Al otro día nos levantamos bien temprano, casi igual que para subir al Toubkal, pero esta vez para bajar de la montaña a Imlil. Paco quiere dejar la montaña y visitar la ciudad de Marrakech quedándonos a dormir allí. Ya verdad es que tiene que ser emocionante poder visitar y dormir en Marrakech. Siempre había oído la fama de su plaza Jemaa El Fna, mejor dicho, el mercado que se forma en esta plaza cada noche, y el Zoco aledaños a la plaza. Creo que ya habíamos hecho bastante montaña y ahora tocaba visitar las puertas del Atlas… pero me quedaría la cuenta pendiente de volver para ascender algún otro cuatromil que vislumbré desde la cima del Toubkal y que me atrajeron… como el Ras, Timezguida… seguro que se podían hacer en un día; los famosos picos del macizo del Ouanoukrim.
Salimos del refugio justo cuando el sol comenzaba a iluminar la torre del Akioud justo detrás del mismo, siguiendo valle arriba. De nuevo otro magnífico y soberbio buen día. Ni una nube en el cielo pero sí algo de frio para comenzar a caminar valle abajo. Le hago una foto desde la puerta del refugio al Akioud a modo de despedida. Mientras nos ponemos las mochilas y yo mi Grifone de 400 para no pasar frio, y comenzamos a desandar el camino realizado antes de ayer, en dirección norte hacia Imlil.
Nada más comenzar a caminar, pocos pasos por debajo del Refugio del Toubkal, Paco me inmortaliza con una foto donde el refugio queda detrás de mí, con el fondo del iluminado Akioud. A pesar de los pestilentes baños, el refugio era muy nuevo y grande, es lo que me pareció a mi… igual porque no había mucha gente en esas fechas. Con aspecto señorial y recio como esas antiguas Casbahs que guardaban y protegían las ciudades, los lugares… ahora guardaba y protegía a los montañeros que querían desafiar a la montaña.
Senda abajo sin variar el camino, otra mirada hacia atrás, hacia las alturas del final del valle del Assif. Me despido de los picos como el Ras, Akioud… que aparecen, ahora sí, allá al fondo muy lejos. Un último vistazo como si fuera un “hasta luego”, un “me ha gustado estar con vosotros…”. Mientras el valle y recorrido sigue igual que hace dos días, con la nieve en una ladera del valle y pelada la ladera contraria por la que discurre la ancha senda. Llegando al “puesto de Fantas” el Bereber no está, las botellas tampoco, pero el sistema de canalización del agua fresquita sigue intacto. Curioso.
Más abajo, ahora la progresión es más rápida, pasamos por la aldea intermedia. Sidi Chamharouch. Ahora llegamos desde arriba por la senda, en lugar de llegar a ella por abajo como hace dos días. Una imagen extraña de piedras, rocas y terreno que no parece ser muy habitable o ideal para vivir desde esta perspectiva, pero ahí está. Ya nos hemos quitado la ropa de abrigo, con la camiseta de manga larga de algodón y pantalones del chándal voy bien… tendré que comprarme un peto porque si las condiciones hubieran sido más invernales, de frio, nieve y hielo en esta montaña, con el pantalón de plástico que cubre mi pantalón de chándal abrigadito, creo que no hubiera estado del todo cómodo…
Ya estamos acabando el recorrido y ya hemos bajado a los llanos del fondo del valle, allí donde hay una extensión grande de sedimentos, tierrecita… como si fuera el Delta del que hablaba al comenzar la marcha de subida por esta ruta. El paisaje es morisco total, como si estuviéramos a las puertas del desierto pero entre grandes y altas montañas rocosas y peladas. Precioso. No es una belleza como los rincones verdes del norte de la península ibérica o de los Pirineos, Alpes… pero tiene una singularidad única y especial estos tipos de paisajes sub o casi desértico montañosos.
Ya vamos viendo las casas y poblados cerca de Imlil. A la derecha de nuevo como colgada en la ladera ondulada y a la vez con pendiente, queda la bonita población de Aremd, justo anterior a Imlil. Las paredes y techos de las casas se mimetizan con el paisaje, con el terreno, con la roca, y todo es marrón pastel, oscuro y claro a la vez, unos colores que te dan una sensación de paz, sosiego, amigables, a la vez de inhóspita sensación interior, como si el terreno o las condiciones del lugar no te lo pusieran fácil para sobrevivir. Aunque el paisaje es precioso.
