Hoy es el gran día en Condoriri para subir el picudo y elegante Pequeño Alpamayo. No sé si llegaremos a conquistar su cumbre, pero con el gran equipo que vamos, las esperanzas son enormes. Hoy debemos de cargar con todo el equipo: el acostumbrado más el arnés, cuerda, mosquetones, cintas… todo. No hay que escatimar en material ni en fuerzas para poder realizar la subida con éxito.
Decidimos desayunar a las 6 de la mañana y a la vez hacernos los bocadillos, tentempié y comida. Aún está oscuro cuando salimos de nuestra tienda a la tienda comedor, pero poco a poco se va aclarando el horizonte con el amanecer. Jesús y yo hemos cogido todo el equipo y mochilas, y solo resta reunirnos con el resto del equipo en el desayuno. Zaida, Javi, Trino, Ballester, Gemma, Jesús y yo seremos los aventureros esta vez. Me da mucha confianza la experiencia y conocimientos de Javi y Ballester, la entereza y fuerza de Gemma y Zaida, la tranquilidad y decisión de Trino, y la valentía y complicidad de Jesús… somos un excelente equipo.
Hay que salir ya. Hace frío, pero no especialmente intenso y normal tirando a alto. Ya ha amanecido. Nos repartimos el material en la puerta de la tienda comedor; Ballester es el organizador: cuerdas, cintas, estacas… caras de sueño y felicidad mientras la vista nos alegra con la excepcional visión de los primeros rayos de sol tocando la corona del Cabeza de Cóndor. Hermoso.
Salimos alrededor de las 7’15 de la mañana. Tarde. O algo tarde. Camino de la lengua glaciar que baja, justo detrás del Campo Base, entre la Aguja Negra y el Wyoming. El Glaciar del Tarija. Marcha tranquila y silenciosa. Parece que ya me pesa el esfuerzo de la actividad antes de comenzar. Hay que calentar dando pasos cortos sin prisa n pausa. Aunque pensamos ya estamos muy bien habituados a la altitud. La Pirámide Blanca y las rocas previas al Tarija se van agrandando sobre el blanco y ondulado glaciar a medida que nos vamos aproximando. Hermosas.
Ya estamos al pie del glaciar. Al comienzo de la helada travesía y la bella y blanca estampa. Organizamos las cordadas: Trino, Gemma y Ballester en una, y Javi, Zaida, Jesús y yo en otra. Estamos un tiempo parados, aunque ya habíamos salido con el arnés puesto, estamos esperando a Zaida que busca sus gafas de sol con cierta histeria en su mochila. No las encuentra y son imprescindibles. Busca y rebusca. Javi le ayuda preguntándole sitios y rincones en la misma. Al final piensa que se las ha dejado en la tienda y debe ir a buscarlas. No hay problema, nosotros la esperamos. Pero no hizo falta, en el último momento las encuentra para su alivio.
La primera cordada de tres ya ha salido. Nosotros ahora con todos equipados, les perseguimos desde una cierta distancia. Primero Zaida, Jesús, yo y al final Javi. Dejamos una distancia prudencial de 3 o 4 metros de cuerda entre cada uno; y rollos de la misma al principio y al final.
Los primeros pasos sobre el glaciar son interesantes y debemos de poner nuestra atención: sin nieve, el glaciar muestra su hielo vivo y muy duro en las primeras rampas algo empinadas e inclinadas, justo cerca del lugar donde hicimos las prácticas de hielo. Nos vamos internando entre el silencio y el gélido frío que emana del glaciar en el vallecillo entre las escarpadas y bellas vertientes del Pico Wyoming y la Pirámide Blanca. Estupendo.
El sol ya nos está iluminando y dando calor por fin. El glaciar se suaviza algo y la alegría del acontecimiento nos invita a saludar y hacer poses cuando paro la cordada para fotografiarlos. Parece que la marcha sea genial, el paisaje estupendo y el día radiante. Ahora solo es seguir las huellas muy bien trazadas de otras expediciones hacia la loma cimera del glaciar y collado entre el Pico Wyoming y el Tarija. Suaves laderas blancas de hielo y nieve, intenso azul del cielo y oscura roca vertical.
