Al día siguiente (4 de agosto) salimos de St. Luc para coger altura hasta los límites del frondoso bosque que tan bien cuidado lo tienen los suizos (a ver si aprendemos). Las cascadas, los arroyos y la humedad abundan en esta subida a Le Prilett. De nuevo me fascino por el lugar, tan boscoso y lleno de vida, tan verde y con agua por todas partes. Seguimos paralelos al Torrent des Moulins, que seguiremos más arriba de Le Prilett. Debemos coger más altura, hasta prácticamente los 2.201 metros en la zona de Le Chiesso, para girar a la derecha, subir algo más de altura pero con menos pendiente, más horizontal, para buscar el Hotel Weisshorn. El tiempo no mejora pero al menos no llueve. Más arriba el bosque y los prados desaparecen para dar lugar a las rocosas, desnudas y frías laderas de la alta montaña, y aparece el Hotel Weisshorn, de más de un siglo de antigüedad y de estilo inglés. Me recuerdo al hotel de El Resplandor. Tomamos café en él como si fuéramos aquellos ingleses adinerados de principios del siglo pasado.
En el cuadrado, austero y llamativo Hotel Weisshorn, comenzamos a estar a la altura de las nubes. Es un hotel construido en 1.882 a 2.337 metros de altura y con el nombre (que en aquel entonces no conocía) de una de las más espectaculares montañas entre el Monte Rosa y el Valle del Valais: el Weisshorn, de más de cuatro mil quinientos metros de altura. Dicho hotel se puede decir que está en la ladera o cercanías del macizo que alberga a dicha montaña. De la cual tendremos una espectacular visión a lo largo del trekking.
Estamos rondando los dos mil trescientos-cuatrocientos metros; el fondo del valle boscoso y verde queda allá abajo. Las acumulaciones de nubes y sus formas le dan un toque nostálgico, enternecedor. Ahora la marcha no sube mucho más de altura. La senda sigue casi horizontal por laderas empinadas despejadas de bosque y casi de praderíos. El terreno ya se va asemejando al de la alta montaña, o su comienzo. Atrás dejamos el singular Hotel Weisshorn, que parece que se lo tragan las nubes a medida que nos alejamos de él por esta fácil senda. Paramos a comer en un alto de la misma senda; junto a una gran piedra que hace de mesa. Siguiendo la marcha pasamos junto a construcciones que parecen granjas, entre los verdes prados y pastos de alta montaña para el ganado, siempre limitados por esa única cuerdecilla electrificada para que dichos animales no la rebasen. Es más estético (en lugar de esa valla de alambre o alambrada), pero más incómoda si la tocas. Dá corriente de verdad… De nuevo nos internamos en el bosque para bajar a Zinal, donde pasaremos noche y termina esta etapa. Es un bello pueblo situado en un emplazamiento espectacular en el fondo de su valle.
La senda comienza a dejar los praderíos y laderas pedregosas de alta montaña, para internarse de nuevo en el estupendo bosque de abetos. No paramos de hacernos fotos. Vemos allá abajo y al fondo el pueblecito de Zinal como enclavado en un estratégico punto del valle por el que baja un caudaloso río de alta montaña. Las vistas son preciosas; de ahí el hacernos tantas fotos, ya que estamos en altura y por debajo de las nubes aparecen los verdes y bonitos rincones de la Vall d’Anniviers: pueblecitos, aldeas, bosques, ríos, verdes laderas de prados… que harían las delicias de Heidi. La senda se recrea en estupendos miradores.
La idea original del tour es llegar hasta un refugio de montaña más arriba en el mismo valle de Zinal, al Refugio Petit Mountet, pero este año unas fuertes lluvias han causado unos deslizamientos de tierra y han dejado impracticable el sendero que desde este refugio enlazaba con la subida de Zinal al Coll de Sorebois. Con lo que parece se acorta esta etapa parando en un encantador hotelito de Zinal; y teniendo al otro día que subir desde el mismo Zinal, casi directos, al nombrado Coll de Sorebois.
Visitamos el pueblecito de Zinal. A las horas que llegamos todo está cerrado, pero tampoco vemos mucha vida. Las casas son encantadoras, de madera, rústicas, entrañables… una de estas casas tiene unas mariposas gigantes en su fachada. Simpática. Me hago una foto en una casa de madera que me parece muy bonita; no tenemos de esto por aquí… es un lugar, valle y pueblos encantadores… sacados de una película de la misma Heidi.
Las habitaciones del hotel son acogedoras y casi como un modelo antiguo de equipamiento: con lavabo, mesita con sillitas de madera… Justo en la parte alta del mismo, haciendo una especie de buhardilla que desploma una de las paredes de las habitaciones. Estamos en el Hotel Le Trift.
