Ya hacía unos meses o más de un año que había reiniciado mi actividad montañera. Ya había visitado los Pirineos, Sierra Nevada y seguía pateándome las montañas alicantinas. Gracias a eso y a mis condiciones laborales y sociales, me podía permitir el escarpe una semana en mitad del mes de febrero para hacer un viaje o montaña… y eso Paco Martínez lo sabía.
Paco Martínez es un tipo peculiar, singular, llega a ser sociable pero compartir un viaje o una expedición de varios días o semanas, podría poner a prueba la amistad o compañerismo. Por eso, como en la Expedición a Bolivia, el mismo dijo que prefería ir con pocas personas e incluso cruzar el charco solo, para recorrerse las montañas de Los Andes, de Sudamérica, que no le gustaban las expediciones o viajes con mucha gente. Es el tipo de persona que siempre tiene una explicación para que siempre tenga la razón en lo que haga o diga, a pesar de que un día te diga una cosa y a las dos semanas justo lo contrario… y te convenza (o piense que te ha convencido) … pero es un amante de la montaña, de la alta montaña. Ya había compartido alguna que otra salida a los Pirineos, como la gran aventura del Vignemale o mi primera ascensión a Monte Perdido y Cilindro, con lo que ya nos conocíamos “lo suficiente” como hacer una salida, una expedición los dos solos durante una semana. Y esta vez, como la del viaje de hace dos años al Pirineo para subir al Monte Perdido, era él quien me invitaba y convencía… y no iba a decir que no.
Con lo que una semana de febrero programamos y organizamos un viaje a Marruecos, al Atlas, para subir el pico más alto de dicha cordillera y del Norte de África… y también sería la mayor altura que habría hecho yo hasta la fecha: el Djebel Toubkal, de 4.167 mts. No solamente sería la montaña más alta que habría subido en mi vida, si no también sería mi primer pico de más de cuatromil metros que haría. Prácticamente 700 metros más alto que mi cima más alta, el Mulhacén en Sierra Nevada. No sería lo mismo que hacer un cuatromil en los Alpes con sus glaciares, dificultades, desniveles y peligrosidad; tampoco se podrían comparar las vistas, el paisaje, el entorno, incluso el país, el ambiente, el lugar… realmente para mí era como una expedición, pero no por la dificultad de la preparación u organización, que no la tenía, si no por el viaje en sí… sin saberlo, pasar de España, Europa a Marruecos, África, era también como viajar en el tiempo, era como volver a la Edad Media en muchos aspectos.
Paco ya había ido unas cuantas veces a Marruecos, al Atlas para subir el Toubkal. Ya sabía y tenía experiencia de dónde ir, con quien contactar y como interactuar con las gentes de allí. Yo no tenía ni idea… sabía que en años anteriores el salir a Marruecos para subir el Toubkal se tomaba como toda una expedición; hace menos de diez años de estos viajes. Pero ahora bajar a Marruecos, “Bajarse al Moro” vulgar expresión denominada a pasar la frontera de Melilla o Ceuta (sobre todo Ceuta) para hacer contrabando de hachís o drogas, título de una obra de teatro y después de una película protagonizada, entre otros, por Antonio Banderas en su época de joven, junto con otros buenos actores; era ya algo normal, habitual, como ir a los Alpes o salir del territorio español a otras montañas… no hacía falta contratar mucho, solamente saber dónde quieres ir, tener todos los papeles en regla (pasaporte, hoja verde…), coger el coche y conducir hasta Tarifa. Paco siempre alardeaba de que cuando la gente, los compañeros, organizaban una expedición a Marruecos, al Atlas, éstos vendían camisetas, pedían ayudas… como en una expedición de los años 80 o 70 al Himalaya, él no pedía ayuda a nadie y se pagaba sus propios costes, yendo por su cuenta… también es verdad que había gente que no quería ir con él, y él no quería ir con cierta gente, personas… pero son cosas que nos puede pasar a cualquiera.
