Hoy es el día elegido. Día de ataque; día de cumbre; día de éxito y culminación de un objetivo, de un sueño, de un desafío… Madrugamos como habitualmente se hace en la alta montaña y nos levantamos a eso de la 1’30 de la mañana. Casi en silencio nos vestimos y preparamos como si de un ritual de concentración se tratara, sin preguntas, sin dudas, sin comentarios del caso sobre la montaña, sobre el tiempo, sobre la dificultad y el supuesto éxito de nuestra empresa… solamente nos colocamos el peto, abrigos, chaqueta, botas, arnés… y desayunamos en la total oscuridad de la madrugada. El resto de grupos parece que no se han levantado aún, o lo hacen poco después que nosotros. Todos intentaremos hacer cumbre hoy.
Ya estamos listos. Pero tardamos algo en salir y esperamos al pie de la nieve mientras los grupos del americano y los bolivianos ya salen delante. Al fondo parecemos apreciar las diminutas y lejanas luces de La Paz, el país sin luces parece tan virgen, tan salvaje por la noche, a pesar de estar en un mirador del cual se divisa un extenso territorio. Ahora sí. Encordados y preparados salimos en busca de la alta cima de una de una de las montañas más altas de Bolivia. Sin pensar ni comernos al cabeza sobre el Sí o sobre el No podemos, caminamos paso a paso, avanzamos paso a paso, con el único objetivo de vivir y encararnos al momento.
El equipo y material funcionan bien: los crampones clavan bien, y las piernas y cabeza responden bien. Al poco tiempo de comenzar la marcha por la fácil crestecilla nevada, nos encontramos con un paso algo más vertical con nieve muy blanda y abundante que ha borrado las huellas del camino marcado y pisado a seguir. En plena oscuridad y justo aquí nos topamos con los otros grupos que habían salido antes que nosotros. Lucio abre un paso entre la blanda nieve bajo y el duro hielo de arriba de este paso y nosotros le seguimos adelantando de esta manera a estos grupos. No sin antes tener una tímida conversación con los guías. Es normal que los miembros del mismo gremio de guías se hablen y se conozcan.
Después de solventar este paso y de subir a la parte más alta de esta Dôme, seguimos por una parte más llana al principio casi de bajada, luego horizontal y después de subida del colladito que forma el espolón que seguimos con la vertiente y extensa ladera helada que cae de la cima del Illimani. Pero su cumbre aún queda lejos. Somos los primeros del día en ascender por los glaciares del Illimani. Nos damos cuenta de que llevamos un magnífico paso, estamos fuertes, entrenados y aclimatados, y el ritmo que llevamos nos hará tener éxito en esta conquista. Estoy seguro.
No saco la cámara de fotos para nada. El frio es intenso y en mitad de la noche y en estas empinadas laderas del glaciar no serviría de nada el hacer fotos. Aparte la reservo para que no se descargue la batería por el uso de la misma y el frío del momento, para hacer la foto en la cumbre. Además no la llevo en la funda habitual externa enganchada a la mochila, sino dentro de un bolsillo de la chaqueta en el pecho para protegerla del frio ¡¿Será suficiente?!
Después del colladito que no es más que un extenso llano horizontal del helado y enorme glaciar acabando en sus bordes por sendas verticales paredes de hielo o seracs casi desplomados, subimos en zigzag por una parte del glaciar que comienza, poco a poco a empinarse. Notamos como, a medida que vamos cogiendo altura, el frio se agudiza y nos mortifica. Está haciendo mucho frio, y lo vamos sintiendo como pequeñas punzadas en las manos y pies. Llegamos a un punto en que la ladera de hielo vivo del glaciar se empina tanto que casi se convierte en una pared de unos 45º. Justo aquí comienza a amanecer, las luces tímidas de la mañana que se asoman por la cima de la montaña (ya que el sol saldría al otro lado de la misma), nos van iluminando e imponiéndose a las sombras, que ya no son tantas. Y como casi siempre esperas que la luz y los primeros rayos del sol (que se supone no nos darán hasta que no lleguemos al cordal cimero) vayan calentando la atmósfera y a la vez tus heladas extremidades. Nada más lejos de la realidad por que en las horas del amanecer son los momentos más fríos del día. Y encima ahora nos paramos en uno de los lugares más fríos del glaciar. El hielo del mismo es casi vivo, sin apenas una fina capa de nieve en su superficie. Un resbalón podría ser fatal en este gigantesco tobogán de hielo.