Al otro día (5 de agosto) el tiempo mejora y el sol aparece como una gran esfera calorífica y luminosa que nos animaría en esta etapa. De Zinal debemos subir más de mil metros de desnivel hasta el Coll y Pic de Sorebois a unos dos mil novecientos. Por bosques, prados y laderas rocosas llegamos a este lugar. Recorremos sitios más turísticos, acompañados por el día y subidos por una telecabina nos encontramos con más gente que visita esta parte del valle. Al fondo por fin podíamos admirar aquellas montañas gigantescas colmadas de glaciares y nieves permanentes: el Weisshorn, Bishorn con más de cuatro mil metros de altitud que admiramos maravillados por su belleza.
Comenzamos a descubrir las maravillosas vistas que tiene este valle sobre la alta montaña alpina. Son montañas y lugares que no conocemos, pero que se nos quedará en nuestra memoria. Una visión y paisaje extraordinario, hermoso, muy, muy alpino: aparecen el Zinalrothorn, Besso, Ober Gabelhorn… y al fondo casi invisible, reconocemos parte de la extraordinaria y sin igual figura del Cervino. El día es extraordinario, buenísimo, con un sol y una visibilidad envidiables. Hemos tenido suerte de que nos cogieran los días de mal tiempo haciendo el recorrido por la parte baja del valle, y el buen tiempo en el recorrido por la parte alta del valle; ya que hoy y mañana los días serán encomiables.
La subida es muy vertical, pero la hacemos risueños y contentos. Muy abajo queda Zinal, en la misma vertical de la ascensión. Pasamos por una zona de ocio; un teleférico, que no escogemos, nos puede subir hasta aquí arriba. Nos hacemos fotos por los alrededores, y llegamos al Col de Sorebois a 2.835 mts.; no sin antes pasar por su cercana cumbre, el Corne de Sorebois de 2.895 mts. Nos hacemos fotos aquí, las vistas son impresionantes: hacia el norte la confluencia de las 2 partes de la Vall d’Anniviers (la de Zinal a la derecha y la de Moiry a la izquierda), con todo su color, pueblecitos, praderas y bosques verdes, y vida; y arriba hacia la derecha esas altas, picudas, blancas e imposibles montañas que quitan el aliento nada más verlas. Impresiona el Weisshorn: tal como lo describía Eduardo Martínez de Pisón, verdaderamente es como una gigantesca águila con las alas abiertas y el pico en alto ¡¡Impresionante!! No hay más descripción… hay que verlo.
Quique está serio. No sabemos qué le pasa. Esos cambios de humor. Parece que está un poco incomodo por el fuerte recorrido o ascensión que estamos haciendo con Infi; ya que Infi no está acostumbrada a este tipo de actividad, pero lo resuelve como una campeona. La altitud no le afecta y el esfuerzo no lo nota. Tiene nivel esta “chiquilla”. ¡¿No sé por qué se preocupa Quique?!
Al otro lado el Lac de Moiry de aguas azules y tranquilas nos indica la dirección que debemos llevar para llegar a nuestro objetivo de este día, la Cabaña de Moiry, un refugio de montaña a más de dos mil ochocientos metros de altitud y a los pies del espectacular Glaciar de Moiry. En él, las normas y comodidades comunes a los refugios de montaña, lleno de gente de todas partes de Europa con unos guardas muy simpáticos y amistosos que te informan del recorrido a seguir al día siguiente y por donde cruzar el glaciar. En su magnífica terraza, mirador excepcional a la sorprendente caída del blanco y resquebrajado glaciar, un hombre de nacionalidad francesa entabla una conversación interesada con nosotros sobre los recorridos de montaña alpinas y españolas, ya que trabaja en Madrid. Por lo general la gente es muy amable con nosotros y simpática, los Suizos son gente tranquila, amistosa y orgullosa de su tierra.
Realmente el Lac de Moiry es un embalse con una presa enorme ubicado en el mismo centro del valle de Moiry, justo a la bajada del Coll de Sorebois. Debemos bajar casi hasta sus orillas, o unos metros por encima de ellas, a la vez que la senda sigue en diagonal y bajada proporcional, hacia el fondo del mismo valle. Mañana a la vuelta, pasaremos por el otro lado del embalse. Aún así, a pesar de ser una obra “faraónica” y artificial, es un paisaje simpático y encantador.