Más arriba, casi en el collado mencionado, el glaciar se abre en profundas e impenetrables grietas. Se desmorona, cuartea, destroza. Hacemos algunos zigzags para evitar dichas barreras que suponen estas grietas y la muralla que forman. Entre pasillos de hielo y oscuras grietas vemos allá arriba otra larga cordada que baja; y al poco tiempo superamos este campo de grietas del glaciar y llegamos a su sosegado y llano collado. Aquí el glaciar se tranquiliza con suaves formas onduladas, uniendo los escarpes del Pico Wyoming a la izquierda y el helado Tarija a la derecha. Nuestros compañeros, la primera cordada, ya están resolviendo la subida al Tarija y llegando a su cima, o hasta donde nos deja ver la vista. Nosotros llevamos buena marcha y les hemos recortado diferencias. Ahora la visión de la cercana cima del Tarija es más imponente y alpina: roquedos abruptos y cortantes caen por el otro lado, algunos seracs desgajados aparecen junto a una pared de su glaciar, pero sus onduladas y suaves formas, que no fáciles y llanas, invaden su territorio glaciar. La subida desde el collado es fácil y casi rápida por suaves pendientes glaciares. En todo el recorrido hemos encontrado al glaciar y su nieve en muy buen estado, sin problemas ni miedos, duros, con unos 10 centímetros de nieve blanda en ocasiones y muy estable. Nuestros compañeros de la primera han dejado de subir al Tarija y nos esperan en el punto más alto del collado. De aquí a la cima no hay nada.
Y en poco tiempo llegamos a la extraña cima del pico Tarija, 5.240 mts. Nombre que le da a la región, provincia y creo que población también. El día sigue radiante aunque el sol aquí arriba no calienta tanto; hace un frio usual. Alegría y maravillados. Las vistas son excepcionales: de repente, asomándonos al lado contrario del que venimos vemos el excepcional cono, helado, perfecto, esbelto, puntiagudo, bellísimo del Pequeño Alpamayo. A la izquierda le sube una afilada y glaciar cresta que llega hasta su misma cima y el camino que debemos seguir. En ocasiones son unas verticalidades de alrededor de 50º en el hielo, y otras con unas caídas verticales, vertiginosas hacia nuestro lado de peligrosidad notable. Más a la derecha el hielo y glaciar culminan su verticalidad expuestas en paredes y oscuras rocas que van apareciendo; haciendo en conjunto del Pequeño Alpamayo una montaña excepcionalmente hermosa, tanto en sus perfiles paisajísticos como en fisionomía y técnica, para conjuntarlo. O sea que, en conjunto, es una montaña perfecta, emocionante y excepcional.
Nos quedamos boquiabiertos con las vistas hacia la montaña que nos hemos propuesto conquistar hoy, mientras descansamos y comemos algo. Importante reponer fuerzas para la hazaña que nos sobreviene a continuación. Pero con el magnífico paisaje andino del que disfrutamos en este “mirador” del Tarija, todas nuestras miradas, atención y fotografías se centran en el fastuoso, solemne y grandioso Pequeño Alpamayo. Tal es su belleza y atracción. Ha sido una magnífica y buena elección esta montaña.
Pero no hay tiempo para estar parados durante mucho tiempo admirando el privilegiado balcón al Pequeño Alpamayo. Bebemos, nos abrigamos y desencordamos para proseguir nuestra admirable y aventurera marcha. 2 horas nos ha llevado conquistar el Tarija. Las fuerzas, ánimos y voluntad están intactos, reforzados por la alegría de las vistas y complicidad de los compañeros. Inofensivas y pocas nubes altas aparecen en lo más azul del cielo. La actividad culminará prodigiosa.
Ahora debemos bajar del Tarija y dirigimos por el lado contrario al que hemos subido, a la cresta glaciar del Pequeño Alpamayo. Pero esta bajada del Tarija la debemos hacer entre las rocas y paredes (no demasiado inclinadas) que tiene a este lado. Destrepando por una chimenea fácil sin quitarnos los crampones aunque exponiéndonos a una caída complicada, llegamos al cordal de roca y nieve cimero que nos dejará en la vertiginosa, afilada cresta glaciar de subida al Pequeño Alpamayo. Trino decidido, va delante como buen legionario y explorador sin miedo a abrir camino y nuevas vías. Ballester al ver la caída y destrepe de IIº que más o menos forma esta pared del Tarija, decide asegurar la cuerda y bajar en rapel él y Gemma. Con lo que al final se quedan los últimos.
Trino no para en su avance hacia la conquista del pico, y las vistas que nos ofrece los primeros del equipo en los comienzos de la cresta glaciar son espectaculares y dignas de fotografiarlas. Solo con las vistas y las excepcionales condiciones vale mucho la pena esta aventura. Espectacular y hermoso. Al principio, dicha cresta hace un pequeño subibaja fácil, sorteando un peñasco helado. Y después ya se coge toda en dirección a la puntiaguda y perfecta cima de la montaña. Hermoso, muy hermoso y emocionante.
