A pesar de que en esta actividad, en esta salida a Sierra Nevada no llegamos a subir ningún pico, ni pudimos realizar recorrido u objetivo representativo, disfrutamos (mejor dicho, sufrimos) de una Sierra Nevada como nunca la he llegado a ver, a sentir, a recordar…
El pasado invierno y año en general, de 1.995, fue muy seco, caluroso, inhabitual, nada normal. La Sagra no llegó a tener nieve en todo el invierno, y Sierra Nevada tuvo que aplazar sus juegos de invierno porque solo había poca nieve en las alturas. La estación de esquí solo tenía nieve artificial y muy mala porque no hacia el frio suficiente y que hacía falta para poder “fabricar” nieve artificial de calidad. La pista central que era la que se iba a utilizar, la principal protagonista para los juegos de invierno, aparecía como una extraña lengua blanca que baja por las suaves laderas del Veleta, entre terreno yermo, terroso y amarillento, sin gota del blanco elemento… me acuerdo de esta última imagen que salía en las telenoticias. Increíble. Nadie hablaba entonces del cambio climático, desde los años 80 solían decir “los mayores”: “antes hacía más frío… antes llovía más…” … si en lugar de 1.995 hubiera sido el 2.005 o 2.015, inevitablemente se hubiera contado como un “año trágico, ejemplo del cambio climático que estamos sufriendo”.
Pero increíblemente todo cambió en el invierno siguiente. A partir de octubre del mismo año 1.995, las temperaturas comenzaron a bajar y antes de enero de 1.996 una serie de serias borrascas (no sabría decir si fueron entre 4 o 5) nos visitaron y descargaron abundante precipitación, e hicieron bajar las temperaturas en el sureste peninsular. Esto ayudó a que el mismo invierno de 1.996 fuera el año que más nieve he pisado y visto en La Sagra, y el año que más nieve había caído en Sierra Nevada desde que tengo vida y “conciencia” montañera. El cambio fue radical de un año para otro, al frío, la lluvia, la meteorología era muy diferente, incluso en la misma Vega Baja se notaba que era un otoño inusualmente lluvioso, fresco, húmedo… la Vega Baja parecía el norte, un rincón del Cantábrico. Excepcional y también anormal. Fue entonces cuando en Sierra Nevada decían que había hasta 6 metros de nieve en lo que llamaban el Collado del Veleta (Collado de la Carihuela, 3.229 mts.), y en algunas partes de las pistas de la estación de esquí, Laguna de Las Yeguas… unos 3 metros de nieve. Impresionante, extraordinario.
A la vez nunca había subido al Veleta, la segunda cima más alta de Sierra Nevada y la tercera más alta de la Península Ibérica, ni al resto de altas cimas de la sierra, quitando Elorrieta. Ya iba siendo hora de asolir este objetivo, ya tenía ganas de realizar otra gran actividad en Sierra Nevada; después del tiempo que pasó desde mi primera visita a Sierra Nevada con la subida al Elorrieta en el invierno del 1.993, ya tocaba. Y esta vez me iba con nuevos compañeros, nuevos montañeros diferentes a los de esa pasada salida al Elorrieta. Miguel Ángel “Mendoza”, Vicente “Monín”, Jesús López y yo. Y curiosamente yo iba como organizador, guía y “experto” en esta salida… palabras demasiado “grandes” para lo que podía acontecer.
Pero voy a dejaros con el relato que escribí en Centro Verde donde describo la aventura vivida aquel invierno, aquel marzo de 1.996, en la magnífica Sierra Nevada.
Relato sacado del artículo DESIERTO BLANCO escrito con el mismo título en el número 13 de la desaparecida revista Centro Verde del Centro Excursionista Almoradí, en febrero de 1.997:
Fue en el Puente de San José cuando salíamos un grupo de “Expedicionarios” montañeros hacia Sierra Nevada. El objetivo era conseguir las más altas cumbres de la hermosa sierra, un objetivo tan codiciado como imponente.
Unos cuantos de pasos más, unos cuantos pasos más y pararía en un puerto, las pistas de esquí. Atrás venían los otros tres montañeros, cansados, aturdidos, hartos; lo que parecía una marcha tranquila, seguida pero poco dificultosa se había convertido en una ruda y trabajosa subida.