Llegamos a Imlil y lo preparamos todo para marchar a Marrakech. Cuando ya lo tenemos todo, Paco y yo nos acercamos a un grupo de personas del lugar para hacer algún “trueque”. Es algo habitual o casi tradicional que cuando los europeos, españoles, bajan a Marruecos, traigan cosas para cambiar por otras cosas de allí como pueden ser souvenirs o regalos. Yo compro algunas cosas de fabricación casera, artesanía Bereber, como una tetera para ese famoso te moruno, una daga… también llegué a comprar cosas en Marrakech así que no sabría decir lo que compré en un sitio o en otro… la daga seguro que era artesanía Bereber con lo cual sí que fue comprada en el Atlas. Tengo una botellita de wiski de esas que regalan en las bodas para cambiar. Paco ya me advirtió de traer cosas para el “trueque”, pero yo no tenía nada que traer, así que al final me decidí por esta botellita sabiendo que los bereberes o musulmanes tienen prohibido beber alcohol. Pedía dos o tres cosas por la botellita y Paco me decía que “de que iba”, que esa botellita no valía tanto como para el truque que quería hacer… ¡como si yo hiciera trueques todos los días! Intentaba sacar el mayor provecho del trueque ¿no se trata de eso?… el chico me decía y repetía incesantemente que la botellita no era para él, si no para un primo suyo que vivía en no sé dónde… como si nos escuchara la inquisición musulmana. Curioso… al final creo que no la cambié, Paco me “chafó la operación”.
Y ya toca hacer turismo y conocer algo de Marrakech, su famosa Jemaa el Fna, palacios, monumentos, minaretes… de esta ciudad de sultanes, de reyes musulmanes. Salimos hacia Marrakech deshaciendo lo recorrido en carretera, pasando por Asni hasta la ciudad. Allí nos hospedamos en un hotel no muy lejos del centro de la ciudad. El inglés españolizado de Paco nos ayuda con los menesteres y trámites a la hora de darnos habitación, presentar pasaportes, chequear… la habitación y el hotel son bastante mejores que los de Imlil, pero sigue guardando su personalidad rústica, antigua, con ese lavabo en medio de la habitación, pero con un patio precioso, estilo árabe, y decorado con motivos árabes, musulmanes, parecido al hotel de Imlil pero más originales y lustrosos. Un pasillo exterior le da la vuelta al patio en una o dos plantas, que son las que tiene el hotel, y da a las entradas de las habitaciones. Bonito. Abajo en el patio unos franceses hablan sosegadamente sentados mientras Paco les saluda, obteniendo un silencio por respuesta, y un gesto de “que maleducados” por parte de Paco.
Después de arreglarnos y acomodar el equipaje, las mochilas, salimos a visitar la gran ciudad de Marrakech. Hay guías turísticos que los contratas y te lleva a dar una vuelta por la ciudad y entras en los monumentos a visitar. Pero nosotros hablamos con un chaval que nos hará de guía clandestino, ilegalmente. Muy castigado y penado por la Ley en Marruecos. Entonces el chico iría delante de nosotros unos pasos y el, desde la distancia, nos diría o señalaría, donde entrar, como entrar… y nosotros le pagaríamos una cantidad inferior a la de un guía oficial de Marruecos. Una vez ya hiciéramos la vuelta turística, le pagaríamos y nos dejaría a nuestro libre albedrio por la ciudad.
Visitamos entonces varios monumentos entrando en alguno de ellos: los exteriores de la antigua y ancestral Mezquita de La Kutubia, las Tumbas Saadianas, Palacio de La Bahía, la Madraza Ben Youssef… estilos y jardines que te recuerdan la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba, excepcional arquitectura árabe, musulmana, preciosa y ancestral. Paseamos por el casco antiguo, por la Medina, con casas y calles tan antiguas como la propia ciudad, los curtidores de pieles, viejas tradiciones y oficios hoy día impensables por sus condiciones, insalubridad y toxicidad. Callejones, callejas, casas con ese color naranja amarronado de sus paredes, arcilla y adobe; gente con chilabas, con ese gorro moro rojizo acabado con ese fleco… igual que hace 500 años; excepcional, alucinante, fascinante.
