y geografía que se puede contemplar desde su rocosa e inerte cima.
Salíamos en varios coches de Almoradí en dirección a La Puebla de Don Fabrique. Creo que iba en la Nissan Vanette de Víctor Berná, con éste, la que fue su novia y ahora su mujer Esther, Manolo Cano, ese gran “personaje” de entre los haya, montañero, artista, aventurero… podríamos decir que fue uno de los participantes de aquel grupo de aventureros que durante la primera mitad de los años 90, fueron pioneros en esos viajes a Marruecos, Los Andes en Sudamérica… cuando eran verdaderas expediciones, costosas, aventureras, novedosas… de entre los montañeros del corazón de la Vega Baja… e incluso del resto de la comarca.
Nunca olvidaré la música que salía del cassette de la furgoneta durante todo el viaje, enteramente nocturno: Hurricane de Bob Dylan y Let My Fire de The Doors. Una y otra vez. Durante todo el viaje hasta el lugar de acampada en La Puebla de Don Fadrique. Y por aquel entonces la autovía acababa en Alcantarilla; de aquí a Mula, Bullas, Caravaca… era carretera y se tardaba bastante más que ahora. Creo que no se me olvidará en la vida ¡¡Vaya viajecito!! Preludio de con lo que me iba a encontrar con estos nuevos compañeros; con lo que se identificaban, con su forma de ser y ver la vida… curioso.
Pasado La Puebla de Don Fadrique en dirección a la misma Sagra, nos desviamos por un camino que por aquellos entonces me parece no estaba asfaltado, hasta parar e internarnos en Las Santas. Las Santas es un lugar, área recreativa de barbacoas y esparcimiento con unos altísimos arboles de ribera, chopos o alguno de éstos parecidos; y muy próxima la ermita, construcción de Las Santas. Las Santas estaba dedicada exactamente a eso, a dos santas: Santa Alodia y Santa Nunilo. Era un lugar cerca de un riachuelo en el que, en mitad de la noche cerrada, montamos la tienda para dormir. El frío era intenso, seco pero que te llegaba hasta los mismos huesos. Nota predominante para las siguientes y casi todas las veces que vengamos a estos parajes para pasar la noche. Era habitual que un viejo zorro gris se acercara hasta las tiendas en mitad de la noche mientras dormíamos. Y si te dejabas algo fuera, un descuido, podría ser que al otro día ya no estuviera. Se lo había llevado el zorro… Recuerdo la última vez que acampé en Las Santas (que ya estaba prohibido). Dentro de la tienda, mi pie, dentro del saco de dormir, estaba pegado a la pared de la tienda, y en un momento de la noche sentí un pequeño mordisco (noté los dientes), que desde fuera mordía la tienda, el saco y mi pie ¡¡Que susto!!
Al otro día cogíamos de nuevo los coches y volvíamos a la carreterilla que desde la Puebla de Don Fabrique, subía a los Collados de La Sagra. El paisaje que se descubre ahora con la luz del día es inolvidable, frío, sorprendente y casi salvaje, como una estepa mediterránea pero de colores y terrenos diferentes a los conocidos en Murcia o Alicante; colores marronosos, grises, verde oscuro de las encinas, de los pinares, y laderas y laderas con estas vistas, laderas sur del Guillimona, Gallinero… justo ya en la frontera con Jaén, dentro del conjunto de la extensa y extraordinaria Sierra de Segura.
