Decidimos ir a la otra “capital” de los Alpes, a Zermatt en Suiza; en el mismo centro de los Alpes Peninos. Queríamos ver el monte Cervino, el Matterhorn. Este bello y mítico monte, tan famoso y legendario como el mismo Mont Blanc, pero, más bello. Sus perfiles tan encrespados y reales le dan la forma de una pirámide perfecta, majestuosa, grandiosa. Casi idílica tanto en sus formas como en su subida para un escalador que quiera subir una gran montaña por crestas, paredones y precipicios, tan bellos como peligrosos y vertiginosos. Es la montaña perfecta para cualquier alpinista y cualquier montañero. Puede que sea la montaña más bonita del mundo (aunque la belleza en las montañas es algo tan relativo como personal) pero seguramente sea la más cautivadora de Europa (o de las que más).
Saliendo de CHamonix hacía el norte, hacía la frontera con Suiza que a los pocos kilómetros atravesamos. Vallorcine y luego Trient ya en Suiza; Martigny, y ya desde aquí coger la autopista que recorre toda la gran región del Valais hasta meternos en un pequeño valle hacía el sur.
Algunos kilómetros antes de llegar a Zermatt, paramos en el pueblo anterior de Täsch donde hay un enorme aparcamiento. El hecho es que Zermatt es una de las ciudades menos contaminadas de Europa, o al menos eso es lo que intentan, y por ello no hay coches de gasolina o gasoil; todos son eléctricos o coches a caballos.
El recorrido de unos diecisiete o veinte kilómetros entre Täsch y Zermatt se hace en tren. Para sacar los billetes intenté pagar con euros; se me olvidó que ya no estábamos en Francia y aquí se utiliza el franco suizo. Así que cambié el dinero y saqué los cuatro billetes. Allí en la estación, en el puesto de información y taquilla había unas pantallas de unas cámaras situadas en lo alto del valle, en Gornergrat, donde ofrecía unas panorámicas de todas las montañas y macizos cercanos, ya que giraba cogiéndolo todo. El tiempo no era muy bueno, era mejor que ayer pero las nubes abundaban y tapaban el Cervino, Liskamm, Monte Rosa y todos los de alrededor; pero a veces se adivinaban sus perfiles y te imaginabas sus formidables formas. Era otro magnífico paisaje alpino con sus glaciares, crestas, espolones y escarpadas vertientes. Aunque, por las nubes, no se apreciaban totalmente las vistas, teníamos suficientes para volar con la imaginación e ir planeando excursiones, travesías y ascensiones. Soñábamos de nuevo con otra gran aventura.
El tren para en Zermatt, no va mucha gente pero ningún vagón está vacío. La plaza junto a la estación está rodeada de edificios de madera que en sus balcones hay un sinfín de macetas de flores de colores, rojas y amarillas muy llamativas. Muy bonito y alegre. Nos damos cuenta que Zermatt es muy turístico, casi tanto o más que CHamonix. Innumerables carros de caballos, de carruajes con el nombre de los hoteles a los que pertenecen, llevan o esperan a sus clientes para dejarlos en su destino, los numerosos hoteles que existen en Zermatt. Todos con un dibujo, emblema o característica común: la figura del Cervino, Matterhorn, desde aquí. Es la montaña de Zermatt, de suiza, de los Alpes. Todo aquí gira en torno a ella. Todo aquí lleva el Cervino como escudo, como símbolo.
También hay coches, pero eléctricos, más pequeños que los convencionales. Junto a la estación de tren está la estación del tren cremallera que sube a Gornergrat (lugar de donde salen las expediciones al Monte Rosa, Liskamm, Cástor, Pollux y a los grandes glaciares que los rodean). Es una estación muy moderna; me quedo perplejo ante tanta tecnología y modernismo aquí, en un lugar perdido en los Alpes. Miro los billetes de subida a Gornergrat y son bastante caros. Quique es el primero que no quiere subir. Ya nos hemos gastado mucho, el billete es caro y además el tiempo es malo y no veremos ninguna de las grandes montañas que lo rodean. Me desilusiono y al final no subimos. Por el contrario damos una vuelta por Zermatt.
