Estaba tiempo despegado de la montaña, supongo que por las circunstancias ocurridas con el Centro Excursionista Almoradí en el año 1.998 o porque desde hacía un tiempo compartía mi vida con mi primera novia Sandra… de todo un poco. El caso es que mi viejo compañero y amigo de montañas Jesús Andújar contacto conmigo porque quería organizar una salida a Sierra Nevada para subir el Mulhacén desde el nuevo Refugio Poqueira (el “sustituto” del Refugio Félix Méndez), y me preguntaba e intentaba convencer para que fuera con él.
En un principio no me hacía mucha ilusión la idea, pero por otro lado sería volver a la montaña después de unos meses retirado, y ya iba siendo hora. Además solo seríamos 3, también vendría Roberto Terol. Sería volver a Sierra Nevada en invierno y esta vez quería equiparme, quería ir más preparado. No tenía cierto material que era casi imprescindible y ya “se ponía de moda”. Ya no se podía ir con el pantalón del chándal con polainas ni un jersey con un chubasquero, ahora había que ir preparado con una buena chaqueta, peto, saco de dormir, guantes… Y ni tenía dicha equipación ni dinero para pagarla. Con lo que decidí ir mendigando a los viejos amigos y compañeros de montañas. Dos de ellos, Manolet y Jesús López.
Exactamente no sabría decir qué material me dejó quién de los dos, pero seguro que el saco de plumas de dormir no me lo dejó Manolet, “es algo que solo dejas a un familiar…” o algo así me respondió. Puede que me dejara la chaqueta y el peto, o ambos. Entonces fue Jesús López el que me dejó su saco de plumas con una gran alegría por ayudarme. Gran tipo este Jesús López. Y así pues ya tenía el material, la equipación que hacía falta para hacer alta montaña y pasar alguna noche en altura en una tienda de montaña. Ya que la idea según había planeado Jesús Andújar era salir por la noche de Almoradí, dar toda la vuelta a Granada y Sierra Nevada para llegar a Las Alpujarras, y más concretamente al pueblo de Capileira. Acampar por allí y al otro día subir hasta el Refugio Poqueira. Al otro día subir el Mulhacén y si podíamos alguna cima más, bajarnos hasta el mismo refugio para pasar otra noche, y al día siguiente bajarnos a Capileira y vuelta a Almoradí. Era el puente de San José con lo que teníamos el día 19 de marzo viernes, de fiesta.
Curiosamente ese fin de semana no dejaban de repetir en las noticias que la península ibérica le rozaría una invasión de aire siberiano, muy frio, y esto era algo que le comenté a Jesús Andújar. Pero no habría problema, el tiempo iba a ser soleado… ¡Menos mal que ahora voy más equipado! Y así con los mochilones, una tienda de campaña y el Golf de Roberto Terol salimos de Almoradí en busca de las Alpujarras granadinas. Las veces que había visitado Sierra Nevada, nunca había estado en las famosas Alpujarras. Y se hablaba de ellas como un lugar, una comarca preciosa en las laderas sur de Sierra Nevada. Con poblaciones de nombres gallegos, cántabros… porque al echar a los moros repoblaron la zona, la última zona de la península ibérica en conquistar o repoblar a los moros, de gente del norte, gallega, y de ahí esos nombres Capileira, Pampaneira… Aunque llegaríamos de noche, de madrugada y del primer día en llegar no me enteraría de nada, no vería nada.
Llegamos a Capileira después de decenas de curvas por estas carreteras de montaña. Me sorprende al pasar por Lanjarón ¡El pueblo del agua! Callejuelas y pueblecillos de carreterillas estrechas pero colgadas de la montaña, con precipicios en los bordes, dignos de las carreteras de montaña más peligrosas del país. Recuerdo como Jesús Andújar le comentaba a Roberto Terol como se ceñía tanto a su carril, que podía abrir la puerta y saltar al vacío si quería… no exactamente eso, pero imaginaos.