Llegamos a un punto de la cresta antes de la mitad de la misma, que nos hace pararnos a, más que dudar, reflexionar. A partir de aquí la cresta se empina con una inclinación no menos de 50º y hasta 60º, a la izquierda una suave bajada helada y sin posibilidad de parar, como en un gigantesco tobogán, y a la derecha el precipicio helado, con inclinaciones de dicha pared helada superiores a los 75º. Ésta es la típica parada que se hace delante del Paso de Mahoma justo antes de cruzarlo, esperando que alguno del equipo lleve la iniciativa, se adelante y le sigamos. Y así fue: las parejas Javi y Zaida, y Ballester y Gemma deciden desencordarse, ya que al subir encordados en ensamble puede ser muy peligroso en esta ocasión: con lo helado y liso del hielo glaciar y la inclinación y exposición de la subida, una caída de uno de ellos arrastraría al otro irremediablemente, con fuerza y sin muchas posibilidades de pararse hasta la caída por el precipicio más abajo. Por ello si es que han de caerse y fallecer en este accidente, que solo lo haga uno de ellos y el otro pueda vivir… Parece una historia impresionante sacada de una película romántica, pero es la pura realidad y las normas éticas del montañero.
Así pues cogiendo los dos piolets técnicos, uno en cada mano, bien amarrada la dragonera, bien incrustados los crampones, Trino es el primero que se decide a subir por tal emocionante paso. Puestos debajo de él mientras sube por la parte más empinada, casi nos da la sensación de que está totalmente horizontal en la pared, y que sus piolets y crampones solo hieren al hielo con las puntitas de sus puntas ¡Hay que llenarse de valor! Le siguen las dos parejas. Y los últimos Jesús y yo.
Como han hecho las parejas comienzo a guardar la cuerda y me sorprende Jesús diciéndome que quiere encordarse conmigo “¿¡Qué!? ¡Pero sabes el peligro que corremos, si me caigo te arrastraré conmigo, y si te caes viceversa!”, “Ya lo sé, pero yo confío en ti, sé que no te caerás y que me pararás si me caigo yo…” La abrumadora confianza de Jesús me dejó perplejo, sorprendido y a la vez indeciso. Pero al final acepté su postura y nos encordamos los dos en ensamble para subir este inclinado paso de la cresta… ¡Que no nos pase nada! Más que temer por mi caída, algo que podría predecir y controlar, temía la caída de mi compañero, no porque fuera Jesús, me hubiera pasado con cualquier otra persona, sencillamente porque no conoces los instintos del otro compañero de cordada en predecir o controlar una eventual caída. Pero le echamos valor y morro a la cosa y, piolets técnicos en mano, comenzamos la subida de la paretilla vertical que forma la cresta en esta parte.
Voy clavando los piolets uno a uno, sacándolos y clavándolos. A la vez hago lo mismo con los crampones. Poco a poco la cresta coge la inclinación que nos temíamos. Solo estoy apoyado en las puntas de los dos piolets y en las dos puntas delanteras de cada crampón; el resto está en el aire. Hay una especie de mini escalones, grietas y agujeros donde otros han clavado sus herramientas de alpinismo, pero no me dan suficiente seguridad. El hielo está duro ¡Joder con las buenas condiciones! y hace que te asustes al desconocer con verdadera certeza si el piolet o el crampón está bien clavado o se van a soltar en el momento del esfuerzo de dar el paso, de elevarte ¡Máxima tensión y emoción! Además debajo de mí está Jesús; en el Chimborazo tuve una sensación parecida, aunque él estaba sobre mí; aquí, mi instinto de supervivencia me dice que debo hacer un doble esfuerzo y técnica al clavar los piolets y crampones, ante una eventual caída de mi compañero de cordada para que no me arrastre… ¡Extraordinaria combinación de tensión, esfuerzo y precisión!
Por fin hemos superado el paso y ya la cresta vuelve a coger una inclinación más moderada, junto con las bajadas y glaciares laderas más onduladas, suaves y allanadas. Hemos pasado el peligroso paso sin un susto, sin un descuido y sin ninguna temeridad ¡Grandioso, extraordinario! Ahora solo unos cuantos pasos más, unas pequeñas y (ahora) fáciles palas de nieve helada, y la montaña se va empequeñeciendo a medida que subimos, sus perfiles se van acercándose, acortándose a medida que subimos, hasta llegar al puntiagudo cono helado de su cima; hasta llegar a su cumbre, a 5.370 mts. de altitud.