Y de repente se alza un gran promontorio casi cónico, como si fuera la loma, la columna vertebral de un gigantesco animal, un monstruo que sobresale por encima del paisaje, del resto de laderas, bosques y escarpes. Precioso y espectacular. Va quedando a la izquierda al fondo, pero la mole es muy llamativa, muy altiva: con laderas boscosas en la parte baja de la misma, verde oscuro con pinceladas de marrón oscuro, hasta que deja paso a la roca gris, clara, casi blanca en ocasiones, sin nada de vegetación en las alturas. Primero vemos la subida por el Collado de Las Víboras: la columna vertebral, el aparentemente fácil cordal cimero del este de la sierra, de la montaña; después a medida que seguimos la carreterilla hasta la parte más alta de la misma, la sierra va girando para dejar a un lado la columna vertebral, y de frente ver la escarpada y característica cara norte de la sierra, de la montaña, de La Sagra. Tiene forma de media luna boca abajo, con los dos picos de dicha luna hacia el este y oeste, dando la forma a sendos cordales que desde las laderas a ras del terreno circundante, llegan hasta la cima; y la propia cima con tres (o cuatro) vértices o puntos claramente visibles y diferenciados que le dan su forma y perfil personal, singular, característico… eso y el temible “Embudo” …
Aparcamos los coches en lo que parece la parte más alta de la carreterilla, porque a partir de estos prados ya parece comienza a bajar hacia el oeste. Hay un cortijo enorme, y parece que está habitado ¡Vive gente aquí! (al menos trabajaban), con animales y todo. Estamos a casi 1.500 metros de altitud. Son los Collados de La Sagra, y el cortijo que está junto al lugar lo llaman Cortijo del Collado de Abajo. Arriba y detrás, hacia el norte, algo más alejado está el Cortijo del Collado de Arriba; llamado por mis compañeros como el Cortijo de Valentín.
Los cortijos y casas del lugar han sufrido los cambios favorables o desfavorables causados por el turismo, de las numerosas visitas de los domingueros, montañeros, que con el paso de los años se ha ido incrementando sensiblemente, a medida que éstos (nosotros) íbamos conociendo y visitando la montaña, la preciosa y magnífica Sagra. El Cortijo del Collado de Abajo acaba por ser deshabitado, casi abandonado, o finalmente abandonado. El Cortijo del Collado de Arriba, el Cortijo de Valentín se usaría como casa rural, aunque en un principio solo dejaba la gran vivienda tal y como estaba para ser usada alguna noche por los montañeros que al otro día iban a subir la montaña, o esa noche después de bajarla: El Cortijo de Valentín. Así mismo el Cortijo de Viana, donde también hemos estado, celebrado y pasado algunas noches, sufre el mismo cambio: ahora se alquila entero o por partes como casa rural; son viviendas, construcciones muy grandes… cortijos al fin y al cabo, como deben ser. Justo antes de llegar al collado donde dejamos los coches aparcados, otros han sabido sacar más provecho y han construido, transformado el cortijo en un hotel, en un restaurante de carne de caza, casi lujoso. Es el Hotel o Restaurante Collados de La Sagra; un lugar exquisito de buen comer, donde también pasamos noches inolvidables de juerga, alegría y buen ambiente con los compañeros y amigos del Centro Excursionista Almoradí… se podría decir que era un lugar, una montaña común y de unión entre nosotros… curioso y enigmático.
Y mirando hacia el sur desde el mismo lugar donde dejamos el coche, desde el mismo collado, ahí está la tremenda y espectacular Sagra, justo en medio de la cara norte, aunque no estamos pegados, está algo alejada, a unos 20 minutos caminando hasta sus verdaderas faldas: es el lado norte de La Sagra. La visión es espectacular y sobrecogedora, imponente. Sorprende una formación en el centro, izquierda en medio de esa enorme media luna; tiene forma exactamente de embudo, y esa forma le da el nombre a esa formación, a esa parte de la montaña: “El Embudo”. Parte y subida que se hará famosa y muy nombrada en la conquista de la montaña, pues es la subida “normal” (sobre todo invernal) a la cima de La Sagra. Desde la rocosa y pedregosa loma cimera se abre la montaña, el hueco, que se va cerrando a medida que desciende la montaña, como entre otras dos líneas diferenciadas de terreno más escarpado. Entre ambas líneas nada, ladera rocosa, pedregosa limpia de escarpes o grandes rocas que puedan llamar la atención para dar la imagen y visión de esas paredes del embudo, sin nada que entorpezca el caer por en medio de él hacia abajo… menos una roca casi cuadrada y casi en la parte más alta del mismo embudo, y casi en el centro del mismo; bajo cuya pared recta y vertical, se suelen resguardar los montañeros que suben o paran a descansar poco más arriba de la mitad de la subida: lo llaman El Caramelo. Mientras las dos líneas bajan en diagonal y convergen en un estrecho, escarpado paso entre rocas, paredes y escarpes rocosos verticales… casi agujas y promontorios escarpados, en el que un pequeño, corto y vertical paso cerraba el “cuello” del embudo. Abajo del mismo, un pedregal, torrentera de piedras, con el bosque a cada lado ya, baja formando un barranco, un cauce, por el que seguiría todas las aguas que caen o son atrapadas en este embudo. Fantástico, curioso y fascinante formación.