No sé qué camino cogimos, pero el caso es que en Capileira buscamos la subida directa a la parte alta de Sierra Nevada, hacia el Área Recreativa Hoya del Portillo, que justamente se convierte al final en la pista que sube a lo más alto de Sierra Nevada y cruza hasta Granada… la que pasa por La Carihuela, La Caldera y separa los Raspones de los Crestones de Rioseco… Tampoco recuerdo hasta qué punto pudimos llegar, pero justo en la misma área recreativa hay una cadena y los vehículos ya no pueden seguir más arriba. Por algunos de esos lares montamos la tienda en mitad de la noche, de la madrugada e intentamos dormir los 3 metidos en la tienda. Hacía frío, bastante frío para estar al sur de Sierra Nevada y no a tan alta altura: Capileira se encuentra a 1.432 mts. y nosotros podríamos pasar esa noche perfectamente entre los 2.000 y 2.150 metros de altura. Todo oscuro y frío, bastante frío esa noche… me iba acordado del “roce de aire siberiano” de ese fin de semana.
Al otro día, la mañana se despierta muy fría pero soleada, sin mal tiempo. Pero hemos pasado algo de frio en la tienda. Desmontamos y comenzamos a equiparnos para subir al Refugio Poqueira. Se supone que solo tenemos un desnivel de menos de 500 metros, pero es un tramo largo por la Loma de Piedra Blanca… No sé si antes de comenzar o comenzando a caminar por la pista el tramo que quedaba, vemos a un grupo de montañeros que baja de la montaña, del lugar al que vamos nosotros: “hemos pasado mucho frio esta noche, nos bajamos”. Está claro que no han pasado la noche en el Refugio Poqueira, y la han pasado al ras, con tienda o sin ella, pero por sus caras y expresiones, habían pasado mucho frío… igual no iban tan equipados. El caso es que sería una “señal” de lo que nos podría pasar a nosotros.
Por si acaso la tienda de montaña, a pesar de arriesgarnos a llevar más peso del que ya llevábamos, nos la llevamos repartida entre los tres: uno las barillas y piquetas, otro la tienda, y otro el doble techo… aunque era algo que, a pesar de ir a refugios, hacíamos en muchas ocasiones… porque al final no sabías con lo que te podrías encontrar en el camino… La idea era coger la pista arriba en busca de la Loma de Piedra Blanca y por ella llevarnos, en dirección norte, hasta las puertas de la ladera sur del Mulhacén y el Refugio Poqueira.
La nieve va en aumento a medida que subimos por el camino. Nos impide caminar con soltura. También llevamos mucho peso en los mochilones… como siempre. Decidimos coger un atajo y solventar una gran curva o recorrido que hace la pista para no hacer más kilómetros, de forma que nos internamos en el bosque en busca de otra curva de la pista más arriba. La nieve por el interior del bosque no es tan abundante, al menos a esta altura. Más arriba casi en la parte más alta a casi 2.400 metros, volvemos a toparnos con el camino, la pista. Decidimos no seguirla y seguir por otro camino que en un principio parece que bordea la parte más alta de la Loma de Piedra Blanca, que se llama Prado Llano, por el lado izquierdo, mirando al valle de Capileira, para coger media ladera en dirección norte en busca del Refugio Poqueira. Al ver la gran cantidad de nieve acumulada en la pista, no la seguimos por el retraso de pisar nieve blanda… lo que no percibimos es que más arriba, a causa del viento o del mismo sol, la nieve en el camino podría ser menos abundante o no haber, pero ya era demasiado tarde, nos habíamos internado por la lado izquierdo de la Loma de Piedra Blanca en busca del final del valle al norte, entre un bosque en el que la nieve, de nuevo, comenzaba a ser abundante, blanda y cansada…
Nos paramos a comer, ya es mediodía. Lo que pensábamos que en una mañana podíamos hacer, como este recorrido hasta el Refugio Poqueira, nos estaba llevando muchas más horas de lo habitual, por culpa de la abundante y nieve blanda, de nuestras malas decisiones del mejor camino a escoger, y del gran peso de nuestras mochilas. Poco a poco el cansancio iba apoderándose de nuestros cuerpos; haciendo mella como una herida que no acaba de cerrarse y el dolor se prolonga mientras caminas…
Ya es por la tarde después de comer al mediodía. Seguimos este camino que cruza una pinada, por el lado izquierdo oeste de la Loma de Piedra Blanca. La nieve es abundante. Nos hundimos cada vez más. Las mochilas parecen que son una verdadera losa, un gigantesco menhir como el de Obelix. Cada vez vamos más lentos y cansados. El bosque poco a poco nos cierra, el supuesto camino se empequeñece hasta desaparecer más adelante. Desaparece justo en el momento en que la nieve, cuando nos hundimos, casi nos llega a la cintura, más arriba de la rodilla… se está haciendo imposible avanzar y salir de esta “trampa blanca”.