Desde el Albergue Universitario se veía tan cerca el Veleta que solo teníamos que dar unos pasos; pero de lo que aparenta a la realidad quedaba un buen trecho, casi tanto como de Pradollano al Veleta. Hemos dormido muy poco, escasamente unas tres horas, hemos desayunado poco, y a salida de Pradollano fue algo tardía; pero mi cabezonería de llegar a la cumbre del Veleta hacia que siguiese andando loma tras loma hacia la cumbre del Veleta. Había abundante nieve, yo diría que demasiada, nieve en polvo que hacía que te hundieras hasta las rodillas haciendo más costosa la subida.
Uno a uno llegaba el resto de los montañeros, ¡Es imposible!, decían, el Veleta está igual que desde Pradollano y hemos andado más de dos horas. Por el estado de la nieve y de los tres iniciados alpinistas tuvimos que dejar la subida al Veleta, ni si quiera podíamos llegar al Refugio Félix Méndez (hoy día desaparecido), así pues mi cansancio pudo más que mi cabezonería y tuvimos que cambiar el rumbo hacia el Refugio de Las Yeguas, al otro lado de las pistas de esquí. Quizá este tramo terminó por cansarme, iba perdiendo las fuerzas poco a poco, sobre todo cuando pisabas y te hundías hacia la cintura haciéndote perder el equilibrio y caerte, y ya la mochila pesaba el doble desde que saliste ¡Quien me habrá echado piedras en la mochila!
Con disgusto veíamos a los cientos de esquiadores deslizándose por la nieve a gran velocidad y sin peso a sus espaldas mientras nosotros no podíamos dar un paso y las mochilas parecían de plomo. Buscando el Refugio de Las Yeguas llegamos al lugar donde se ubicaba, pero cual fue nuestra sorpresa al comprobar que dicho refugio había desaparecido. ¿Qué íbamos a hacer? Pasar la noche en plena cara norte de Sierra Nevada, en invierno, a más de 2.600 metros y con más de tres metros de nieve bajo nuestros pies.
El agua se nos había acabado hace unas horas y teníamos que derretir nieve o nos deshidrataríamos. Estaba atardeciendo y montamos los iglús cerca de la Laguna de Las Yeguas y de donde se encontraba el refugio. Nos dormimos con el pensamiento helado de una noche tan fría como oscura, por suerte el tiempo era inmejorable.
Por la mañana el ruido de las apisonadoras de nieve y quitanieves nos despertó. Una capa de hielo cubría aquellas cosas que se habían mojado, por ello tardé casi un cuarto de hora en ponerme las botas congeladas. Desayunamos y montamos el campamento, aprendida la lección ya no nos tomaríamos la alta montaña como un paseo por la nieve, o como una sencilla subida, o como una “fresquita” aventura; la verdad es que no es para tomárselo a broma, este año ya habían muerto algunas personas en Sierra Nevada y este mismo fin de semana estaban buscando a otros montañeros que habían desaparecido. A menudo este Desierto Blanco se convierte en un infierno helado, en un infierno blanco.
Ya empezaban a aparecer los primeros esquiadores y nosotros emprendíamos el camino de vuelta, nuestras aspiraciones habían desaparecido, ya solo queríamos volver al coche para irnos a casa. Atrás quedó el Veleta y la alta morada de un Dios castigado y castigador.
Volvimos a la civilización, en Pradollano la gente se deslizaba en sus trineos de plástico por ligeras rampas de nieve. En una desesperada huida bajamos de Sierra Nevada, cruzamos Granada y en la autovía admiramos a Sierra Nevada como una gran señora blanca, la más grande sierra de la península y de parte de Europa.
Esta subida la hice junto con Jesús López, Monín y Mendoza.
Quizá vuelva para subir al Veleta. Un día de estos.
De esta manera acaba una aventura por una nevadísima Sierra Nevada en la que tuve una experiencia diferente, nueva e interesante. La montaña no siempre te deja realizar el objetivo que te has marcado; hay momentos y circunstancias. Hay que tener respeto por ella y saber cuándo el momento y las circunstancias son propicias para dicha empresa. Hay que leer las señales, los sentidos sobre lo que la montaña nos quiere decir, nos quiere indicar. Y si no es propicia, un bonito paseo tranquilo y sin riesgo, tampoco es una mala opción. Nunca olvidaré como encontramos Sierra Nevada: preciosa, blanca e irreconocible. Con una gran cantidad de nieve no igualada en mínimo 15 años; pero no estoy seguro de que haya vuelto a tener tanta nieve como aquel invierno de 1.996. Extraordinario.