A la izquierda, lado este, del Embudo, al otro lado de los escarpes y rocas abruptas del terreno, sendos, largos y espectaculares toboganes de piedras, de piedrecillas que desde la loma cimera (la que baja hacia el Collado de Las Víboras) llegan hasta casi la base de la montaña: son las torrenteras, pedregales o canchales si los llamamos geológicamente. Por aquí se bajaría. Al lado derecho del Embudo, los escarpes de paretillas como en terrazas, unas arriba de otras, como gradas, y fajas entre ellas, verticales y más abruptas, infranqueables, que el mismo Embudo… aunque por aquí se forma una especie de subida casi como corredores de nieve y hielo en invierno con los fríos de esta “alta montaña” por el que los montañeros suben como si fuera un auténtico corredor del mismo Pirineo. Y justo arriba la ondulada cima, rocosa pero fácil y nada escarpada… hay casi 900 metros de desnivel desde el inicio de la marcha en el collado donde dejamos el coche, hasta la cima; un desnivel apreciable y considerable.
Comenzamos a caminar dirigiéndonos hacia el centro de la cara norte de la montaña. Por estos entonces se podría atravesar la pradera que queda justo enfrente del collado, del cortijo para dirigirnos a La Sagra… incluso acampar; como acampó mi hermana con el Instituto y yo alguna vez con algunos de mis compañeros (en lugar de hacerlo en Las Santas). Hoy día no se puede atravesar el prado. Hay que seguir por el camino de la izquierda que sube algo al principio entre bosques y prados, y que rodea dichos prados, haciendo una curva para centrarnos, a la vez que nos acercamos, al centro de la sierra, pero más cerca de la parte baja, del cuello del Embudo. Aún no hemos llegado a la montaña, nos estamos acercando a sus faldas, pero a la vez cogemos altura poco a poco.
Después del giro del camino y de hacernos que la montaña nos quede a la izquierda, éste acaba, o está a punto de acabar, y aparecen las sendas con hitos señalizadores, que aparecen por la izquierda, mirando a la montaña, y que se dirigen hacia ella; hacia El Embudo. Por esta zona había un antiguo abrevadero, justo antes de comenzar a subir por las faldas de la montaña o en el comienzo de las mismas, pero antes de que se empinen considerablemente. Se podía llegar en coche; en un todoterreno o en un Renault 7… solo encontrábamos el abrevadero en las primeras visitas que hice a la montaña, las siguientes ya no recuerdo de pasar junto al encantador lugar. Ahora ya estamos en la misma falda de la montaña y comenzamos a subir por entre matorrales de altura al principio, bosque, y poco a poco las pendientes comienzan a ser más empinadas, verticales. La senda hace un zigzag más arriba y llegado un momento que se desvía hacia la derecha buscando el cauce seco del barranco, de la salida del embudo. Y ya salimos del vertical bosque, de la senda fresca, fría entre la vegetación, y ahora seguimos por una senda polvorienta, pedregosa, terrosa y bastante vertical por en medio del barranco. No habrá pérdida porque es el único camino de la zona de la montaña, y las sendas están marcadas. Eso sí, en invierno es una subida y terreno espectacular y emocionante… a partir de aquí comenzaría lo interesante, emocionante… la entrada al Embudo.
