Nos despedimos de nuestros compañeros que marchan temprano hacia Sajama. Nosotros, Jesús y yo, ya hemos hecho las maletas, hemos dejado parte del equipaje en consigna en el hotel y nos llevamos las mochilas de travesía y de ataque, junto con la tienda, para subirlas al Illimani. La expedición y compañeros somos tan versátiles que podemos separarnos y juntarnos según nuestros intereses y actividades, sin malos rollos y con total libertad, coincidiendo en nuestro “hotel base” y en actividades en común. Es una suerte que el total de los 13 hayamos podido consensuarnos tan bien durante estos días de viaje.
Lucio nos viene a recoger, pero no puede circular su coche por la ciudad ya que no tiene el permiso adecuado para estas fechas, carga… no sé. Al final cogemos un taxi que nos llevará hasta su coche. A partir de aquí comenzamos el periplo de dar vueltas y más vueltas por la ciudad y por El Alto: comprar víveres, recoger material… vamos de una punta a otra del valle donde se ubica La Paz, sin salir de la urbe. Y nosotros como turistas pasivos en autobús, observamos y nos fijamos en cada rincón o movimiento desde nuestros asientos. Yo de copiloto y Jesús atrás.
En un momento determinado del recorrido Lucio para o aparca el coche y sale a reunirse con unos amigos. Hablan en Aymara y no entendemos nada, pero parece que es una especie de encuentro fortuito de aquellos que ocurren cuando por casualidad te topas con amigos en medio de tu camino. Le invitan a una jarra de cerveza, todo esto en la misma calle, y observo el ritual habitual que realizan los habitantes de los Andes ante “celebraciones” de este tipo: vierten al suelo una pequeña cantidad de cerveza en ofrenda a la Pacha Mama. En agradecimiento ya que la misma Madre Tierra les da los alimentos y bebidas, los andinos, al menos estos Aymaras, comparten dichos alimentos con la misma Madre Tierra, arrojando parte de los mismos, simbólicamente, al suelo, a la tierra de la Pacha Mama, de donde proceden. A parte de lo impactante si lo ves la primera vez de forma casual como ésta, me parece un ritual o una tradición muy natural y lógica. Compartir con la propia madre naturaleza, lo que ella misma te ha dado, en un acto de agradecimiento y complicidad. No creo que tenga nada que ver con la adoración o idolatría, si no con un acercamiento a la Naturaleza que es, al fin y al cabo, la que hace nacer y crecer los frutos, vegetales y animales que luego nos comemos o bebemos, el Espíritu de la Pacha Mama. Conmovedor y emotivo.
Pasamos a recoger la que será nuestra cocinera. Una “cholita” que se llama Marcela. Recuerdo que Jesús hizo una crítica de la “forma” de las mujeres indígenas Aymaras: con vestimenta amplia, colorida, cabellos con trenzas y largo, varias capas de ropa en su indumentaria, con el típico bombín, sombrero hongo negro… y que todas, jóvenes o maduras, tendían a engordar; gruesos cuerpos anchos y amplios, mal disimulados por las capas de ropa y faldas, pero de rostros calmados, sonrientes y en ocasiones iluminados. Así era, más o menos, Marcela. Era cierto lo que decía Jesús, pero por otro lado y caminando por la ciudad nos encontrábamos a jóvenes bolivianas con ropas occidentales de rostros y figuras atractivas. Guapas, voluptuosas, delgadas… en mi opinión las bolivianas que yo describo, son de las mujeres más bellas de Sudamérica. Quitando el mestizaje y siendo de “pura” raza Aymara.
En un punto por nuestra andadura por La Paz, Jesús se indigna y comienza a hablarme en valenciano, que casi ya lo había olvidado. El caso es que Lucio y Marcela tienen una conversación entre ellos en Aymara que, claro está, no entendemos nada de nada. Como bien decía nuestro amigo Rodrigo Donoso de Ecuador refiriéndose al Quechua, es como si hablaran en vasco. Y para que ellos dos no nos entendieran a nosotros y delante de ellos, Jesús comienza a decirme en valenciano, que ve muy mal que ellos hablen, delante nuestro, en un idioma que desconocemos. Sencillamente yo no le daba importancia. Eran Aymaras y para entenderse, explicarse bien entre ellos hablaban en Aymara, no solo como identidad o caracterización de su propia raza. El que dijeran o hablaran de algo expresamente en Aymara para que nosotros no les entendamos, ya es cosa y problemas de ellos. Además se notaba cuando hablaban español que el Aymara era una lengua materna y el español su segunda lengua… no hablan correctamente el español.