¡Cumbreeeeeee! Ya hemos llegado a la extraordinaria cima del extraordinario y espectacular Pequeño Alpamayo. Gemma filma nuestra llegada a la cumbre. Somos los últimos del grupo en llegar, Jesús y yo. La alegría, satisfacción y euforia son tan grandes como grande es la hazaña realizada en este apartado rincón de Los Andes y del Mundo ¡Magnífico, extraordinario! Es la 1 del mediodía; al final el tiempo nos doblega pero ya estamos en la cumbre del Pequeño Alpamayo con sus extraordinarias vistas: Hacia la izquierda (que supongo será el este) un enorme y extenso, así como denso Mar de Nubes se ha formado; de tal manera que a cientos de kilómetros no te deja ver nada de lo que hay bajo él. Pero por encima se levantan las picudas montañas más próximas a la columna de la cordillera, escarpadas y encrestadas, con glaciares y neveros colgantes, como aguantando la formidable pendiente y escarpado perfil de éstas. Son como islas, unas más próximas y cercanas a nosotros, a la cordillera, y otras más solitarias y solemnes en medio de este Mar de Nubes; y bajo él, la Selva Amazónica boliviana ¡Extraordinario! Vemos otros perfiles del Pico Wyoming y del Cabeza de Cóndor más abruptos y verticales si cabe; con paredes y escarpes que predominan más desde aquí, espeluznantes caídas en plena pared rocosa libre de hielos. Mirando hacia el otro lado y suroeste vemos entre las nubes que intentan llegar a sus faldas sin conseguirlo, el altivo y bicéfalo Huayna Potosí, de más de seis mil metros de altura, presentando una faz muy escarpada con un extenso y suave glaciar a la izquierda de su cumbre, y bajo ella hileras de crestados, largos y escarpados espolones con corredores helados entre ellos, pero libre de nieves en sus cimas crestadas; todos convergentes en la altiva y muy picuda cumbre ¡Extraordinario! Detrás el fabuloso Illimani casi tapado por el Huayna con la caída de sus lenguas glaciares como papel hecho girones y su pináculo alto y helado en el centro. Más a la derecha la meseta glaciar de aquel pico que cortaron los Dioses por la mitad, el Mururata ¡Espléndido!…
Estamos todos contentos y bien. La cumbre la hemos hecho en unas condiciones magníficas y todos estamos fuertes sin mal de altura. Comemos algo, nos hacemos fotos, salimos en el video de Gemma y Ballester… Risas, alegrías, abrazos…
Pero ya toca bajar. Trino, Ballester y Javi están preparando un primer rapel para bajar esta última parte de la cima, hasta las inmediaciones de la bajada más inclinada donde prepararan otro. Con una estaca larga y bien clavada enganchan la cuerda y vamos bajando uno a uno hasta algo más arriba de la mitad de la cresta; desandando, claro está, el camino de subida. Jesús y yo somos los últimos en bajar por este primer rapel; pero Trino se ha quedado arriba para deshacer la reunión de la estaca, sacarla y bajarla con él.
En las esperas de turno en los rápeles el frio nos invadirá y golpeará sin saberlo en nuestros supuestos huesos jóvenes y fuertes. Un frío intenso, duradero que lentamente se va metiendo en tu cuerpo, en tu carne, mientras parado esperas, y que traerá consecuencias perennes. Mientras aprovecho para admirar el hermoso paisaje entre picudas y escarpadas montañas y ese magnífico Mar de Nubes. Una montaña que parece un picudo y encrespado castillo, con torreones, almenas, torre de homenaje, aparece más solitaria que el resto en medio del Mar de Nubes… ¡Extraordinaria belleza andina! Son paisajes y lugares que solo podré contemplar esta vez en mi vida, presiento ¡Alucinante!
Llegamos al segundo rapel, el de la inclinada y casi vertical pared de la cresta glaciar por la que subimos con los dos piolets en mano y a casi 60º de inclinación. Clavan bien la estaca, se cercioran Ballester y Javi de asegurar bien la reunión con la estaca para poder bajar todos por ella. Pero la han clavado tan bien que será imposible de recuperar, de sacarla de la nieve helada de la cresta.
