Son alrededor de las 03:30 horas. Nos levantamos y nos preparamos para emprender sobre las cinco de la mañana la dura subida a la Dufourspitze. Antes de levantarnos hemos oído voces y pisadas de montañeros que salían del refugio alrededor de las dos de la mañana, algunos de ellos en español; montañeros que más tarde encontraríamos casi en la misma falda de la cresta final. Uno de los comentarios fue: “mira que bien la gente que ha acampado aquí, más arriba del refugio, desde aquí lo tienen más cerca y rápido”. Una ilusión. Ya que aquí pasamos peor noche, subimos más cargados con las tiendas, comida… Al final los que pasan la noche en el refugio piensan que es mejor hacer noche más arriba con tienda, y los que pasamos la noche en la tienda, pensamos al final que es mejor pasar la noche en el refugio, a pesar de estar a menos altura.
El despertador nos suena y no tenemos ganas de levantarnos, como casi siempre. Entre que desayunamos, nos equipamos… y sobre todo nos “concienciamos” de la actividad a realizar, pasa el tiempo y sobre las 5 de la mañana ya es “casi” tarde para subir, para salir en busca de la cima más alta del Monte Rosa, la Dufourspitze.
Aún no ha salido el sol y ya remontamos esta caótica morrena de un sinfín de rocas, piedras y pedruscos. Antes de coger el glaciar vemos algunas tiendas. Montañeros que han acampado más arriba que nosotros. No somos los únicos que acampamos por estos lares.
Con los frontales puestos buscamos en la caótica ladera rocosa, los hitos que nos llevan por en medio o girando según el lugar, pendiente arriba buscando el glaciar, la nieve. Realmente se me hizo eterno, ya que nos retrasaba mucho no conocer el camino a seguir. Los hitos a veces no eran coherentes en su recorrido o no los sabíamos seguir, o los perdíamos. Lo único seguro es que en mitad de la noche, debíamos seguir casi en oblicuo la subida de esta pendiente llena de rocas, piedras y lisa roca madre, en busca de las primeras nieves, del comienzo del Glaciar del Monte Rosa. Esta pendiente rocosa que se empinaba con una morfología imposible para hacer un camino seguro, se encontraba entre las delgadas lenguas finales del Glaciar del Monte Rosa a la izquierda, y de la enorme masa de hielo del Glaciar Grenx a la derecha, ambas metidas en sendos valles o huecos de la montaña; quedándose esta sobresaliente ladera rocosa en medio de las dos, y como intocables e imposible para el hielo en movimiento. Lo mejor para seguir sin tocar los peligrosos glaciares del Monte Rosa… ciertamente peligroso este glaciar ya que nos habían advertido que estaba muy abierto por el año tan caluroso que había pasado, y las grietas estarían hambrientas de tragarse a algún inepto.
Paramos en una gran roca al pie de un enorme nevero que hace de inicio al Glaciar del Monte Rosa para ponernos los crampones y coger el piolet. Empieza a aclarar el día pero aún falta mucho para que nos dé el sol, ya que estamos en el lado opuesto a la salida del sol del macizo. Mientras poco a poco, los rayos del sol irán rozando las puntiagudas cumbres del Cervino, Dent Blanche y Weisshorn.
Parece que en la alta montaña cuando salen los primeros rayos de sol, es como “ver la luz al final del túnel”. Nos anima ya que podemos admirar el estupendo y magnífico paisaje, a la vez que nos enseña el camino a seguir y el que nos queda… a veces que te enseñe el camino que te queda “no anima tanto” …
Después de ponernos los crampones y abrigarnos un poco más al pie de este nevero, de lo que parece ser el comienzo del Glaciar de Monte Rosa, nos encordamos, sacamos el piolet, y comenzamos una larga, larga subida por las laderas heladas, congeladas, nevadas de este Glaciar del Monte Rosa. No vemos el final allá arriba donde queremos llegar, y aun viéndola no la reconoceríamos. Esta subida es un laberinto de laderas empinadas, muy empinadas, de los hielos del glaciar… ahora para allá, para acá, sorteando las grietas… horas y esfuerzos sin cuartel, sin tregua ni descanso.
Yo no estoy en muy en forma, por suerte el tour de la Val d’Anniviers nos ha permitido aclimatarnos al esfuerzo y casi a la altura. Aunque el pobre Trino se destrozó los talones con las botas. Me costó bastante la subida. Me pareció dura e interminable.