Entonces llegamos a uno de los momentos de la subida y del viaje que más difícilmente tardaría en olvidar: en medio del intenso frio Lucio decide equipar la vía, la ladera empinada o pared del glaciar, clavaria una serie de tornillos de hielo (las estacas no se pueden utilizar aquí) y montará una reunión justo en el punto donde le deje la cuerda, todo lo largo de la cuerda. En el otro extremo estamos atados Jesús y yo. Y en una pequeña cornisa del glaciar esperamos inmóviles mientras observamos como Lucio con la cuerda cogida va subiendo sobre nuestras cabezas, recto sin zigzag y clavando el tornillo de hielo cada cierta distancia (para mi excesiva), y lo vemos desaparecer en la curvatura y sombras de la misma ladera del glaciar ¡¿Cuánto tardará?! Nos hará una señal con la cuerda para que una vez montada la reunión, subamos los dos a la vez siguiendo la cuerda.
La espera se hace eterna, infinita. La posición no podemos casi cambiarla por lo precario de nuestra situación. El frío se agudiza más que en toda la mañana (a pesar del amanecer y claridad, como ya he dicho antes), y el dolor y pinzamiento que tenía en los pies se agudiza terriblemente al poco tiempo de estar parados. Es un dolor muy intenso y doloroso. El frío extremo produce uno de los dolores más intensos que se puede experimentar. Intento mover los dedos de los pies dentro de las botas mientras las miro casi enterradas en la nieve, en un agujero en la gigantesca nevera que es este glaciar. La situación se agrava, se complica, el sufrimiento y padecer en un lugar tan inhóspito tan lejos de cualquier refugio o lugar civilizado donde atender tus males y quejas hace que te comas la cabeza, hace que sientas la necesidad imperiosa y de supervivencia de escapar del lugar, de huir a un sitio más apacible y templado, de bajar de la montaña… pero la resistencia y perseverancia es un don que pocos saben utilizar hasta los límites de la vida y la conciencia, y sigo luchando, temblando esperando mientras un nuevo pensamiento ataca mi mente “¿Se me congelaran los dedos de los pies?” El frío sigue siendo intensísimo. Intento como acurrucarme pegando el cuerpo al hielo, a la pared del glaciar, esperando que el tejido de mi vieja chaqueta Columbia negra y gris haga su trabajo, como buscando el reses de un aire y ambiente helado, muy frio, y como buscando el inexistente calor de la madre tierra cubierta por esta espesa masa helada, en lugar de calor y templanza, me proporciona más frío y desaliento ¡Necesito moverme! ¡¿Cuándo nos pondremos en marcha?! Yo supongo que Jesús está igual de helado que yo, pero no intercambiamos palabra; él, un paso justo detrás mío, aparece inmóvil, erguido, mirando hacia mi posición, observando como mi cuerpo se encoge de frío y sufrimiento. El dolor de los pies es extremo, tengo ganas de gritar, de rechinar los dientes, pero no lo hago ¡Aguanta! Me digo para mis adentros. Pero llega un momento que el umbral del dolor al hacerse tan intenso pasa a no existir, a desaparecer de un momento, de la misma forma que dejo de sentir los dedos de mis pies. Una preocupación partida en dos: ¡Ya he perdido los dedos de los pies! (al no sentirlos, al no sentir su dolor). Y a la vez un alivio al desaparecer el dolor del frio, que no el mismo frio.
Y después de una verdadera eternidad y de “perder los dedos de los pies” observamos como la cuerda se mueve ante la señal de Lucio de que ya podemos subir siguiendo el recorrido de la misma. Jesús y yo en el extremo de la cuerda iremos avanzando en el perpendicular y muy helado glaciar, recto hacia arriba, mientras Lucio, en la reunión que ha montado, va recogiendo cuerda. Jesús a la vez, cada vez que pasamos por algunos de los tornillos de hielo clavados en mitad de la subida como seguro intermedio, los va recogiendo y colgándoselos del arnés. Mi cuerpo ya comienza a moverse, pero el calor no entra, por suerte el frio ya no se intensificará más.