No avanzamos y el sol va cayendo. No seguimos ningún recorrido o senda o camino. Estamos perdidos en medio de la ladera oeste de la Loma de Piedra Blanca en busca del Refugio Poqueira… poco a poco se iba cerniendo la tragedia… intentando caminar con peso por una nieve muy blanda y abundante, no solamente nos estaba quemando, si no que nos estaba retrasando mucho… ¡Teníamos que salir de allí!
El bosque con mucha nieve da paso, al cabo de horas, a unas laderas despajadas, con menos nieve, pero en las que no tenemos referencias. Yo no me conozco el camino que seguimos, solo Jesús Andújar. El sol se va poniendo, la oscuridad nos comienza a envolver, el refugio está muy lejos aún, ni lo vemos, ni sabemos dónde está (puede que solo lo supiera Jesús). Observo que hay varios subibajas de aquí hasta la zona donde se ubica el Refugio Poqueira, a la izquierda, por el fondo del valle, aparece una niebla que poco a poco comienza a subir altura en busca de estos insensatos que intentan avanzar en un lugar tan inhóspito ahora; a la vez el viento cobra fuerza, y es un viento muy frio, gélido, paralizante, doloroso… ¡El roce del aire siberiano!… ¿¡Como puede haber nubes y nieblas con este viento en el valle de Capileira?! No entiendo esta meteorología.
Intentamos avanzar, caminar, mientras el sol se va poniendo en el horizonte, el viento gélido, siberiano, se refuerza, las sombras avanzan y nuestro destino aún está, lejos; tan lejos que aún no sabemos dónde está… Entonces es cuando Jesús hizo algo que nadie debe hacer en esta u otras situaciones en la montaña: se puso en cabeza y aceleró el paso dejándonos a Roberto y a mi solos en mitad de este inhóspito páramo. Cuando el sol ya estaba al otro lado del mundo y a la luz, a la poca luz del día, le quedaba un suspiro antes de que nos cogiera la negrura de la noche, Jesús Andújar desapareció de mi vista, hasta ahora lo había controlado en la distancia, una distancia cada vez más grande, pero ya no lo veía… a la vez sacamos los frontales para vernos en la inminente oscuridad. El viento cada vez era más fuerte y muy, muy frío. Por suerte, pensaba, la noche es clara gracias al viento, y nos podríamos seguir moviendo y orientarnos por lo poco que vemos la sierra, el perfil orográfico de la montaña. Roberto Terol está tranquilo, tranquilo porque va conmigo y yo aún no he perdido la tranquilidad, no me he puesto nervioso ante la situación por el momento…
Seguimos caminando. A pesar de la noche clara, tenemos que pasar por perfiles sombríos, peligrosos si no saber dónde metes el pie. El frio es cada vez más fuerte y a la vez el frio en paralelo al viento en fuerza e intensidad. Me estoy helando vivo, pero no podemos dejar de caminar. Ya no sabemos dónde está Jesús. No vemos nada. Estoy empezando a perder los nervios en mitad de la noche casi cerrada ya. Pero debemos seguir caminando, a un paso lento, lastimero, para saber dónde pisamos y no equivocarnos con lo poco que vemos… de repente, la niebla sube, nos envuelve, nos cubre, pero el viento no deja de soplar fuerte y gélido ¡¿Cómo es posible?! ¡El viento debería llevarse la niebla! Pero no, al contrario, la niebla sube y nos cubre, y el viento sigue igual de fuerte y gélido… ¡El roce de aire siberiano con esta fuerza y a esta altura, se está convirtiendo en algo peligroso! Roberto Terol me mira y ve que ya no estoy tranquilo, algo no va bien… No vemos a 10 metros de distancia metidos en una espesa niebla, en una zona totalmente desconocida por los dos, de noche, con un viento fuerte gélido que nos está congelando los miembros y el cuerpo, no sabemos dónde está el refugio, no sabemos dónde está Jesús Andújar, cada vez tenemos menos esperanza de salir de esta… se me ocurre el subir altura en perpendicular a la ladera para salir de la niebla y buscar un sitio donde pasar la noche montando la tienda… la tienda… ¡Una de las partes la lleva Jesús Andújar! No podremos ni montar la tienda. Tendremos que refugiarnos al lado de alguna roca o pared con el doble techo para intentar pasar la noche sin congelarnos, mientras pasa este aire siberiano gélido y fuerte en las oscuras laderas de Sierra Nevada
Y justo en ese momento, entre el frio intenso y la espesa niebla, me parece oír como un grito, como una llamada. Ya habíamos perdido toda esperanza de reencontrarnos con Jesús. Me paro. Me giro en mitad de la noche, la niebla y el fuerte gélido viento, e intento gritar. Tengo los músculos de la cara helados y no puedo articular bien las palabras cuando hablo, cuando grito, lo intento para que me oiga Jesús… no me lo puedo creer ¿es Jesús Andújar?