Por en medio del barranco y poco después de comenzar a subir por él, levantamos la cabeza y vemos arriba un paso entre paredes de roca vertical, farallones, agujas, y la senda que, después de ser arenosa y terrosa, se hace más vertical y rocosa. Estamos entrando en El Embudo, estamos en su cuello. El paso en invierno puede ser hasta algo peligroso, si hay hielo entre la roca vertical. Estamos pasando como si fuera entre dos esfinges, a cada lado farallones de roca, agujas y promontorios verticales que te impiden equivocarte en el camino y te cierran los pasos para seguir por el único terreno que se pueden seguir. Al principio el cuello del Embudo gira hacia la derecha, como retorciendo el camino a seguir, para girar, seguramente en su parte más estrecha y empinada, y buscar por este lado la salida del cuello hacia el resto del embudo, viendo, girando de nuevo hacia la pendiente de la montaña, hacia la derecha de nuevo, como se abre el terreno, la rocosa ladera del embudo, y los perfiles encrespados, abruptos, esas líneas imaginarias, se van quedando a cada lado, alejándose del camino, de esta sobresalientemente empinada ladera lisa sin esos escarpes. Ya hemos entrado en El Embudo.
Justo comenzamos a tener vistas al paisaje detrás nuestro; las montañas, páramos y valles van quedando a más baja altura con respecto al punto en el que nos encontramos. Después de salir del escarpado “cuello” del embudo, en el que los farallones y agujas nos tapaban las vistas, el comienzo del embudo es más espaciado, más abierto… sorprende un piquito que ya se observaba llamativo, picudo, con una pared en forma de triángulo que lo hace atractivo, atrayente para subirlo y disfrutarlo. El Cano le puso el nombre de “pico de los buitres”, pero en los mapas viene como Castellón de Los Miravetes o Piedra de Los Miravetes. Detrás comienzan a aparecer las peladas lomas cimeras del Guillimona y Gallinero. En invierno si hay nieve, es un paisaje espectacular y casi inhóspito, frio y casi salvaje; lo que yo llamaría la alta montaña mediterránea.
Pero estábamos comenzando la subida por El Embudo después de cruzar su “cuello”. Ahora se empina la ladera a la vez que se hace más peligrosa y menos abrigada. Antes nos protegían las paredes de los farallones y agujas que nos rodeaban e impedían el paso; ahora éstas se han quedado más abajo, de forma si hay una caída, podrías salir escupido por encima de ellas embudo abajo… está realmente empinada esta ladera pedregosa, terrosa con muy poca vegetación. Es más, en invierno con nieve o hielo resulta verdaderamente peligrosa si resbalas y no te paras, pala abajo por la helada y dura nieve. Desgraciadamente no sería el primer accidente, la primera vida que se lleva El Embudo por delante.
Por en medio del Embudo hay que seguir entre los senderillos y rastros de caminillos que dejan los montañeros al subir, pero siempre intentar acercarse hasta una roca allá arriba, como en medio de las laderas curvadas y casi perfectas del Embudo, la cual, lo primero que te llama la atención y diferencia del resto de rocas y paredes que, entre grietas y quebradas aparecen más a la derecha, es su perfecta pared lisa y con forma de magdalena… de caramelo… es el Caramelo. El esfuerzo hasta llegar a esta roca es tremendo; la subida es empinada y larga, y con nieve y hielo, como suele haber en invierno, es emocionante e idóneo para practicar técnicas de superación en alta montaña. Como iniciación a la alta montaña en invierno con buenas condiciones de frío, nieve o hielo, es excepcional esta montaña, insuperable e ideal.
Ya estamos en el Caramelo. Un descanso. Sin nieve, todo es roca y terreno pedregoso, típico de la alta montaña… como he dicho antes, se puede decir que es “alta montaña mediterránea”. La primera vez que subí La Sagra y llegué al Caramelo, un pequeñísimo nevero se escondía bajo su pared. Estábamos a principios de octubre (o a mediados). Es cuando comprendí en ese momento que esta montaña, el subirla, el hacerla, era ya otro nivel de hacer montañismo… no era la media montaña alicantina o murciana: frío, altura, nieve, soledad, mayor tiempo en la subida, de esfuerzo, pasos de roca y empinadas laderas pedregosas, en altura… de todo esto y más… otro nivel, otras montañas, otras alturas, otros lugares. Esta experiencia despertó en mi nuevas y extrañas sensaciones, la aventura, el temor a los desafíos más soberbios, mayores y casi más difíciles, pero a la vez era la vuelta a la Naturaleza más exclusiva, más difícil de explorar y dominar… es el comienzo de la alta montaña.