Vamos con cuidado pero con paso firme. Los crampones se agarran y se clavan muy bien a este hielo vivo. La progresión es constante y a buen paso. Por suerte y a pesar del frío el tiempo es excelente. Ni una nube. Con una visibilidad algo abrumada por el filo del horizonte. Llegamos hasta donde está Lucio. Éste recoge el material de Jesús y se dispone a realizar otro largo de la misma manera. Por suerte este será más corto y la espera ya no será tan larga, ni el frío tan intenso, ni la desesperación anterior hará acto de presencia. Casi no me da tiempo a contemplar el lugar, el paisaje, vamos prestando atención y casi de bólido, pero algo me dice que estamos más cerca de la cima de lo que creía.
Al tiempo ya caminamos junto a Lucio. No ha desaparecido el riesgo de caída pero al menos los pasos son más seguros en terreno algo más confiable. Dejamos de subir llegados a un punto y Lucio gira hacia la izquierda en busca de la loma cimera casi en el collado o punto más bajo entre la cima principal del Illimani y el Pico del Indio. Aunque la perspectiva que teníamos no nos mostraba tal situación, seguíamos casi ciegamente a Lucio. Un solo paso nos separaba de tal cordal cimero: una rimaya, una grieta tremenda en el glaciar, que es la que separa los domos cimeros del glaciar, redondeados y suaves, los típicos en forma de cabeza de seta, de las laderas profundas, verticales, heladas del glaciar que, por efecto del peso y la gravedad, se rompen, se resquebrajan y van cayendo en su “lento caminar” montaña abajo separándose del que queda arriba en la loma cimera. En las separaciones de ambos sistemas glaciales, se forman estas tremendas, pavorosas y terroríficas rimayas. Por lo que se ve el paso de esta rimaya no es tan peligroso como otras veces, y el salto lo hacemos sin problemas, pero sin dejar de fijarnos en la, ahora sí, vertical pendiente que tiene el glaciar aquí y en la profundidad, consistencia de la nieve y forma de la famosa rimaya… y sin saberlo, a los pocos pasos de haber cruzado la siniestra rimaya, llegamos a la planicie de la loma cimera. Aquella que une el Pico del Indio con la cumbre del Illimani que, en esta parte y en dirección a la cima más alta del Illimani, es suave, plana y nada peligrosa. Un giro a la derecha y ya entonamos los últimos y animados pasos hacia la cima del Illimani. A partir de este punto, en el que su llegada sin saberlo o avisar fue una grata y alucinante sorpresa, una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en mi rostro. Me paro a contemplar las pendientes vencidas, las conquistas realizadas al Illimani, admiro también el paisaje sin reconocer lugares, horizontes, contento, alegre, observo el recorrido que nos queda: una suave pendiente de hielo y nieve por encima del glaciar y sus dômes de onduladas formas, y la última pala fácil, ancha, hasta la cima más alta del Illimani. No quepo de mi asombro, de mi regocijo, estoy exultante, impresionado por mi esfuerzo, por mi espíritu, por mi cuerpo llevado casi al límite de la paciencia de las extremas condiciones de frio de la montaña, estoy tan contento que los fantasmas, miedos y temores se han quedado helados, congelados allá abajo, y ni tan solo tengo un ápice de su recuerdo, solo ahora que describo con estas líneas el momento… y estoy tan alegre y animado porque sé que voy, vamos a llegar a la cima de una de las montañas más altas de Bolivia, y a la vez la más alta nunca subida por Jesús y yo: la cumbre del Illimani.