Creo que iba encorado con Jesús y Quique con Trino. No íbamos muy lejos unos de otros, y parábamos cada vez que lo necesitábamos para descansar, beber agua o comer algo. Arriba veíamos los perfiles de las cimas del Monte Rosa, llenos de hielos y blanca nieves. Nos parece estar en un lugar que no es la tierra, llena de blancura y helados perfiles, es como estar en otro planeta, frío y hermoso a la vez.
La subida por el glaciar se hace muy entretenida. A veces nos parece estar metidos en un documental de la Antártida o de Al Filo de lo Imposible. Cruzamos grietas muy cerradas por arriba, con puentes de nieve, pero escalofriantemente profundas. Simplemente con asomarte a una de ellas se te pone la piel de gallina.
El día ya está en todo su apogeo, aunque aún no nos dé el sol. No nos damos cuenta de la verticalidad de las largas rampas empinadas por la que estamos subiendo, hasta la bajada donde nos percatamos y doblamos la rodilla más de lo normal. Nos cruzamos con unos montañeros vascos a la subida y bajada, entablando conversación con ellos. En la montaña todos nos conocemos, todos somos amigos y compañeros de la misma ilusión y pasión.
Paramos junto a estos vascos ya de mediana edad, parecen hermanos, de los cuales uno de ellos se queja o critica suavemente dirigiéndose al otro que el Monte Rosa era una montaña demasiada larga y difícil para subirla ellos… son las mismas voces que identificamos cuando pasaron junto a nuestras tiendas, justo antes de salir nosotros. Aprovechamos para descansar. Vemos a otros que deambulan (no muchos la verdad) por esta parte de la montaña… incluso a uno que iba solo y ya de bajada, justo antes de girar nosotros para ir en busca del collado de Sattel. Allá arriba ya vemos las primeras estribaciones de la parte baja de la cresta de Sattel… ¡Para allá vamos!
Más arriba, yo iba más retrasado, mis compañeros me esperan en un falso llano. Comemos algo, bebemos algo y recobramos fuerzas para el asalto final. Ya estamos a más de 4.000 metros de altitud. Nos encordamos y llegamos (esta vez tirando yo del grupo) hasta Satteltole (collado de Sattel), a más de 4.100 metros. (4.350 mts. aproximadamente). Desde aquí se pone la cosa más seria: rampas totalmente heladas, precipicios a un lado, vientos con rachas fuertes, desniveles de 40º a 50º grados ¡Alta Montaña!
A partir de Sattel (a unos 4.300 metros) sólo queda la vertiginosa, poderosa y temerosa cresta final hasta un alto diedro que es la Dufourspitze. Más arriba de Sattel, a 4.500 metros, Trino y Enrique ya divisan el pináculo más sobresaliente de la cresta, nuestro objetivo: la Dufourspitze. Nos queda una hora como mucho después de seis horas y media de subida que llevamos ya.
Incluso el llegar al collado de Sattel (Satteltole) ya cuesta, sigue todo muy empinado, aunque de suaves laderas heladas del glaciar. Hemos descansado lo suficiente y casi dormido (sueño de altura), comido y bebido, recupero fuerzas, con lo que yo mismo tiro de la cuerda llevando a Jesús al final de la misma, y Quique y Trino detrás… pero casi no es demasiado para lo que hemos hecho ya, y en poco tiempo siguiendo la senda marcada en la empinada ladera helada de esta recta final del glaciar por esta parte, llegamos al nombrado collado de Sattel, a Satteltole, el camino sortea la rimaya del glaciar para subirnos al mismo. Este collado está en una especie de comienzo o final de cresta, de loma helada; a la derecha queda el piquito Sattel (4.350 mts.) y a la izquierda una peligrosa, resbaladiza, empinada y helada ladera cimera que sube y nos dejaría en el comienzo de la famosa cresta de la Dufourspitze, a unos 4.500 mts. Enfrente, el precipicio, el vacío, y debajo de éste en las profundidades, el precioso y gigantesco Glaciar Grenx con su plateau, su circo donde nace, se forma y crece. Al otro lado, un poco más a la derecha el gigante del Liskamm, con sus pendientes heladas y vertiginosas, y su forma de lomo de animal prehistórico gigante.