Después de estas charlas en Aymara y valenciano para que no nos entendamos ninguno, salimos ya por fin hacia el Illimani. La salida de La Paz hacia la montaña es coger la dirección, calle o carretera en la que enfrente, al conducir, tienes la bella e impactante visión del Illimani. Pero no hay carretera asfaltada que llegue a él. Después del asfalto de las calles de La Paz, vienen los adoquines, y después de los adoquines, el camino de tierra y mucho polvo. Al poco rato de salir de La Paz, o en sus mismas lindes, Lucio para el coche en una especia de mirador a la vera del camino y en un punto alto del mismo, donde nos invita a contemplar la majestuosa vista del Illimani: extraordinariamente veíamos la maravillosa y espectacular imagen de un Illimani cercano, completo y majestuoso. El día era radiante, soleado, ni una nube, una visibilidad total y completa, pero con el normal frio del lugar. Al fondo, no muy lejos, veíamos una montaña alargada, casi como una sierra de un solo macizo, con tres cumbres diferenciadas. Sobresalía de entre la mal llamada llanura o planicie aldina, ya que aquí los ríos y erosión la habían convertido en un laberinto de ramblas, barrancos, cárcavas, paredes, lomas, vallecillos… muchos de ellos casi inaccesibles. Sobresalía la blanca nieve del inmenso glaciar o glaciares que cubrían la gran parte de la montaña; desde poco más debajo de la mitad sobresaliente de la misma, con respecto al horizonte. Y estos glaciares bajaban casi escondidos entre lomas y cordales que cruzaban y surcaban en perpendicular o diagonal, esta cara del Illimani. Con las suaves ondulaciones del mismo blanco reluciente que hacían de las cumbres del Illimani el tener un perfil suave, ondulado, pero a la vez vertical y empinado. Menos en el pico más al norte, el cual ofrecía un aspecto más alpino con su picuda cima y sus vertientes más inaccesibles. Éste quedaba a la izquierda de la imagen, cuando la cumbre más alta la teníamos en el mismo centro de la montaña. Impresionante, majestuoso. Justo bajo la cima más alta del Illimani vemos un cordal que a medida que sube casi que se convierte en espolón y comienza en las estribaciones de la montaña, hasta que sube por ella y desaparece bajo el blanco hielo glaciar de la misma. Justo donde terminal la tierra y comienza el hielo, está nuestro campo de altura: Nido de Cóndores. A unos 5.550 metros. Extraordinario. Los colores bajo el blanco brillante de los glaciares, me hacen recordar ciertos paisajes subdesérticos del Atlas en Marruecos: marrón muy oscuro en laderas más bajas de la montaña bajo sus glaciares, en empinadas laderas y cordiales, y otros marrones claros y casi amarillentos en los terrenos y laberínticas laderas y barrancos alrededor de la montaña. Algunos incluso rozan el rojo arcilloso, mezclado con el marrón polvoriento típico de lugares áridos o desérticos… el surgir la vida del blanco hielo y nieve sobre el estéril páramo amarillento y marrón es una visión impresionante e imponente.
Hoy es fiesta en Bolivia. Hay desfiles en La Paz, aquel que vimos el ensayo general antes de irnos a Condoriri. Celebran que el próximo 6 de agosto es el aniversario de la proclamación de la República de Bolivia en el año 1.825, independizándose de España. Según describe Jesús, en los pueblos, pequeños pueblos, aldeas, por los que cruzamos para ir a Illimani en ese camino polvoriento lleno de baches y piedras, nos encontramos con gente con las ropas de domingo, niños con el uniforme de colegio, bandas de música y algunos que otros que hacen sus pericias acercándose al coche a la vez que pasa, con una mezcla de gestos amenazadores, beodos y casi joviales ¡Viva la fiesta!
A pesar de la poca distancia relativa que pueda parecer que está el Illimani de La Paz, el viaje con el coche de Lucio, duró más de 3 horas y hasta casi 4. Nos encontramos un paisaje semi salvaje donde aún la naturaleza domina de forma sobresaliente sobre las infraestructuras del hombre: vemos puentes rotos sobre barrancos amplios y en su mayoría secos, destrozados por las últimas riadas; las nuevos construidos rápida y precariamente cerca de los viejos arrasados por la fuerza del agua… Cruzamos unos paisajes que más se parecen al Antiatlas marroquí (con algo más de vegetación y vida) que el altiplano andino: espectaculares montañas cortadas y arrasadas en blando terreno por la erosión del agua, formando impresionantes cárcavas, canales, grietas en una tierra rojiza, vertical con lisas paredes que acaban en pequeñas mesetas planas en su cima. Es un paisaje a caballo entre las formidables formas de las montañas en Monument Valley de Arizona y formaciones montañosas en los desiertos del Próximo Oriente, como los del Sinaí o Jordania. Impresionante.