Al cabo de pocos minutos observamos como una aureola de luz ilumina la baja nube, niebla, que tenemos enfrente. Viene de abajo hacia arriba. Y al cabo de unos minutos y como a 10 o 15 metros de distancia se distingue una persona con su luz frontal distorsionada por la niebla, como cuando vas en coche y das las luces largas en plena espesa niebla… ¡Es Jesús Andújar! A veces pienso que este encuentro fue algo milagroso, ya que no veíamos nada, no se oía nada por el viento y el intensísimo frío nos hacía perder el resto de sentidos… es como si te estuvieras apagando poco a poco… pero al final nos reunimos con Jesús Andújar. “¡Hay que montar la tienda y pasar la noche como sea!, no podremos llegar al refugio”
Buscamos un sitio en mitad de la oscura noche y al fuerte gélido viento. Parece que la niebla, ahora, va y viene, como había pensado que ocurriría si subíamos altura. No andamos mucho. Aquí parece el sitio justo; es un lugar con poca inclinación y algo llano. Intentamos coordinarnos para montar la tienda, no es fácil, nuestras fuerzas, sentidos y músculos están agotados, congelados, inservibles… Jesús se encarga de montar la tienda, nosotros le ayudamos. Se quita los guantes, no puede clavar las piquetas con ellos ¡Que dolor en las manos! El dolor y quemazón del frío es instantáneo si nos quitamos alguna prenda… pero al final conseguimos montar la tienda. La idea del peligro se desvanece cada vez más, gracias al haber encontrado a Jesús… ahora toca pasar una gélida noche a cerca de 2.500 metros en invierno en Sierra Nevada, cuando un aire siberiano “roza la península”. No sé como pero nos metemos en la tienda, nos mentemos en los sacos, no sé si vestidos o no, encima del saco de plumas pongo el peto, la chaqueta, para que sea más impermeable y nos abrigue más del intenso e inusual frio. Escuchamos el viento. Comenzamos a entrar en calor. Parece que lo más grave ha pasado… no seríamos los primeros en morir de frio, de hipotermia en Sierra Nevada. Pero hay que pasar la noche y ahora nuestros cuerpos no tienen actividad para generar calor… solo los sacos, el material, la tienda, la ropa… Jesús tiene dos termómetros: uno del saco, como el que lleva el Diamir de plumas, y otro que cuelga en el techo de la tienda. Al cabo de un rato bajo el frio y silencio de la noche, solo perturbado por el fuerte viento y el mover incesante y peligroso de la tienda, saca una mano y mira los termómetros. En uno marca -20º y en el otro -19’5º ¡¿De verdad?!… Yo, 21 años después aún no me lo creo… ¡¡Que nos hubiera pasado si tenemos que pasar la noche Roberto Terol y yo solos, sin tienda, en aquellas circunstancias en medio de una congelada Sierra Nevada!!
Pero al final la noche la pasamos bien. No pasamos frio. Igual por el enorme cansancio que tenemos que no nos hemos enterado si teníamos frio o no, pero no recuerdo haber pasado frio esa noche. Por suerte. El sol poco a poco se va levantando pero curiosamente el viento y el frio no aflojan. Pero al menos la niebla ha desaparecido y la visibilidad es total. Como cambia todo pudiendo ver donde estamos… ¿Dónde estamos? Nos cuesta levantarnos. Esperamos que el sol caliente algo la tienda, pero no lo consigue demasiado, nada. Al final, sin más remedio a mitad de mañana, debemos salir, desmontar la tienda, ponernos las mochilas con toda la equipación e intentar salir en dirección al Refugio Poqueira. Resulta que no estamos muy perdidos… poco más arriba, tenemos el camino que llega hasta el refugio, con lo que no estamos muy perdidos, podemos discernir en que sitio aproximado estamos de Sierra Nevada: entre la larga Loma de Piedra Blanca y la Loma sur del Mulhacén, algo más abajo como tirando hacia el valle de Capileira, a media altura.