Así pues, confiando las variadas experiencias y visitas de Paco Martínez en Marruecos para subir el Toubkal en el Atlas, decidimos irnos casi 6 días, de la noche de domingo a la madrugada de sábado a Marruecos, con la intención de subir al Toubkal como principal objetivo. Pasaríamos por las ciudades de Marrakech, donde seguro pasaríamos una noche, y si nos da tiempo haríamos algo más de turismo por Marruecos. No hacía mucho que tenía coche nuevo: mi gran Daewoo Lanos Alpine con ese prodigioso y estupendo equipo de música (jamás he escuchado mejor calidad de sonido a iguales condiciones en otros equipos y coches). Paco decía de ir en mi coche “así le hacemos el rodaje y aparte el coste de un coche de gasolina es casi igual a uno de gasoil” decía. Lo curioso es que él era representante y viajaba continuamente en su coche, un Citroën Xantia. Pero bueno, no le dije que no y así que cogimos mi coche para viajar desde Almoradí al Atlas con mi Daewoo.
Salimos ese domingo sobre las 11 de la noche. Esa hora escogida era porque así Paco podía estar el fin de semana con su familia, la semana estaba de viaje por la montaña, y regresaba justo para el fin de semana siguiente. Yo no tenía relación en aquellas fechas, hace un año que Sandra y yo lo habíamos dejado, y mi trabajo también me permitía “coger vacaciones” cuando quisiera. La idea era salir por la noche y llegar al puerto de Tarifa para coger el primer ferri a Ceuta. Con lo que estuvimos toda la noche conduciendo por la autovía en dirección Granada, luego Málaga, para acabar en la punta más meridional de la Península Ibérica y uno de los lugares más lluviosos de la misma: Tarifa. Llegamos en mitad de la madrugada y nos pusimos en cola para coger el primer ferri que saliera, que no sé si era a eso de las 7 de la mañana. Intentamos dormir o descansar dentro del coche hasta que abrieran las puertas del ferri.
Nos montamos en el Ferri con muchos coches más. No pensaba que hubiera tal tráfico en el Estrecho de Gibraltar entre Tarifa y Ceuta. Salimos a cubierta, merodeamos por el gran barco, mientras observo y contemplo como nos acercamos a la costa africana… será mi primer viaje en el que salgo del continente europea. En Ceuta pasamos por la aduana sin problemas para seguir por las autovías marroquíes… Paco me cuenta como los camellos introducen la droga en los botes de Cola Cao o Nesquik, ya que el olor del polvo del chocolate impedía que el olor de la droga, sobre todo hachís, marihuana, le llegase a los hocicos de los perros policía que la buscan… también creo que dentro de un tubo de pasta de dientes.
Y ya estamos en Marruecos, en África. Una de las cosas que me impresionaron es lo verde, verdísimo que era el norte de Marruecos. Pero de un color verde intensísimo como si fuera Irlanda o Galicia en sus buenos tiempos. Yo pensaba que era cruzar el estrecho y ya encontrarnos con un clima mediterráneo extremadamente árido o ya el desierto… pero no: las nubes que venían del Atlántico abordaban y hacían invisible las alturas de aquellas montañas verdes y oscuras del norte de Marruecos, el Rif. Me quedé impresionado, anonadado. Casi que no me lo creía, menos porque lo estaba viendo con mis propios ojos… “Sí señores, el norte de Marruecos es increíblemente verde y lluvioso” … creo que era de esta región de donde se sacaba el mejor “chocolate”, hachís, para vender o traficar; a pesar de que la policía marroquí era mucho más severa y estricta con estas ilegalidades. También comencé a ver cómo era y vestía la gente: chilabas. Con esas chilabas que se ponían los amigos en las fiestas de moros y cristianos de mi pueblo. Todos, la inmensa mayoría, vestían con chilaba. También descubrí que había mucha gente caminando siempre por las orillas de las carreteras, mucha, y que no parecían tener un poder adquisitivo muy alto, o alto. También que la gente se pasaba la vida en la calle, siempre había gente por las calles, en las puertas de las casas, reunidos… como si tampoco “tuvieran casa” … y como he descrito antes, a grandes rasgos me pareció volver a la Edad Media, sobre todo cuando más nos alejábamos de las grandes urbes y nos acercábamos al desierto o al Atlas. Pocos años después, con al boom de la migración en España, ya no me parecía tan raro ver las mismas costumbres de esta gente en nuestra tierra. Paco decía que teníamos más cosas en común con ellos que con el resto de europeos, como el de reunirse y estar siempre en la calle.
