Nos despertamos sobre las 8 de la mañana. Todo un lujo. La mañana se presenta soleada pero fría, sin nubes a la vista. Y de nuevo la magnífica visión de la montaña a conquistar. Imponente y contrastado colorido de tierras marrones de diferentes tonos, con el blanco inmaculado de glaciares y nieves encaramados entre sus espolones en vallecillos, barrancos y en sus amplias y altas cimas.
Recogemos la tienda y hacemos las mochilas para que los porteadores que suben ahora de Pinaya, se la suben a Nido de Cóndores. Nosotros llevaremos el mínimo de peso posible para no sobre esforzarnos en la subida a este campamento de altura. Desayunamos. Los porteadores buscan el sol mientras sale de su escondite entre las lomas que rodean Puente Roto, y desayunan buscando algo de calor de la estrella entre el excesivo frio existente a primeras horas de la mañana.
Lucio nos comenta que salgamos nosotros primero hacia Nido de Cóndores. Que subamos despacio sin fatigarnos para de esta manera aclimatarnos a la altura a medida que vamos ascendiendo, y así estar fuertes y preparados para el ataque final de mañana. Entonces con nuestras mochilitas de ataque, bastones y ropa de abrigo/alta montaña, salimos Jesús y yo enfilando por un extremo de la planicie de Puente Roto hacia el extremo más cercano al espolón y cordal que vemos bajar desde casi la misma alta cima redondeada del Illimani. En este espolón no demasiado vertical, se encuentra Nido de Cóndores en un pequeño rincón aplanado y único de dicho espolón.
Cogemos un camino inutilizado por vehículos hace ya mucho tiempo. Pasamos junto a una casa o especie de refugio, y a partir de cierto momento el camino desaparece para convertirse en una marcada senda; la cual comienza a coger las estribaciones empinadas, rocosas, pedregosas e inertes de la ladera más baja del mismo espolón de Nido de Cóndores.
En un principio la senda no llega a empinarse demasiado. Es tranquila y la vamos recorriendo, cogiendo altura poco a poco, con las vistas agrandándose detrás nuestro, dejando Puente Roto allá abajo y todo un fondo de terreno erosionado, acarcavado, semidesértico, con el guardián oteador del blanco, picudo y lejano Huayna Potosí más al fondo. Cruzamos riachuelos que bajan de los barrancos y glaciares de las cimas del Illimani antes de encararnos con la ladera del espolón de Nido de Cóndores. La nieve comienza a aparecer en pequeños neveros repartidos, sobre todo, por las laderas y vertientes que miran más al sur, o están más escondidas del sol. La senda sigue siendo polvorienta y pedregosa. Mucha piedra. Pero cuidada para que en el surco de la misma no tengamos piedrecillas que pisar.
A medida que nos vamos enfilando ladera, cordal, espolón arriba, éste se va empinando, se va encrespando. Detrás nuestro aparecen Lucio y los porteadores/as que llevan nuestros mochilones, sacos a la espalda, y suben como si anduvieran por el pasillo de sus casas. En un colladito nos cogen y adelantan.
Las vistas hacia la montaña y sus perfiles, a medida que subimos y nos acercamos a ella, son espectaculares: una nube ahora sí, ahora no, va cubriendo la cima más alta delante nuestro. Bajando de ella un espectacular glaciar resquebrajado, blanco, imponente que forma un laberinto de grietas, rimayas, seracs, paredes de hielo, según el estado de la inclinación y posición del terreno bajo ellos. La disposición de los mismos sería algo casi indescriptible y solamente explicado mediante la propia visión in situ o en alguna foto. Espectacular.