Seguimos el camino hacía el Illimani. La verdad es que se hizo eterno con tanto bache y maltrecho camino. Lucio pone música. Un cd. el cual lleva de 6 a 8 canciones solamente. Las canciones en total podrían durar de 15 a 20 minutos como mucho… pues llegó un momento en que puestas las casi 4 horas del camino y repetidamente, se convirtieron en una tortura peor que el propio camino. Estas canciones son parecidas a los ballenatos pero con algo más de ritmo, pues éstas son algo más alegres. “Soy carretero” y otras tantas…
Pasamos por algunos pueblos con mayor importancia y nombre reconocible antes de llegar a Pinaya: Palca, Ayacachi. Nos cruzamos en el maltrecho y a veces estrecho camino con otros vehículos que van en la otra dirección. Debemos pasar y esperar que pase el otro o al revés, ya que, según la parte del camino, no caben los dos coches a la vez, y las caídas por el lado del barranco pueden ser de decenas de metros verticales. Nos cruzamos con un autobús ¿de línea? Lleno, abarrotado hasta los topes, todo el techo, la vaca… nos seguimos sorprendiendo cuando vemos estas imágenes de países tercermundistas, y no podemos dejar de imaginarnos cuando sale en televisión que una de estas “guaguas” se ha despeñado camino abajo y han muerto tantas personas del pasaje… aunque después de ir por la “carretera” montañoso-selvática dentro de uno de estos autobuses “de línea” entre Riobamba y Macas, ya no nos pilla de susto.
Y por fin, después de la repetida música torturadora, de un camino salvaje, maltrecho y destrozado por las lluvias, de casi 4 horas, llegamos al pueblecito de Pinaya al pie del Illimani y sus blancos, resplandecientes glaciares, a unos 3.800 mts.. Estamos contentos. Nos acercamos a las faldas de la montaña más alta que hasta ahora hemos subido, y su imagen es fascinante.
Descargamos el coche a la vera del camino. Las casas de Pinaya se reparten más abajo que arriba del camino ¡La cantidad de cosas que llevamos solamente para 3 personas! Hay algunos árboles, eucaliptos y vacas por los lindes del pueblo. La imagen es fascinante. Hago una foto mientras desayunamos y emparejamos todos los bultos y mochilas, al fondo tenemos las formidables heladas vertientes del Illimani, parece que alucinamos por momentos.
Lucio nos presenta a su padre. Un hombre algo más bajo que el pero no demasiado mayor. Será el que lleve los burros cargados con los bultos y petates. Comemos acto seguido. Estamos cerca de la casa de Lucio y las vistas son hipnotizadoras. Desde esta parte la grandiosidad y tamaño de la montaña es impresionante.
Nos ponemos en marcha. Debemos caminar desde Pinaya a unos 3.800 metros hasta el Campo Base del Illimani, Puente Roto, a unos 4.450 metros. La marcha no es difícil y en alrededor de 3 horas, o menos, realizamos el trayecto entre dichos puntos. Al principio por camino, pero después por senda y casi monte a través seguimos con nuestras mochilas de ataque Lucio, Jesús y yo. Los burros salen por su cuenta y llegan antes a Puente Roto que nosotros… ellos no tienen que pararse a admirar y maravillarse con las pendientes heladas, rocosas, espectaculares, enormes, cruzadas por esos cordales, espolones que parecen intentar atravesar la montaña y parecer que hagan de contrafuertes de la inmensa catedral y templo que es el Illimani. Nula vegetación y escasez en el camino a Puente Roto, solo unas plantas parecidas al esparto que por doquier aparecen en el altiplano andino; amarillos y agostados por la aridez y frío del lugar, a Jesús le recuerda la misma planta en España, pero verde en nuestra tierra.