Todo preparado. Van bajando los primeros. Jesús y yo como antes, seremos los últimos en rapelar. Delante de nosotros Gemma comienza un baile como el de San Vito pienso yo, sin mover los pies pero sí el cuerpo levemente para poder soportar el frío de la espera. Y ciertamente al ser el rapel más largo, la bajada es más lenta y la espera mayor. El frío acabará por engullirnos y hacerse un hueco entre nuestros huesos para siempre ¡Horrible la espera con mucho frio a más de cinco mil metros de altitud! No había sentido las mordeduras del frío desde nuestra visita al Elbrus, pero en este viaje la mella sería mayor.
Ya han bajado todos. Ahora le toca a Jesús. Comienza a bajar y me quedo solo en mitad del extraordinario e inhóspito lugar. Las luces han cambiado, el sol prosigue su camino en lo alto del firmamento. Y el paisaje se muestra con un encanto diferente, con unos tonos diferentes, parece otro paisaje otro paisaje andino pero son las mismas montañas, valles y perfiles. Admiro las vistas una vez más y otra, mientras me hielo en la espera de mi turno para bajar en el rapel.
Ya me toca. Me preparo; paso la cuerda por debajo de la estaca y su reunión, por mi ocho en el arnés y comienzo a bajar y descolgarme con el cuidado y temor de no hacer movimientos brucos y sacar la estaca, al ser el último de siete en bajar. Pero para nada. La estaca y reunión que vigilábamos mientras nuestros compañeros iban bajando, no se mueve ni se moverá. Además que se tendrá que quedar allá arriba olvidada y dejada.
Llego al final del rapel y la inclinación ya no es tan fuerte pero nos hace bajar de lado. Fotos de Jesús y compañeros rapelando, fotos bajando por la cresta, fotos al místico y encantador paisaje andino. Los primeros compañeros que han bajado, siguieron en dirección al Tarija desandando el camino para no ser embestidos por el intenso frio. Javi y Trino nos esperan para guardar la cuerda y seguir el camino para cerrar la marcha.
Las nubes altas son más abundantes, ya no tan altas. La luz de los rayos del sol desaparece del Huayna Potosí que queda atrás a la izquierda ahora, dándole un semblante más sombrío e imponente. Acercándonos al Tarija vemos que, en su nevada cumbre, donde paramos en la subida, ya ha llegado la cabeza del grupo. Nosotros llegando al pie de la pared del Tarija y viéndola desde abajo, observamos que la subida, más a la izquierda desde aquí de la chimenea por la que bajamos, es más fácil de trepar y subir. Con menor dificultad que la vía de bajada. Más cómoda y segura subida. Como mucho IIº fácil, con buenas presas y menos inclinación, me pareció a mí.
Y después de la trepadilla, de nuevo la fácil cima del Tarija. Ya no nos quedaremos mucho tiempo. Nos volvemos a encordar y nos preparamos para bajar desandando el camino. Esta vez Trino, Zaida y Javi han formado una cordada, Gemma y Ballester otra, y Jesús y yo otra para cerrar la marcha del grupo. Y comenzamos la cómoda bajada por el glaciar hacia el Campo Base. La primera cordada se adelanta, Zaida tiene frio y no quieren estar mucho tiempo parados. Ballester y Gemma nos esperan y bajamos juntos las dos cordadas.
Ahora el caminar es fácil, rápido. Delante Jesús y detrás yo. Intentamos no pisar nuestra cuerda, no cruzarnos, no enredarnos. Intento disfrutar del paisaje a la vez que bajamos altura y sabiendo que, a la vez, el horizonte se va perdiendo entre las paredes del Wyoming, de la Pirámide Blanca y los hielos del glaciar; y quién sabe si nunca más volveré a verlos. Mientras admiro el paisaje, las vistas, los perfiles, las formas como si efectivamente nunca volviera a ver ¡Es todo tan hermoso!