Ya va atardeciendo y deambulamos por la famosa Plaza Jemaa El Fna, pero antes nos metemos en el Zoco de Marrakech, ese gran bazar, mercado que parece el mítico Laberinto del Minotauro pero rodeado de tiendas, puestos… de todo tipo de cosas para vender. Aquí Paco y yo nos separamos después de visitar el Zoco juntos, y cada uno hace de explorador y aventurero en este multiverso de colores, productos, gentes, ventas, compras… con impresionantes callejones en el que en lugar de paredes y cielo abierto, hay tiendas, techos con más tiendas; y mucha gente, gente con chilaba y dientes de oro algunos. Excepcional.
Quiero comprar una chilaba para mi hermana, entre otras cosas. Regateo en una tienda del Zoco. Pasa un tiempo negociando. No llegamos a un acuerdo y salgo siguiendo mi vagabundeo por el Zoco. Al cabo de poco tiempo paso por otra tienda con la chilaba que buscaba y cansado de regatear la compro a un precio algo, poco, inferior al que me daban… pero 3 o 4 veces más caro que en la otra tienda… igual la calidad es diferente, el tejido, el color, los adornos… no sé, pero me ha costado más cara. Justo para salir del zoco a la Plaza Jemaa El Fna debo de salir por el puesto anterior. El vendedor me para, “¿Cuánto te ha costado?” y con un gesto vencido le digo la cantidad y me mira como diciendo “tonto, te la estaba dejando más barata” y se aleja de mí hacia el interior de la tienda, del puesto… ¡Esto de regatear no es lo mío, o me paso o no llego!
Ya casi al ocaso del día nos reunimos Paco y yo en la Plaza Jemaa el Fna. Paseamos por sus pasillos, también hay puestos de toda clase de cosas y rarezas que se pueden vender (o no), es como un paseo por aquellos grandes mercados medievales pero mezclados por un aire artístico y peculiar; ya que no solamente hay comerciantes, vendedores, también espectáculos, artistas… uno de ellos es el Aguador: un personaje que va vestido de una forma increíblemente llamativa, con colores, lentejuelas, faldones, flecos… un sombrero de ala ancha igualmente de llamativo del cual le caen, desde los límites de la misma ala del sombrero, un rosario como de campanillas, de lentejuelas pero más grandes que hacen un ruidito sonoro, metálico o de campanita, al chocar entre ellas con el movimiento del caminar del hombre. Va acompañado de una especie de gran recipiente donde se supone va el agua y repite una palabra en árabe que supongo querrá decir “aguaaaa” … increíble, fantástico. Por un momento me he acordado de Mad Max Más allá de La Cúpula del Trueno donde también salían “aguadores”.
A algunos de los artistas, personajes que dan un espectáculo en el mercado, en su rincón de la plaza, no los puedes fotografiar si antes no les das unas monedas… creo que a casi todos… pero como ya se va haciendo de noche, dejo en mi memoria la fotografía de la retina, la cual me puede engañar con el paso del tiempo y olvidarse, pero recordar la esencia del lugar, eso perdurará. Nos sentamos Paco y yo en una mesa larga a cenar Cuscús que por cierto descubrí que no me gustaba nada, nada, pero yo creo que era por las especies que le echan, el comino… Y me fije en otra mesa muy cercana de la misma parada de comida en medio de la plaza en la que nos habíamos parado ya con noche cerrada: había un grupito de amigas marroquíes o de aspecto del norte de África, que una de ellas iba vestida como en Europa y otras con el tradicional pañuelo, vestimenta marroquí. Se me quedó grabado en mi memoria. Una cara cualquiera de una guapa chica marroquí, pero con las formas y vestimentas occidentales. No sé qué se me pasó por la cabeza en ese momento, sorpresa, admiración, apertura de mente… pero se me quedó grabada.
Antes de bajar a cenar al mercado, hemos estado en una terraza con vistas al Jemaa El Fna. Viendo las fumarolas de las hogueras y puestos de comida. Una imagen curiosa, nada reveladora pero identificativa. Por el día, a pesar de ser invierno, hace calorcillo, pero durante la noche la temperatura baja tremendamente.
Al otro día ya estábamos de vuelta a España, pero Paco, como teníamos todo el día para llegar, quería visitar Casablanca y su gigantesca mezquita de Hassan II. Me pareció buena idea. Así que temprano salimos de la ciudad de reyes y Sultanes camino de la famosa Casablanca, famosa por la película y por la canción de Duncan Dhu. La Mezquita de Hassan II dicen que es el templo religioso más alto del mundo, por su enorme torre minarete, me parece.