A pesar de estar tan cerca de la cima, no llegamos a pisarla. Circunstancias ajenas a nuestros deseos nos hacen desistir de llegar más arriba. Aun así, estamos contentos y nos sentimos como si la hubiéramos hecho. Además, la montaña no se va a ir y hay más días que melones…
En cuanto comenzamos la subida por esta pala, en un principio fácil pero de nieve helada, congelada, con lugares de hielo vivo, muy duro; es una pala que recorre la parte más alta cimera que sube hasta la cresta con un precipicio a un lado, y al otro el seguimiento de la ladera congelada pero mucho más vertical, mi compañero de cordada Jesús, se sintió inseguro. Trino y Quique iban subiendo sin problemas; nos adelantaron y siguieron subiendo por aquella pala congelada. Jesús me pidió asegurar la progresión, que yo le asegurara porque temía resbalar y caer precipicio abajo o por la congelada pendiente al otro lado, hasta la rimaya del glaciar. Pero si le tenía que asegurar e ir más lento, yo también iría inseguro… era un terreno para no pararse y seguir con un ritmo y marcha, cualquier desequilibrio sería fatal al pararte.
Con lo que al final decidimos asegurarnos en la progresión de manera muy lenta pero que nos daba más confianza a los dos: mientras yo estaba parado con los piolets clavados, recogía cuerda y aseguraba a Jesús, y cuando él subía y paraba hasta donde llegaba la cuerda, paraba, clavaba los piolets y repetía lo mismo que yo. El hielo estaba muy duro, apenas se clavaban las puntas de los piolets, de los crampones, con lo que cualquier caída hubiera sido imparable… si no tomas precauciones, cuerda tensa y haciendo de contrafuerte con el peso de tu cuerpo.
Por la lentitud de la progresión yo en lugar de sentirme más seguro, me desanimaba, bajaban mis fuerzas y seguridad tanto tiempo metido en esa peligrosa (o no) pala helada. De vez en cuando echaba la mirada hacia arriba y veía a Trino y Quique que ya habían llegado a la cresta, incluso sin esperarnos, habían seguido por ella, desde la parte más alta de la pala en la que ya había roca de cresta y una zona más horizontal, sin pendiente, hasta otra subida, más adelante, a un característico “pico” que veíamos al final de la subidita después de la pala helada. A partir de este piquito ya a unos 4.600 metros, solo quedaba seguir la cresta sin subidas y horizontal, hasta el mismo pico Dufourspitze.
Entonces mientras nos esperaban para poder proseguir la cresta hasta la cima, Quique se comenzó a “comer la cabeza”: ahora tenía a Infi, la cresta era “peligrosa” (o al menos el recorrido) … Trino le decía que el pico estaba aquí mismo, que lo veía desde allí, lo tenían a un “tiro de piedra”, y así era. Justo en uno de los vistazos que hago mientras aseguro al asustadizo Jesús, veo a alguien (que parece es Quique) en la parte más alta del piquito siguiente al punto del final de la pala que estábamos subiendo, mirando en nuestra dirección: sí que era Quique y Trino que decidieron no seguir la cresta.
Al cabo de otra eternidad, llegamos por fin a la parte más alta de la pala congelada, a la vez Quique y Trino llegaban a nuestro punto bajando de la cresta “¿por qué habéis tardado tanto”?” nos preguntaba Quique. Charla, intercambio de impresiones… ¿qué hacemos? Quedaba toda la cresta, Jesús no se veía seguro, Quique también se lo estaba pensando y yo me había “quemado” al subir tanto tiempo por la pala congelada… el único con intenciones de subir, llegar y hacer cima era Trino. Igual si hubiera ido con Trino hubiéramos llegado a la cima… ¡Quien sabe! El caso es que decidimos bajarnos. No quisimos seguir; ya habíamos llegado muy altos y lejos, y no subiríamos más. Las condiciones y circunstancias las fabricamos nosotros mismos… ¡Cosas que pasan! Era tarde para subir esta montaña. No era hora para estar por aquí, ya que el calor en la bajada abrirá las grietas, romperá los puentes de nieve que no hemos visto en la subida… se haría peligroso. Eran las 11 u 11:30 horas de la mañana. Eso sí, no lo había dicho, el día que tuvimos (todos los días que estuvimos en esta montaña) era espectacular, sin nubes y con sol resplandeciente; con frío a esta altura, claro.
Bajamos. La bajada por la pala ya no fue tan agobiante o insegura que en la subida. Por alguna razón, igual que pasó en la subida y bajada de la Aiguille du Goûter en el Mont Blanc, me sentía más animado y no lo veía tan difícil o peligroso, por ello me dio tiempo a hacer alguna espectacular foto a Jesús mientras bajaba poco a poco… Quique y Trino, más seguros y confiados, ya habían llegado a Satteltole.