Lucio se adelanta y vemos por donde hay que seguir observándolo. Yo decido subir en plan contemplativo. El grupo de austriacos intenta cogernos y los vemos aproximándose (pero no tengo ningún recuerdo de ellos en la cima). Vamos subiendo Jesús y yo las últimas fáciles palas del glaciar que cubre las partes más altas de la montaña; ahora desde abajo se podría describir muy bien mirando la montaña el camino a recorrer por el glaciar cimero: desde el collado a la izquierda, seguir a la derecha todo el cordal glaciar cimero suavemente hasta su punto más alto, la cumbre del Illimani. Miro a un lado y a otro, no sé si intento reconocer los nuevos paisajes o hacerme eco de que estoy en lo más alto del Illimani. Me paso, sigo poco a poco. Así hasta llegar al punto más alto al que podemos llegar en esta montaña, donde una gran bandera de Bolivia sin ondear por falta de viento, nos dice que ya estamos a 6.462 mts. de altitud en la montaña nacional de Bolivia y La Paz. Mientras subía por estas palas últimas y cimeras sonreía y casi reía, pero ahora en la cima mi rostro es de una alegría total.
Enhorabuenas de Lucio a nosotros y entre Jesús y yo. Abrazos. Complicidad y un tiempo de lujo en la cima del Illimani. Recuerdo la foto de Antonio Cuartero y Pepe Díaz, con una niebla insolente. Nosotros con un sol y unas condiciones meteorológicas perfectas. Ya es el momento de la foto. Lucio no da prisa, no hace falta quedarse demasiado tiempo en la cima (unas de las pocas cosas en que me puede defraudar la alta montaña, es el poco tiempo que tenemos para disfrutar de sus cimas. Si por mi fuera aprovecharía hasta el último minuto en ellas). Saco la cámara del bolsillo del pecho de m chaqueta, pero ésta no se enciende cuando le doy al botón. Se han helado las baterías por el frío y se han quedado descargadas totalmente. No hay manera. Si lo hubiera sabido la hubiera puesto debajo del forro polar también, pero el frío ha sido tan intenso que todo lo metálico se ha convertido en un conductor del frio gélido, como lo hubiera sido del calor más abrasador. Hasta los anillos de mis dedos bajo mis guantes eran productores de aquel frio extremo, sobrecogedor y doloroso. Como si, literalmente quemaran de frio. Por tanto estamos en la cima de la montaña más alta que nunca hemos subido, y no tenemos foto, prueba de tan increíble proeza. Aunque realmente la foto no representa una prueba de lo conseguido por mí, por nosotros para el resto del mundo, si no que hubiera sido el inmortalizar uno de los momentos más solemnes, increíbles y extraordinarios de mi carrera montañera. El resto del mundo me podía creer o no, pero eso es algo que me da igual, ya que las montañas las subo solo por mí y soy yo quien me lo tengo que “creer” ¡Fantástico! Y sí que me lo creo y me enorgullezco enormemente por lo conseguido ¡Soy el Héroe, el Supermán, el súper hombre de mis propias historias! ¡Increíble y único momento! Satisfacción, alegría, fuerza y vida en la cumbre del Illimani.
Pero de repente y como si existiera un resorte gigantesco en mitad del cielo que se moviera, aparece el viento y su inseparable frio en la cumbre del Illimani. Cuando la bandera, la gran bandera, comienza a moverse y a agitarse, decidimos poner pies en polvorosa, dar la vuelta y emprender la ruta de bajada desandando el camino. No hay fotos en la cámara, tan solo en la retina de nuestros ojos y en la de nuestros perecederos o eternos recuerdos. Pero la sensación, vivencia y experiencia nunca morirán al igual al igual que estas palabras que ahora escribo.
Cuando ya estamos bajando por la loma cimera, ancha y helada, hasta el collado entre los dos picos más altos del Illimani, nos encontramos con el grupo de los bolivianos sube ahora por ese lugar. “Ya estás cerca”. Les decimos ahora con mucha alegría. Pero ahora toca la bajada. Y siempre temes a la bajada sobre todo cuando en la subida lo has pasado tan mal… pero nada más allá de lo esperado, sin dificultad. Volvemos a “saltar” la rimaya que nos separa del collado cimero y la ancha y eterna pala helada de subida. En dicha pala, con sus casi verticales hielos vivos y el largo recorrido del mismo Lucio asegura la bajada haciendo reuniones con estacas, piolets o tornillos de hielo (según el estado de la superficie), y bajamos largo, recto, asegurados por la cuerda. Tanto tiempo que aprendemos a coger una técnica o postura cómoda para descender. Después Jesús asegura a Lucio mientras éste baja de espaldas con dos piolets por la fría pared abombada de hielo del inmenso glaciar. Parece que ya no hace tanto frio como hace unas horas y el tiempo siempre bueno, soleado, incorrupto.