La senda se encrespa por pasos de roca con insignificantes trepadas en mitad del espolón. A la derecha ya aparece un sobresaliente terreno cubierto por la nieve y más abajo por los glaciares. Detrás nuestro van apareciendo el resto de grupos o expediciones acampadas con nosotros en Puente Roto: la pareja de bolivianos, el grupo de austriacos, el norteamericano. Y en alrededor de unas 4 horas de subida llegamos al estrecho, frio y alto Nido de Cóndores. Son cerca de las 13,30 horas. Verdaderamente es un nido de un pajarraco gigante, ya que apenas caben las tiendas, no demasiado pegadas, de todos los que estamos. Por suerte no nos hemos cansado en la subida, ni mareado o con malestar por la altura conseguida (aunque a Jesús le comenzará a doler la cabeza al rato). Ya estamos a unos 5.550 mts., según algunas informaciones, o 5.700 mts. como nos indicaba Lucio y la gente de allí. Como bien dice Jesús estamos más altos que la cima del Elbrus, la montaña más alta de Europa en el Cáucaso (en el caso de que estuviéramos a 5.700 mts.) y a esta altura es donde debíamos pasar la noche ¡Nunca hemos acampado o dormido a tanta altura!
Las vistas hacia la montaña son espectaculares: a partir de aquí el espolón se encrespa aún más, pero ya el recorrido se haría por la ladera nivosa de la derecha. Acaba en una suave dôme de hielo, blanco y espectacular, y a partir de aquí bajaría a una especie de colladito, ya todo por glaciar blanco y grueso; y de aquí a la cumbre se irían cruzando por encima como de mesetas de hielo cortadas verticalmente a cada lado y separadas por pavorosas grietas, hasta que comienzan a empinarse hasta casi la misma redondeada, suave pero helada y alta cumbre del Illimani. Ésta casi, casi sería la ruta de subida. Hemos montado nuestra rojiza tienda. Las nubes en altura van y vienen de forma de forma lenta pero gradual. Ahora nieva, ahora no nieva, se cubre toda la montaña, se va despejando por partes… es el clima de la alta montaña andina boliviana. Nos fijamos en las espectaculares vistas hacia el segundo pico más alto del Illimani que nos queda a la izquierda: más espectacular y desafiante si cabe, con perfiles muy verticales de roca, nieve, seracs colgados, glaciares agrietados, inestable, con paredes de hielo resquebrajado imponentes, que van bajando barranco abajo hasta convertirse en un enorme y ancho río de hielo entre las oscuras, marrón-negruzcas rocas de las paredes en los espolones que limitan dicho barranco ¡Impresionante y espectacular! La cima ya no se presenta como una suave loma o domo, si no que ya es más picudo, a pesar de que sigue siendo hielo y glaciar, y su cresta oeste representa un espectáculo de hielo, rimayas, hongos, domos más pequeños, seracs… que caen y bajan al barranco. Todo culminado por una abundante y gélida nieve que no se desprende de sus rincones ¡Alucinante! Es una visión de alta montaña de las más bellas que he visto en los Andes por el momento. A esta segunda cima del Illimani, antes de que se me olvide, la llaman Pico del Indio.
Los porteadores se bajan. Lucio ha quedado con ellos mañana a las 11 de la mañana. El resto del día se presenta tranquilo y casi aburrido, meditabundo en Nido de Cóndores… debemos de “concentrarnos” y prepararnos para el asalto final de mañana. Fotos a los diferentes aspectos del lugar con los campamentos de todos los grupos ya montados; con el nublado Pico del Indio y su imponente vertiente de fondo, con la nublada cima del Illimani y su extenso campo glaciar de fondo. Comer y siesta. Una corta siesta. Mientras Jesús se acuesta y toma la aspirina para aliviar el dolor de cabeza que le ha entrado, yo hago fotos y deambulo por entre los escarpados límites de Nido de Cóndores. Después Jesús saldrá y yo me tumbaré en mi calentito saco de plumas Diamir. El cocinero y Lucio han puesto una radio que se han subido, y sobre las 16,15 horas preparan el té… hay que hidratarse lo suficiente para mañana.