A medida que caminamos y nos acercamos a Puente Roto, vamos surcando en paralelo la dirección y forma de la montaña; hasta llegar a un punto, casi a mitad de la misma, en la que domina una gran explanada con un riachuelo cercano. Al fondo vemos, más cerca, el cordal y espolón de que deberemos subir para llegar al Campo de Altura, Nido de Cóndores, y arriba del mismo la sueva loma helada, glaciar y blanca de la cima del Illimani.
Montamos las tiendas. Hay dos expediciones mas; unos austriacos y un par de bolivianos. Los austriacos van solos, los bolivianos también han contratado porteadores y guía. Todos estamos aquí, admirando, paseando, deambulando, observando… mientras va atardeciendo y nadie hay en el diminuto espacio de Nido de Cóndores allá arriba. Justo al atardecer un chaval sube para llevarse los burros a Pinaya. Mañana no habría burro o animal que suba a más de 5.500 metros, toda la carga, petates y equipo lo portearan hombres y mujeres. No dejamos de ver la montaña. No intentamos adivinar el camino, solo observar y admirar los diferentes tonos, forma, colores, perfiles y caras de este lado de la misma. Miramos la subida por el espolón, cordal a Nido de Cóndores, aunque en ese momento no conozco el camino y lugar de la montaña donde ubicarlo. Las lenguas glaciares bajan entre espolón, cordal y cordal, blancas, relucientes arriba, pero oscuras, grises, sucias abajo cerca de su final, pero frías y heladas siempre. La montaña parece tener una roca de un extraño color oscuro, marrón-grisáceo casi negro, con toques amarillentos y más claros. No recuerdo si es un seudovolcán como el Sajama y Chimborazo, y tiene el color de la ceniza o tierra, roca volcánica; pero parece blanda granulada en ocasiones, arenosa en otras…
Lucio nos pide más dinero. Supongo que me figuro que como le hemos apretado tanto en el regateo con Irineo que al final ha puesto un coste por debajo de lo real. No me gusta que ahora en medio de la montaña nos haga esto… pero bueno, es un mal pensamiento momentáneo y después un “que se le va a hacer”.
El sol ya ha desaparecido tras el horizonte del altiplano andino mientras estamos cenando. Hace frío, o mejor dicho, comienza a hacer frio y a bajar la temperatura de una forma notable. Me comienza a invadir una sensación de soledad, de desamparo, de cansancio e intranquilidad. Mientras Jesús disfruta y se anima viendo la magnífica visión, espléndida y mágica de la extraordinaria bóveda celeste, intentando buscar la Cruz del Sur, Orión (que ahora queda al norte)… yo enseguida me meto en el calentito saco de plumas dentro de la tienda, a pesar de las llamadas y ánimos de mi alegre compañero, éste desdichado montañero se encuentra agobiado por la soledad y el frío del lugar. El frío de Condoriri y del Pequeño Alpamayo se me ha metido en los huesos. Pienso en mi mala suerte, en la lejanía con María, en el conjunto de mis desdichas y el sufrido frio de las montañas lo agudiza. Llego un momento en que lo paso tan mal y estoy tan tocado en general, que le digo a Jesús que me estaba planteando la no subida al Sajama. Después de subir y atacar al Illimani, mi cuerpo y mente ya habían aguantado suficiente sufrimiento y frio, y ya no quería, ni me ilusionaba, ni me apetecía pasar mucho más frio en la subida a otra montaña más alta. Lo siento mucho por Jesús que tuvo que tuvo que aguantar al aguafiestas y al borde de mi persona; espero que este desasosiego no vaya a más y no me quite mi amor y pasión por la montaña como con el Elbrus. Espero de corazón no llegar a tal extremo y lo impediré a toda costa si en mi cabeza percibo dichas señales.
A pesar de todo, el lugar es curioso y hermoso dentro de su propia hermosura. Antes de cenar y de que se ponga el sol, he hecho algunas fotos y he pasado por la esponjosa y agostada hierba amarilla. Bajando una loma, fuera de la vista del campamento, están los baños. Hay un riachuelo que corre encajonado a un lado de la herbosa planicie. Arriba de una loma sobre las tiendas del campamento y bajo las heladas y blancas vertientes del pico norte del Illimani. Espectacular. Espero que la noche y el descansar me traigan el sosiego y la tranquilidad, y que el duende del sueño haga que no me desaparezcan las fuerzas y ánimos para subir al Illimani, la montaña más alta que hasta ahora habría conquistado. El Sajama… mal presagio de desanimo y desilusión… pero estos días toca la cumbre del Illimani, y esta no se escapará por muchas “paranoias” y comeduras de cabeza que tenga.