Las casas viejas y típicas son de madera muy acogedoras y sencillas. Algunas muy viejas sirven como monumentos del pasado ganadero y agricultor del pueblo. Pero en cada casa, cada edificio hay una barandilla, un corredor exterior, un balcón con macetas de flores de colores muy vivos, rojo sobre todo. Es un pueblo muy bonito que a pesar de los años de continuo turismo ha sabido conservar su espíritu alpino solitario, sencillo, acogedor y hermoso.
Llegamos al otro extremo del pueblo (Zermatt no es muy grande) y unos funiculares o telecabinas suben hacía la base del Cervino. Pero esta montaña no se deja ver hoy. El cielo aunque no está encapotado del todo si que llega a cubrir, con sus grises y blancas nubes, la mitad de la magnífica mole del Cervino, del Matterhorn. Después de estar unos minutos allí en la parada junto a las taquillas del telecabina, decidimos no subir por las mimas razones que antes. Yo casi me indigno ¡¿A que hemos venido aquí?! ¡¿A no ver nada?! Pero es inútil protestar o enfadarse, además en lo referente a que el Cervino está cubierto, tienen razón.
Según los pronósticos del tiempo, el día que bajamos del Mont Blanc, el miércoles, iba a empeorar paulatinamente, el jueves, el día que subimos a Le Brevent, iba a estar malo, que fue ayer; y hoy el tiempo iba a estar mejorando poco a poco de modo que para mañana sábado y los tres siguientes el sol iba a reinar en todos los Alpes sin una nube; esto último no lo sabíamos. Es muy raro encontrarse con tres días de buen tiempo, de muy buen tiempo seguidos en Alpes, y ese fin de semana iba a ocurrir. Por consiguiente, se supone que hoy debía de ir mejorando el día y poco a poco lo íbamos comprobando.
Volvimos al centro del pueblo por una calle junto al río y nos metimos por un túnel algo largo y cilíndrico que sería la entrada a algún hotel o balneario. Realmente no llegamos a adivinar que era aquello. Al mediodía el sol ya picaba cuando salía de entre las nubes, y cuando se ocultaba notabas un fresco que te llegaba a los huesos. Decidimos parar en un parque junto a la iglesia y al cementerio que estaban, casualmente, restaurando y arreglando. Fernando sacó la videocámara para filmar algo tan sorprendente como el viejo cementerio de Zermatt: las lápidas en vez de cruces tenían piolets, cuerdas enrolladas, la imagen del Cervino… y nombres de gentes, montañeros que habían perdido la vida escalando el Cervino o que simplemente querían que les enterraran allí, junto a la montaña de sus sueños. Era algo sobrecogedor que te dejaba boquiabierto, perplejo y sumamente sorprendido.
Por detrás del campanario de la iglesia se iba descubriendo poco a poco el Cervino. Las nubes iban y venían alrededor de él, por su cima, por su falda. Era lo primera vez que lo veíamos “cara a cara” y nos pareció una montaña mucho más espectacular de lo que ya sabíamos de ella, habíamos visto y conocido. Era majestuosamente infranqueable, alta, poderosa, dominante de Zermatt y del valle, y bella, muy bella. Los turistas cercanos a nosotros esperaban y miraban sentados en un banco de este parque a que la montaña se despejase del todo y pudieran admirar el destino y sueño de muchos hombres amantes de la montaña y la libertad. Realmente nos quedamos maravillados ante la aparición, en parte, de esta montaña. Era como un “Señor” que domina todo aquello que tiene a sus pies y no se le escapa nada ante la atenta vigía de su imponente mole. Algo increíble.
Por uno de los callejones de este típico y turístico pueblo, había una tienda en la que vendían cuadros y fotos pintadas con el único tema del Cervino. Estos cuadros ocupaban buena parte de las paredes de madera de la tienda y de la calle, y ningún cuadro era igual a otro aún teniendo siempre el Cervino como tema. Algo sorprendente.