La idea era coger la autovía que baja por la costa atlántica en busca de Rabat, Casablanca, y en este último desviarnos hacia el sur directo, dejando la costa tierra adentro, en busca de la mítica, histórica y enigmática Marrakech. Ciudad de Reyes, Sultanes. La autovía va vacía. Es extraño. Muy contrariamente a las autovías españolas aquí no hay coches. De repente a lo lejos veo unas gentes con ropas marrones en mitad de la autovía parados… que raro. Yo voy rápido y no aminoro la velocidad. Pero al acercarnos descubro que es un control con policía de tráfico de los que llevan motos gordas, pesadas y abultadas… ¡¡En mitad de la autovía!! Sin ninguna señal o dispositivo que nos advierta del control, de su presencia… con la impresión de que si me lo pienso demasiado, me los puedo llevar para adelante. Freno rápidamente intentando no parecer alterado por encontrarme en mitad de la autovía. Para junto a uno de ellos que nos pregunta dónde vamos y qué vamos a hacer. Me parece chocante ver dos policías motoristas marroquís con su uniforme representando la Ley y Orden en el país, tendré que acostumbrarme. Nos deja seguir sin problemas.
Las carreteras marroquíes, al menos estas principales que comunican las grandes ciudades, están muy bien cuidadas, pero no hay muchos coches que las usen, y en muchas ocasiones los coches que pasan son de alta gama… reflejo de las grandes diferencias económicas existentes en esta sociedad marroquí. Nos acercamos a la ciudad de reyes y sultanes, Marrakech. Al mediodía hace calor a pesar de estar en invierno; pienso que al estar cerca del desierto más grande del mundo, les afecta parte de sus condiciones, aunque tengan la gran muralla del Atlas que les separa del Sahara. Pongo el aire acondicionado en el coche. La carretera se va ensanchando y hay más tráfico. Delante nos topamos con los suburbios y límites de la ciudad de Marrakech. Llegamos justo junto a sus murallas; la ciudad está totalmente amurallada, y alrededor de la muralla un desvío o circunvalación que va paralela a la misma y llena de redondas. Llego a la primera redonda pegada a las murallas, debemos rodear Marrakech sin entrar demasiado en su casco urbano para girar hacia el sur en busca de la cordillera, la cual ya se vislumbra desde la ciudad. Me voy parando a la vez que me acerco a la redonda y observo como los coches que están dentro de la misma van frenando para dejarme paso. Entro en la redonda y los coches dentro de ella se paran para que pase, me ceden el paso. Sigo y salgo de ella haciendo un cuarto de redonda; a la vez debo de respetar el paso de los coches que entran a la misma. Paco me avisa “las redondas aquí van al revés”. Curioso y espantoso. Otra cosa también para relatar es la cantidad de motos que hay en las ciudades y cercanías, como en este corto paso por Marrakech… unos años después descubrí que hay otras ciudades que también tienen mucho tráfico de motos aquí en España, como es en Barcelona… aunque las motos y como iban en ellas, era bastante diferente.