Salimos caminando hacia la dirección del refugio y resulta que en poco menos de media hora llegamos al Refugio Poqueira… ¡¡Nos habíamos quedado a tan solo media hora caminando del refugio!! ¡Increíble! En esta parte ya no hay demasiada nieve, se camina bien, el terreno está ventado. Aunque el viento y frio siguen siendo fuertes e intensos ¡¡Menos mal por el material que me prestaron!! ¿¡Cómo lo hubiera pasado sin él!?… y por fin llegamos ante las puertas del magnífico y nuevo Refugio Poqueira a 2.500 metros de altitud.
Los dos guardas se sorprenden algo al vernos llegar. No hay nadie más, nadie más en todo el refugio. Un refugio para casi 100 personas, solo estamos nosotros 3 y los 2 guardas. El resto del día lo pasamos rehaciendo las mochilas, secando ropas, descansando, agradeciendo el “haber sobrevivido” a la noche anterior. Recuerdo que para comer nos pusieron un gigantesco bol de pasta, que desapreció como si no hubiéramos comido en días… No teníamos ganas nada más que de estar tumbados o descansando. Nadie más subió al refugio esos días… recordad que una ola de aire siberiano nos rozaría ese fin de semana… No quiero hacer ni fotos. Le doy mi cámara a Jesús Andújar, el cual hace alguna foto “artística”, tal es el aburrimiento de lo que restaba de día y del día siguiente. Pero estábamos tan cansados y quemados que no queríamos mover un dedo.
Para el día siguiente Jesús Andújar preguntó si subiríamos al Mulhacén. Yo por mi parte le dije que ya tenía bastante aventura y que, si me muevo de nuevo, sería para bajar al coche. Justo ese día no hizo tanto viento pero el frio era bastante intenso aún. Con lo que todo el día siguiente hicimos lo mismo: contemplación, descanso, tomar el sol, admirar el mar de nubes que se formaba justo delante de nosotros y a casi nuestra altura, en el valle de Capileira, y eran esas nubes las que inundaron la noche de la subida para no poder ver nada. El paisaje era bucólico y encantador… desde los alrededores y en el mismo refugio. Por la tarde del tercer día, vimos a un montañero que en solitario parecía venía de la parte alta de la sierra, muy equipado, tapado hasta las orejas por el viento y frio, pasó por el refugio y siguió su camino. No se quedó en el refugio. Para el último día que teníamos que regresar y bajar al coche, los guardas nos indicaron un camino algo más abajo, por las “acequias” que se encuentran a más baja altura por el fondo del valle de Capileira o a media altura del valle, el cual quedaba justo enfrente de la entrada al Refugio Poqueira. El problema del camino de las “acequias” es que te dejan casi a poca distancia de Capileira, y nosotros tenemos el coche más arriba, en otra pista, con lo que al final (y esta parte no la recuerdo bien) cogeríamos uno de los caminos o senda que va paralelo a la nombrada acequia, pero la acequia que va a media altura del valle, bajo la Loma de Piedra Blanca, no la que pasa por el fondo del valle y la central hidroeléctrica; hasta llegar a un camino o pista que seguiremos en busca de la pista o camino que sube al Área Recreativa Hoya del Portillo… para la próxima es casi mejor salir del mismo Capileira y coger las sendas o recorridos que van por el fondo del valle, aunque hagamos más desnivel, el camino en invierno es más seguro.
Y aquí acaba esta odisea, este milagro, esta tragedia de casi quedarnos helados, congelados muertos en la fría Sierra Nevada en pleno invierno y con ese aire siberiano que echó atrás a muchos montañeros, a la hora de realizar cualquier actividad por esta alta montaña. Creo que es una de las peores experiencias de montaña que he pasado, si no la peor. Y es bueno contarla, sacar conclusiones, sin ver culpables, pero aprendiendo para otras próximas actividades de alta montaña. Los inviernos en Sierra Nevada pueden ser peligrosos para aquellos que solo ven sol y luz, y no se dan cuenta de que se adentran en un clima cambiante y traicionero… no hubiéramos sido los únicos afectados con hipotermia por pasar una noche al raso en el frio invierno de la alta Sierra Nevada… en esta ocasión, por suerte o por casualidad, no pasó nada.