Desandando el camino sin más complicaciones, con el sol dándonos en la cara y con la aparición del “calor” bajo nuestras capas de ropa especial de abrigo y protección de alta montaña, llegamos no demasiado cansados pero si con sueño al campamento de altura, a Nido de Cóndores. Son las 11’30 de la mañana. Gracias al “calorcillo” (se ha notado mucho la diferencia de temperaturas entre aquí y la cima o subiendo) que ahora hace y metiendo la cámara de fotos de Tomás dentro de mi saco de plumas Diamir ¡Milagro! Consigo recuperar la batería y que se encienda la cámara. Para nosotros estas serán las fotos de cumbre: alegres y a salvo en Nido de Cóndores con el fondo la cima del Illimani, el camino realizado y un sol y día excepcionales… Lucio, Jesús Santana y yo ¡Muchas gracias compañeros!
Dormimos algo en nuestros sacos. Al menos para quitarnos el sueño de encima y descansamos algo. Pero enseguida debemos recoger, hacer las mochilas y bajar a Puente Roto. Ya han llegado los porteadores. En este caso en su mayoría son mujeres, mujeres Aymaras, gruesas y fuertes bolivianas. Hemos tardado unas 6 horas en llegar a la cima del Illimani, pero solo 2 en bajarlo. Eso demuestra la buena aclimatación y preparación que tenemos. Preparan la comida, pero mi estómago está cerrado por el esfuerzo y decido no tomar nada.
Antes de bajar a Puente Roto mis últimas fotos: una antes de que las sombras de algunas nubes que han aparecido nos ciegan del brillo de las nieves del Illimani hacia la cima y recorrido realizado en detalle. La otra, una extraordinaria y única visión de una de aquellas porteadoras Aymaras acurrucada junto al desfiladero, el barranco de los límites de Nido de Cóndores, con el fondo de la espectacular, llamativa y grandiosa vertiente del Pico del Indio, con sus hielos, seracs, perfiles y verticales vertientes dentro de su propio caos y laberíntico orden ahora con un tocado de luces y sombras por el transcurrir del sol del mediodía, y por aquellas frías y heladas nubes en la cima que le ponen la guinda para una imagen excepcional, alpina y casi mágica. Parece que atrapo con ella el espíritu e imagen del Illimani, sobre los habitantes de sus altas laderas y faldas ¡Hermoso y único!
Comenzamos la bajada por el mismo cordal por el que subimos ayer. Desandamos el camino hacia Puente Roto. Hoy el camino y crestecilla están más abarrotadas de gente: a partir de mañana hay una “Concentración de Andinismo” aquí en el Illimani y parece que muchos o bastantes grupos de alpinistas y montañeros suben a Nido de Cóndores para montar sus campamentos… ¡No creo que quepan todos! Nos damos cuenta que mucha de esta gente no tiene la experiencia ni material suficiente para tal empresa, subir al Illimani, ya que los vemos algo torpes por los trepes insignificantes de la crestecilla y cordal… igual solo quieren pasar la noche o un tiempo en Nido de Cóndores sin aventurarse más allá de una confiada seguridad.
Observo como mi pesada, enorme y sobrecargada mochila Altus la llevan como si nada estas porteadoras y porteadores, con un peso que debe rondar entre los 20 a 25 Kg., y con un calzado casi de risa y precario si lo comparamos con los pasos y terrenos que debemos pasar (son casi sandalias o chanclas), y que ello no les arruga sus prendas y vestimentas típicas de estas gentes bolivianas. Es increíble la fuerza y seguridad que deben de tener; y que lo llevan como si todos los días lo hicieran. Puede que sea su trabajo o forma de ganarse en esta época. Aunque realmente no percibí una excesiva ni pequeña aglomeración de montañeros y alpinistas en estas montañas, como lo podría haber en Perú o Argentina, pensando en que esta gente todos los días tendrían trabajo de porteadores; aunque pensándolo egoísta y ecológicamente era un alivio pensar que estas montañas no se convertirán en una romería turístico-montañera, prevaleciendo el respeto por el entorno casi intacto, sin masificaciones, basuras, ni adulteraciones ni modificaciones del terreno. Aún se podía percibir la magia y ambiente de aquellas primeras expediciones a estas insólitas y maravillosas montañas ¡Su espíritu y misticismo seguirán vivos como una vieja leyenda hecha realidad!