Estando en el saco dormitando o echado dentro de la tienda, comienzo a escuchar un estruendoso ruido lejano pero intenso. Automáticamente pienso en la caída de un alud, de un serac por las laderas verticales de la montaña. Es el único ruido estruendoso que puede darse por estos lares. Hubiera sido increíble ser testigo pero no afectado de uno de ellos en este lugar, de esta montaña, por las peculiaridades morfológicas de la misma. Pero éstos suelen ser rápidos y cortos, no me dará tiempo a vestirme y salir del saco, tienda a prisa para verlo. Pero el lejano estruendo no cesa. Oigo la voz de Jesús: “¡Joaquín sal, sal corriendo. Un alud!” Me quedo parado sin moverme al pensar en que cuando salga ya habrá pasado todo. Pero el ruido no cesa. Al final me decido y con la mayor rapidez posible me visto, abrigo, calzo, salgo del saco y de la tienda y admiro el “terrible” alud, que aún seguía y aún le quedaba, y que estaba asolando la vertiente del Pico del Indio, tan vertical y espectacular como el mismo fenómeno. Increíble. Por lo visto había caído un serac desde casi lo más alto, arrastrando hielos y otros seracs hasta el fondo del helado y glacial barranco, y el fenómeno había una nube de nieve en polvo enorme y opaca, mientras bajaba glaciar abajo, el cual estaba durando interminables minutos ¡Espectacular y pavoroso a la vez! Me da tiempo a coger la cámara y hacer una foto. El espectáculo y la visión, si la comparamos pensando que de alguna manera nos hubiera podido afectar o coger a nosotros, era dantesco y casi apocalíptica, pero emocionante y gratificante a la vez desde nuestra distancia.
La montaña nos ofrece un espectáculo soberbio, casi macabro y emocionante de destrucción y vida. Aparte del mismo espectáculo que ya es la quietud, formas, perfiles, glaciares, nieves y roquedos del mismo Illimani en sí. Realmente es una montaña enigmática, hermosa y soberbia gracias a sus formas heladas y glaciares; aunque sus rocas, paredes, laderas y altiplanos tengan un aspecto más feo y subdesértico sin el acompañamiento de este blanco meteoro y de este transparente y azul-grisáceo estado del agua… el hielo de sus glaciares.
Va atardeciendo a medida que, después de nevarnos y nublarse en algunas ocasiones, va despejándose paulatinamente aún con el sol abrillantando las cimas heladas del Illimani. Cenamos a las 6 de la tarde. Hay que irse pronto a dormir; mañana debemos levantarnos sobre la 1 o 2 de la madrugada para, a la hora, comenzar el ataque final a la cima más alta del Illimani. Últimas y espectaculares fotos a la despejada montaña; preludio del buen tiempo que tendremos mañana ¿Preludio de nuestro éxito mañana? Por suerte en el día de hoy no me han atacado esos fantasmas que ayer me atosigaron, uniéndose al frio, que en otros momentos me han acorralado, pensando en lo lejos que estaba de María y en los días que íbamos a estar alejados… muchos días. Pero hoy no han aparecido. Por suerte me dan un respiro anímico, emocional para que esté listo y preparado con todas mis fuerzas, ganas, ánimos y todas las armas posibles para mañana subir a la montaña más alta que hasta ahora he conquistado. Mi corazón vuelve a latir y a estará vivo con el anhelo de estar en comunión con la montaña, sin pesares, penurias, ni agobios de otros sitios, traídos de otros estados y momentos. Ahora es el Illimani, la fuerza y luz de esta montaña, la que despeja más inestabilidades, mis dudas, mis revoltijos de cabeza… da la impresión de que me está ayudando a que la conquista de su cima sea un éxito, un logro… y esta impresión hace que crezca en mí aquella fuerza y valor escondidos que siempre florecían en retos montañeros como éste. Estoy preparado y con ganas, con fuerza. Gracias Illimani.