Solo teníamos que deshacer el camino de ida y una vez veamos las señales de Casablanca, desviarnos en dirección a la ciudad. La Mezquita de Hassan II está pegada a la costa del mismo núcleo, en una gigantesca y enorme explanada, para llegar debemos de cruzar parte de la misma. Me pareció curioso ver los edificios de la ciudad sin una normativa aparente en las fachadas, con todos los aparatos de aire acondicionado como si fueran la principal propuesta decorativa en cada casa, en cada balcón. Horrible. También compruebo que los marroquíes los semáforos, casi como las redondas, también los utilizan al revés. El color naranja es párate ¡Ya! después del verde, no dan opción al rojo; y el naranja después del rojo no significa “preparados que viene el verde para salir”, es “salir ya”. Un disparate. También muchas motos, con mínimo 2 o 3 personas montadas en la mayoría de ellas, sin casco ni medidas de seguridad. Una locura.
Después de aparcar el coche, ya vemos a lo lejos el enorme y alto monumento entre los espacios de las calles de la ciudad. Caminando nos acercamos al mismo. Llegamos a la explanada y admiramos el fenomenal monumento, templo, ostentosa construcción, titánica, construida por un rico, ostentoso y autoritario rey en un país poco o nada democrático, como símbolo para las gentes pobres, sumisas y sometidas del pueblo marroquí. Una de las imágenes de esta sociedad tan diferenciada en clases por culpa del manejo de dinero, fue como lo ví en una de las calles de Marrakech, un limpiabotas andrajoso se arrodilla bajo una especie de poltrona a limpiar los relucientes y caros zapatos de otro señor con traje impoluto mientras sentado en la nombrada poltrona lee un periódico, con su bigotito y su pelo bien peinado y arreglado. Vimos muy pocos personajes con trajes o con apariencia de adinerado, y el resto, en su mayoría pobres o cerca de la pobreza, o con esa apariencia.
Realmente la Mezquita de Hassan II es gigantesca, enorme, con unas puertas también gigantescas, y una torre que hace de minarete también temerosamente gigantesca, con ese miedo que dan las cosas que se salen de lo normal y habitual, en este caso por su tamaño, dando la impresión de que ha sido construido por gigantes para gigantes. Pavoroso y extraordinario a la vez. Sentimientos contrariados mientras acostumbramos nuestros ojos, nuestros sentidos a que una construcción tan monstruosa exista en la tierra para los humanos. También sorprende y admira el hecho de que todo está construido o revestido con piezas, losas, placas de mármol. Un mármol blanco con sus vetas beis y otras más oscuras, dando una imagen de sucia inmaculada construcción, como da la sensación de aquello que está revestido de mármol. Pero según donde se dispongan estas losas de mármol, según lo que formen, como por ejemplo los dinteles o jambas de las puertas, se disponen de otro color y forma. Fotos. Nos acercamos pero no entramos. Los occidentales y resto de personas del mundo que no sea musulmán tienen prohibido entrar en las mezquitas a menos que sea para rezar, orar, como lo hacen los musulmanes, claro. Intolerantes y retrogradas.
Volvemos a coger el coche para de nuevo regresar a la solitaria autovía, esta vez sin ningún control de la policía marroquí, para llegar a Ceuta y cruzar el Estrecho de Gibraltar hasta Tarifa. Llegamos la madrugada del sábado a casa, a Almoradí. Hemos estado casi siete días, saliendo domingo por la noche y llegando sábado en la madrugada, y realmente la experiencia ha sido impactante. No solamente por la imagen que a veces se daba sobre los marroquíes, visitando las zonas Bereberes (reprimidos y oprimidos por el sistema religioso musulmán del país), con buena y sencilla gente que viven como hace 500 años (menos por algunos matices de avances tecnológicos) pero que conservan su artesanía y amabilidad ancestral de este pueblo. La fantástica y casi muerta Cordillera del Atlas; muerta por la imagen e impresión que da con casi nada de vegetación, pero viva e intacta en muchos lugares por sus condiciones y clima… a veces pensamos que el hombre ha arrasado con la vegetación en ciertos lugares que vemos pelados de vida y arbolado, pero en este caso la cercanía del Desierto del Sahara (aunque aún quedan kilómetros hasta sus arenas y terreno desde el Anti-Atlas), tiene mucho que ver. Unas vistas y paisaje como si estuviéramos en Marte, en otro planeta inhóspito e inhabitable, pero al final descubres que no es así y que el hombre se ha adaptado a la Naturaleza que le guarda sorpresas entre esas rocas rojizas, marrones desnudas y escalfadas al calor de un sol que no da tregua. Inolvidable.