Pero no podemos bajar demasiados metros, ya que nuestro próximo destino, donde pasaremos la noche, está a más de dos mil ochocientos metros; entonces la senda no bajará de los dos mil quinientos metros de altura. Casi en la parte de la senda arriba de las orillas del Lac de Moiry y en el tramo final de la bajada del Coll de Sorebois, nos encontramos con una francesa que está haciendo la misma travesía, el mismo tour, en solitario. Infi que sabe francés habla con ella. Por aquel entonces nos sorprendía mucho que alguien pudiera hacer una travesía de alta montaña en solitario, lo veíamos como una aventura casi peligrosa… ¿y si te pasaba algo? Hoy día la gente ya hasta corre en solitario por la montaña.
De nuevo cogemos la senda en dirección sur, valle arriba, hacia la alta montaña. Poco a poco el paisaje que teníamos enfrente iba a ir cambiando: de suaves lomas verdes de hierba y prados, a pedregosa, grises laderas de roca con altos y picudos apéndices en sus alturas: las Puntas de Mourti y Moiry iban apareciendo en el precioso horizonte alpino, colmadas de hielos, nieves y espectacularidad.
Caminando senda arriba nos íbamos haciendo fotos con el impresionante paisaje. A partir de cierto momento el fondo del valle, que del verde pasó al gris pedregoso, pasó al sucio gris del polvo del granito sobre la terminación de una fantástica lengua glaciar. Descubríamos el fantástico Glaciar de Moiry, con todos esos hielos, ese mar blanco y congelado que bajada del mismo lecho de las altas y picudas montañas alpinas para formar la sorprendente lengua del Glaciar de Moiry. Precioso.
Una vez ya teníamos el glaciar abajo del recorrido, a la derecha, aparecía arriba a la izquierda, de un escarpado espolón, pero fácil de subir, o crestecilla rocosa, un puntito casi mirando al precipicio que era la Cabaña de Moiry, el refugio de alta montaña donde pasaríamos esta noche. Se veía como una mosca en medio de una gigantesca pared, de un gigantesco mural de blancura, hielo y picos grises y altos, pero ubicado en un sitio estratégico, idílico para observar un paisaje extraordinario alpino de alta montaña, y como base para actividades en ese extraordinario lugar con esas impresionantes e inexpugnables montañas. Impresionante.
Por un instante la subida al refugio me recordó la cresta de Goûter; la subida hasta el encrespado refugio del Mont Blanc: comenzabas en la base de la pared, viendo allá arriba en la lejanía de las alturas y encaramado al precipicio el refugio, y comenzabas a subir por entre rocas, paredes y escarpes; pero esta vez mucho más sencillo, corto y cómodo… nada peligroso. Arriba llegabas hasta una especie de cabaña de madera, como si hubieran cogido una de las casas de Zinal y las hubieran colocado aquí en medio de la nada y de todo el paisaje alpino. Pero en lugar de madera las paredes son de piedra como rústica pero gruesa, y el techo de metal resistente. Un bonito refugio a 2.825 metros de altura. Justo el tiempo, las nubes, comienza a empeorar y a abordar las alturas. El calor del día favorece las nubes y mal tiempo de la tarde.
El refugio está lleno de gente. La verdad es que es un lujo el estar aquí con esta tranquilidad y maravilla ahí fuera. Hay una terraza con bancos, sombrillas… parece un restaurante o bar “de altura”. Nos hacemos fotos maravillados por las vistas del enorme, gigantesco glaciar que recorre el valle allá abajo: el Glaciar de Moiry. Que baja impertérrito, grandioso, resquebrajado, roto y a la vez completo, con sus grietas, seracs, onduladas formas, que bajan desde lo alto del plateau donde se forma, como si de una gigantesca y rígida cascada se tratara ocupando todo el valle. Hay que verlo. Impresionante.
Cena en el refugio. Sigue habiendo mucha gente. Nos dejan una mesa en un rincón. Fotos y alegría por la travesía tan fantástica que estamos realizando; creo que no hubiéramos imaginado que fuera tan preciosa al final… y aún no hemos acabado. Ya en la habitación nos sorprende que no hay mantas… ¡Hay nórdicos! Increíble. Ya estamos más que convencidos de que esto es un lujo. Pero después no enteramos de que en todos los refugios de alta montaña suizos hay nórdicos en lugar de mantas (en su gran mayoría). No podemos pasar frío durmiendo… al revés, otro montañero que pasa la noche con nosotros en su cama de su litera con su nórdico, abre cada dos por tres la ventana para que se vaya el calor asfixiante que se acumula en este cubículo hermético y cerrado; como siempre pasa en las habitaciones de los refugios guardados de alta montaña. Pero la noche la pasamos muy bien… es imposible pasar frío. El sitio es espectacular e impresionante… como el paisaje que se divisa desde él.