Las vistas son increíbles y magníficas desde aquí arriba. Observo el paisaje mientras aseguro a mi compañero de cordada. El Liskamm parece un gigantesco dinosaurio dormido colmado de nieves, glaciares y desafiantes pendientes. Luego siguen los hermanos Castor y Pollux, redondeados y elegantes, después del Breithorn, Cervino, Dent Blanche…
Empezamos la bajada por el mismo sitio, el mismo camino… Llegaríamos a las tiendas a las seis de la tarde… y al otro día volvemos a Zermatt, a Täsch…
La bajada fue desandar el camino de subida, dándonos cuenta de lo ascendido, subido, largas palas de centenares de metros de desnivel sin tregua (como ya he dicho), esforzadas y largas, bastante larga. Pero el día era espléndido y comenzó la sesión de fotos… unas fotos espectaculares, preciosas, sobre la bajada, los glaciares y el impresionante Cervino en medio de toda esta maravilla. Fotos para la eternidad, nos inmortalizamos en un momento de luz casi mágico y hermoso.
A medida que bajábamos iba haciendo más calor y el ánimo y fuerza volvían con ese punto de adrenalina que el esforzado ejercicio (o la misma montaña) te proporciona, con alegría y energía. Pero al quitarme ropa por el calor y reflejo del sol en la abundante y blanca nieve del glaciar, sentía como me entraba en la cabeza, rápidamente y con fuerza, después de quitarme el gorro que ya me la estaba protegiendo, no solo del frío si no del sol también. Trino me dejó un extravagante y muy llamativo chambergo de color naranja, ¡me salvó la vida!
Más abajo nos topamos de nuevo con los vascos en medio del glaciar. Nos paramos de nuevo a hablar con ellos, y más fotos. Estábamos disfrutando de la bajada. Pasamos sorteando, saltando, algunas grietas; antes estaban tapadas, alguno habrá pisado y se habrá colado dentro. Pueden ser peligrosas. Nos acercamos a una de ellas para ver su envergadura y tamaño… ¡¡Es escalofriante!! Ya nos advirtieron sobre las increíbles y peligrosas grietas del Glaciar del Monte Rosa, y más este año que estaba en situación de alerta por el calor y condiciones poco favorables para cruzarlo.
Dejamos el glaciar y seguimos por aquella pendiente rocosa, laberíntica, de bloques pequeños y grandes, de roca. Vemos allá abajo los rojos techos de nuestras tiendas, aún queda por bajar bastante por este caótico lugar. Nos hemos quitado ropa, y hemos guardado los crampones, piolet. Ya queda poco para llegar.
A esas 6 de la tarde ya estamos en las tiendas. Descansamos. Vemos lo subido, lo realizado. No hablamos si hubiéramos llegado a la cima o no en otras condiciones personales. Cada uno sabe hasta dónde podría haber llegado, no hace falta repetirse. No estamos aquí para competir, si no para compartir experiencias y sensaciones. La montaña es nuestra casa y hábitat, no es nuestro campo de batalla.
Aprovechamos las horas de sol que quedan para secar la ropa. Más fotos y plática en el campamento. Amistad y alegría. No hemos llegado a la cima de la Dufourspitze, pero hemos logrado mucho, hemos llegado muy alto y aunque la alegría no es completa, es suficiente. De repente escuchamos un ruido ensordecedor como si fuera un terremoto, un derrumbe… intentamos orientarnos y ver de dónde venía ese estruendoso sonido que había comenzado y no paraba, era continuo. Quique nos señala una parte en medio de la ladera escarpada llena de blancos seracs del Liskamm, y efectivamente observamos la nube de nieve (como si fuera polvo) que comienza a salir de la nada de esta parte. Es un alud, un serac o parte de uno, se ha desprendido… al cabo de un rato por debajo de la nube de polvo se comienza a ver la cascada de nieve, hielo y trocitos de serac (invisibles) que a la vez de caer, han arrastrado a otras partes heladas de la montaña. El acontecimiento nos emboba, nos sorprende… la Naturaleza es increíble, la Montaña está viva, se mueve, nos enseña un espectáculo magnífico y peligroso a la vez… Impresionante.
La última foto de Trino al impresionante Cervino justo cuando el cielo, el horizonte detrás de él, se pone anaranjado, rosa, en el atardecer de esta parte del mundo. Precioso, impresionante, magnífico… ya nos vamos a dormir tranquilos sabiendo que al otro día no tendremos que madrugar tanto.