La bajada es progresiva, fácil y entretenida acompañados de porteadores y montañeros con los que no nos dejamos de topar mientras suben a Nido de Cóndores. Poco a poco y a medida que bajamos los neveros dejan paso a la tierra rojiza, marrón subárida del altiplano bolivianos, dejando atrás el cordal y sus crestecillas que nos han subido a Nido de Cóndores, y arriba del mismo campamento de altura. Por ello, llegados a un punto en la parte alta del cordal giramos a la derecha en busca del camino y de Puente Roto. Justo antes de llegar al camino nos topamos con un rebaño, no sé si salvaje, de llamas. Éstas pastaban o andaban por el lugar sin miedo a acercarse demasiado a los hombres. Eran encantadoras y curiosas vestidas con un pelaje abundante y abrigado de dos colores, blanco y negro. No los habíamos visto nunca con estos característicos colores, podrían ser fácilmente un tipo de llama.
Por fin llegamos a Puente Roto. Jesús y yo nos hemos entretenido en nuestro recorrido de bajada por las laderas del Illimani parándonos en los riachuelos que bajan de sus glaciares y barrancos, y observando estas simpáticas llamas bicolor. Hemos adelantado a los dos bolivianos que bajan con su guía Andrés (el que guío a Sara y David en Condoriri), y ahora nos tumbamos en la fresca y cómoda hierba de Puente Roto a descansar. Solo dos horas hemos tardado, tranquilamente, en llegar al Campamento Base, donde los porteadores, que evidentemente han llegado antes que nosotros, han comenzado a cargar los burros.
Lucio habló con nosotros: no propuso en lugar de hacer noche en Puente Roto a la bajada del Illimani, bajar aún más y hacer noche en Pinaya donde dejamos el coche. Pasaríamos noche en su casa con sus padres y familia. A él le convenía para no tener que montar y desmontar campamento, y a nosotros, a pesar de que estábamos cansados (no demasiado) nos entusiasmaba la idea de mezclarnos y convivir con esta gente, entrando en su casa, habitando en sus aldeas y pueblos, y comiendo su misma comida. La cima y éxito del Illimani me había renovado el espíritu por unas horas, días, y las ganas de convivir, conocer, mezclarme, descubrir, explorar había vuelto como mi ánimo y paz interior… pero a pesar de ello prefería seguir sin plantearme la idea de conquistar el Sajama. A Jesús, como espíritu explorador, aventurero y curioso montañero y de la Naturaleza que era (como cualquier buen profesor que enseña a sus alumnos), también accedió encantado. Quizás les preocupaba más mi decisión por mis muestras “anti aventureras, sociales y de esfuerzos” mostradas antes de subir al Illimani, que las suyas propias para Lucio. Pero a mí, a pesar del cansancio y de que no quería despedirme demasiado rápido de la montaña, me pareció interesante y maravilloso la experiencia de pasar una noche en Pinaya. Al fin y al cabo, la aldea aún quedaba dentro de las faldas (al límite) del Illimani, y era como si durmiéramos en el poblado y guardianes del majestuoso Illimani.