A medida que caía la tarde, el tiempo se iba despejando cada vez más, como habían anunciado y acertado los partes meteorológicos de la Casa de La Montaña en CHamonix. El cielo se veía ya muy azul y despejado y solo las nubes rondaban las altas cumbres, pocas y dispersas en el limpio y brillante cielo. Desde una cafetería cerca de las afueras de Zermatt, en una residencial polideportiva, terminamos de observar (cada vez más despejado) nuestra magnífica montaña a la que habíamos venido a ver, el Cervino. Pero ella no nos dio el placer de mostrarse completamente despejada ante nuestros ojos.
Olga y Luis no han estado en Zermatt. Y uno de los objetivos de venir aquí es contemplar, desde los rincones de sus calles, la impresionante y magnífica montaña del Cervino… Como lo hicimos hace 15 años después de subir el Mont Blanc.
Y el pueblo parece que está igual que entonces. Recorremos la calle que sale de la estación hacia la puerta de la iglesia. Hay mucha gente. Toda la gente que faltaba en Täsch más la que toca. Hacemos fotos. Vemos tiendas. Precios muy altos. Luis se queda mirando y fotografiando algunas ópticas. Defecto profesional. Luis trabaja en una óptica. Entramos en una tienda de Lindt, del chocolate… esto es muy turístico.
Y llegamos hasta la puerta o plaza donde está la iglesia y el museo del Matterhorn. Y desde un rincón mirando hacia la parte alta del pueblo, se descubre un trozo del Cervino. Nos quedamos mirando. Luis y Olga se asombran de su elegante y desafiante figura. Preciosa. Imponente.
Giramos a la izquierda, hacia la base de la torre de la iglesia, y allí descubrimos el pequeño cementerio dedicado a los que han muerto en la preciosa montaña del Matterhorn. Como antes y siempre las lápidas, los in memoriam, los símbolos, edades de los fallecidos, años de las tragedias… nos sorprende, nos encoje el corazón, nos acongoja e impresiona.
Seguimos cruzando el río por un puente que baja de la plaza, de la misma iglesia, y desde aquí descubrimos, con un semblante, una imagen, un paisaje más limpio y espléndido. Fotos y admiración.
Al otro lado del río seguimos con la visita de Zermatt. Subimos por una calle paralela al río y que acaba en una altura donde se coge un telecabina que nos subirá al Klein Matterhorn.
Hay unos cuantos españoles. Observo un grupo de montañeros que quieren subir a los picos más fáciles que se encuentran en el macizo del Monte Rosa… la Pirámide Vincent… Después de subir a extraordinario Finsteraarhorn, éstos me parecen de nivel inferior… bueno… dificultad inferior.
Luis está hablando con una pareja de españoles que bajan del telecabina. Al final, después de la conversación éstos les dan sus billetes para subir al telecabina, ya que según nos dicen es un billete para todo el día. Una especie de forfait. Tenemos 2, falta un tercero. Luis se acerca a una papelera y recoge un billete que han desechado algunos visitantes. Entonces intentamos entrar por los pernos. Luis entra, verde. Yo rojo, el negro que controla los pernos habla inglés… me dice una retahíla de cosas pero al final entro. Pero a Olga, rojo. No le deja entrar.
El controlador de los pernos nos dice que el billete solo se puede usar una vez, con lo que desechamos la idea de subir gratis al telecabina y llegar hasta la base del Klein Matterhorn.
Volvemos al centro de la población. Pasamos por un lugar donde hace 15 años hice una foto. Unas simpáticas casas de madera, como viejas, antiguas, encantadoras… Paramos en el sitio de Zermatt donde probablemente más barato sea comer: el McDonald’s. En la calle entre la estación de tren y la iglesia.
Luis quiere volver a intentar subir al telecabina después de comer. Olga y yo decidimos ir de compras y volver a Täsch. Luis consigue subir al telecabina, pero no llega al final, al Klein Matterhorn, se queda en la mitad. Olga y yo entramos a una tienda, a otra, compramos recuerdos y mapas ¡Que precios!