En el Caramelo ya sentiremos el frío de las alturas, y nos tendremos que abrigar (si es que no lo hemos hecho ya antes). Observamos el paisaje. Todo queda allá abajo. Observamos mirando hacia el horizonte las enormes extensiones, rincones, alturas, vallecillos, páramos, bosques… de la famosa y encantadora Sierra de Segura; a la que pertenecen las cimas del Guillimona, Gallinero… hacia el norte. Comemos algo. Descansamos. Pero enseguida debemos seguir hacia la cumbre… presiento que no debe de quedar mucho.
Salimos del abrigo del Caramelo para seguir por la izquierda por la, ahora muy inclinada, ladera rocosa del Embudo. La pendiente casi llega a los 45º, el esfuerzo es mayor, y si está nevada como en invierno, suele estar helada, y el uso de crampones con el piolet en mano, se hace imprescindible. Detrás tenemos toda la caída del fatídico y peligroso Embudo. Nos fijamos en su forma y caída… verdaderamente es escalofriante, una larga rampa casi sin obstáculos hasta las paredes o precipicios del cuello del Embudo. En invierno puede ser una trampa mortal, espeluznante caída y vacío Embudo abajo si resbalas; un tobogán de hielo y velocidad sin parada… a menos que sepas usar el piolet ¡¡Emocionante!! Es la alta montaña mediterránea que se convierte en la normal, preciosa e interesante alta montaña.
Después de un tiempo subiendo sin llegar a ver el final, la parte más alta del Embudo por culpa de la curvatura y ondulación del propio terreno, comienza a abrirse el terreno, la montaña, y poco a poco la pendiente deja de ser tan empinada, observando ya el final, los límites del Embudo en su parte más alta: es la loma cimera (no llega a ser cresta). Ahora nos damos cuenta de la forma y perfil del Embudo, nos damos cuenta de la verdadera forma y que el nombre no es casualidad. Ya estamos en la loma cimera. Vemos la otra vertiente de la montaña… si hace mal tiempo a partir de aquí, el gélido viento del norte, o de cualquier otro punto, puede ser muy fuerte y muy frío. El paisaje se abre como el lejano y enorme horizonte hacia el sur, sureste y suroeste ¡¡Impresionante!! Ya comenzamos a darnos cuenta de la altura y poder visual de la montaña… es un verdadero faro, un verdadero promontorio más allá del resto de alturas que quedan muy abajo.
Ya en la loma cimera solo hay que seguir por la misma hacia lo más alto, a la derecha, al suroeste. Unos pocos escalones más, un último esfuerzo fácil, fascinados por las vistas, por la satisfacción de llegar a la cima de una montaña tan sorprendente, o abrigados soportando el frío y fuerte viento, molesto, intentando que no nos tire al suelo con alguna fuerte ráfaga. Y ya pocos pasos más, al fondo de la cumbre que ya aparece horizontal pero con onduladas vertientes que cogen pendiente a cada lado a medida que bajan de la cima, aparece un vivac de piedras y un pilón o eje geodésico: es la cima de La Sagra. Son 2.383 mts. de altura. Son casi 300 mts. más alta que la siguiente montaña que le siguen en altura en todo el “cuadrante Subbético”; el Empanadas en la Sierra de La Cabrilla, de Castril.