Los burros y porteadores ya habían salido hacia Pinaya, y al llevar un rato descansando Jesús y yo decidimos partir en solitario por en medio del árido y frio páramo al oeste de las faldas del Illimani hacia la población, recreándonos y absorbiendo cada momento, belleza y rincón del lugar y la marcha. Era fácil: casi llaneando pero en bajada, desandaríamos el mismo camino de subida a Puente Roto desde Pinaya dejando las espectaculares vertientes, blancos glaciares y cubiertas cimas del Illimani a nuestra derecha. Fotos acercándonos a uno de los únicos, o el único punto de las faldas del Illimani donde hay árboles: Pinaya. La tarde deja a este desértico altiplano con colores melancólicos bajo un sol implacable pero con carencia total de calor. Ya en las puertas de la población y antes de bajar a la casa donde nos hospedaremos, una última foto al cercano Illimani que ya queda casi a nuestra espalda, antes de que desaparezca de nuestra vista, antes de que piense que nos hemos olvidado de él y no agradecerle a su espíritu el que nos haya permitido alcanzar su sagrada cumbre ¡Gracias Illimani! Las luces y sombras así como las vistas desde Pinaya le dan otro aspecto grandioso y espectacular a la montaña: las nubes, ahora, inundan sus cimas, las luces y sombras juegan con sus colores y rincones blancos de sus glaciares y marrones vertientes descarnadas, bajo ella el amarillento y agostado pasto bajo ella contrasta con un azul eterno en el cielo pincelado con esas inmaculadas, que no grises ni oscuras, nubes ¡Grandioso!
Nos quedamos en la casa del padre de Lucio. Saludos y apretón de manos. Nos dice que dormiremos en la antigua habitación de Lucio, que por una sencilla y aireada escalera externa en una casa sencilla de Pinaya, nos lleva hasta la misma. Antes de que se ponga el sol debemos cenar. El padre de Lucio nos invita a comer del cordero que, bajo el ritual andino, cocinaron y enterraron bajo tierra para sacarlo y comerlo saboreando sus ricas carnes. Aún les quedaban algunos trozos. No me acuerdo del nombre del ritual “gastronómico” pero es muy común entre los pueblos de los Andes. Así pues nos sentamos en unos troncos en el centro de lo que parecía un patio o una pequeña plaza del pueblo y nos propusimos a devorar los restos del cordero que quedaba del ritual. Tenía que ser un honor para nosotros ya que un cordero valía mucho y dicho ritual no se hacia todos los días; solo en ocasiones excepcionales de fiesta y celebración. Sinceramente la carne y su sabor no estaban al punto deseado, y lamentablemente no disfruté tanto como lo suelo hacer en bocados y la ricura de la carne de cordero. Pero a pesar de ello me sentí dentro del pueblo, de mis tradiciones, de su espíritu.
Mientras estamos sentados terminando la cena, charlando y despidiéndonos del resto de turistas que marchaban a La Paz, el sol ya se ha escondido y ya van apareciendo las primeras estrellas. Ya va siendo hora de irse a la cama y descansar de esta jornada tan trepidante, excitante, esforzada y larga. Sin darnos cuenta hemos subido de 5.550 mts. a 6.462 mts. y de éstos a unos 4.200 metros, un desnivel entre la cima del Illimani y Pinaya de casi 2.300 mts. No tenemos mal de altura, pero creo que ya va siendo hora de descansar. Sobre las 19’30 nos subimos a la que será nuestra habitación por una noche: sencilla, con dos camas que prácticamente son tablones de madera, paredes con posters de alguna belleza boliviana que representa a algún equipo de futbol boliviano, una bombilla por lámpara y muchas mantas algo finas de distintas texturas, colores y formas en cada cama. Jesús pregunta si pueden haber pulgas, chinches… y se mete en la cama con mallas y todo; yo decido no tener miedo ante los pobres medios de esta gente amable y me meto en la cama en calzoncillos ¡Mala idea! En estas camas duras empezaban a picarme y yo a rascarme las piernas; no sabía si por las pulgas o porque ya las propias mantas picaban. Cada cama podría tener de 6 a 7 capas de finas mantas, “es indudable que suele hacer frío por estos lares”. Metidos en nuestras duras camas intentamos dormir acabando la charla que llevábamos a medias Jesús y yo… hablamos de la casa, de la habitación, de la cena… y de la increíble hazaña de esta mañana: El Illimani nuestra gran montaña, nuestro gran hito, nuestra mayor conquista… y no me acuerdo con qué soñé esa noche, pero desde luego no fueron con fantasmas ni locuras.