Bajamos al collado entre el Wyoming y el Tarija y de aquí seguimos desandando el camino, glaciar abajo, hacia la Laguna Negra, el Campo Base. Observamos mejor de arriba hacia abajo el campo de grietas y seracs del glaciar ¡Espeluznante, alucinante, sobrecogedor e impresionante a la vez! No sé si por el éxito de la cumbre conquistada o porque estábamos perdiendo altura y el cuerpo se sentía mejor que, mi euforia y entusiasmo como si de un chute de adrenalina alegre fuera, me llevaron a salirme de la senda y huella trazada en el glaciar para hacer una mejor foto sobre el caótico y maravilloso campo de grietas. Cuando en un descuido mi pie toca nieve blanda y se hunde rápidamente hacia abajo hasta la altura de la ingle. El tronco de mi cuerpo a parado la caída pero la pierna izquierda entera esté dentro de… ¡Una grieta! Grito a Jesús con más entusiasmo que miedo para que vigile y curiosee a la vez mi colada en la grieta. Una pequeña grieta tapada por la nieve blanda. Una trampa si te sales del camino trazado (muy comunes en los glaciares del Elbrus). Jesús me mira y se para. Sigo con la cámara de fotos en la mano, no la he soltado. Pero al poco tiempo y gracias a que la pierna derecha sigue sobre el glaciar y la grieta no es muy grande, ancha; me reincorporo para volver a la huella bien marcada para no caerse en ninguna grieta en esta “peligrosa” parte del glaciar.
Seguimos hacia abajo por la extensa lengua del glaciar. Rápidos casi alcanzamos a Ballester y Gemma. “Parad, parad, una foto” Les grito. Jesús cruza al otro lado de la cuerda entre Ballester y Gemma, y Ballester exclama: “Eso es, una foto de lo que nunca se debe hacer con las cuerdas” Y es que cruzamos las dos cuerdas enredándolas en una eventual caída. Pero esta parte del glaciar no era tan peligroso.
El día se va y nosotros no salimos del glaciar. Decidimos aligerar, ir más rápidos para que la noche no nos coja con su manto frío y oscuro. Cruzamos el final del glaciar con su hielo vivo e inclinado, y ya en tierra firme nos desequipamos para coger la corta senda directa al Campo Base. Siempre me da la impresión de que no he disfrutado como debería del paisaje, de las montañas, de los fríos glaciares, cuando hacemos una actividad semejante… y es que es tan bello el lugar que todo el tiempo del mundo no es suficiente para disfrutar, abstraerte y maravillarte hasta hartarte con él. Son las cinco de la tarde cuando dejamos el glaciar, vuelve a hacérsenos tarde, pero con razón.
Después de la caminata entre el glaciar y las tiendas llegamos al Campo Base sobre las seis de la tarde; casi once horas de actividad ¡Genial! El resto de la expedición, amigos, compañeros, nos felicitan por tal hazaña por el gran éxito conseguido con la conquista del bello Pequeño Alpamayo. Nos preguntan por la ascensión, por la montaña, por el glaciar, por cómo nos ha ido… Dejamos las cosas en las tiendas. Nos cambiamos. Ordenamos el material. Descansamos un poco y a las siete de la tarde a cenar.
En la cena, todos reunidos en la tienda comedor, David sigue preguntando interesado por la subida en la actividad ya que mañana piensan Sara y él intentar subirlo contratando un guía, para que los suban. “Que no se os olvide recoger nuestra estaca que nos dejamos en la cresta, a ver si podéis sacarla”, le dice Ballester a David. Edu y Carmen también están en la conversación, pero su idea es subir solo hasta la cumbre del Tarija. Justo después de la merecida cena las, dos parejas se van a dormir ya que mañana madrugan. Nosotros mañana estaremos de relax, asimilando el éxito de la cumbre conseguida y memorizando los maravillosos paisajes vislumbrados… ¡Magníficos!
Nos impresionó mucho esta hermosa y magnífica montaña. Nos ha sorprendido muy gratamente y las expectativas que teníamos sobre ella a pesar de que nos la habíamos estudiado, se habían superado con creces. La experiencia, paisaje, lugar, actividad y montaña han sido extraordinarias, mucho más de lo que pensábamos, de lo que creíamos, de lo que esperábamos ¡Increíble! Hasta el punto del comentario de Ballester: “Si no conseguimos hacer ninguna montaña más, con ésta, lo que hemos hecho hoy con la subida al Pequeño Alpamayo. Ya ha merecido la pena el viaje. Incluso venir solamente a subirla a ella” Tal fue nuestra magnífica experiencia. El Pequeño Alpamayo es una hermosa y emocionante montaña, con todos los ingredientes que un alpinista puede desear en una gran montaña ¡Espectacular!
Marchamos a dormir sin pensar demasiado en aquellas cosas que nos hacen caer en la nostalgia, la melancolía, en pensamientos hirientes… la lejanía con María, con Eva y el tiempo que estaremos sin vernos… de nuevo la magia de la montaña, a pesar del frío que he pasado, o hemos pasado, hace desaparecer los pesares, pesadumbre y nos trae la fuerza, la gloria y la alegría de vivir.