No hay que perderse las vistas. Hay que disfrutar de la cima y del orgullo de llegar a ella, sobre todo en invierno si has tenido que pasar por la helada salida del Embudo y el fuerte frio viento te ha azotado la cara. Hacia el norte, noroeste tenemos bajo nosotros todos los páramos, sierras, montañas y lugares de la extensa Sierra de Segura: Almorchón, Guillimona, Sierra Seca, Tornajuelos, Sierra del Pozo, algo detrás al oeste, noroeste la Sierra de Cazorla que aparece entre los rincones de las nombradas anteriores. Hacia el sur el seco páramo del norte de Granada, Huéscar, Baza, Guadix, y rodeándolo, al otro lado de la meseta, la Sierra de Baza. Más al sureste aparece una alta sierra, solitaria pero alargada que llama la atención, al otro lado de otro páramo o meseta algo más alta y menos estéril, seca: es la estupenda Sierra María, al norte de la provincia de Almería, algo alejada del “cuadrante Subbético”, pero casi que podría pertenecer a él. Mirando hacia el este, hacia la dirección de La Puebla de Don Fabrique, vemos otras dos montañas o sierras diferenciadas: delante y algo alargada la Sierra de Taibilla, de Las Cabras, la cima más alta de Albacete, y detrás una redondeada montaña algo más alejada, la cima más alta de Murcia: el Revolcadores… frío, nieve y buen tiempo. Un buen invierno en la cima de esta montaña, es un privilegio, un gozo… y al suroeste queda la montaña, la sierra más alta de la península ibérica: Sierra Nevada; aunque algo alejada y no siempre visible, se puede distinguir en días de buena visibilidad y sobre todo en invierno por el reflejo del sol en sus nieves, dos puntas: El Veleta y El Mulhacén (pegado al Mulhacén o delante de él estaría el Alcazaba, pero invisible por las anchas vertientes del Mulhacén detrás de él) ¡¡Impresionante, soberbio, magnífico!!… aparece como una sierra con esas dos puntas, vértices puntiagudos, alejada, al otro lado del páramo, de la niebla, en el lejano horizonte.
También podemos quedarnos a dormir en la cima, como hicimos Jesús Santana y yo en abril del año 2.002: nos subimos la tienda de campaña y los buenos sacos de plumas, y pasamos una noche llena de estrellas y emocionantemente fría en esta solitaria y mística cima, después del tremendo esfuerzo del mochilón cargado con todas las cosas que nos hacían falta… el atardecer desde la cima es increíble, un milagro de la Naturaleza. Experiencias inolvidables, vivencias fabulosas y emocionantes.
Ahora toca bajar. Debemos desandar el camino por la loma cimera hasta la salida del temible y empinado Embudo. Desde las alturas y mirando hacia esta gigantesca media cuba, nos damos cuenta con más detalle de esa forma de Embudo, curvada y peligrosamente empujada las vertientes hacia su fondo… sin remedio. Podríamos bajar por aquí, sería algo delicado, pero lo divertido es bajar por las torrenteras, por los pedregales de La Sagra: unos canchales largos y empinados, tanto como la propia ladera de la montaña… ¿serán como los de la Peña de La Mina?
Para llegar a las torrenteras debemos seguir la loma cimera de la montaña, dejando El Embudo a la izquierda. Y justo al otro lado, una sendilla nos baja algo de la loma cimera por la izquierda; hay que seguirla para poder ladear y superar la parte rocosa, escarpada y agreste del lado izquierdo del Embudo. Los pasos de roca, si hay nieve, pueden ser interesantes, abruptos, con pequeños destrepes, hielo en invierno… aún recuerdo aquella vez que tuvieron que bajar a Jesús Andújar con una cuerda por un pequeño canalón entre las rocas por no llevar crampones aquel invierno. La misma salida en la que tuve aquella “bajada o caída sin control” por las torrenteras totalmente nevadas.
Después de la bajada entre las rocas, aparece una ladera sin obstáculos que baja hacia el noreste. Esta ladera baja la montaña en dirección al Collado de Las Víboras; esta es la ruta que llaman del Collado de Las Víboras. Nada más salir de las rocas nos desviamos algo hacía la izquierda en busca de la ladera norte de la montaña, pero justo la parte que queda a la izquierda del Embudo si miramos desde la carretera donde hemos dejando los coches. Esta es la bajada por las torrenteras, por los pedregales. Desde el mismo lugar donde dejamos los coches observamos los largos toboganes de piedras y piedrecillas que bajan toda la montaña a la izquierda del Embudo.