Dejamos Marrakech y emprendemos el camino a Asni, en las puertas del Atlas. Dejamos el llano aburrido y abarrotado para acercarnos a las regiones Bereberes de la cordillera del Atlas. En Asni nos volvemos a desviar por otra carretera menos principal en busca de otro pueblo más pequeño, ya en las faldas del Atlas o metido en ellas: Imlil. Base para comenzar las actividades por el interior de la cordillera, y entre ellas subir al Refugio del Toubkal para atacar la cima más alta de la cordillera, de Marruecos y del norte de África.
Y por fin llegamos a Imlil, un pueblo que se reparte en una serie de barrios o aldeas con otros nombres a poca distancia. Ya estamos en el interior de la Cordillera del Atlas: su tierra es marrón amarillenta, apenas tiene vegetación y nada de bosques, solo pocos árboles junto a las riberas de los barrancos que bajan de sus cimas, eso sí, con ruidosa y caudalosa agua. Es un paisaje nuevo, diferente, una cordillera en las puertas de desierto, todo roca y terreno estéril, pelado de vegetación, pero altiva, grandiosa… parece una cordillera, un macizo, montañas de otro planeta, un planeta sin vida como Marte. Una cordillera en las puertas del Sahara; pero con poca o nada de nieve, a pesar de ser invierno.
Buscamos el hotel en el que parece Paco ya ha estado varias veces. Un corro de marroquíes aborígenes del lugar se acerca a nosotros, por poco dinero un hombre algo mayor con gafas de “culobaso”, chilaba amarilla y el típico gorro moruno rojo, nos cuidará el coche mientras esté aparcado en Imlil. No recuerdo exactamente cuándo cambiamos el dinero, pero aquí tenemos que pagar con dirhams. Entramos al hotel y fotografío la habitación y el comedor entre otras partes del edificio: es una habitación muy sencilla con un lavabo en el pasillo, pero el comedor es fabuloso tan rustico como singular con esos trabucos en la pared, espejos y muebles con un estilo como árabe medieval, barroco Bereber o sencillamente recuerdos vintage de otras épocas en el Atlas.
Contemplo los alrededores, el Atlas nos espera, los perfiles rocosos con pendientes ondulados que albergan jirones de nieve y neveros ocultos en las alturas, también los diferentes barrios con casas repartidas por aquí y allá. Antes de irnos a dormir y curiosear por el pueblo, hemos contratado un burro porteador que nos subirá las mochilas hasta el refugio. Imlil se encuentra a 1.740 mts. de altura y debemos de subir a 3.207 mts. que es la altura del Refugio del Toubkal, más de 1.400 metros de desnivel. Paco, con sus razonamientos, prefirió que cogiéramos el burro porteador en lugar de subir nosotros con nuestras mochilas, aunque el camino la única dificultad que tiene es lo largo que es, pero también nos vendrá bien no esforzarnos en demasía, ya que al otro día subimos a un cuatro mil y sobrepasaré la cota habitual en la que el mal de altura, si aún no te ha dado ya, comienza a manifestarse, entre los 3.500 a 4.000 metros de altura, y nunca he estado a tanta altura. Pero parece que la aventura irá bien.
Nos vamos a dormir, mañana ya salimos en busca de las alturas del Atlas, del Refugio del Toubkal, curiosamente a doscientos setenta metros más bajo que la montaña más alta que he subida nunca. No hemos visto a mucha o ninguna gente como nosotros, turistas de las alturas, que se hayan hospedado o pasado por Imlil, igual mañana no tenemos mucho “tráfico” de montañeros que bajen o suban al refugio como nosotros, en busca de la cima del Atlas al otro día… que nombre más mitológico, ancestral, clásico, formidable y grandioso que le han puesto a la cordillera, igual que Pirineos, Picos de Europa… Atlas, aquel Titán al que castigó Zeus a sostener el Cielo, aunque se represente sosteniendo el Mundo. Curioso y precioso a la vez. Vale la pena buscar los orígenes del nombre Bereber de esta cordillera.