La bajada es empinada y los toboganes de piedras muy divertidos de bajar; igual que en la Peña de La Mina pero mucho más largo y emocionante. Todo de bajada recto por las huellas de los pedregales. Si es invierno la bajada con nieve y hielo también es interesante y rápida. No hay pérdida. Pero hay que llevar cuidado, parece fácil, rápido y sin peligro, pero si la nieve está dura o hay hielo, con un resbalón puedes bajar toda la montaña sin parar por toda la vertical pendiente. Como aquella vez que caí torrenteras abajo arrastrado por la caída de otro montañero que resbaló y comenzó a caer sin control; al intentar pararlo, me arrastro a mí también en su caída, y aún arrastramos a una tercera persona (que casualmente era su compañero). La nieve más blanda abajo nos frenó a los tres a la vez. Fue el mismo día que bajaron a Jesús Andújar por no llevar crampones por entre las rocas, como he descrito antes.
La bajada es rápida, emocionante y divertida. Y en un pis pas bajamos de La Sagra, con todo lo que ha costado subirla. Una vez abajo de las torrenteras la ladera se suaviza, estamos en la base de la montaña, y hemos entrado de nuevo en el bosquecillo; solo hay que seguir la senda que aparece hacia la izquierda (según bajas y llegas a un llanito entre los pinos) para llegar a la senda primera de subida que te lleva al Embudo o al coche.
No son muchos minutos de recorrido de esta senda de enlace. Aunque esta senda recorre toda la falda de la montaña desde el Collado de Las Víboras hasta la subida hacía el Embudo, y no sé si seguirá pasada la senda que sube al Embudo. Esta senda sigue los perfiles del bosque y laderas de la base de la montaña, entre barranquitos y suaves pendientes; si la recorres en soledad, te puede dar la impresión de haber cruzado a otra dimensión de paz y sosiego, pero sin dejar de caminar y ver el bosque alrededor. Puede dar la impresión de estar perdido, pero sin haberte salido de la senda, del camino. Es una curiosa travesía que queda en un segundo o tercer plano comparado con el resto de la actividad realizada, pero que, a pesar de su sencillez, no hay que despreciar. Un precioso lugar como colofón de una estupenda y extraordinaria actividad.
Una vez encontrada la senda y el camino entre el Embudo y el collado de la carretera donde están los coches, lo desandaremos dejando a nuestra espalda la fascinante y extraordinaria montaña, dirigiéndonos al nombrado collado y parking donde hemos dejado el coche. Mientras, en el camino y junto al mismo coche, no dejaremos de mirar hacia atrás en distintos momentos del recorrido como si la increíble montaña nos llamara, y nos atrajera con su elegante perfil, su formidable forma y sus agrestes, así como lacónicos, perfiles. No es picuda, ni asombrosamente alpina, pero tiene algo que atrae y fascina: su altura, su personalidad, su majestuosidad… no sé, hay que venir y subirla para experimentarlo. Una aventura que no os podéis perder. La inolvidable y bendecida Sagra, la Sagrada Sagra.
Relato sacado de un artículo LA “SAGRADA” SAGRA escrito con el mismo título en el número 6 de la desaparecida revista Centro Verde del Centro Excursionista Almoradí, en JULIO de 1.994:
…A principios de marzo hicimos una acampada en la zona del Cortijo de La Sagra. Samuel, Vicente y yo fuimos los montañeros que salimos esta vez. El día fue muy nuboso con brumas y humedad, pero el frío no era tan intenso. El peso del barro en nuestras botas hizo que no pudiéramos andar con firmeza, ya que se pasó la mayor parte de la noche lloviendo. Esta vez la subida la haríamos por la “clásica del embudo”, teniendo que sacar los crampones por la dureza de la nieve en la entrada de éste. La subida se hizo en 2 horas y media llegando a la solitaria y fría cima donde las nubes se formaban y deshacían al son de la fuerza del viento.
La Sagra tiene 2.383 mts. y está dentro del término municipal de Huéscar (Granada). Representando la mayor altitud de Sistema Subbético, y la segunda sierra más alta de los Sistemas Béticos (la primera es Sierra Nevada). Es un lugar muy bello cercano al límite del Parque Natural de Cazorla, Segura y Las Villas. Aquí, donde la nieve permanece desde diciembre a abril y se entremezcla la áspera y cruda alta montaña, con el bosque de pinos y quejigos mediterráneos, siendo una montaña entre montañas.